domingo, 21 de octubre de 2007

Chubaquita returns


El maestro Chubaquita ha vuelto a las andadas. Nos ofrece ahora su segunda parte de la historia en el sismo y el chistocuento El Regreso.

Larga vida a Chubaquita.

El Censo


Espero que no quede registrado en la ficha que Christian Alberto Felipe Ávalos Sánchez, de 25 años, y corrector de estilo de profesión, que fue censado por una hermosa chica de aproximadamente 19 años, recibió en sus pantuflas de Homero Simpson.

Sí, admito ese pecado, y admito este otro: tengo los pies helados. Sí, así es. Desde que amanece hasta que me vuelvo a meter a la cama, e incluso dentro de ella. Padezco de ese común mal, y no sé cómo luchar contra él. La mayoría de los amigos me dice que me consiga una chica, que es muy probable que así siempre estará caliente la cama, pero creo que eso no será posible, al menos mientras viva con mis padres (¡Independencia cultural!). Y claro, cuando tenga un mejor trabajo.

Resumiendo: Tengo 25 años, vivo con mis padres y no tengo una chica que duerma conmigo todas las noches para que me caliente los pies. Alguien présteme un arma. Por suerte eso no saldrá en el censo.

C'est comme ça

Parte de los créditos de mi crimen del día de ayer: una de las canciones que han entrado con fuerza al soundtrack de mi vida es esta canción del dúo francés Les Rita Mitsouko, canción del mismo año que otras tantas excelentes canciones: 1986. Esta canción la escuché en la graciosa huida.

Este video es de puta madre. Nótese la presencia del Maestro Chubaquita, y pensar que él nunca nos mencionó este episodio de su vida.

Con ustedes... "C'est comme ça" de Les Rita Mitsouko.



Letras criminales


Tarde del sábado. Leo el listín cinematográfico sentado en la misma silla donde estuve las últimas seis horas corrigiendo, bostezando, pensando en un mundo mejor. La secretaria se me acerca y me pregunta si ya me voy. Me está botando, pensé, y le dije que sí, que en unos minutos ya me iba. Como todo lo que quise ver de la cartelera ya lo había visto, cerré el periódico con decepción. Apagué las luces, firmé mi salida y me hundí en las calles de Breña.

Este es un buen momento para compartirlo con alguien, pensé –otra vez pensando– mientras recordaba que no tenía con quién compartir momento alguno. Encendí el mp4 y caminé hacia la Plaza de la Bandera, computándome Dolores O'Ryan, pues estaba escuchando "My imagination" de Cranberries.
Cuando ya iba doblando hacia la avenida Sucre, Kula Shaker me dio una idea: atrapar el sol en Plaza San Miguel, y de paso oler la dulce rosa (the sweet sweet rose). El sol brillaba, y daba algo de calor; muchos ya alucían prendas cortas mientras yo caminaba por la avenida Sucre y veía árboles grises desperezándose, flores sonriendo tristemente y más gente como hormigas desordenadas yendo en cualquier dirección. "El fantasma" de Árbol. Qué hermoso tema.

Seguí caminando por la avenida La Mar (ya con Calamaro, Páez y Les Rita Mitsouko) hasta que la Universitaria me hizo el pare. Plaza San Miguel a dos cuadras. Ese día me había salido de casa sin desayunar, aún no había almorzado y eran más de las tres de la tarde. ¿Era natural que sintiera algo de hambre, no? Entré a una cafetería "gelateria" de la Plaza. Llevaba conmigo Los detectives salvajes, aún no terminaba de leerla. Me senté y puse la música a todo volumen. El local estaba medio lleno, menos mal me tocó una buena mesa en donde esperé a que me atendieran. Una señorita se me acercó a entregarme la carta y agradecí al Cielo de no estar acompañado. Tranquilidad, joven padawan, me dije a mí mismo, esto no es más que el precio de la tranquilidad en Plaza San Miguel, lejos del bullicio de la gente en las calles, los cláxones, los cobradores de combi y las canciones taradas del Coney Park.

Pedí un jugo que costaba lo que en cualquier mercado costarían tres de esos jugos. No importa. Podía leer a Bolaño tranquilo.

Pasaron las horas y le daba un sorbito al jugo cada vez que doblaba una página. Como vi que el jugo avanzaba muy rápido empecé a darle un sorbito más pequeño cada seis páginas. El sol se fue, mucha gente también. Una familia de gorditos que casi termina con el arsenal de la cafetería también se fue. Para que pasaran nos levantamos como cuatro mesas. No se preocupe, señora, mi pie se va a recuperar. Más allá, una pareja que sehabía reconciliado también se fue, muy probablemente a un mejor lugar, unos amigos que no se encontraban desde hace años también, ellas aún muy bien conservadas y ellos, bueno... ellos no. Se acabó el jugo y se llevaron el vaso. Pedí la cuenta.

Llegué a ese incómodo instante en el que mi presencia dentro de la "gelateria" nada la justificaba. Esperé la cuenta pero todos los mozos andaban de una lado para otro atendiendo a las mesas, que a lo largo de las tres horas que estuve "bebiendo" ese jugo habían cambiado muchas veces de comensales. en la mesa de los gorditos ahora había un enternado incómodo con una mujer que iba con su hija. Hasta mi mesa llegó la palabra "reconocer", y preferí volver a encender el mp4, no quería enterarme de esos problemas ahora.

Dos años atrás había ido ahí con una amiga el día de mi cumpleaños. Tomamos unos helados y esperamos casi quince minutos a que nos trajeran la cuenta, por lo que nos levantamos y ella dijo que mejor nos fuéramos sin pagar. Me pareció una buena idea, pero ella solo bromeaba. Como ella invitaba, a mí me daba igual.

Pero esta vez estaba solo, era mi jugo surtido el que tenía que pagar pero la cuenta no llegaba a mi mesa. Dejé a un lado a Bolaño, pensé que podría hacer eso que hacía más de dos años no había hecho, pero me entraron los escrúpulos y me fui al baño. Estaba ocupado. La señorita que me atendió y que luego se llevó el vaso y que supuestamente me tenía que dar la cuenta me vio en otra mesa y me preguntó:

–¿Ya lo atendieron, señor? ¿Quiere que le traiga la carta?

Le sonreí y le dije que no importaba, que muchas gracias, que solo esperaba el baño para irme.

–Como diga, señor

Amiga, detesto que me digan señor, mi nombre es Christian, pero es un nombre muy idiota, de alguien que siempre es buena gente. Ahora me llamaré Beto, como es mi segundo nombre, que suena más malo, más villano.

El tipo que trataba de enamorar a su amiga de la mesa detrás de la mía salía del baño, el cual dejó oliendo a facultad de Derecho de San Marcos, o sea, a pura mierda. Ha de estar nervioso, pensé, quizás la flaca no le está atracando. Por suerte, había Glade y eché mucho, hasta casi marearme. Me lavé la cara y frente a la espejo vi un pendejo que me miraba. Que está mal lo que quieres hacer. No está mal, pensé. Esperé más de diez minutos a que me trajeran la cuenta. ¿Sería posible que estuviera mal? Bolaño, a lo largo de sus páginas me enseñó que nada estaría mal, que todo al menos serviría para escribir unas cuantas páginas que valgan la pena. Quizás no sean estas. Esto es solo un blog.

Sí soy capaz, como quizás sea capaz de peores cosas, o de cosas más osadas como robar libros de algunas librerías, porque robar un libro será un delito (una falta me dirá algún maldito penalista, "en puridad"), pero no un pecado. ¿Y robar un jugo? Me amparo en las obras de misericordia corporales: "Dar de beber al sediento". Yo tenía sed, ellos me dieron de beber. Además el casi nulo consumo de mi mesa no los llevará ni a la riqueza ni a la pobreza. Me amparo también de toda la plata que he derrochado en esa Plaza inútilmente. Justicia poética, pensé.

Salí del baño, me dirigí a la puerta. El guachimán me dijo: Gracias, regrese pronto. Cómo no, le dije, y salí a la avenida Universitaria.

domingo, 14 de octubre de 2007

El mar, los placeres del mar


No tengo ganas de irme a casa. Tengo la cabeza vacía, rebotando entre tantas cosas que han pasado a lo largo de la semana laboral. Es uno de esos momentos que uno está en un limbo existencial, cuando tampoco las manos producen, cuando a veces a uno se le anotja hacer algo más que leer, algo que no sea de todos los días, algo que marque la diferencia de este sábado con muchos otros. Así que creí que sería buena idea si me iba para el Callao.


¿Cuál sería la ruta de escape más recomendable? La única pues: desde Tingo María tomé una combi que bajó por toda la avenida Colonial. En el camino iba pensando que no era tan cercac omo yo creía, pues la combi se tomó sus buenos 35 minutos en llegar hasta Chucuito, tiempo que me sirvió para leer un poco, conversar con M., que fue conmigo al puerto y a reírnos de muchas cosas que solemos compartir dos personas bastante rayadas y hastiadas de la sabatina rutina laboral.

Esto no parece el Callao, pensé, está demasiado tranquilo. Unos minutos de caminata me hicieron recordar la última vez que estuve por ahí con los muchachos, tratando (también) de despercudirnos un poco del día a día. De eso ya habían pasado dos años, pero la plaza Grau estaba idéntica (Grau ahora sí tenía los arreglos florales que hace cinco años no tuvo por su día).

Acercamos hacia el muelle y ¡claro! había lanchas a motor que te ofrecían dar una vuelta por cinco lucrecias. Así que aprovechamos y trepamos en una. Las imágenes que muestro son de ese viaje. Un viaje que si ustedes pueden hacer, les aseguro que podrán disfrutar. Sobre todo si luego, ya alejado por unas millas de la orilla, apagan el motor de la lancha para disfrutar de la inmensidad del mar, sus sonidos, su silencio y el graznido lejano de las aves.
Luego, claro, nos fuimos a la Cebichería Mateo, cherry aparte.

lunes, 8 de octubre de 2007

Bueno... octubre otra vez


Me desperezo. Abro los ojos y sé que ya es lunes, pero como es feriado, tendría que quedarme un rato más en cama, pero no. Hay que desayunar. Así que me rasco, y descubro un bulto extraño que sale de mi cuello. Luego respiro aliviado: era mi cabeza. En el baño saco la lengua y me doy cuenta de que es roja y húmeda, muy peligrosa también, así que prefiero no verla más. Me evito así un disgusto inútil. Me baño, sí, me baño, y lo disfruto. Sigo el día con la parquedad que me ha caracterizado todo este invierno. Por un lado, no madrugar para ir al Goethe es algo bueno, pero es un día más sin salir de casa.

Llegó octubre, maldición, eso ya se sabe desde hace ocho días. Es el segundo mes más detestado luego de febrero. Y eso ya lo he explicado antes: la procesión. Si en verdad la procesión debería ir por dentro, entonces, que eso hagan todos los miembros de la Hermandad del Señor de los Milagros y demás feligreses. Sí, sí, ya sé: la tradición. Pero ¿sería mucho pedir que las procesiones sean solamente los domingos? Creo que no sería mucho pedir. Pero claro, como solo eso afecta a los distritos marginales como San Juan de Lurigancho y el Rímac, y de ellos, solo a los que tenemos que salir muy temprano a trabajar (o a estudiar) a nadie le importa de verdad... Las fechas deben respetarse.

No tengo nada en contra de este rito. Nada verdaderamente en contra, pero, ya pues, hay personas que trabajamos o tenemos que salir temprano y tener que toparse con la avenida Tacna cerrada y con todo el centro convulsionado desde muy temprano es algo fatal para el humor del resto del día. Pero es el clamor del pueblo, y la voz del pueblo es la voz de Dios. Pienso entonces en lo muy mal que me cae la voz humana, y en que la voz de Dios, al menos eso creo, me parece que es algo mucho más dulce, algo que solo los músicos pueden leer de los propios labios del Altísimo.

Ahora saldré a comer con mi mamá. Solo me dedicaré a disfrutar el feriado. Quizás me vuelva a preguntar por qué no fui a misa. Por cierto, ella no va a procesiones.

domingo, 7 de octubre de 2007

Lector en coma (Radio Ciudad Perdida)


Hace unas semanas que terminé de leer la novela Radio Ciudad Perdida, de Daniel Alarcón. Lo hice con la expectativa de las buenas críticas que había recibido y auspiciado por mis amigos que habían empezado a conocer a este autor con su libro de cuentos Guerra a la luz de las velas. Empecé el libro con algo más que curiosidad. Y gracias a esa curiosidad pude sostener la lectura por todo el tiempo que esta me tomó.

La historia se centra en el periodo de violencia de un país sudamericano anónimo que, luego de acabado este conflicto, choca con la cruda realidad de un terrible saldo de familias divididas, gentes desaparecidas, y una terrible desolación, un escenario que podría muy bien recordar al Perú natal de Alarcón, o, sin salir mucho del contexto, Argentina Colombia o Chile. Esta "guerra civil", que desoló este país sin nombre (al que las autoridades han decidido quitarle sus topónimos –recurso que utiliza Alarcón para sortear el obstáculo de darle nombres e identidad a este país supuestamente anónimo–), fue iniciada por el grupo sedicioso IL, que, a lo largo de sus casi 400 páginas de la novela, siembra de desolación a todos los personajes de la novela.

Es la historia de las víctimas de un conflicto de esta naturaleza. Es la historia de un pueblo azotado por la guerra y que ya ha olvidado cómo se vivía antes de que la violencia se alojara en el patio trasero de sus casas. Tales son los casos de Norma, Rey, Víctor y los demás personajes.

Norma, dueña de la única voz que es reconocida en cada rincón de este país sin nombre, recibe en la estación de su radio (en donde tenía el sintonizado programa Radio Ciudad Perdida) a un niño proveniente del pueblo 1797, pueblo al que su esposo, Rey, viajó diez años atrás y del que desde entonces no tiene noticias. Paradójicamente, el programa de Norma se hizo conocido justamente por ser el puente de enlace, la tabla de salvación de muchas familias que habían quedado divididas por el terror.

Alarcón nos narra con un estilo muy prolijo el via crucis personal de cada uno de ellos. De cómo cada uno vive esta pesadilla, y sin dejar de llevar el buen ritmo que tiene la novela, va mostrando las heridas que cada uno de estos personajes va exhibiendo a lo largo de ella. Princialmente Norma, que es la que intercede entre los que aún viven y los desaparecidos, cumpliendo ella un papel clave en esta historia a pesar de que ella carga en su pecho el dolor del esposo desaparecido, y que regresa en la forma de un niño de 11 años. Las historias de Norma y Rey resumen el hilo conductor que atraviesa esta novela. Por el lado de ella, en el suplicio de no saber de él, y en el caso de Rey, por haber sufrido en carne propia el kafkiano destino de los que se embarcan en proyectos utópicos destinados al fracaso, como una revolución violenta. Rey nunca termina de entender cuál es su papel en esa organización, lo que recuerda a Kafka y, por qué no, Ribeyro. en medio de esos laberinto Rey sucumbe, sin haber logrado las respuestas que buscaba.

Sin embargo, pese a los méritos de esta obra, la ausencia de algún asidero conocido y verosímil me sugirieron un ambiente artificial, como si todo se desarrollara en un estudio de televisión o como si fuera una foto aérea trucada, donde todo parece estar en un lugar donde precisamente no está. Este "problema" hizo que en muchas partes, la novela fuera para mí de muy difícil lectura. Aunque hubo partes muy bien logradas como la de Norma visitando la Media Luna, la cárcel a donde iban a parar los miembros de IL, estampa entre kafkiana y orwelliana que en verdad dolía.

sábado, 6 de octubre de 2007

Loco por ti


Cada vez me hago menos fanático de la televisión, que ahora ha pasado a ser, según esté mi humor, o el enemigo diario con el que tengo que luchar para no apagar mi cerebro del todo, o en el simple proyector de películas que suelo comprar en mis escapadas cinéfilo-consumistas a Polvos Azules, ay, el cine súperpirata.

Sin embargo, una de las pocas cosas que veo hasta ahora, y por las que podría detener mi día si fuera necesario, es la serie Mad About You (Loco por ti), creada en 1992 por Danny Jacobson y Paul Reiser. Otra de las cosas es Los Simpson, pero por ahora eso no interesa.

Cuando la vi por primera vez, en Estados Unidos estaba transmitiendo la penúltima temporada y el canal 5 transmitía las tres primeras temporadas. Pero, sin ningún tipo de explicación, un día que me quedé hasta las once de la noche a esperar que empezara la segunda parte de un interesante episodio cuyo nombre no sé, esta jamás fue proyectada. Desapareció de la pantalla.

Tiempo después, cuando ya estaba en Lima y el cable de 85 canales apareció en mi vida, trayendo a ella Sony Entertainment Television, pude ver esta segunda parte, con una expectativa que me sorprendió que no haya disminuido pese a los tres años que habían pasado.

La historia pareciera que no es cosa del otro mundo: una pareja que ha decidido meterse en la locura del matrimonio y llevar su barca hasta las últimas consecuencias, pasando todas las hilarantes viscitudes que me mantenían despierto hasta pasada la medianoche, cuando en Sony a veces pasaban dos capítulos. Durante ocho años esa serie nos regaló en todas sus temporadas situaciones de locura, tiernas, románticas y hasta ridículas, es decir, con todos los ingredientes que acompañan a ese inexplicable estado del enamoramiento, pasando, claro está, por crisis y problemas que hicieron muy verosimil su historia.

Claro que esta serie no hubiese trascendido tanto de no haber contado con la genial actuación de Helen Hunt, y el perfecto modelo de mujer hermosa y neurótica que encarnó: Jamie Stemple Buchman, ganadora en más de una oportunidad del Globo de Oro por su actuación y muchas veces nominada, así como Paul Reiser (Paul Buchman), la víctima de los cambios de humor de Jamie.

Y cuál es la razón de este post sobre ellos... pues que hace poco encontré un DVD (sí, pirata) con una recopilación de 21 de los mejores episodios de las diferentes temporadas. Creo que esta selección no es completa, pues aún falta muchos capítulos que son tan buenos como los que ahí se compilan, sin embargo, en los materiales extras uno puede averiguar más sobre esta serie que no es, por ningún motivo, un típico sitcom fácilmente desterrable de la memoria.

No había muchos vídeos, puse solo dos, cortitos nomás.



y...

Mantilla y su cabeza de perro


Yo no conocí a Mantilla, pero si me hubiese topado con él, es muy probable que me hubiese quedando observándolo con la boca abierta. como un mocoso asustadizo y curioso que no puede apartar la mirada de aquello que lo aterra y por lo que no puede evitar sentir alguna fascinación... y también repudio, pero eso vino después.
Cuando escuché su historia (es decir, aquello que ahora me tiene aquí a medianoche contándotela), yo llevaba unos veinte años sin volver al pueblo. Mi hermano se estableció allá, cerca al mar, con una vista que antes hubiese parecido muy alentadora (una fábrica produciendo y produciendo productos cáusticos que le dieron de comer a toda su familia), y que ahora, solo es un cielo rojo, una fábrica oxidada que se hunde a orillas de un mar verde, oscuro y espeso. Sé que mi hermano debe estar viendo ahora por su ventana, con sus pulmones llenos de mercurio, con las uñas escamosas y recordando cuando corría por la playa entrenando básquetbol en el mismo equipo que Mantilla. Oh, sí, lo debe estar recordando porque luchaba con él el mismo puesto de pivote de la selección del colegio.
A todo esto, hasta ahora no me dices por qué preguntas tanto por Mantilla. La verdad que si no hubiese sido por eso su vida no tendría relevancia alguna para el mundo. Sí, ya sé que es duto escucharlo, pero alguien te tendría que decir la verdad. Hay muchos poetas más interesantes que él en un bar, en un puterío, o en un salón de clases. Y no es para que me mires de ese modo, te digo las cosas no como las pienso yo sólo. Desde ese entonces su poesía, me decía mi hermano, era mal vista, sobre todo porque se puso terco en escribir sobre muerte y necrofilia en un colegio de monjas. Puta... no jodas, pues. No es que sea un mojigato. Que la poesía se expanda y encuentre nuevo rumbos me tiene sin cuidado. Me llega, me da igual si se escribe sobre la bella silueta de una mujer o sobre la cabeza aplastada de un animal muerto sobre el asfalto. No me jodas. Pero jamás aprobaré eso que hizo.
Casi me olvido, ¿ves cómo me distraes? Mi hermano, en esos tiempos que se levantaban a las cinco de la mañana para recorrer los seis kilómetros de litoral que habiá en el pueblo. Por ese entonces la fábrica no paraba nunca y el mar no estaba tan contaminado. Al menos tenían la decencia de no botar sus desperdicios ahí, sino en algún tipo de pozo, no recuerdo bien. Sin embargo había una zona de la playa que literalmente olía a muerte. El entrenador evitaba siempre pasar por ahí, así que cuando estuvieron muy cerca ordenó a la muchachos detenerse, descansar, y luego seguir el recorrido en la dirección contraria.
Sin embargo estaban lo suficientemente cerca como para que se sintieran los pútridos vapores de los cuerpos descomponiéndose entre sales, gallinazos y algunos restos de soda cáustica. Dicen que Mantilla no pudo soportar la tentación de acercarse. Pese a las llamadas de atención del entrenador, él sorteó las resbalosas rocas de la orilla hasta llegar al lugar. Por el como quedó contemplándolo todos pensaron que se arrodillaría fascinado. Muchos ahí sintieron asco de él y siguieron con el trote, el mismo entrenador prefirió dejarlo ahí. Pero mi hermano no podría creer que alguien así pudiese existir y fue a buscarlo. Desde esta parte no recuerdo muchos detalles de lo que me contaron. Sé que mi hermano estuvo cerca y que puedo coger un par de piedras para espantar al perro que se abalanzó sobre Mantilla cuando este se le acercó creyéndolo muerto. Su grito de dolor hizo regresar al grupo que ya estaba muy lejos, lo que debe darte una idea de qué tan fuerte se escuchó su grito por todo el litoral. Mi hermanó lo ayudó a desprenderse del perro y se lo llevó casi a rastras. Cuando el entrenador llegó, se lo llevaron con urgencia al hospital.
Claro, hasta aquí parece que esa historia no tiene mucho de interesante, y no te culpo por pensarlo. Pero debiste haber estado ahí para ver lo que siguió. Ya no iba a la escuela y mucho menos a entrenar. A sus padres las habría importado poco, porque jamás asomaron por el colegio llevándolo o excusando sus inasistencias. Nunca más lo vieron por la escuela... las monjas debieron haberlo expulsado si es que acaso se enteraron lo que pasó.
¡Pues que no hay nada interesante, te lo dije, salvo eso! Su vida transcurrió en un ambiente muy oscuro y casi no asomaban la cabeza fuera de los entrenamientos. ¿Que cómo lo sé? ¡Ya te dije cómo lo sé, por mi hermano! Vienes aquí a preguntar por un ser repugnante y te enojas cuando te digo que en verdad es nada interesante y que más corrió la leyenda urbana de el poeta necrófilo que sacrificaba perros a la medianoche. Eso es una estúpida farsa. Nadie lo creyó capaz de esas cosas, quizás porque era muy cobarde.
Años después mi hermano se encontró con él mientras iba a visitar a su novia; lo encontró fumando un porrito debajo de la débil luz de un poste. Que qué se había hecho, que hace tiempo que te habías olvidado de los amigos, Perales, que date una vuelta por la casa, vamos, que te invito unos tragos, y por más que mi hermano quiso zafarse de su compañía, le resultó menos incómodo decirle que sí y aceptar su oferta que rechazarla.
El desorden de esa casa solo podía ser opacado por el hedor que impregnaba todo. Mi hermano intentó no poner una cara de asco y dejar que las náuseas le ganaran. Se sentaron donde pudieron, pero su incomodidad fue cada vez más grande. De la conversación, me contó muy poco, pero era inevitable que le preguntara por lo que le había pasado luego del incidente del perro. Así que él empezó a contarle que desapareció los días siguientes del planeta porque necesitaba escribir algo acerca de aquel perro y de su ataque, y le tuvo que soportar todas sus tonterías de poemas de perros que volvían de la muerte, del otro lado de la vida de los perros y del destino de los que eran mordidos por perros así. ¿Alguna vez te ha mordido un perro, Perales? Mi hermano le dijo que no. Entonces no sabes lo que es, a qué estamos destinados los que pasamos por esa experiencia fuera de lo común. Según le siguió diciendo, escribió desesperadamente todos esos días, en asquerosos "poemas" que le leía en voz alta. Cuando mi hermano ya se disculpaba para despedirse y largarse de ahí rápidamente, él lo atajo y le dijo si quería saber qué fue del perro que lo había mordido. Pero qué te pasa, Perales, que te veo pálido, le decía, deja que te cuente lo que pasó que no fue nada del otro mundo. Algo muy sencillo. Tenía que estar seguro de que ese maldito animal no tenía ningún bicho que me pudiera contagiar, así que fui a buscarlo aquella misma tarde y no paré haste dar con él. Caminé mucho, me costó, pero di con él. Esperó a que el perro de distrajera con algún resto de basura y se fue contra él con una botella rota entre las manos. Lo desangró... Sí, lo desangré, vi cómo se iba muriendo como iba moviendo sus patas hasta que ya no se movió más y su hermoso cuerpo inerte quedó ante mí, como una pieza de algún museo de rarezas. Sí, era hermoso, Perales, la cosa más hermosa que te puedas imaginar. Pero su destino ya estaba escrito, tenía que cortarle la cabeza y llevarla a algún doctor para que la examinara para saber si no tenía rabia o alguna otroa enfermedad que me pudiera pegar. Pero, qué te pasa, Perales, acaso no crees que hice lo correcto...
Luego ofreció enseñarle la cabeza del animal, que desde entonces guardó disecada en la cocina de su casa, pero el asco de mi hermano pudo más y se fue corriendo y tropezando con las mugres de esa casa en la clarioscuridad de la noche, se alejó hacia la casa de su novia.
Eso fue lo último que se supo de él. Mi hermano me contó esa hisotira hace unos años. Desde entonces tengo unos sueños enfermizos con la cabeza de ese perro y sobre esos poemas de Mantilla que no leí, pero que sé que fueron atroces y horrendos, algo que no era dignos de llamarse poesía. ¿A ese tipo de gente quieres buscar?, ¿crees que cuanto tu padre y yo te decíamos que no lo intentaras iba eso en broma? Pues tienes muchas cosas que aprender aún.