lunes, 31 de julio de 2006

Ese delgado hilo

Pónganse a pensar: ¿Qué te hace decidir ir por un camino y no por otro? ¿es acaso todo resultado de un malicioso azar o es que nuestros caminos ya están trazados por una fuerza superior y sólo nos queda esperar la fatalidad cuando ésta tenga que llegar? ¿Cambia la suerte de las personas dependiendo del camino de vida que hayan escogido? En estos momentos, para mí, es imposible no reflexionar sobre este tema. Sobre todo cuando uno se entera que una persona tan cercana a mi familia, y que, ya en un pasado lejano, pudo haber sido cuñada mía, ahora ya no está entre nosotros.

E. era novia de mi hermano. Se conocieron desde la época del colegio y desde ahí tardaron en darse cuenta que no eran el uno para el otro. Hasta los últimos instantes de soltería de ambos, trataron siempre de que sus vidas acabaran enlazadas y que sus destinos se terminaran de cruzar para siempre en un nudo matrimonial. Por muchos factores, que aquí no me competen contar, esto no pudo ser, y por más que mi hermano y E. lucharan por mantener su unión, ésta no prosperó y se marchitó luego de largos años de intentos que siempre tenían el mismo fin: un áspero adiós.

Ambos tuvieron muchos tropiezos cuando sus vidas ya no estaban unidas, ambos se equivocaron muchas veces antes de casarse, pero ambos se casaron luego. Mi hermano es feliz, tiene un hijo hermoso de cuatro años y vive en delirante unión matrimonial con una trujillana (el jueves es su cumpleaños). E. se casó y tuvo un hijo. Producto de ese embarazo, desarrolló un cáncer en el estómago. Todo esto lo supe por boca de mi hermano en las aisladas conversaciones que él y yo hemos tenido en estos años de adultez (mía) y maduración (de él).

Hoy mi hermano me llama, quería que le acompañara a hacer unas compras. Me estaba esperando con el auto encendido, y cuando entro, hablaba con una conocida de Paramonga; hablaban de velorio, entierro, de la gente de la promoción. Cuando terminó su conversación, fue inevitable mi pregunta. "Falleció E.". Tenía 38 años, un año menos que mi hermano. La noticia me dejó helado. Me puse en en los zapatos de mi hermano y supe que es lo que él podía estar sientiendo en esos momentos. "¿Qué hubiese pasado si se hubiesen casado? ¿Acaso mi hermano ahora sería un viudo de 39 años? Pero es que no se puede saber con exactitud que esto hubiera pasado con él. Sin embargo, fue consecuencia de un embarazo, de lo frágil que era ella para llevar un proceso así".

Lo miro ahora a él, pienso en la felicidad que tiene, en lo truncado que hubiese sido todo su proyecto de vida de haber quedado viudo. ¿En qué momento él separó para siempre su destino de el de E.? Quizá -pienso esto con un nostálgico alivio-, el destino inexorable de E. era el de morir tan joven, pero no era el destino de mi hermano enviudar antes de los cuarenta años. Sus vidas, por un largo periodo que se mide por lustros, fue un trenzados de dos madejas que se entrelazaban, que se separaban, que se volvían a juntar formando tejidos aleatorios. Pero hubo un momento, en que se dieron cuenta de que el uno no era para el otro, o mejor dicho, que el destino de uno no era el destino del otro. Aquel momento, un delgado hilo de sus vidas entrelazadas se separó para siempre, haciendo que la vida de él se tejiera muy aparte, hacia una vida no marcada por una viudez tan temprana.

Paseo ahora con mi hermano por el Jockey Plaza. "¡Cuántas veces estuve con ella aquí!, me dice". Y sé de ropa que ella le había escogido y que él hasta ahora -o hasta hace poco- utilizó. Las cosas suceden por algo, me digo a mí mismo para justificar mis propias conclusiones, para pensar que en mi vida también han sucedido cosas así: que me he alejado de gente que no debía compartir el destino que yo tendría o viceversa, quizá porque yo estoy destinado a cosas que ningún mortal de este lado del planeta hubiese estado dispuesto a soportar.

Puedo sacar algunas otras lecciones con la vida y muerte de E. Pero éstas quedan para mí, y obviamente también para mi hermano, que de hecho ha pensado inevitablemente en ella todo el día. No lo culpo, en algún momento de su vida la quiso y la quiso mucho. Ahora, el recuerdo es la única forma inequívoca de evocarla con la dulzura que su memoria merece. Compramos unos helados. Luego él enciende el carro para dirigirnos a casa. Él tiene toda la noche para seguir pensando. Yo prefiero digerir mi sorpresa y pena escribiendo.

Descansa en paz, E.

viernes, 28 de julio de 2006

¿De qué patria me estás hablando?

En las últimas horas, aquí, en esto que la mayoría insiste en llamar Perú, se han dado cambios, que alguien con ingenuo entusiasmo podría calificar de "importantes". Alan García Pérez, presidente ya en el periodo 1985-1990, ha tomado el mando de la Casa de Pizarro. Juramentó a todo su Gabinete y días antes, la recua mejor pagada de la tierra juramentó por Fujimori, Ollanta, la memoria de Víctor Raúl Haya de la Torre, Lay Fung, Yola Polastri, Mirtha Patiño y el Loro Lorenzo, Nelson Palomino, los pueblo cocalero de la cuenca del río Ene, la lista es extensa y absurda. De haber sido yo congresista electo, hubiese juramentado por la Abeja Maya, los Cabelleros del Zodíaco, Juan Carlos Onetti y Gonta, que me enseñó mis primeras manualidades aunque nunca le escuché una sola palabra.

Me he sentado a ver televisión con el desinterés mordaz con que veo a una persona que es asaltada en la calle. Escuché las palabras del presidente entrante, que sonaban a profesora de Charlie Brown. La gente aplaudía y yo comía arroz con un bistec encebollado, mientras me preguntaba si sería esa quizá la última vez que vería carne en la mesa de mi casa. Afuera, por la ventana, escuchaba el ruido de las fiestas que, por este día 'especial', se han multiplicado en una de cada diez casas. La gente festeja, sin tener claro qué es, la independencia de nuestor querido país; festejan (no puedo decir que festejamos) con un país dividido, con una cultura dominante que está cada vez más ajena a cualquier vecino de San Juan de Lurigancho, o de alguna otra zona pobre de Lima o de otra parte del país.

¿Quién gobierna? ¿Para quién gobierna? Las dudas en los corazones de muchos peruanos se juntan hoy y gritan todas al mismo tiempo, es por eso que nadie escucha al otro, por donde uno pueda pasar, hay un altoparlante que vomita furiosamente ruidosos huaynos, marineras o cumbias de gente que (ya son las seis de la tarde) a duras penas puede mantenerse en pie. ¿Cuántos países hay dentro de este? Si pudiera preguntarle a alguien que vive en el caserío más alejado de Loreto qué me diría si le preguntara qué cosa considera su patria. Preguntémosle a alguien que ha emigrado hacia la capital, que ha hecho ese viaje símbolo del lastre de nuestra cultura, del centralismo asfixiante, ¿Qué sería para él patria?

¿Qué será patria para la mayoría que padece las podredumbres de nuestra sistema educacional y de nuestra pluricultura mortalmente alienada por tantas cosas superfluas de una cultura lastre en el mundo? Todo es conjunto de personas de distintos orígenes y de opuestos intereses intentan (sin luz, sin guía, sin Virgilio, a tientas y a ciegas) llevar un país que no conocen para un sólo camino.

Para un inmigrante como yo, que salió de su pequeño pueblo (origen de todo su alma aún partida) para ver el mundo desde la perspectiva de la capital, la patria se ha reducido a alguno escasos recuerdos de mi niñez y de mi adolescencia, a mí mismo y a nadie más. Ya ni siquiera mi barrio, del cual, en ningún momento, yo pude formar parte. Para mí, mi patria se reduce a mí mismo, sin instituciones y bajo mi dictadura sobre nadie más que yo. El espacio que me pueda rodear es sin duda un elemento importante, pero secundario. Quizá las ganas de viajar que siempre he tenido me hagan ver las cosas de diferente forma. Esto que algunos aún llaman Perú, mi terruño escaso, patria querida mía, Paramonga, la mínima expresion de mi Perú roído, víctima de todos mis pensamientos, de todo mi amor y de todo mi odio.

He nacido desarraigado, de un país, de una familia, de un grupo social. Para una persona como yo, no hay patria que me defina, patria es mi espacio, es Sudamérica quizá, quizá solo el cuarto donde está esta computadora donde escribo.

domingo, 23 de julio de 2006

Disculpen el atrevimiento

¿Por qué este día, particularmente frío, con el cielo gris que deja traslucir algún extraviado rayo de sol, me siento inconsolablemente solo? Todo se ha cerrado, como en una pesadilla que se parece a una película expresionista alemana, con filosas puntas, carcajadas de dientes triangulares, fantasmas que me atraviesan. ¿Estaré perdiendo la razón? ¿Acaso es una soledad inventada, falsa, pretenciosa y superflua? Sé que me tengo que labrar las cosas yo mismo. Ahora soy más consciente de eso, sin embargo, cuando veo a mi alrededor, no veo a nadie que haga eco de algún grito mío.

Soy un narcisista, un nihilista, un paria, una anomia. Pero esta desesperanza no la puedo maquillar con nada. Se sale en el peor de los momentos, es como un demonio que me sopla cosas al oído, que me dice que estoy solo, que nada ni nadie tiene fe en mí, que estoy yendo al fracaso, que lo tuyo es el Derecho, que eso has estudiado, que lo debes acabar, que es para lo que naciste. ¡Patrañas! No soy un narcisista, es sólo que quedé sentido de tanto caerme y golpearme y me he vuelto así, una amalgama de tristeza y carcajada empozada: un exagerado ejemplar de quien no sabe a dónde pertenece. Un vergonzoso residuo de post-adolescente.

No estoy solo, no estoy libre: estoy condenado a ser Christian Ávalos (sea esto lo que fuere) y caminar en un camino de una sola vía.

domingo, 16 de julio de 2006

Richard quiere un viaje a Londres.

Richard Bringas es un amigo mío que es muy distraído. Además, siempre tiene una excusa inverosímil para cuando llega tarde a las reuniones que hemos tenido con el grupo. Casi siempre (siempre) llegaba tarde.

No conocí a Richard en la mejor de las circunstancias. Venía de decirle cosas un poco “desmotivantes” a otro amigo común, cosas que a mí, como amigo, no me gustaría que me digan jamás. Y luego, invitó a mi grupo de amigos (que eran los amigos de él) a una pollada pro-fondos. El pollo nunca llegó, dicen que llegó tarde. Como Richard que llegó luego de hora y media de retraso con la hora que nos había dicho. Ahí, con hambre y furioso de que me hayan hecho caminar por las indómitas calles de Carmen de la Legua, conocí en persona a Richard Bringas: el señor del camaroneo, de las evasivas y del clásico performance de “me tengo que ir dentro de un ratito”.

Lo conocí desempleado y cuestionándose todas las cosas que había hecho en su vida, estudiando inglés en un prestigioso instituto limeño. Era siempre el que en las reuniones reflejaba sobre los otros sus propios temores, como si quisiera decirnos las cosas que él mismo no era capaz de decirse, porque algo le impulsaba a hacerlo de esa forma. Algunas veces (muchas veces) he llegado a desesperarme con él, a querer agarrarme a trompadas con él. Y mientras todo se hacía más difícil en su situación, con el dinero que siempre decía que le escaseaba, insistía en seguir estudiando inglés. Le insistíamos en decirle que lo dejara, porque siempre se quejaba de que no tenía para cuando nos reuníamos.

Sin embargo, gracias a seguir con sus estudios en ese prestigioso instituto, Richard está a pocas horas de aterrizar en Londres (a las 3 de la tarde hora de allá). Pese a todo lo negativo que él aparentaba ser, nunca se perdió la fe y nos mantuvo engañados a todos, al menos a mí sí. Quizá, simular ser tan negativo era su cábala para conseguir su meta de irse a Inglaterra. Qué bueno que ya lo haya conseguido. Cuando nos dijo en noviembre del año pasado que había pasado a las semifinales del concurso de la beca que lo iba llevar luego a Londres, me alegré por él, pero él parecía desanimado, como derrotado antes de tiempo. Curiosamente, el día de su cumpleaños se enteró que había sido seleccionado como finalista en el concurso. La celebración ese día fue doble. Pero otra oleada de negativismo de él enfriaron las cosas los días siguientes. Es por eso que cuando un día llamé a su casa (un día después de que se anunciara al ganador de la beca), no pude evitar pegar un salto de la felicidad desbordante cuando un hermano de Richard me dijo que se había el viaje a Londres.

Ahora, Richard está a menos ocho horas de llegar. Me ha dejado su pelota de básquet para jugar con los muchachos en su ausencia (así como lo solíamos hacer con él cuando todavía estaba aquí). Intentaré aprender su lección, de no perder jamás la fe. De no perderla jamás.

Dejadez, dejadez, dejadez

He descuidado mucho esta página. La he tenido injustificadamente abandonada, como si no importara, como si fuera un pasatiempo insulso e innecesario. Espero que ahora pueda administrar mejor mi tiempo y dejar por lo menos todos los meses escribir.