lunes, 27 de agosto de 2007

Desde la Rue Azángaro: Cuando no caen los edificios

Lo que vino después

Tengo la curiosa suerte de trabajar sin madres. A excepto de una, que en un ataque de nervios salió despedida a la calle para ir a ver a sus hijos. Me imaginé lo mucho que había estado sufriendo mientras la atajábamos y evitábamos que saliera despedida a la calle en pleno movimiento. Podría incluso hasta pasarle un carro encima y sus hijos ya no tendrían quién se preocupara por ellos. Sin embargo, se escapó y yo salí tras ella para evitar que se pegara un golpe en las tinieblas que habían en el primer piso del edificio.

Afuera, hacía mucho que el borracho malagüero se había ido. La gente, en pánico estaba en medio de la calle e impedía el tránsito libre de los carros que por ahí querían cruzar. Algunas librerías sufrieron los desplomamientos de sus estantes y estaban limpiando y recogiendo los libros. Mucha gente tenía el miedo dibujado en el rostro. Volví a subir por mis cosas a la oficina. Allá arriba las cosas no eran muy distintas. Salimos todos para nuestras casas.

En sus ojos... impotencia

Cuando pude salir de ahí, con mi diccionario tamaño ladrillo Rex a cuestas, el panorama había empeorado. La alegre Azángaro casi no se había visto afectada, sin embargo, la gente seguí copando la pista y pasaban pocos carros. Los tramitadores –algunos, no todos– habían vuelto a sus labores. Intenté llamar a mi casa, otra vez, pero no había señal ni en teléfonos públicos, ni en celulares ni en locutorios. La capital era un caos. El Palacio de Justicia se veía más tétrico que de costumbre. La gente corría de un lado a otro lo que me dio la sensación de estar en medio de un saquo generalizado. "Deberían saquear ese palacio de mierda", pensé. Volví a intentar llamar a mi casa pero no lo conseguí. Ya me había empezado a preocupar.

Seguí caminando como pude, aún sentía un ligero temblor en las piernas. M primera preocupación era llegar a mi casa y ver a mi familia, claro, era la evideten preocupación de todos los que andábamos dando vueltas por el centro incomunicados y asustados. Como un compañero del trabajo, que encontré parado en la nada, mirando hacia cualquier punto muerto de su imaginación. Me acerqué a él, más que por solidaridad, por la necesidad de tener que decirle algo a alguien, pero él fue el primero que habló.

–Necesito llegar a mi casa, necesito un taxi.

Y yo necesito vivir fuera de ese barrio de mierda donde vivo, en donde sea, menos en ese lugar, pero no le dije nada. Algunos de las fotocopiadoras del centro aún no cerraban, y parecía que no lo iban a hacer. ¿Acaso esperaban que alguien en esos momentos le preocupara sacar copia a algún libro o a algún documento?

–Ven, te acompaño –le dije pensando en cualquier cosa.

Rodeamos el Paseo de los Héroes y no tuvimos suerte. Le propuse ir hasta la Plaza San Martín donde siempre había taxis, pero antes de que llegáramos ya habíamos conseguido taxi para él. Ates de subir, le pregunté al taxista si me podía llevar luego a mí, y di mi dirección. "No chino, no voy por ahí". Embarqué al compañero que esbozó una disculpa, supongo que se habría sentido mal de dejarme en el caos del centro. "Está todo bien", le mentí, "ya conseguiré yo otro taxi". Que por cierto, no conseguí en la Plaza San Martín, tampoco en el Metro de jirón Cusco, donde todo parecía andar normal. Y donde encontré unos taxis vacíos que parecía abandonados por sus conductores.

Regresé al Jirón de la Unión; los bocinazos se escuchaban de todos lados. Pasó una ambulancia que me dejó más nervioso. Me acerqué a un grupo de personas que veía la tele y escuchaban los primeros informes de los muertos en el sur: 17 víctimas y parece que la cifra aumentaría. ¡Vaya forma que tuvo de aumentar!

Caminando con un diccionario REX

Cuando llegué a Chabuca Granda, luego de sortear otros atolladeros más, sabía que ya podría tomar carro alguno. El puente Trujillo estaba atorado y el embotellamiento se prolongaba hasta casi llegar al puente Huánuco. La última vez que había caminado desde el centro hasta mi casa fue cuando me había quedado sin dinero y estaba estudiando en la universidad. Aquella vez no se comparaba a esta. Primero, por el diccionario y luego por la gente volcada sobre las pistas, que caminaban hacia San Juan a falta de movilidad. Así que la ruta que hice no la hice del todo solo.

Y al llegar, en casa todos estaban completos. La familia en Paramonga también estaba bien y en Trujillo ni qué decir. Para nosotros (incluso para mí, que padezco la rajadura de mi habitación), el terremoto no fue más que un gran susto.

Sin embargo...

Las noticias que vinieron del sur no eran alentadoras. Al día siguiente los diarios comentaban sobre la aparición de los primeros muertos que ya sumaban más de 120 personas, miles de damnificados y millones de soles en pérdidas. En su discurso, Alán se lanzó contra la empresas de comunicaciones, indignadísimo por el colapso de toda la red hasta muchas horas después de lo ocurrido. Camino a casa, a la altura de la Plaza de Acho, la gente se exponía a que cualquier ladrón –aun los menos diestros– pudieran robarles los diminutos aparatos en un santiamén.

En el extranjero quizás sobredimensionaron la noticia pues muchos creían que todo el país había quedado derruido por el desastre. Llamaron todos los familiares, y a parecer al mismo tiempo porque ninguna llamada entró. Cuando por fin se pudieron comunicar todos estaba amaneciendo el día viernes y los reportes de los periódicos, la magnitud de las pérdidas y los rostros de impotencia reflejados en las cámaras de los reporteros hacen que uno se sienta tan minúsculo ante la furia de la naturaleza. Tan poca cosa ante la tierra cuando tiembla.

domingo, 26 de agosto de 2007

Desde la Rue Azángaro: cuando la tierra tiembla

Historias paganas

Charlatanería o no, yo presentía que algo andaba mal, ese 15 de agosto. Desde el haber salido casi atropellando a todos en casa, hasta llevarme mi enorme diccionario alemán-español. Mi presentimiento no iba más allá de un mala sensación, una mala vibra. No fue como lo pensó un borracho que llegó a Azángaro minutos después de que el sol se hundiera en las nubes cáusticas de Lima: no fue que todo el mundo estaba mal, que Satán dictaba nuestro diario quehacer, que todos moriríamos en el Apocalipsis y que tendríamos que arrepentirnos de nuestros pecados. Creo que eso se lo dirigía a los incontables abogados que se arrastraban por la calle favorita de la justicia, ahí donde como prostitutas danzan innumerables notarios ofreciendo sus servicios lascivos.

"¡Pecadores, arrepiéntanse!", decía; "¡Hipócritas!", acusaba; "¡El fin del mundo se acerca y ustedes serán los primeros a la izquierda del Altísimo!", alguien que tropezó con él lo tumbó y cayó sobre un montículo de basura, ahí donde fueron a parar las botellas rotas que hacía unos minutos el señor que nos aprovisionaba de agua había roto. Se levantó, nos señaló por última vez (quiero decir, señaló a los enternados y a los de-cuarenta-soles-el-carnet-de-medio) y se fue, doblando por Roosevelt hacia el Centro Cívico.

7.9
La tensión para mí llegó a su clímax cuando, por un motivo bastante tonto, una compañera y llegamos a dirigirnos la palabra casi gritando. Ahora ni siquiera recuerdo el motivo de tanta alharaca. Solo sé que me tuve que calmar, porque sabía que yo había empezado la estúpida trifulca. Me puse a contar pescaditos jetones en mi cabeza.

Volví a la hoja de corrección: un diccionario jurisprudencial. De hecho, la estaba pasando de lo más bien con él, no era una corrección tan difícil de hacer, pero empezó el movimiento. Para variar, estaba pegado a la puerta de salida. Cuando todos advirtieron el temblor nadie atinó a moverse.
Caímos en el error que pudo costarnos más que un susto: pensar que ya iba a pasar.

Luego de 200 segundos o la vez que los paganos pidieron perdón del Señor al ver la luz.

Un amigo, lejos de ahí, se abanicaba los huérfanos cuando el terremoto lo descubrió en el baño. Salió disparado contra la puerta de su casa y se paró en medio de la pista. Con las rodillas aún temblando le pidió las fuerzas a Dios para poder creer en Él, para tener la certeza de que ante él había un Dios que una vecina aclamaba feliz, como si el fin del mundo fuera la realidad que su iglesia predicaba y mientras ella gritaba lo feliz que era de la llegada de su Dios y del castigo que recibirían los paganos infieles. Mi amigo le creyó, y de nada de lo que su vecina dijo le quepó duda cuando vio el resplandor en el cielo que para algunos fue la tercera trompeta (eta, eta, eta) del Apocalipsis.

Otro amigo estaba afanando a la hermana del primero. Era profesor de academia y enseñaba en la Academia Quéteimporta. La tenía "contra las cuerdas" cuando el movimiento los hizo volver en sí. Bajaron apresurados del octavo piso de su local para llegar a las zonas de seguridad, pero ella tropezó con la manada despavorida de gente que salía sin orden alguno contra la nada, ciegos ante el corte de luz que perjudicó a algunas zonas de la ciudad, ella perdió el conocimiento y del bolsillo de uno de sus pantalones cayó una nota de amor del amigo profesor. Él también creyó que Dios debería existir para evitar que alguien llegara a esa nota antes que él.

En el umbral de mi oficina, otros paganos clamaban a Dios por ayuda. Yo opté por decirle. "Dios, sé que la cagué, espero que algún día me aceptes pagar china hasta el cielo. Saluda a mis abuelitos".

viernes, 24 de agosto de 2007

Desde la Rue Azángaro: El extraño sol de agosto

La previa

Para variar, aquel martes me acosté tarde, muy tarde. No en vano, sino porque tenía pendientes algunas cosas personales que tenía que resolver. Una de ella era seguir leyendo la novela de Daniel Alarcón. Y otra, como no podía ser de otra forma, mi tarea del alemán, que aún la tenía sin hacer. Nunca han sido suficientes cinco horas de sueño para mí. Incluso a veces menos si en el día hacía todo lo que pensaba hacer.

Así que, el miércoles para mí amaneció un poco más tarde de lo que debió. Problema número uno: el tráfico fatal a esa hora en mi paradero. Imposible soportarlo. A tomar taxi (otra vez). El centro de Lima andaba recargado de algo. Se sentía en el ambiente y no era broma. Se respiraba una extraña tensión que se reflejaba en cualquier rostro. Como si algo a mí me advirtiera que algo pasaría. No hice caso, estaba yo ocupado de mis muy personales tormentos.

El taxi (o yo) se distrajo y no me dejó donde debía. Sería muy ajetreado dar una vuelta a todo el destrozaso Paseo de los Héroes Navales. Bajé, requintando, ladrando como un perro antes de las nueve de la mañana. Sé que tengo un extraño humor casi siempre, pero a esa hora, ese estado de irritación era por demás inusual. Atribuí ese estado de alteración a mi estrés, a mi maldito estrés que me acompaña como cruz mordiéndome la nuca, desajustando mis omóplatos y jugando dominó con mis vértebras.

Subí al segundo piso, ahí donde quedaba Redacción. El via crucis empezaba. Oremos, hermanos.

Si pensé que había algo raro en el ambiente, las esporádicas bromas que con los buenos compañeros de trabajo nos dábamos, me hizo olvidar un poco del mal sabor que había tenido. El día pasó como uno más de esa martillante rutian que cualquier trabajador de oficina tiene, o sea, todo chévere. Sin embargo, llegado el mediodía, un inusual sol frío nos cubrió a todos. Un sol de los que se llama "serrano": solo brillo solar sin una pizca de tibieza. Extraño sol para ser invierno y para ser Lima. Pero es no me dio la sospecha de nada.

Poco a poco, como eso escapaba a lo usual de nuestra rutina, empezó a transtornar los humores y el temple de algunos en la oficina. Un compañero se puso tan nervioso que trastabilló de su silla y casi cayó en el suelo. Por suerte casi nadie vio. El sol avanzaba y a las dos de la tarde entraba más luz que la de todos los días. Afuera la gente estaba tranquila, pero cuando al señor que siempre nos proveía de agua se le cayó toda una caja de gaseosa al suelo, sabía que algo extraño estaba pasando.

Para muchos este tipo de intuición es simplemente una charlatanería, inclusive yo, cuando escuchaba este tipo de cosas, me mantenía al margen de eso. Todo eso que había pasado quizás solamente era producto de mi imaginación: la tensión de la gente, los signos externos de que algo raro iba a pasar, tal vez y simplemente yo estaba exagerando.

martes, 14 de agosto de 2007

El lado oscuro

Sí pues, también tengo mi corazoncito. Hay canciones que a uno lo hacen sentir un trapo. Aquí presente cuatro de esas canciones. Cuatro, no más. Hay cuchillos cerca.


El círculo - Kevin Johansen



Eso de saber - Revolver



Caramelo - la Bersuit Vergarabat



Y por último, Paloma - Andrés Calamaro
(no tiene vídeo, pero lo importante es que escuchen la canción)

domingo, 12 de agosto de 2007

La gran chacota

Por alguna razón patriótica inexplicable he ido siempre al cine a ver las películas peruanas que se estrenaban. Lamentablemente, casi nunca he salido satisfecho de la sala, y otras veces ni siquiera me atrevía a pisarla, para evitar luego el mal sabor que suelen dejar las malas películas.

Al margen de que no haya visto algunos de los últimos estrenos (lo que me "obligará", contra mi voluntad, a ir a Polvos Azules a conseguírmelas), pensé que no debía pasar más tiempo sin ver La Gran Sangre. La noche previa a decidirme vi a Carlos "Machín" Alcántara en el programa de la "Chichi" Valenzuela hablando muy bien de la película, de los grandes efectos que tenía y del gran despliegue que se había hecho para filmarla. Caramba, esta película promete, pensé. Y al día siguiente fui sin dudar a la sala de cine más cercana a mi trabajo.

Con el debido respeto, pero la película que este viernes vi en el cine no es ni la tercera parte de lo que esperaba que fuera. Yo no sé con qué intención está hecha, no sé si pretendía ser una comedia, una película de acción o algún tipo de sketch de cómicos ambulantes. No soy ningún entendido en estas cosas de cine, sin embargo eso no me desacredita para dar mi opinión sobre las cosas que veo. Y lo que vi fue decepcionante. La historia, como ya se sabe es del trío de héroes justicieros que van a la caza de un narcotraficante mexicano que vino a vengar a su cachorro, muerto por La Gran Sangre. Hasta ahí, todo bien. Pero el abuso de la chacota, el mal trato de la tensión al narrar la historia, la falta de trabajo en la psicología de los personajes, los malos planos que tenía la película y el reemplazo de las escena que necesitaban de mayores efectos especiales por unos dibujos poco convincentes, además de los malos diálogos, hizo que esa película no fuera más que una aburrida decepción. Como entretenimiento, simplemente es un suplicio. La serie me gusta mucho, pero yo no voy al cine a ver un capítulo más de dos horas de duración. Yo no voy a ver cherris, no voy a ver chacotas vulgares, para eso la tele, no el cine. El cine no se mancha.

No estoy en contra de la producción nacional. Es más, cómo quisiera que se produzcan más películas y que haya más variedad de ellas en las salas comerciales, sin embargo, a uno le quitan las ganas de ir a ver las pocas que hay cuando se encuentra con bodrios como este en cartelera. Qué mal que desperdicien tanto talento como el de Pietro Sibille, que a mí me parece un buen actor, lo demostró en "Días de Santiago". Tampoco convencen mucho las demás actuaciones. Todo parecía una gran chacota de La Gran Sangre.

Qué pena. Ahora, ¿será mejor no tenerle tanta fe al próximo estreno nacional? Qué pena que la prensa nacional siga igual de miope y le diga tantas cosas buenas a Miyashiro y compañía, y no sea capaz de decir algo cierto: LA PELÍCULA ES MALA. No sirve (entiendan esto, por favor) decir "Bueno, pero es su primera película, hay que ver que los muchachos están haciendo mejores cosas, hay que equivocarse, el esfuerzo es lo que vale". No, no sirve. Alguien cuelgue en un medio web o publique una reseña en algún diario o en una revista que esa película es mala. No le revienten cohetes, no la agiganten injustamente. ¡Por favor, hasta cuándo no habrá buen cine! A veces, es bueno solamente ver Harry Potter (o Puerco Potter. Homero Simpson es la cagada).

Y mejor no digo nada del floro "ollantista" del Dragón.

Aquí el tráiler, esto y el openning son lo bueno de la película, pero eso no suficiente.

lunes, 6 de agosto de 2007

Ya son 25... Una autorreventada de "cuetes"

Señores: Reo Libre cumple el día de hoy 25 años de existencia, y no es que tenga muchas ganas de celebrarlo, pero a modo de "autohomenaje" quiere hacer un pequeño recuento de los acontecimientos más importantes de su vida año a año. O al menos de los más curiosos.

Aquí va entonces.

1982: echen paja

Evidentemente, nacer, qué otra cosa si no. El 6 de agosto, el último de cuatro hermanos. El último pujo, dijeron algunos. Que ni siquiera fue pujo. Mi mamá ya tenía más de nueve meses de gestación y yo aún no quería salir del vientre, de ahí viene mi afición por quedarme en cama durmiendo (o leyendo). El médico le dijo que yo ya tenía que dejarme de h... No, en verdad, el médico no le dijo eso, pero por poco. No estaba en posición y por eso a mi mamá le tuvieron que hacer una cesárea, así que abrieron a mamá como un melón para sacarme de mi letargo acuoso. Para mi mal.

1983: la primera fiesta

De esta fiesta... qué puedo recordar, no sean malos, cumplía recién uno. Pero de las fotos, puedo rescatar la imagen de Silvia, la chica que me cuidaba. Me tuvo impecable todo el tiempo. Pero claro, a mí nunca me gustó lo apolíneo, así que me entregué generoso a las manchas cumpleañeras. ¿Qué será de la vida de Silvia ahora? Ya debe tener unos 37 años.

1984: ay, madre, que me matas

Madre solo hay una, menos mal. En el viejo sofá de Paramonga estaba jugando yo, con algún juguete anónimo que torpemente dejé caer entre el parlante de madera del equipo y el sofa donde yo estaba. Como me estiré para sacarlo quedé suspendido de cabeza patas arriba. Mi madre y mi tía al verme fueron a mi auxilio, esto último es solo un decir. Mamá, en su desesperación, creyendo que me ayudaba, sacó el parlante... y fui a dar de cabeza al piso. Algunos atribuyen a ese golpe mi cara de lorna.

1985: y que sigan los dolores

Bueh, si mal no recuerdo, me quemé la pierna con el tubo de escape de la moto de mi papá. De mi grito si me acuerdo. Lo curioso es que todo que recuerdo, todo, me lleva a creer que fue en la pierna derecha. Sin embargo, la cicatriz está en izquierda. Misterios de la ciencia. Recuerdo también la reunión familiar en mi casa, por el matrimonio de mi tío Tito. Nunca vi tanta gente en la casa. Nunca antes había paseado tanto, con las primas y los pocos primos que tenía.

1986: el nido

Como a casa iban tres niños en primer grado de primaria (Beto, mi primo, Osbert, hijo de la chica que luego me cuidó y Gino, hijo de la señora Rosa, que cocianaba y limpiaba), pude ya leer perfectamente antes de cumplir lo 4 años. Así que en el nido era la estrella, casi el auxiliar, porque me leía todos los cuentos.

1987: primer lío con las monjas

Las monjas como siempre, nacieron muchas de ellas para joder. No me quisieron aceptar en su Inicial porque era muy chiquito. Aceptaban hasta los nacidos en junio de 1982. Maldita sea. Me rebelé y le dije a mi mamá que me quería ir a otro colegio. Creo que a la monja no le gustó que se lo dijera en su cara. ¿O sea que no tenía ninguna importancia que supiera leer? Ya chibolo, a tu Caperucita Roja nomás [Nota para los lectores: "Caperucita Roja" es el nombre de la escuela inicial del Estado en Paramonga].

La playa:

Y conocí el mar. Mamá dice que me llamó mucho la atención que la gente andara con poca ropa. Así que cuando me dijo que era para meterse al mar, yo le pedí que me sacara mi ropa para meterme. Dicen que casi no me alcanzan porque me iba corriendo hacia el gran Pacífico. Luego papá se encargó de enfermarme de susto al mar. Gracias, papá.

1988: ¿por qué todos están de negro?

Ya en Inicial, en el colegio de las monjas, en el mes de abril, mi madrina de bautizo fallece. El velorio fue en mi casa y era la primera vez que veía un muerto. Poco a poco fui aprendiendo lo que era la muerte

1989: ¿no les digo?

Mamá Ofelia, mi abuela, la única que conocí, pues los demás fallecieron antes de 1982, muere a los 74 años de edad. Ya estaba en primer grado de primaria.

1990: ¿Por qué, Diego?

Mi equipo favorito, Argentina, no llegó a campeonar en el mundial. Llora Diego, yo lloro con vos.

1991: esta enfermedad la padezco de hace tiempo

La chica que me gustaba desde Inicial, el ángel que alumbraba mis recreos (con mi lonchera de los Thundercats) volvió al colegio de monjas luego de un largo año de no verla en el segundo de primaria. Ay, mi corazón, cómo palpitaba por ella. Tenían que verla. Uno no podía estar indiferentes ante su belleza.

1992: mi primera comunión

Ruptura familiar, ambiente de tensión, terrorismo en Paramonga y mis hermanos no se hablaban. Así recibí el cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo en noviembre.

1993: el encuentro de mimos

Para ese entonces, ya me gustaba el teatro y soñaba con pertenecer al grupo de mi colegio. En los juegos florales de ese año llegamos a la final de mimos y mi contrincante fue Rafa. Perdí, el grupo de Rafa tuvo suerte. Ja, ja. No, fue mejor, lo admito. Rafa, ya anticlerical, mató a un cura de un ataque al corazón en su puesta en escena. Pero pasó la censura monástica. No sería la última vez que nos enfertaríamos a ella.

1994: Arte Joven, por fin

La primera actuación para el grupo del colegio. A ese grupo le debo haber dejado de ser un chuncho absoluto y pasar a ser uno relativo. Era la primera vez que me disfrazaba de león, y no sería la última. Eso y el viaje a Trujillo fueron las mejores cosas que pasaron, aunque a la tutora del sexto grado de primaria ya la detestaba por completo. Donde quieras que estés, Alicia, ya sabes cómo te odiaba.

1995: secundaria, más respeto, chibolo

Pasé orgullosamente al grupo de lornas del colegio, al grupo de los que siempre son señalados como "nerds". Este y el siguiente año fueron terribles. Sin embargo, como para compensar, el hielo que cubrió a la familia, se disolvió, como suelen disolverse este tipo de hielos: con el nacimiento de un niño. Este año nació Eduardo, la razón por la que los hermanos volvieron a hablarse. Claro que perdí la atención de todos en la casa, pero no importa.

1996: yo no fui

El año de las conversaciones interminables por teléfono. La cuenta del teléfono llegó a la frivolera cifra de 800 soles. Lo usual para un adolescente.

1997: abril 13

Una especial noche, un domingo, en mi casa, no fui a misa... y no me arrepiento.

1998: contigo en la playa

El romance veraniego más bonito del primer cuarto de siglo. Luego, el colegio se encargaría de borrar las huellas, ayudado por una mujer que me tuvo idiota desde 1995. Pero tampoco me olvido del 7 de noviembre, por si lees estas, líneas, querida.

1999: ¡Mierda!

Ese era el grito de batalla que el grupo de Arte Joven elevaba antes de salir a escena. Ese año, fueron los últimos mierdas que pronuncié. Y bueno, el viaje a Huaraz. De ese viaje, quisiera recordar poco.

2000: San Marcos

Lejos de toda la gente del cole, me enfrenté a la gran capital (ya lo conozco la capetal, añañañaña) e ingresé a Derecho. Hubiese tenido los huevos para meterme a Literatura. Alguien lapídeme. En esa facu...

2001: los muchachos

Como empecé a trabajar en la Biblioteca Central de San Marcos, conocí ahí a Edgar y Marlon. Grandes amigos, que pese a la separación de cuatro años, pudimos retomar la amistad que hasta ahora me brindan. Gracias por el vino, muchachos.

2002: Chile

Viaje a Valparaíso. Bonito, Valparaíso. Bonito Viña. Bonito yo, sin vos y con fiebre por el puto viaje. De solo recordarlo me duele la espalda. Nace Josecito.

2003: Argentina

Primer viaje a Argentina. Ahí empezó el idilio. Nace Liliana, terrible muchacha. Ya no me pegues, por favor.

2004: El principio del fin

Por mí, este año, el Derecho y la facultad de San Marcos pudieron haberse ido a la mierda para nunca más volver.

2005: Los muchachos regresan

Y la literatura también, para mi fortuna, o mi desgracia, no sé, pero a estas alturas, el Derecho ya se había ido a la mierda. Primer cumpleaños como solista. Perdí en el Concurso de Miraflores, sería la primera de las derrotas. Pero eso tampoco importa.

2006: Año feliz

Porque quiero y porque sí. Porque escribí, ahorré, hice el blog, escribí más, a veces peor, otras veces peor aún, y ya estaba con la mira en el Sur, aunque, me hubiese gustado llevarte. Otra vez, porque quiero y porque sí.

2007: Volví sin ningún rasguño

Me fui y volví de mi viaje "cheguevarístico invertido" hacia Chile, Bolivia y Argentina, con todos los dolores y mi maletota, conocí a Puig, Bolaño, redescubrí Balzac y Miller, Vargas Llosa, Flaubert y Bryce. En verdad volví rasguñadísimo, con mucho rock, con muchos temas para escribir, a una nueva chamba y al Derecho, otra vez. Por eso, no es bueno pronunciar la palabra "nunca".

Feliz cumpleaños, Reo Libre.

No hay fotos, así que estamos piñas.