martes, 31 de marzo de 2009

Cuando no estoy durmiendo

Veo Milk en el cine, bebo un café y pienso: debería estar en casa, encerrado como un loco tras la computadora, escribiendo, ¿para qué? Escribir nomás, desarrollar esa inútil habilidad y perfeccionarla hasta que mis palabras ya no tengan ganas de salir de la boca sino de las manos, que salgan reposadas porque han andado mucho sobre mi corteza cerebral, la que recorrieron como si fuera la cáscara de una papa a la que dibujaron tantos puntos como ojos tenía hasta encontrarle un recorrido euleriano.

Pero creo que debería hablar mejor de Milk. Por dónde empiezo: por Gus van Sant. De él ya había visto una muy buena: Paranoid Park, en la que v. Sant me condujo lentamente en la horrible historia de un crimen oculto. Ahora, el ritmo de la película fue parecido, y esto con un propósito: conducir al espectador hacia la caída final del telón, en el que Milk es víctima de la locura de alguien que no supo comprender el propósito que a él lo llevó hasta el final.

De la actuación de Sean Penn, solo resta por decir que fue mucho mejor a lo que yo me esperaba, pues no solo fue muy convincente sino que también se ve en él un trabajo muy serio, un estudio del personaje que tenía que encarnar sin caer en la trampa fácil de la sobreactuación, jamás.

lunes, 30 de marzo de 2009

Richard vuelve, Oasis lo trae

Richard Bringas ha vuelto. Un mes antes de la presentación de Oasis en esta putrefacta ciudad. ¿Coincidencias? Tal vez.
Richard ha vuelto para quedarse, para estar de paso, para pedirle perdón a su perro Coby, a quien mató como gringo a musulmán en Guantánamo: de hambre y de tortura psicológica (lo que ya nos da una idea del superior intelecto de su perro, quien ya había desarrollado toda una teoría topológica de aplicación de teoría del grafos en la que planteaba la imposibilidad de salir de la casa de los Bringas sin pasar necesariamente dos veces por un mismo punto: la habitación vacía de Richard).

Lo vi igual que hace tres años, cuando se fue, cuando partió hacia Europa cantando "Yo me voy pa' La Habana y no vuelvo má". Solo que de La Habana, ni los puros cubanos, si no más bien Londres, la neblina y los basements para vivir.

Ya estás aquí, por suerte. A ver ahora cómo nos va con la Temporada 2009 de frases bringueanas.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Ellos...

Ahí va el pequeño... a mis ojos pequeño aún, pero ya un joven párvulo, imberbe, despertando a la pesadilla... ¿Quién podrá ayudarlo? Su hermana sí es aún pequeña y me sonríe, paseando de la mano de sus amiguitas, en la fila que va hacia un lugar que no alcanzo a ver. Cuando advierte mi presencia, a veces, solo sonríe, otras agita la mano tiernamente; otras grita "¡tío!", y corre a treparse a mi cuello y dice: "¿Vas a ir para mi casa?". Los dos son aún pequeños, ante mis ojos, y en esa terca parte mía que se rehúsa a envejecer, aferrándose a ellos. Como cuando mi hermano decía "Te hubieras quedado de diez años". Qué pena, por él, no soy Oskar Matzerath. Y por mí fuera, me hubiera quedado en espermatozoide, o en proteína o una simple mitocondria.

Sí, yo iría a su casa, estaría con ellos todo el tiempo que hiciera falta, pero... ¿de dónde saco más tiempo?, ¿cómo puedo prolongar mis horas hábiles de tal forma que todo lo que quiera hacer en un día lo realice sin sacrificar algo más? A ellos los veré otro día, pero no hoy, no puedo, por más que quiera; mi pequeña isla de naufragios me reclama para no dejarla hundirse en el olvido. Hacia allá debo partir sin más remedio.

lunes, 23 de marzo de 2009

Pasan los niños


El más suculento de los naufragios es aquel que te entierra vivo en una isla llena de trampas, de trampas de la memoria, claro, las que hacen que te detengas y observes casi desconsolado, como si hubieses perdido una pierna o un pulmón, producto tan solo de ir creciendo, a los niños de un colegio pasar frente a la puerta de tu oficina.

En mi caso, tengo que lidiar con esto a diario, pues trabajo en un colegio y los petizos pasan y pasan riendo, jugando, en filas, saludando con un ruidoso "buenos días" o con un confuso good morning, más peruano que gringo, más español que británico. No puedo evitar verlos y sentir que el tiempo ha pasado raudo y peligrosamente hasta mis casi 27 años. Y advierto una perlita más: este año cumplo 10 años desde que egresé de la secundaria.

Entre los primeros que pasan todos los lunes hacia la loza deportiva donde llevan el curso de Educación Física hay muchos que me recuerdan a mí mismo en esos años: gordito, con la raya del peinado en el lado derecho, con gruesas gafas y con la botellita con agua de manzana. Aquí es común, todos estos niños, o muchos de ellos, destacan en alguna materia y sus padres los hacen estudiar aquí precisamente para que se perfeccionen, para que estudien cada vez más.

En mi colegio, sin embargo, quienes vestíamos ese uniforme con orgullo éramos catalogados como seguros candidatos al bando de los nerds y al aislamiento. Y como si eso no fuera suficiente, nos exponía como blanco fácil de los mas avezados de la secundaria quienes, sin perder una sola oportunidad, nos quitaban la lonchera, se burlaban de nuestra apariencia o simplemente nos sometían a tortuosos interrogatorios cuya única finalidad era erosionar a paso firme y rápido nuestra autoestima para que, llegados a secundaria, el pijama de "chancón" quedara a medida.

Heme entonces así, recién salidito del sexto grado, orgulloso habitante del primer año de secundaria, de gruesos lentes, camisa bien metida dentro del pantalón muy bien planchado por mi mamá, con el sello de "nerd" bien alto sobre la frente.

Los veo ahora a todos ellos. Salen de sus aulas, hablan de sus cursos, se ríen de sus propios chistes, pasan los demás y los miran, los juzgan en silencio, y siguen para adelante. A ellos no les importa, ellos siguen contando chistes sobre la tangente de 45º/2.

Lo importante en esta edad es encontrar un grupo en el que uno se siente completamente identificado y en donde sienta que puede ir evolucionando. Solo así se puede sobrellevar la tempestad de la adolescencia sin tantas heridas abiertas, y solo así uno se puede ir formando el carácter que lo definirá luego, frente a los demás, los que están listos para empezar a pintarte de muchísimos colores.

Y yo lo hice, tuve que amoldarme rápidamente a un grupo y buscar ahí la supervivencia. Gracias a eso, el gorrito de nerd no me quedó tan "justo", y gracias a eso también empecé a darme cuenta de que lo mío quizás no iba del todo por el camino de la ciencia, aunque la última de esas señales la recibí algunos años después.

martes, 17 de marzo de 2009

Un extraño ahogo


Desde que A.H. me contó su extraño tropiezo con P. en el CAL no me he sentido nada bien. Sin querer, me ha hundido en los marasmos de un oscuro mar aún agitado de medianoche, y yo, naufragando persistente, ahora me sostengo a duras penas de una tabla, de algunos restos de lo que en vida fui yo, esperando a que alguna barca de rescate me tienda una mano.

Es un pozo, lo veo bien ahora, porque a él me he estado dirigiendo como un autómata. Cada vez que el tema de esa mujer salía a luz, yo cogía bote y remos y me metía en la más tortuosa tempestad emocional para terminar moribundo contra los arrecifes de los recuerdos. Pero eso no sirve de nada. Eso creo, sin embargo esta agitación en mi pecho me sienta frente a la computadora, y, de alguna u otra manera, siento que la sangre va por las venas debajo de mi piel.

Entonces, ¿debo aceptar que soy un incorregible masoquista que necesita de una droga de cinco años de antigüedad para sentir el morboso estado de bienestar sobre el doloroso recuerdo de P.? Da miedo, me doy miedo. Creo que no debe ser así. Pero igual lo tengo que escribir, porque es la terapia más barata que conozco, además que es una excelente excusa para practicar y no dejar que el teclado (y mi cerebro) se vayan anquilosando dentro de una terrible rutina que me va matando poco a poco de sedentarismo crónico. Por supuesto no dejaré que se vaya gangrenando mi mente. Tampoco dejaré que ese recuerdo quede como una solución de continuidad.

lunes, 16 de marzo de 2009

Ahogo en medio del mar

¿Ya conté que me hablaron de P.? Supongo que sí, no sé, no importa. Pretendo que no me interese. Pretendo que se borre, como todos los restos de ese barco, aunque a veces lleguen a las orillas de la isla tablones mohosos del barco, cadáveres hinchados de horrendos tripulantes de pata de palo y el vientre ambutido de papel timbrado, de expedientes, de citaciones, de burocracia carbónica y grasienta.

Así que es inevitable que revise entre los restos, que salten ratas sobrevivientes que lleguen en sus flotadores de patitos. Lo que sí evitable es el dolor... Y eso sí lo aprendo a evitar.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Peligroso naufragio en el recuerdo de alguien que se fue


Trabajaba yo en Registros Impúdicos, me sentía bien conmigo mismo. Todo parecía seguir un cierto orden que se podía leer en mi mirada como una secreta y tibia sensación de bienestar, una franqueza en el brillo de las pupilas y una bien anclada certeza de superación (o de saber que he superado una terrible etapa) y la felicidad que una hermosa chica puede otorgar cuando ríe, cuando deja de reír, cuando canta o cuando (gracias a Dios) deja de hacerlo. Pero nunca faltan las nubes, la tormenta cíclica, el karma que vuelve como rejuvenecido por unas largas vacaciones. Y es cierto: las desgracias siempre te las traen las personas más despreciables… esa es su labor en esta pútrida sociedad.

A. P., soberano hijo de las tres mil al que aún algo de gratitud debo guardar, viene, riendo con sus amarillentos y brillosos dientes, a decirme “la última de P.” Maldije la tierra que lo vio nacer, maldije marcar (esto es recurrente) Derecho en vez de Literatura en la cartilla de inscripción al examen de admisión. Pues bien, me traía las últimas de P.: la patada que le dio a su novio en el paradero de la Universitaria, la vergüenza del pobre imbécil ese, que tiene la cara de petate (aquella mirada estúpida que lo hace perfectamente manejable por alguien tan inescrupulosa como ella). Yo, inerte, escuché, sonriendo taradamente como si Melcochita me contara un chiste, y ahogué la voz que dentro de mí gritaba: “Larga a ese pedazo de imbécil, por el amor de Alá”. Pero Alá no me ama, o al menos lo disimula muy bien. Escuché, me reí, disfruté la desgracia ajena. Él se fue ya inoculado el virus del recuerdo. Quise volver a mi curso normal de vida, pero ya no pude. Las cosas que más me trastornan de esta puta vida son dos: su nombre y la facultad de Derecho de San Parcos, dos caras de la misma mierda.

Sobreviví a ese golpe; salí del shock días después, y de los que luego vinieron (que no por posteriores fueron más fáciles de asimilar; como en todo, la experiencia es completamente inútil). Pero la herida volvió a abrirse, las costuras de esa extirpación sangraron escribiendo en cada centímetro de piel ese doloroso nombre, así que tuve que vomitar todo en un conato de novela que el destino (y mi estupidez) se encargaron de borrar de mi fiel PC.

Pasaron los años, nuevas heridas quedaron abiertas, de menor intensidad, luego olvidadas, molestaron por un momento, mas seguí el curso “normal” de mis días y me enterré en la más aséptica rutina que me hizo olvidar su nombre, su rostro y la falsedad de sus palabras. Pero ahora que cuelgo el teléfono vuelve este viejo y conocido fantasma a alterar mi volátil existencia, en esta ocasión, de la mano de un SMS (compruebo apenado lo alcahuete que es el celular) que rezaba: “Adivina con quién me encontré”. A A. H., mi querida ministra, no la puedo culpar del descalabro que causó (es la una y no puedo dormir), pues hemos pasado tanto tiempo lejos uno del otro que era imposible que al menos lo sospechara. Por suerte, ella se portó (delante de P.) a la altura de las circunstancias: evitó el tema, la paseó con evasivas (como Nixon ante Frost) y dijo que me había visto solo una vez y que había pasado mucho tiempo de eso, que no sabía qué era de mi vida. Eso estuvo bien. No me gustan esas defensas tontas que algunos suelen dar: “Le va regio”, “Está genial, muy bien, siempre conversamos…”.

Gracias por eso, creo que esa gratitud es suficiente para poder conciliar el sueño en la siguiente media hora.

domingo, 8 de marzo de 2009

Historia de un naufragio (II)



Estoy viviendo solo. Para nadie que me conozca esta es una novedad (además, creo que a nadie más le importa sino al subnormal al que le pago por esta maltrecha “buhardilla”). Dentro de dos meses será un año. Y en este tiempo, de soledad reflexiva, onanista, existencial, avejentada por mis prematuras canas de sabiduría de fast food, he llegado a muchas “serias conclusiones” de mi vida. La primera de todas: este paso de vivir solo ha sido de mucha ayuda para no volverme loco en mi casa, en la que (si bien tenía cerca a mi familia, tenía comodidades y mi amada internet) no tenía el necesario espacio, y la afortunada sensación de querer sentirme solo cuando quisiera, para dedicarme con más ahínco a las actividades que a mí más me gustan: leer, escribir, rascarme, escuchar música a todo volumen y jugar en la PC).

He salido con quien he querido y he llegado con quien decidía llegar a mi buhardilla (ahora, un poco empequeñecida por la gran cantidad de cosas, muchas de ellas, inútiles, que me rodean y hacen el escenario diario de mis días en este gran ensayo que es la vida). He aprendido lo que es mantener un cuarto en un relativo orden (o en un fractálico caos en donde todo está calculadamente desordenado). He aprendido que en este mundo uno viaja solo, por mucho que pese a veces. Aunque extrañe los engreimientos de mi casa. Sobre todo, las comidas de mamá, sus mimos al llegar y todas esas cosas que me hacían arrastrar un cordón umbilical que pesaba como una cadena ben-huriana.

Vivo relativamente tranquilo. Pasé algunos apuros, pero ahora la cosa pinta bien. Bien por mí. Estoy llevando la fiesta con algo de paz y tranquilidad. Las olas siguen pasando y este islote no se hunde. Se mantiene precario y feliz. Sobre todo precario, o precariamente feliz. Bueno, entonces, no me queda más que naufragar. Como en el cine, en estos diez meses de curas y monjas, de vaqueros que se persiguen o que siguen por un fin inútil aunque cueste la vida, de skaters que ocultan terribles secretos, de gringas enamoradas en Barcelona, de locas españolas ganando inmerecidos premios, de dos “antiguos pasajeros” del Titanic cuarenta y tantos años después, de petroleros bigotudos sin corazón, de Willies Wonkas asesinos, de Malcovich, por aquí y por allá, del hundimiento y el levante de alguien que quizás merezca el Oscar que alguna vez ganó, y que tiene los labios más sensuales que mortal alguna haya mostrado en el ecran (salvo prueba en contrario), de perros destructores y perros superhéroes, de hoteles para canes (por favor, mátenme), de putos hermanos y de una hermosa Marisa Tomei (que junto a Julia Roberts y Scarlett Johanson son parte de mi trimurti personal). En fin, de tantas otras películas (guerras absurdamente tropicales, vergonzosas versiones de Verne, de guerras frías, de judíos en Holanda, de finlandeses solitarios, de rumanas abortando, de adaptaciones ceremoniosas de Fitzgerald, de chinos mañosos que se pasan la mitad de la película matando en dos acepciones distintas) que he tenido la oportunidad de ver y que no pude a tiempo comentar, y de las que quizás alguna vez diga algo, si es que logro ver ahora alguna pueda yo humildemente comentar (exceptuando Simplemente no te quiere, que simplemente es tonta).

Historia de un naufragio (I)



He decidido anclar en una isla desierta: mi habitación. Desde aquí veo que el mundo pasa sin pedirle permiso a nadie y me contento con espectar de costado, como no queriéndome involucrar mucho con lo que de él vea. Debo hacerle honor al nombre —pienso— y convertirme en un náufrago (o náugrafo, entiéndanse estos dos términos indistintamente iguales) en medio de un mundo que no puedo ver como el mío, sino solo como prestado: la internet. Y eso porque la tecnología me avasalla (en menos de dos años he perdido —por así decirlo— dos mp4, que nunca más volvieron a prender ni a cargar canción alguna, lo que significó perder una valiosa colección de música de los noventa y casi todas mis canciones de Collective Soul). Me niego a que me domine. Creo que por eso es hosca conmigo. Así que si antes, en este mismo blog, sentía que podía opinar casi sobre cualquier cosa, ahora me da una mezcla de vergüenza y orgullo admitir que no sirvo para eso, y que quizás solo sirva (el blog) para que yo hable de Miguel de Cervantes (o sea, de , varón) y sobre cómo veo pasar las olas de un mar que no entiendo entre los restos de un naufragio que empezó con la ridícula idea de querer ser abogado para darle riendo suelta a mi más romántica idea de justicia. Resultado de eso, estoy aquí “naugrafando”.

Y prefiero “naugrafar” aquí y no en WordPress, porque, como ya dije, la tecnología me avasalla y ya he perdido bastante de mi poca inteligencia inútilmente tratando de aprender lenguaje HTML y de dominar el WordPress. Dos cosas que hicieron naufragar uno de mis últimos intentos de querer ser un gran "bloggero". Al fin y al cabo, debe ser cierto que escribir un blog es una gran pérdida de tiempo. Por suerte, soy un huevero nato.

Hola, qué tal. Soy Reo Libre y esto es Náugrafo en la Web.