domingo, 4 de junio de 2006

Jornada Electoral


El día tres de junio fue el cumpleaños de mi hermana Anita (feliz cumpleaños, querida). Me llamó muy temprano para invitarme a desayunar a una chicharronería muy conocida del populoso distrito del Rímac. Pero yo ya había quedado con unos amigos para jugar básquetbol y, pese a que le había prometido a mi hermana que iría a la reunión, no pude ir. Con los amigos pasé todo el sábado. Jugamos, luego nos separamos para luego reunirnos para ir a almorzar al ya popular Chifa Memo. Mi Virginia de ojos verdes nos acompañó; fue con Silvio -quien nos llenó de alegría, por lo menos a mí y a ella. Tras la deliciosa velada con ellos, dejé a Virginia en su casa y me fui para la mía, muy cansado, partido en dos, y con las ganas de hablar con mi hermana.

Le dije que me disculpara, que se me había pasado el tiempo. Ella no mostraba ni un solo atisbo de resentimiento en su voz. Lo había tomado muy bien. Animado por eso, le dije que iría al día siguiente a su casa para pasar la mañana con ella antes de que salgan a votar y a almorzar con Willy (su esposo), su suegra y los simios (sus hijos). Virginia, ya luego en el Messenger, me dio la grata sorpresa de que tenía cámara. Hablamos largo ratos hasta que ella advirtió que se me estaban cerrando los ojos. Nos dimos las buenas noches.

Al día siguiente desperté a las diez de la mañana. Y había prometido que a esa hora ya iba a estar en casa de mi hermana ya desayunado y habiendo ejercido mi deber cívico. Sin embargo, fue tal mi cansancio por toda la jornada sabatina (¿mencioné que no fui a la Peña Camasca?) que seguí de largo. Con mucha pereza por levantarme a darle mi voto a uno de esos dos hijos de puta que pasaron a la segunda vuelta, hice las cosas como contando los pasos, dándole permiso a las tortugas, y pidiéndole permiso al tiempo para dar el siguiente paso. Me vestí y salí para la calle a buscar El Comercio y leer la columna adoctrinante de MVLL. Luego, creí que, como ya era tarde, mejor sería si me iba primero donde mi hermana y luego iba a votar para después ir a la casa de Virginia -mi amada- a recoger la novela de Eleséis. Jugué con los simos, desayuné con mi hermana, conversamos, salimos a almorzar y luego me fui a votar.

Hacía frío, pero la cabeza me dolía. Fumé tres cigarrillos y seguía con mis malestares mientras más me acercaba al local donde estaba mi mesa de votación. En el camino, escuchaba que la gente estaba muy nerviosa por el resultado de las elecciones. En el Jirón de la Unión vi un anuncio que pregonaba la llegada de "El Cangri" al estado de San Marcos. Doblé por la esquina de Cusco (ahí donde está el KFC) y seguí mi letanía viacruciana hacia el colegio Alarco Dammert. La cola era mínima. Antes de pasar, apagué la colilla del cigarrillo y, tras signarme, ingresé al colegio. Era el momento culmen de la democracia participativa, por lo que tanta gente murió y luchó, para que todos nosotros pudiéramos llegar libremente y sin ataduras a recoger un pedazo de papel donde manifestaríamos nuestra decisión soberana. Llegué con cara de patíbulo; los miembros de mesa eran los mismo de la primera vuelta, los miré con el lejano aire de quien sabe que no tiene más opción de coger el papel y limpiarse...

En fin, ya en la cámara secreta cogí el plumón azul que tenía que entregarle a Virginia y escribí en la cara de esos dos cerdos olleros y estrellados: "DA IGUAL QUIEN GANE: EL PAÍS YA SE FUE A LA MIERDA". Fui a depositar mi voto y comenté a la señora presidente de mesa, que tenía un ligero parecido a la abuelita de Piolín, que ese sufragio era lo más cercano que había tenido a un suicidio. Escuché unas tímidas risas. Mi chiste tuvo algún efecto. Luego no sé qué pasó. Me pinté todo el dedo de la tinta indeleble con al que tenemos que indicar que ya votamos. El pomito se derramó. Se hizo todo un desastre. "Es la rabia electoral", dijo la señora. Creo que sonreí. Luego murmuré algo que ni yo entendí y salí rápido de allí. Ya mi destino había sido marcado.

Al llegar a casa, me eché en la cama, como un alma muerta. Casi no sentí el celular que vibraba el algún lugar de mi chaqueta. "¿ Mi amor, vas a venir?". Era Virginia. Le dije que estaba saliendo, lo cual era mentira. Pero traté de llegar lo más pronto posible. Le dije que no había sido capaz de votar por Alan; ella dijo que sintió náuseas al hacerlo. Y me tuve que ir volando de su casa porque los moros se acercaban a la costa. Compré luego unos alfajores para mi hermana.

En la carretera iba pensando que todo tuve que ser así. Estaban dando el flash a boca de urna. Alan había ganado. Mientras cruzaba el río Rímac y prendía otro cigarrillo, escuchaba algunos comentarios sueltos, como arrastrados por el viento que sonaban a lamentos alegres (como cuando pierde la selección y se dice que se jugó bien) "Alan va a arreglar las cosas", "En Trujillo, desde el vientre de la madre se hacen apristas", "Alan le lleva..." La cabeza me seguí dando vueltas. No lo podía creer. Cuando llegué a casa me senté y sigo sentado, esperando el momento de hacer mi primera cola.