domingo, 11 de noviembre de 2007

Maldita necesidad de soñar


Sí, te hablo a ti, que te has colado en mi vida por la ventana, que has entrado por el patio de atrás sin que me diera cuenta. Te tengo muy bien vigilada así que no hagas ningún movimiento en falso. No sé cómo pudiste sortear el alambrado de púas envenenadas que puse ahí. No sé ni siquiera cómo antes cruzaste la fosa de caimanes con que he rodeado el lado más hirsuto de mí mismo. Pero a veces pienso, que es demasiado fácil pasar todas esas fronteras... tal vez.
Tal vez, porque mi imaginación no es tan poderosa como yo quisiera, o quizás porque tu imaginación es mucho más fuerte, lo que en verdad no es problema; el problema sería que yo me quedase colgando por el lado más flaco de todo esto, lo que es usual que pase, maldita sea.

Estás en medio del patio y los perros esperan mis órdenes, dispararán a matar. Pero ¿de dónde sacaste esa legión de duendes que vienen a cubrirte? Han rodeado la casa. Los perros disparan, pero es demasiado tarde. Los duendes los reducen. Vas a seguir avanzando hacia la puerta de la cocina; amenazas con preparar esos alfajores tan ricos que haces, y ya no tengo más defensas, no tengo más nada que me defienda, salvo uno que otro prejuicio que salte, pues no me queda de otra. Soltaré los prejuicios uno por uno a ver cómo hacen retroceder a tus fuerzas y salen de una vez por todas del patio trasero de mi casa.

No voy a mostrar debilidad en estos momentos. No ahora, ¿acaso no he aprendido nada en estos degenerativos 25 años? No, nada. Soy una nulidad sobre el papel y sobre el campo de batalla. Prueba de ello es que ya estás en la cocina haciendo un cake. El maestro Chubaquita te ve y huye; los perros, antes fieras rabiosas y asesinas con collares de púas, son ahora tiernecitos cachorros de papel higiénico Scott. Chubaquita huye, mono maldito, cada vez que hay problemas el primero que escapa (o como se dice en San Narcos, cuando se hunde el barco, las primeras que saltan son las ratas, o sea, toda la facultad de Derecho, t-o-d-a).

El cake huele muy bien, algo me sobrecoge, los perros me lamen las manos esperando una muestra de cariño. Hay duendes por todos lados. Algunos hablan en irlandés, hay uno inglés más allá, los mira con recelo. Hay uno que plastifica libros en editoriales jurídicas, hay dos más que, desde Argentina, vinieron esgrimiendo guitarra y bajo, tienen cara de estar pasados. Una pequeña palomita de papel vuela en medio de la cocina, se posa sobre mis manos y se despliega. Es un papel donde dice que me sonríes.

Pero tengo que despertar, tengo que entender que no puedo seguir soñando. Advertencia: esto ya ha pasado, maldito soñador. Cuatro duendes vestidos de gatos cantan:





If you rescue me
I'll be your friend for ever
Let me in your bed
and keep you warm in winter
Los perros sorprendentemente se han puesto a bailar alrededor de ellos. Aterriza otro papel que dice, muy románticamente, "Derecho Administrativo 4".

Christian, tú lo vas a hacer. Vuelvo a la realidad. pero esa cancioncilla sigue dando vueltas en mi cabeza. Me siento como el niño Ralph de los Looney Toons (Toons, como los dibujos, no Tunes, como los subnormales reguetoneros). Sobre mi mesa un pedazo de cake, y asocio ideas: un par de fonemas más a la derecha. Listo, otra vez (gracias, metonimia): ahí va mi imbecilidad galopante. Cuidado con eso, Christian. Ya pasó una vez, puede pasar todas las veces que quieras. No te lo permitas.

Los gatos siguen cantando. Un perrito Scott tocaba ahora el contrabajo.


Nada de dones por este año

A diferencia del pasado mes de octubre (de 2006), este año no hubo don Giovanni, ni Don Omar, ni mucho mi queridísimo don Vito Corleone (claro, mucho menos, Don Gato y su pandilla, pero me estoy alejando mucho del relato). Este año Mozart otra vez, este año Die Zauberflöte.

El Segura lucía lleno, hasta la cazuela, donde estuve, estaba repleta. Sí, cazuela, ahí donde las arañas tienen sus palcos y donde las ratas cultas del antiguo teatro se congregan a recordar tiempos mejores de la lírica peruana. Una de ellas, indignada, mientras sostenía su monóculo (que no tiene nada que ver con monos potones), reclamaba por el mal estado de algunas de las butacas y por la doble numeración que originó malestar en algunas de las butacas.

Coincidiré con mucha gente en afirmar que lo mejor de la noche (faltaba más), fue la Reina de la Noche, cuyas preciosas arias fueron muy aplaudidas. Difícil interpretación, Mozart escogió para este papel una de las notas más agudas del registro de las sopranos. Lamentablemente, quienes no estuvieron a la altura fueron los protagonistas, Pamina y Tamino, los que, teóricamente, debieron representar el triunfo del más puro amor sobre las cosas terrenales (y todo mezclado con una fuerte tendencia masónica), no "elevaron" mi alma más allá del nivel de la cazuela, ahí donde había una familia de roedores muy culta que me hablaba en alemán.

En fin, lo mejor: Papageno, y Papagena, su encuentro, emotivo y tierno, lo mejor de toda la noche, donde la orquesta en verdad estuvo bastante tibia. Espero que para el próximo año se monten el Fidelio de Beethoven, o alguna otra del maestro Mozart... ¡Muerte de Donizetti! jejeje.