lunes, 24 de diciembre de 2007

25 de diciembre

Se fue la luz; papá dice que es porque se recargan los generadores de la empresa y tienen que apagarlos por un momento... no hay alarma; afuera todos siguen jugando y yo veo desde la ventana cómo revolotean las mariposas de luz, y cómo reptan saltarinas las sartas de cohetecillos. Hace dos semanas que armamos el nacimiento. Este año lo quise hacer yo. Mamá dice que me salió bien. Ella siempre dice que está bonito. Mis hermanos han venido hoy de Lima; la pasaremos todos juntos. Aquí en casa no hay árbolde Navidad, nunca hemos tenido costumbre de poner uno, así que no lo extrañamos, creemos que con el nacimiento basta y sobra porque, y esto creo que mucha gente olvida, ahora se celebra la llegada al mundo de Cristo, que vino a dar luz al mundo, que se hundía en las tinieblas. Claro que no niego que me gusta mucho que me traigan regalos. Sé que no los trae Papa Noel, porque en verdad no existe. Me los trajeron mis hermanos: mi barco pirata de Playgo, un monopolio, una pelota de básquet y una harmónica.


Cuando llega la medianoche, hacemos una oración para recibir orando al Niño Dios. Yo, que soy el menor de la casa, soy el encargado de colocar al Niño en el pesebre, pero antes lo sostengo mientras mis papás y mis hermanos lo adoran. Al final yo le doy un beso en su piecito y lo pongo en su cuna, mientras mi mamá desentona unos villancicos, los mismo de todos los años, pero no importa, somos felices, de verdad somos felices, pues recordamos que aún somos una familia, y que aún pese a todo seguimos juntos, que hay algo más que un apellido que nos une; un vínculo que sobrepasa a cualquier lazo de sangre. La luz vuelve, pero se va de nuevo cuando pasan las dos de la mañana. A la medianoche el ruido de los fuegos artificales era un estruendo que ahogaba los buenos deseos y los cánticos; ahora casi todo es silencio y ya nadie corre por las calles afirmadas de Paramonga. Se vuelve a ir la luz. Papá enciende una lámpara petromax, que yo creía que era la que hacía que volviera la luz al día siguiente, luego de que me iba a dormir.

Kasabian - Club Foot

Esta canción es de pelos

domingo, 16 de diciembre de 2007

Aborto I

La primera noche que Luis y Catalina pasaron juntos, tuvieron la mala suerte que cayó marzo, el mes en el que Natalia cumplía los veinticinco. Y es que ya no lo podían evitar: se habían pasado semanas enteras jugando a esquivarse y a buscarse (y encontrarse) en los lugares más inverosímiles dentro de esas oficinas que parecían que lo veían y oían todo. Cada vez se hacía más notorio que cuando él llegaba tarde, ella empezaba a inquietarse, pensando que quizá se había reconciliado con su mujer y que, con un sexo de reconciliación, él terminaría por dejarla en el más completo abandono.

Sin embargo, ella ahora usaba su pecho como almohada; se acurrucaba entre las matas de pelos. Enterraba sus delicados dedos en ese bosque negro, como si los vellos se los probara como anillos. Él ya dormía. Llevaban ahí ya más de siete horas; Luis estaba extenuado. Ahí, en ese hotel retirado, ellos reposaban de la pasión que secretamente los estuvo consumiendo durante todo ese tiempo. Sobre todo a Catalina, quien tantas veces lo había negado. Pero no puedo traicionar a su corazón por más tiempo. Y, pese a que el recuerdo de la mirada de Ernesto la escrutaba y la sentenciaba, nada pudo impedir que esa noche desatara su pasión muy lejos de los ojos de Ernesto. Él debía estar en esos momentos cruzando los Andes, directamente a Santiago de Chile. Haría una parada rápida ahí. Pensaba en las cosas que él le podría traer de Buenos Aires. Los saludos de los amigos y las demás cosas que ella le había puesto en su detallada lista.

Su cabeza aún estaba muy confundida. La imagen de Ernesto se mezclaba con la de Luis. Sus gestos con el rostro de aquél que le servía de almohada. Se le congeló la sangre y el sueño se le disolvió. Aún pretendía sentirse segura de que a Ernesto lo amaba, que lo amaba como a nadie en esta vida. Aún así, abrazaba a Luis y escuchaba el lento ritmo de su corazón. Esa noche no tuvo el valor de escapar de esa habitación. Tampoco lo tendría luego para escapar de la mirada de Ernesto, que parecía saberlo todo, que parecía leer la infidelidad en la frente.

Miró una vez más a Luis. Veía que tras el velo de sus párpados, sus ojos danzaban nerviosamente. Quizá estaba soñando con ella; quizá con Natalia, quien dormía en un lecho vacío suponiendo a su querido Luis lejos, en Arequipa, en un viaje de capacitación. Aquella sería la primera de demasiadas noches juntos, la primera de las muchas mentiras que tejerían. Casi al amanecer ella recuperó el sueño.

Cuando despertó, Luis ya estaba en la ducha. La ciudad de Trujillo ya había despertado hacía horas.

* * *

Luis ya tenía seis meses buscando trabajo y la suerte le había sido esquiva. Los primeros días de libertad los había disfrutado maravillosamente, despreocupado y muy confiado de que la suerte no le sería siempre escurridiza. Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba y el teléfono se mantenía en silencio, la angustia le dejaba pocos momentos de paz. Ya ni con los amigos podía estar tranquilo, pues a veces lo asaltaba la terrible preocupación sobre su futuro; el dinero ahorrado se le iba agotando. Los últimos días había optado por el encierro en su casa. La casa de su familia, en verdad. Que ni era de ellos, sino que era rentada. Fue una decisión dura. Las carencias del hogar hicieron de una aparentemente sana decisión una tortura constante. Ni siquiera podía leer tranquilo en la sala de su casa pues la diatriba de su madre lo sofocaba. No le quedó más remedio que encerrarse en su cuarto para leer, escribir algunas cosas, o simplemente dormir. Quizás así pudiese soñar algo que le hiciese escapar de su sombría realidad, la cual le resultaba muy pesada e insufrible.

Un día, casi de milagro, Ignacio, un viejo amigo de la universidad –habían estudiado Derecho juntos–, le avisó sobre un trabajo en Registros Públicos. Si bien él había estudiado esa carrera, su larga temporada de inactividad le habían hecho reflexionar sobre la validez de aquella vocación. ¿Había él realmente nacido para ser un abogado? Ahora más que nunca, había puesto su vocación en tela de juicio. Sin embargo, ante la apremiante necesidad, no le quedó otra cosa sino aceptar la oferta laboral, para así tratar de olvidar tanto mal rato que pasó entre el desempleo y la forzada soledad a la que su ex-novia lo había lanzado.

No había necesidad de haber tenido experiencia previa en notarías o ser un genio en Derecho Registral. Solamente, tener los conceptos básicos muy bien aprendidos y en la capacitación recibiría la instrucción que hiciese falta para poder realizar bien el trabajo.

Al día siguiente, diez minutos antes de las ocho de la mañana, Luis estaba esperando a Ignacio a la entrada del edificio verde de Registros Públicos. Se entrevistó con una señora de trato amable, bastante mayor, que no cesaba de mirar su currículo y preguntarle cosas sobre la universidad. A cada respuesta que Luis daba, la señora fruncía el ceño, como si desaprobara lo que escuchaba. Sin embargo, le dijeron que volviese al día siguiente, que ya empezaría a trabajar.

El albatros - Charles Baudelaire

A menudo, por divertirse, los hombres de la tripulación
cogen albatros, grandes pájaros de los mares,
que siguen, como indolentes compañeros de viaje,
al navío que se desliza por los abismos amargos.

Apenas les han colocado en las planchas de cubierta,
estos reyes del cielo torpes y vergonzosos,
dejan lastimosamente sus grandes alas blancas
colgando como remos en sus costados.

¡Qué torpe y débil es este alado viajero!
Hace poco tan bello, ¡qué cómico y qué feo!
Uno le provoca dándole con una pipa en el pico,
otro imita, cojeando, al abatido que volaba.

El Poeta es semejante al príncipe de las nubes
que frecuenta la tempestad y se ríe del arquero;
desterrado en el suelo en medio de los abucheos,
sus alas de gigante le impiden caminar.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Wir lieben Maja (Ein klein Abschied)



En algún punto de mi historia infantil me enamoré de la Abeja Maya. Sin saber que era alemana, y antes que empezara a detestar a los que profanaban su nombre con el popular sonsonete «Maya, Maya, se tira un pedo y se desmaya», supe que ella era buena, supe que la quería, que si la abejita lloraba, yo lloraría con ella.

En otro punto, también lejano, alguien puso en mis manos uno de esos antiguos peluches, que estaban rellenos de bolitas de tecnopor, claro está, era un peluche de Maya. Lo cargaba a todos lados, hasta convertirla en mi juguete preferido. Así empezó todo con Maya: la tele, en los lejanos 80 y ella, el peluche, saltando entre los sueños de mi cabeza.

Pero como todo en la niñez pasa, también pasó ella. Las mañanas del canal cuatro pronto se vieron vacías de abejas, que fueron reemplazadas por mosqueperros, gatos samurai, focas bebé y sirenas enamoradas. Fábulas del verde bosque al carajo, yo quería mi abeja. El peluche, como todo lo que caía en manos de mamá, fue a parar a la cápsula del tiempo de los recuerdos familiares.

La primaria, Liveman, Saint Seiya y Fujimori me hicieron olvidarte, Maya, y no fue hasta hace poco que investigando en este aparatejo supe que ella seguía viva, que en Alemania no había perdido la vigencia que aquí tantas oleadas de mugre hicieron que la perdiera. Maya descansón tranquila hasta que en 1999 la encontré de nuevo, sin un ojo, pero aún con su sonrisa primaveral intacta. Maya, querida Maya. Ay de aquellos que profanaron tu nombre.




La universidad, el sexo, el alcohol, el puto Derecho, la mierda de San Marcos (o sea, su mezquina Facultad jurídica) y el roche de tener más de 18 años te volvieron a hundir en el olvido, Maya. Una vez más, una mano diligente te resguardó del polvo, del vejamen, de la infamia. Pero no de las polillas, querida.

Como alguien alguna vez mintió, recordar es vivir, le pregunté a mamá, si allá en la lejana y nostálgica Paramonga había aún una abeja que esperara por mi llegada, y me dijo que las polillas habían dado un trágico fin a mi abejita, como si fueran moiras ácidas, la devoraron, intentando quizás también arrancarla de mis recuerdos. Pero no podrán... ¡No podrán matarla!

Liebe Maja, ahora descansas en paz. No me quedas tú, ni Chubaquita, que debe andar con gonorrea deambulando por el mundo. Solo me queda un frío muñeco He-Man. Maldito sea el que se llevó mi Skeletor. He intentado olvidarte y no lo consigo. Menos aún si Seinfeld produce una película de abejas que tuve la dichosa idea de ir a ver.

Nada que ver contigo, tierna Maya. Estas abejas eran muy posmodernistas. Muy s. XXI, muy Fukuyama, muy Disney, muy download of this page. Muy tierna a veces, tan leguleya en otras, terriblemente neoyorquina en muchas oportunidades. Tan Seinfeld, tan gringo, graciosa sí, pero tan de ahora que no hacen más que agigantar el vacío que has dejado, Maya, al menos en esta parte del Hemisferio Sur.


Un grito que no se escucha


Cuando siento que lo único interesante que tengo que contar es algún detalle íntimo de mi vida personal me veo tentado a hacerlo. Digo, total, ni mi hermana me lee, así que nadie se va a enterar. Pero no, es mejor no hacerlo. Esto no es un diario, y sería muy triste que esto se conviertiera en uno, teniéndolo ya, descuidado como lo tengo. Siento que el mar de marasmos que creé me empieza a ahogar y que el fantasma de un pasado demasiado próximo empieza otra vez a presionarme en la garganta y no me deja disfrutar de las cosas más sencillas de la vida.

Dije que esto no sería una confesión.

Con nuevos ojos quizás vea las cosas de distinta forma. Los carros pasan rápidamente, como insectos gigantes de un mundo alucinado. Las luces bailan, en el puente Antártida (recuerdo aún esa foto) todo anduvo de un color tan púrpura, tan celeste y tan impersonal que los rayos del sol pasaron indiferentes hasta zambullirse en el río. Debe ser el río Suquía.

Que qué se pudo acumular como limo en el fondo del pecho durante todo este tiempo: angustia. Angustia de que el día se vuelva noche, que la noche sea tan cobarde que se vuelva día. Lágrimas pútridas que no se pudieron llorar por no saber cuándo será el próximo momento en que podré escribir tranquilo, cuándo podré coger otra vez el cuaderno y poner "querido diario". Las aguas del Suquía crecen. En Carlos Paz hay fiesta. Las hojas en blanco son la pesadilla peor cuando los rayos asoman la cabeza entre las nubes. Ni siquiera los perros ladran. Chubaquita no salió a su partida de bridge. El río va en un in crescendo constante. Yo no sé por qué nadie escucha mi grito.

martes, 11 de diciembre de 2007

Cuando pase el temblor


Yo no caminé entre las piedras. Yo te he esperado entre dos esquinas negras en una hora gris a la mitad de una parda noche. A esas horas ya no sentía las piernas. He buscado en el cigarrillo calor, una lumbre que incinere, cauterice, calumnie y envenene. Tabaco va y tabaco viene.


Quedaron charcos luego de la lluvia, pero en Lima no llueve. Mas sí en Santa Fé, Córdoba, Santiago, Huancayo y Valparaíso. Han quedado aún más charcos. El techo ha tenido goteras, se han colado algunos recuerdos macerados en alcoholes antiguos. Todo repta a esta hora, aléjame de esa sombra húmeda.


¿Luego? El silencio, pero qué mierda esperas. Pasaron las horas que quisiste que pasaran. Escribí las páginas que quisiste que borrara. Luego de Miller, Onetti, Céline, Hesse y Bolaño, ¿crees que algo más que una bala o un puñetazo de Bukowski podría venir? Golpea aquí, Chinaski, hijo de tres mil putas. Golpea, el teclado está muerto, muerto el Word, como muerta mi conciencia.


Este es mi cráter desierto, esta la sangre rupestre representada en un rito fugaz. Esta la alucinación perfecta para amarte a la distancia mientras más imágenes se diluyen entre los filosos cortes de la amnesia. Algún día dejaremos que la mente sangre hasta la anemia.


Despiértame cuando termines conmigo, timbra el celular cuando me odies. Recuerda el centro del cráter.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Y los vi volver


A las tres de la tarde aún estábamos en peregrinación hacia el sagrado recinto. El tráfico en el cruce de Paseo de la República con 28 de Julio era imposible. Los fieles seguían llegando. Nuestá égira había finalizado. Miles de almas esperábamos a que se abrieran las puertas de nuestra meca. Los fieles oraban, otros tomaban ron, cerveza, fumaban hierba o tabaco. La cola era insufrible. Pérfidos infieles vendían cola por cinco soles. A veces diez. Ya tienen su sitio en el Infierno.

El sol no fue cruel (No seas tan cruel, sol), pero se colaba por una luna rota. Me preguntaron si me hacía falta vitaminas, y respondí que en la facultad de derecho me verán volver, pues ella usó mi cabeza como un revólver. Interpretaron los signos y tomamos un té para tres. No sin antes pedirle a una linda pericota que me tratara suavemente. Le mentí, le dije que era parte del jet set. Luego se fue con unos prófugos que escaparon a través de una persiana americana que en la cúpula habían dejado abierta mientras entre caníbales hacían el rito de tirar un hombre al agua luego de haberle quitado su corazón delator.

Otros esperaron al séptimo día para escuchar su canción animal. Otros vivieron esta primavera cero como si fuera un picnic en el 4B... no doy más.

Maldito sea el Dúo Ayacucho, malditos sean los que intentaron que luego tocara Max Castro. Por suerte, no tocó, pero nos soplamos de pie cinco horas para luego escuchar a Soda (Sooooooooooooda, Soooooooooooooooooooda). Aparecieron al final, a las nueve de la noche mientras comía mis ocho morochas por el módico precio de un sol cincuenta. Casi sin telón Soda salió, el Juego de Seducción empezó.

Salté, grité, aullé, me quedé sin voz. La gente saltaba como una rana, Cerati reventó el escenario, por un momento, me hubiese imaginado pensar que él bailaba entre nosotros, admirando desde lejos del escenario a la leyenda de Soda apoderarse de la noche limeña. Ver gente desde 15 a 40 años saltando, haciendo telequinesis. Valió la pena la espera. Valió la pena llegar a la mitad de Signos (el sector) y ver cómo el Estadio Nacional iba llenándose de a pocos, cómo los celulares se prendieron a la orden de Cerati y cuando él dijo "hermosuras totales" (me ruboricé). Valió incluso la pena salir sin sangre en las piernas.

Hoy, séptimo día, tocarán de nuevo. Espero que el concierto de hoy sea tan bueno como el de ayer. Gracias totales, Soda.

Fotos de la web de El Comercio.

sábado, 8 de diciembre de 2007

Entremés

Con toda la tranquilidad del mundo este día empezó para mí a las diez de la mañana. Estoy mal de la garganta (me pica terriblemente) pero más tarde tengo que ir a ver a Soda (los veré volver).
Mi vida está colapsada. Eso no es novedad, el mejor reflejo de eso es que estoy escribiendo, y no quiero dejar de hacerlo. Alguna vez escribir significará algo más que matar demonios internos. Espero que no. Hoy no importa nada: es feriado.
¡Pero basta de quejas! He llegado hasta este punto y no pienso retroceder. Aunque me falta dar un respiro lejos de esta contaminada burbuja limeña, por lo pronto me queda el consuelo de que cuento con este día para hacer lo que quiera: leer, intentar escribir. Ordenar un poco el cuarto. Ordenarme un poco a mí. En fin, vamos a ver qué me sale el día de hoy. Ya noes estaremos viendo. Disfruten su vida.

viernes, 7 de diciembre de 2007

Un día que me asomé a ver... Ricordate di me


Y una de las pocas cosas que vale la pena ir a ver al cine es Ricordati di me. Ni pregunten cómo la vi, porque no lo voy a contar (tengo aún un pequeño pudor). El caso es que es recomendable y nada despreciable esta película del mismo director de L'ultimo bacio, Gabriele Muccino. De este mismo director hubo una película el año pasado en nuestras carteleras, protagonizada por Will Smith, "The Pursuit of Happyness", la que no vi, pero pronto quisiera ver.

Pero me quisiera detener en los puntos en común que existen entre L'ultimo bacio y Ricordati di me.

La primera historia versaba sobre el miedo a la madurez de unos jóvenes burgueses que van entrando a la treintena con muchas dudas en la cabeza, y deciden irse por el mundo en búsqueda de eso que no quieren que se les arrebate de las manos: la vitalidad. Y cada uno va viviendo una crisis: el matrimonio, la infidelidad, la muerte. Cosas que no estaban preparados para asumir en sus vidas que encontraban tan vacías.

Uno de ellos, Carlo (Stefano Accorsi), estando a punto de casarse con Giulia (Giovanna Mezzogiorno), su prometida, se enreda en una aventura con una jovencita de 18 años que lo hace otra vez sentir la vida que, por otro lado, parece que se le escapa. Él al final renuncia a echar su vida por la borda con esta jovencita, que no representa nada en ella, salvo un hermoso y apasionado desenfreno.

Cosa distinta pasa con el Carlo (Fabrizio Bentivoglio) y la Giulia (Laura Morante) de Ricordati di me, quienes conforman un matrimonio que ha vivido sin amor y en la rutina, siguiendo una historia de frustraciones adornadas de aparente felicidad familiar, felicidad que sucumbe cuando a la vida de Carlo vuelve un viejo amor de juventud, que lo hace (a diferencia del otro Carlo) recordar verdaderos momentos de felicidad y plenitud, cuando él, escritor frustrado, puede despercudir un poco esa novela inconclusa que, gracias a este impulso que Alessia, su ahora amante (Monica Belucci), le ha vuelto a dar a su vida, buscará terminar por fin.

Cómo se van tejiendo esta historia con la propia historia de las frustraciones y éxitos de la esposa Giulia y la hija Valeria (Nicoletta Romanoff), sin contar a Paolo (Silvio Muccino, a quien también puede verse en la película Manuale de amore), nos tiene muy presente que Gabriele Muccino es además el guionista de ambas (por cierto, qué mal que ambas parejas protagonistas sean homónimas). Las historias cambiaron de escenarios y de roles dentro de la película, pero en el fondo es la misma historia de búsqueda de felicidad en las vidas que las falsas comodidades nos han hecho creer que tenemos.

La película no es mala, llega a entretener muchísimo, y sobre todo podemos ver a la Belucci, aunque no haga un gran papel.
Una peleíta en L'ultimo bacio, tras descubrirse al tramposo...




Y en Ricordati di me, cuando al jugador de turno lo ampayan...


jueves, 6 de diciembre de 2007

Por si preguntan...


... estoy aún en Argentina, comiendo como los grandes y con tres mujeres muertas por mí, alumnas de mi cátedra del curso de Literatura Peruana I (y... en la bacha, loco, ¿viste?, lavando platos a doble turno, y comiendo a medianoche).

... estoy pensando que si uno produce tanta basura al año, debería tomarse también las molestias de reciclar todo lo posible de los deshechos que se producen en el quehacer diario, así tendríamos todos un ambiente más sano y un mundo mejor (he corregido tanto que mi cerebro se empieza a corroer).

... estoy leyendo el Ulises de Joyce (estoy viendo a la malcriada del Trome, haciendo cola para entrar al baño. Chino, lávate las manos).

... estoy en un coloquio con el maestro Chubaquita (duermo la mona jiménez, porque anoche la pasé como animal).

... estoy leyendo a Coelho (leo a Bukowski, y lo envidio).

... me fui a ver si está lloviendo en la esquina (o sea, los he mandado a la mierda a todos).

... estoy trabajando arduamente (maquino un plan para escribir en la chamba sin que se den cuenta).

... estoy rascándome una idea en la punta de la nariz (me estoy sacando los mocos).

... estoy hablando con Vladimiro (hablo con Vladimiro).

... estoy muerto (deja de preguntar por mí).

martes, 4 de diciembre de 2007

De fruta madre


Una gota más cayó y todo empezó a licuarse. No vi cuántas manos dieron vuelta a esa perilla, han de haber sido muchas... basta solo un repaso por los últimos cinco años. Las cuchillas, filudas, empezaron a girar. Dentro todo empezó a volverse rojo, y una gota más cayó.
–Christian, tu jugo.

No recordaba la última vez que tomé un jugo de fresa con leche. Este último que tomé tenía el sabor de algo antiguo que no terminaba de cuajarse en mi boca. Es un sinsabor que hasta ahora arrastro, como si me llevara a un destino que tendría que mostrarme quién soy realmente, y quién no quiero admitir que siempre he sido. No, mamá, no quiero más jugo.

Volver a la computadora y ver tantos proyectos truncos es como una cuchilla que empieza a girar, hay restos de mis manos elevándose entre las páginas incompletas. Es un punto muerto que se va extendiendo como un cáncer por todo lo que hago, una maldición antigua que alguien quizás se tomó la molestia de echar sobre mi espalda. O será simplemente que soy un vago de mierda. No sé. Mamá, no quiero tomar leche.

Cuando estuve lejos de todo esto no fue muy distinto. He ahí, dicho sea de paso, otro proyecto a la mitad. Una vida cortada de raíz y vuelta plantar en una maceta que no podía cubrir todas sus raíces. La lluvia mojaba, pero no alimentaba. Y recuerdo muy buenas lluvias, de esas que empezaban con el alba y terminan con el alba siguiente, una de esas lluvias que te hace retroceder hasta lo más profundo de tu madriguera y que te hace respirar aliviado al ver que sí compraste víveres para pasar la tormenta. Mira, ahí va un rayo... cayó peligrosamente cerca.

Al menos hay peligro, ¡había y hay mucho más que un peligro! Hay vida detrás de todo esto y uno no puede quedarse en casa durmiendo como si nada pasara. Aunque, en verdad, nada pase en realidad. Las mismas hojas vacías me servirán de colchón de clavos que me molestarán cada vez que hago clic en mi sesión del XP. Está bien, mamá, ponme dos manzanas.

Me colgaré del sol con alguien, me pondré el mismo antifaz, me comeré las mismas frutas, las mismas fresas, las mismas manzanas, todas ellas provocativamente rojas, ferozmente rojas. Tan vacías luego de darles la primera mordida. Ahí es donde todo pierde el sabor y la madeja parece un enorme anillo enrollado sobre sí mismo, sin principio y sin fin.

Parece, pero no estoy llorando. Es el sudor por el calor de la carretera

lunes, 3 de diciembre de 2007

Rey del Mundo, hasta las 9 de la mañana (oro sólido, oro sólido, oro...)


Su Graciosísima Majestad, Felipe I, Rey de lo pútrido y lo decadente, se levantó de su cama real luego de que su súbdito favorito, o sea, el narrador de cuentos (con perro que habla incluido, cuatro pilas Ray-O-Vac, 2 x 1 en oferta en Galerías Mercado Central), le estuvo leyendo un texto intitulado 2666. Aquel texto había marcado el ritmo de su vida en la última semana. Recordó el rey que semanas antes había disfrutado con un texto del mismo autor que llevaba por título Los detectives salvajes, que no solo había llenado sus expectativas como lector, sino que además había exacerbado su fuergo interno como aprendiz de escritor que decía ser, y de amigo y de hombre, como dijo alguien por ahí.

Como sea, el rey sintiose más que satisfecho, así que mandó llamar a los súbditos que le pusieron al tanto de la hora, le trajeran el desayuno a la cama; le recordaron amablemente que lo esperaban unos embajadores teutones para impartirle clases del idioma de las valquirias. Vaya, tan temprano pensó, pero como el rey todo lo podía y todo lo conseguía solicitó para esa mañana una jauría de enanos que remolcaran su carroza en forma de zapatilla Nike hacia el bosque conocido como "Campo de Martes a Viernes". De la jauría de enanos, dos eran gays y trataban de seducirse mutuamente, así que eso retrasaba el paso de la carroza.

El rey decretó que murieran por la tortuosa forma de leer una revista de jurisprudencia del Tribunal Fiscal. Los enanos imploraron por clemencia. El rey llegó a su destino; los enanos yacían muertos y ya eran trozados para ser vendidos como pan con chanfainita en el cruce de 28 de Julio y Arequipa. Desde la Emabajada argentina un orgulloso embajador, en pelotas, salió a saludar a los transeúntes, muchos de ellos lo ignoraron. Felipe I ordenó a los enanos detenerse ante Mariátegui, este, al ver al rey lanzó tres vivas en su nombre y lloró amargamente: los revolucionarios, sí, ellos, los de la facultad de derecho, usan ahora dos celulares, uno claro y otro movistar, con cámara de 5 megapíxeles, desayunan en La Tiendecita Blanca, compran su ropa en Saga y en Ripley, con una golden card; manejan Suzukis, y tienen laptops con internet satelital. Felipe I, conmovido por las amargas verdades que Mariátegui le confesaba, no tuvo mejor remedio que regalarle un libro: ¿Quién se ha llevado mis feligreses? Mariátegui le dijo padrino, besole la mano y Felipe se marchó.

Aún no daban las 7 de la mañana. Felipe descubrió que los embajadores teutones lo estaban esperando. Guten Tag lieber König. Guten Tag liebe Freunden. Y hablaron de muchos temas alemanes de suma importancia: Rammstein, la abeja Maya, Klinsmann, Claudia Schiffer y la película Rossini de Helmut Dietl.

–Auf Wiedersehen denn.

Son casi las nueve de la mañana. El día va avanzando y se va tornando algo tímido y frío. Los enanos se fueron a tirarle piedras a la estatua de Haya de la Torre. El rey ha mirado su reino parado sobre la cabeza de una pulga y vio que todo era bueno, que todo era posible en su soberanía, que muchas páginas podría seguir tejiendo todo el tiempo que hiciese falta. Sin embargo, el peso de la corona se licuó con el frío frescor de la mañana. Un cobrador de olorosas axilas grita "Bertello bajan". El rey pierde la corona, coge su mochila con su libro naranja del Goethe, toca la puerta de metal le abre un rostro adusto, casi hostil, un rostro escamoso lo espera dentro: es una iguana con guayabera sucia. Un oriental sale del baño sin subirse el cierre de su pantalón; no se ha lavado las manos. Firma tu ingreso, son las 9 y 10. Diez minutos de retraso.

El rey vuelve a ser un plebeyo y la tinta se queda agrietándose en un tintero muy triste.