martes, 26 de abril de 2011

Vicisitudes de Chubaquita y del dicente viviendo bajo el mismo techo (III): Año Uno

El departamento estaba a oscuras, porque había sombras jugando en la pared de la cocina, que quizás eran dos cucarachas épicas en alguna representación amateur de la Iliada. O quizás no. El rumor de las nubes era cada vez más fuerte, pero Ella seguía durmiendo a mi lado; yo no podía pegar un ojo; había dejado de hacer el amor, pero el atisbo de una desgracia hizo que perdiera de pronto las ganas de dormir. El cielo empezó a rugir, la lluvía caía implacable en la noche helada. Ella roncaba, roncaba y babeaba. Yo prendí un cigarillo. Las noches así siempre son presagio de algo malo.

-Mi amor, ¿qué haces despierto?
-No tengo sueño.
-Pero son casi las cuatro de la mañana.
-Siento que algo está a punto de pasar. Lo presiento.

Recordé algunas de las cosas que había visto en la tele en los últimos días: muertos en México, conflictos con los zapatistas, guerra en Chechenia, piratas somalíes en el Cuerno de África, el robo de archivos sobre Chernóbil del Krémlin, la Página 11 y el asesinato de Tongo en manos de sicarios turcos. A simple vista no había puntos en común con todo esto, pero la Interpol, en todos estos casos, salvo el de Tongo, que no le importaba ni a la Pituca ni a la Telefónica, daban a un solo nombre: Chubaquita. La imagen del pobre maestro en alguna celda en Guantánamo no me dejaba en paz.

La puerta sonó tres veces. Tres sordos golpes que eran como tres llamadas a la desgracia. Ella se incorporó en la cama.

-¡Qué miedo! ¡No abras! -el cielo se hizo de día con un potente rayo.
-Tranquila no lo pensaba hacer.
-Pero ¿quién será?
-¿No quieres ir a ver tú?
-Oye, Ignacio, no seas fresco, yo soy la invitada.
-Tienes razón. No pagas toda la luz que te gastas con tu secadora de pelo.
-¡Tarado!
-¿Vas a ir a ver?
-¿Y si me pasa algo?
-Ufff... ¿es una promesa?

Un rugido hizo temblar la casa y la noche volviose otra vez día. Del susto los dos nos metimos bajo las sábanas. Y encontré el mp4 que había perdido dos semanas antes.

-Ignacio, no seas maricón y anda a ver quién toca la puerta.

Un lamento nos llegaba, desgarrador, era una confusión de alemán y jerga chalaca:

-Schnell!! Ich will scheißen (Rápido, quiero hacer el canal 2)

-Schnell, causita, weil die Fischotter, die "Nutrien", se me escapa. (Rápido, causita, que se sale Alan (o sea, una bien gorda)).

La voz felpuda era inconfundible. Cuando corrí a abrir la puerta, la sangre se me heló. Hasta el día de hoy no encuentro palabras para decribir lo que vi en el piso, no podía reconocer al maestro Chubaquita en esa sanguinolenta ensalada de tripas de felpa y garrapatas. En una de sus patas ya no traía su banana, solo un mensaje con una sola mancha: la mancha negra.

-Hilf mich bitte, ya pe'.

Perdió el conocimiento. Me conmovió ese cuadro patético, y lo metí en el baño para lavar sus heridas. Ella, a pesar de odiar al maestro, me ayudó a asistirlo. Pero necesitaba más ayuda, y desperté a Patricio el Sabio, mi viejo perro beagle, que tenía un PhD en Medicina de Guerra. Él, con un gesto adusto, en su experimentado rostro, cogió su reloj de leontina, y le tomó el pulso.

-Es tarde -dijo- este mono va a morir.

Vicisitudes de Chubaquita y el dicente viviendo bajo el mismo techo (II)

La señora de la administración me gritó una vez más. Con una vieja así, que bordea ya los tres milenios (y que fue amante de Matusalén, y según las malas lenguas también de Nabucodonosor II), es mejor no discutir. La escucho mientras se me va licuando el cerebro a causa de su aliento a tumba y los vahos tóxicos que su sistema digestivo me obsequia. Casi sin poder mantenerme de pie alcanzo a decir "Lo que usted diga, señora". Y me voy caminando en zigzag hasta la puerta del departamento.

Son las once de la noche. Solo quiero llegar a mi cama y hundir la frente en la almohada y pedirle a los relojes que hagan esta noche perpetua, para dormir el sueño de los justos. Un alarido bestial interrumpió mis cavilaciones como un alud que trae consigo, es decir, mi rápida imaginación en verdad lo hace, la imagen de un mono colgado del techo de la habitación saltando sobre toda cinco féminas ansiosas de abrazarlo. El alarido bestial es de Chubaquita, y dice un par de frases en griego antiguo, algo que aprendió en su estadía en Esparta, cuando era el tutor de Leónidas, y algo más que creí que era la Eneida, esto, claro está, ya en latín culto. Posteriormente dime cuenta de mi error: el texto era de Catulo.
Pedicabo ego vos et irrumabo 
Y ellas, asentían, mientras ejecutaban lo que él les había pedido. Aquella imagen que irrumpió en mi mente estuvo siquiera cerca de lo que vi al entrar, no al cuarto de Chubaquita, sino al mío: eran once contra once, y Chubaquita era el árbitro. Un maldito bacanal sobre mi cama. Grité, maldije, espeté... pero mis lamentos se perdían en medio del brutal jadeo. Chubaquita ni se dignó a verme. Sostenía una botella de ron entre sus manos mientras cantaba viejas canciones piratas del s. XVII, esas que también enseñó a los piratas somalíes que secuestraron un buque de la OTAN. ¿Y ahora dónde carajo duermo?, me preguntó desesperado. Porque a la cama de Chubaquita no entraría jamás (se cuenta toda una leyenda sobre lo que les pasa a quienes osan meterse entre esas sábanas sin autorización). El cansancio se empeñana en nublarme la vista y bajarme los párpados, que se había vuelto muy sensibles a la luz, mas la bulla y el constante temblor que hacía temblar el piso del departamento me impedían dormir. Creí que no tendría esperanzas. Que la noche estaba perdida.

Hasta que escuché lo impensable: Chubaquita había descubierto el primer borrador de mi novela Un poema para Natalia, y lo leía en voz alta, todas esas cosas que aún no estaban listas para ser leídas, eran declamadas cómicamente por el maldito mono.
15 de marzo de 1986

No he podido dejar de pensar en Natalia, y ya casi es la medianoche. Este cumpleaños pasará a la historia como el peor de todos, en esta corta y patética vida que cuenta 19 calendarios.

Ahora, el que se había engorilado era yo. Abrí la puerta del cuarto de un patadón y empecé a botar a golpe limpio (y un par de botellazos) a todo humano, animal, peluche, bolas chinas, erizo de mar y sierras eléctricas que encontraba en mi camino. Fuera, les dije, vayan a ser sus cochinadas a otra parte. Y todos, espantados, se iban semidesnudos la mayoría, otros casi sin ropas, pasarían delante de la puerta de la adminstradora al bajar, y quizás encontraría ya la puerta con seguro. No me importaba. Yo negaría que estuvieron aquí y dejaría que arreglaran sus problemas solos. Entre los que se estaban escabullendo a la salida, había un mono con actitud sospechosa...

-Ah, no, basura, tú no te vas.

Chubaquita alzó sus peludas cejas (o el peludo arco ciliar, donde teóricamente deberían estar un par de cejas) y me miró con rostro de súplica. Pero no le hice caso. Lo cogí del pescuezo y lo llevé donde el perro, para que él hiciera lo que quisiera con él. 

Vicisitudes de Chubaquita y del dicente viviendo bajo el mismo techo

Maldito sea el día (y no está dicho esto con la púber intención de exaltar algo como “súper”: «¡Qué maldita es esta consola de Nintendo!») en el que, luchando contra las fuerzas de la naturaleza, supero la pereza de levantarme de la cama, me desnudo para ir al baño, dejando todas mis zonas erróneas a la intemperie, y en encuentro a un mono en la ducha, con la banana en la mano, usando la esponja de mi novia para rascarse la espalda, llena de pelos, mientras una semidiosa olímpica y una ninfa ninfómana, procuran acicalar sus partes pudendas.

Yo, parado frente a ellos, cubriendo dignamente mi último rincón de decencia, quedé estupefacto. Eran las siete y media de la mañana, había trabajado hasta casi las tres y tenía que estar de pie a tiempo para ir a una reunión de coordinación de un proyecto. Desde mi casa a la editorial son más de veinte minutos de camino, sin contar el tiempo que tengo que esperar a que cambie de luz el semáforo de Paseo Colón, o peor aún, a que el policía de tránsito haga caso de los circunstanciales peatones.

–Chubaquita…

La semidiosa le decía algo al oído de felpa mientras sonreía con malicia. El mono soltó una risotada y la sometió sin reparos. Acto seguido, prendió un puro mientras, ya los tres derramados en la tina, empezaban a hacer burbujas de jabón líquido aromatizado. Chubaquita miraba penetrantemente a la ninfa, sostenía unas bolas chinas en sus manos.

–Chubaquita, tengo que ir a trabajar…

El mono no solo me ignoraba, sino que se sumergía entre las burbujas de la piscina y jugaba a la gallinita ciega con las dos beldades, que gozaban con sus ocurrencias y con su engolada retórica.

Claro que no pude sacarlos de la ducha a tiempo, y tuve que llegar más de media hora tarde a la reunión, con la que me tuve que disculpar por la injustificada tardanza (la que no se puede explicar con el infantil recurso de echarle la culpa al mono). La presencia de Chubaquita en mi casa no había caído muy bien como habíamos pensado. Pero teníamos que esconderlo antes que el Mossad lo encontrara. Sabía muy bien que me jugaba el pellejo haciéndolo, aun más con el puto mono que no colaboraba para nada siendo discreto (le dijimos muchas veces que pasara desapercibido, pero ya todo el edificio sabía que dos mujeres y retozaban alegres en una misma ducha: mi ducha, y no era yo el que las acompañaba.

Pero quien sí creyó que yo estaba con ellas era la administradora. La que me esperó en portería con su tan conocida frase de “hay que hablar, Ramírez”. Por un cacho, vieja maldita, que yo no soy el que hace reír a dos mujeres en una tina de baño, no me ducho con ellas, ni les jabono la espalda… es un maldito mono que lo hace y es quien no me deja acercarme a ellas.

Si lo digo eso, se reirá de mí, y de lástima.

Tengo que hablar seriamente con Chubaquita.

Justificación

Chubaquita me escribió hace unos meses desde el VRAE. Por una cuestión de seguridad (personal) no revelé esta información hasta que me fue imposible evitar los comentarios de los vecinos, que vieron llegar un emisario semidesnudo y con dos dedos de la mano derecha arrancados de raíz y una cruz esvástica todavía supurando sobre su frente manchada de sangre coagulada.


–De Su Santidad Chubaquita, el Supremo –dijo antes de caer muerto al suelo.


La carta todavía mojada por el las lágrimas y la sangre del emisario y de quien firmaba era un enigmático mensaje:




Hilf mich... Toy caga'o


¿Qué quería decir Chubaquita con eso? ¿Se había hecho en el pantalón? Y si era cierto que ya no tenía control de sus esfínteres, ¿desde cuándo Chubaquita usaba pantalón? O es que era algo mucho más serio. ¿Tenía acaso problemas con la gente del VRAE? ¿Posiblemente había sido rodeado por las fuerzas de la DEA? Preocupado llamé a un amigo periodista que había viajado hace poco hacia la zona de conflicto. Lo que me contó me dejó aterrado: Chubaquita había sido descubierto como agente cuádruple: trabajaba para la DEA, que le pagaba en dólares; para el EP, que le pagaba en casquillos de bala de 45 mm; para la OLP, que no sé qué rayos hacía allí, pero que le pagaba en barriles de petróleo y para la guerilla colombiana que le pagaba con café de Chanchamayo. Pobre Chubaquita. No quise ni imaginar lo que harían con él las huestes de "José". Tuve que avisar a la prensa, en donde él tenía amigos poderosos. Por suerte, volvió ileso, y se hospeda ahora en casa de Maharajá. Gracias por tu hospitalidad, Eric. Espero que el Maestro se porte a la altura de las circunstancias.

martes, 19 de abril de 2011

Como una ardilla prehistórica

A mí me suelen pasar muchas desgracias con mucha gracia, aunque suene a paradoja o a verso abyecto. Y otras cosas que también son, por decir lo menos, de sitcom gringo.

Hoy necesitaba un café. Lo necesitaba con mucha urgencia. Así que bajé hacia el News Café que queda a una cuadra de mi oficina, pensando que la misma chica de siempre me atendería, pero no, no estaba ella. Una beldad de bronce estaba ante mí, con el cabello en una media cola llena de bucles, los que se agitaron en cámara lenta mientras, muy convenientemente, en la radio empezó a sonar la versión de Biddu Orchestra de «Girl, you’ll be a woman soon».

Y así como la ardilla prehistórica de La era del hielo (aunque a él le hacía el bajo Lou Rawls) tenía su nuez yo tengo como mi gran cruz mi atolondrada tartamudez.

-Hola, bienvenido a News Café, ¿en qué te puedo atender?

-Nnnngh…, nnnnngh.

Si hubiera podido hablar, hubiera pedido un terapeuta de lenguaje. Pero no. balbuceé algo, y dentro de mí rogaba que sea una de esas chicas que se enternece al ver a un hombre tartamudear ante ella. Pero su mirada no decía nada de eso. El café me lo dio con algo menos que condescendencia.

Y mientras una voz sensualona acompañaba sus movimientos al ritmo del disco: «Soon… you’ll need a man». However don’t need  a stutterer one but a real man.

Eso suele pasar, me repito hasta el día de hoy. A algunos no se nos bendijo con poca capacidad de sorpresa. Era la misma chica de siempre en verdad, solo que pareciera que había salido de su oruga. La sorpresa fue más por que casi no la reconozco. Más tarde, al salir, un tipo de moto y chaqueta de Fonzi la esperaba. No me extrañó que eso pasara. En mi mente, los primeros versos de la canción de Neil Diamond: «Girl… you’ll be a woman soon».

lunes, 18 de abril de 2011

Los mejores amigos

Hoy la madrugada me ha obsequiado un chisme involuntario (falaz categoría que acabo de inventar para justificar este post, que consiste en dejar que el viento te traiga las discusiones de los parques cercanos y con una cínica indiferencia escucharlos).

En resumen, alguien allá afuera ha estado afanando a la flaca de otro ahí presente en el mismo lugar. El tipo en cuestión hasta había acordado una cita con la flaca en cuestión sin saber que, oh sorpresa, su pata también la estaba afanando. Mismo capítulo de la Serie Rosa, ambos hablaban de la misma mujer sin que lo supieran. Al caer en cuenta del detallito, se armó la bronca. Se han roto como cuatro botellas; los compinches de chupeta en vez de separarlos parecía más bien que apostaban a quién cortaba más a quién. Al final alguien habrá llamado a Serenazgo, para que también hagan correr las apuestas.

El asunto es que en todo este lío ha estado implicado un viejo conocido de todos ustedes: el inefable Facebook. Aquel celestino que te arregla la cita del sábado, aquel delator que te dice quién está con quién, aquella voz horrísona que te inyecta las dudas: «¿Cuántos de estos compadres se quieren tirar a mi flaca?».

Bueno, eso es en resumen el Facebook: un gran alcahuete que se mete en todo, aunque uno no quiera. Dios bendiga a quienes no han caído aún en tentación.

domingo, 17 de abril de 2011

Reo de nocturnidad

Bueno, aquí estoy de nuevo luego de unas cuantas líneas (de escritura, malpensados) y no puedo ocultar la satisfacción de poder vencer todas las barreras que la vida impone y que tenemos que remontar para poder hacer nuestro paso por este planeta un poco menos doloroso. Ayer también inicié el blog Reo Libre ((Where Available)). Espero que le den un vistazo pues y le dejen unos cuantos comentarios. No tengo más que decir por el momento.

Fue bueno haberme encontrado ayer con mis patas, luego de tanto tiempo. En fin, ya me voy a hacer otras cosas por la vida.

sábado, 16 de abril de 2011

Sábado



Sábado 16 de abril. Escribí unas cuantas líneas en un papel y aún estoy pensando en ellas. Dejé otra vez una novela a la mitad y no sé cómo continuar escribiéndola en el punto en el que he dejado. ¿Por qué me pasa esto?

Ahora entro al Blogger con los restos del café filtrándose en mi sangre y me topo con que anoche dejé un video de ABBA a medio cargar, y le he dado clic por inercia y es «Fernando», y ya no he tenido fuerzas para pararla, para que deje de sonar, y ¿recuerdas la espantosa y puta noche en el puto río Grande, Fernando? Esa noche que soñabas con la puta libertad.

Creo que vomitaré.

Menos mal que tenía cerca el celular y algunas canciones de The The,Interpol, Delphic, The Bravery y The Big Pink me han servido para olvidar ese desagradable momento. Creo que volveré a por Céline, para seguir (re)leyendo Viaje al centro de la noche.

La computadora debe descansar. Pero siento la necesidad de seguir escribiendo. Por fin tengo una idea clara de lo que debo hacer en semanas. Pues, a lo Varguitas, cogeré un lapicero y un bloc y escribiré.

Para quien lea esto, deséeme suerte.

martes, 12 de abril de 2011

Me enviaron la moto


Cuando los sicarios «envían la moto» a alguien significa que lo van a hacer fiambre de un par de plomazos. Puede considerarse a esto como una metáfora. Sin embargo, lo que me acaba de pasar a mí adquiere un sentido literal.


Es más que evidente que a mí no me han enviado ninguna moto, dado que estoy vivo escribiendo esta nota. Lo que ha pasado es, ya lo dije, literal: una moto me ha golpeado a traición por la espalda, mientras caminaba por la calle peatonal Contumazá, a una cuadra de mi detestada y amada plaza San Martín.


Sí, sí, estoy bien, gracias por preguntar.


Salía a comprar unas pilas para mi mouse y terminaba de hacer una llamada de coordinación cuando una moto impacta conmigo por atrás. Yo caí de espaldas y el tipo de la moto un poco más allá. La moto llevó la peor parte. Se le rompió un espejito.


En fin, aún sigo un poco asustado. Me fui luego a comprar un pucho para bajar los Walt Disney, o sea, los muñecos. Pero no ha tenido mucho efecto, aún siento la adrenalina fluir.


Me ha empezado a doler el brazo. Y yo que quería pasar un día tranquilo.

lunes, 11 de abril de 2011

Réquiem para una tumba sin nombre


El Perú ayer fue a las urnas con resaca, y creo que ese ya era un mal síntoma. Desde Lima, las cosas parecían claras, que una patada en el tablero no es lo más recomendable para una economía que tiene que hacerse más sólida y procurar que la calidad de vida de toda la población mejore. Pero Lima, ya está demostrado, no es el Perú ni mucho menos la ciudad que determina la elección de un presidente. Aquí ganó PPK: la cara de la derecha anquilosada y osteoporótica que la juventud quiso digerir como el gran cambio, del que, en verdad, no tenía nada. Lo mismo se puede decir de las otras dos opciones más parecidas: Perú Posible y Solidaridad Nacional, la misma política que desde el centro siempre tiende hacia la derecha. Esa política siempre reencauchada está llena de todos los pecados capitales, y sobre todo del peor: la soberbia. Si estos hubiesen llegado a un acuerdo de gobernabilidad y hubiesen renunciado a apetitos personales, el porcentaje de sus votos (el que se estuvieron arranchando con dientes entre ellos) hubiese superado el 45 % , es decir, hubiesen estado en segunda vuelta. Pero no, eso, en un país como el nuestro, es imposible. Aquí no se piensa en un programa a largo plazo, aquí se piensa con el estómago y se vota por la carita, por el "pan grande", por el quien da más, por quién le agarra los huevos a quién. Y en tanto nuestra capital se dividía como Berlín luego de mayo de 1945, el resto del país, engañado, pobre, ignorado e ignorante (no por su propia culpa, sino por la mala formación educacional -el cáncer de siempre en todo nivel-), le endosaba su vida al mejor flautista, al que con mucha astucia mamífera ha sabido canalizar todo el descontento, todo el resentimiento y hacer de eso su caldo de cultivo. Ahí, en ese lugar adonde nunca has pensado viajar hay gente molesta, más que antes, contra quienes cree que, desde la capital, han complotado desde siempre para dejarlos al margen, como si fueran un error estadístico. El resultado de este domingo es lamentable, nos ha reventado la burbuja del desarrollo en la cara, la fantasía acabó con final amargo ya cantado incluso por gente como Michael Porter. Propugnar ahora el voto viciado no salva a nadie. Ese también es un mal chiste, una ingenuidad de quienes quieren creer que la segunda vuelta no es más que una «joda para Tinelli». Esto vuelve a pasar. El Perú es el país donde la vida da vueltas pero donde no cambia nada. Un minuto de silencio