domingo, 24 de junio de 2007

Desde la Rue Azángaro

Es un día cualquiera. Pero, si hay que ser más precisos, era un día de invierno, un día de junio, un día nublado; las cúspides de los edificios más altos del centro de Lima no se ven: un manto durmiente de suave neblina marina los cubre. Todos aún duermen. O al menos eso parece.

Son las seis de la mañana, y por ser junio, el sol aún no ha salido. La revista ha cerrado por fin. Ya están imprimiéndose las últimas pruebas y luego a llevar todo a imprenta. No duermo hace 24 horas, y no dormiré en las siguientes 24. No puedo evitar mirar hacia la ventana, mirar hacia la cuadra 10 de Azángaro, hacia la calle símbolo de la justicia peruana. Esta es la calle que juré nunca más pisar cuando salí de Lima. Es la calle a la que volví con la mirada en alto, a tener a todos los tramitadores, abogados y vendedores a mis pies. Claro, es que trabajo en un segundo piso.

La calle luce tan quieta que nadie creería que es la misma Azángaro de los libros piratas y falsificación de documentos. No. A esta hora no hay tramitadores, nadie allá afuera te preguntará por lo que necesitas, ¿certificado médico?, ¿certificado de matrimonio?, ¿sentencia de divorcio?, ¿carnet de medio pasaje?, ¿notario? Y es que en Azángaro la gente es muy atenta y amable.

-¿Trámites, varón?
-¿Algún trabajito, tigre?
-¿Se te ofrece algo, primo?
-Sin compromiso, varón. Pregunte, nomás. Más allá 'ta yuca.

-NO, GRACIAS.

Llevo trabajando dos meses aquí. ¿Acaso no se acostumbran a mi cara de todos los días? Deberían tratarme como uno más de esta surrealista comunidad.

-Es que los cambian, tío. No siempre son los mismos -me dijo el taxista que me devolvía del Coño Norte.
-Yo llevo años aquí y me siguen ofreciendo documentos -me dijo el editor. ¿Qué puedo pedir yo con dos meses?

-Ya veo, ya veo.

Sigo pegado a la ventana. Mirando atentamente hacia la quinta donde hace solo unos días se escucharon tres disparos. Ahora hay nadie. Los tramitadores no asoman hasta las siete de mañana. A la hora que ya está el señor de los sanguchitos y el emoliente en la vereda de enfrente. La misma hora que los abogados empiezan a pulular, a la hora en que abre el quiosco de la esquina, a la hora que llegan los señores de las máquinas de escribir con sus esposas, que les sirven el desayuno tiernamente debajo de balcones de yeso coronados de macetas de la cuadra dos de Miguel Aljovín, a un lado del pequeño parque que ahí hay.

Las tiendas abren, las pisadas manchan la superficie de asfalto, antes de azogue, ahora de barro.

Un día, en Córdoba, me escapé a los Tribunales, y busqué su "Azángaro". No lo encontré. Quizás no supe buscar. Azángaro solo hay uno, y queda a menos de cincuenta metros del Palacio de Justicia de Lima. "Aquí los extranjeros se espantarían", pensé.

-No sé si se habrá espantado el che. Pero el asunto es que vino.
-Pero, ¿para qué?
-Resulta que el che vino de Argentina, y le ofrecieron un trabajo, pero como ya se le había vencido el tiempo que le dan [el permiso de 90 días del pasaporte para ciudadanos oriundos de Estados miembros o asociados del Mercosur], tenía que justificar por qué se había quedado de ilegal.
-¿Y qué hizo? ¿Se selló el pasaporte en Azángaro?
-No, ni cojudo el che. Él quería que lo casaran con una peruana, para que pueda acceder al trabajo.
-¿Que lo casaran?
-Sí. Me tomó la carrera desde San Isidro y me dijo que necesitaba eso; me preguntó dónde podían hacer ese trabajo. Yo le dije "solo conozco Azángaro, maestro".
-¿Y qué pasó?
-Lo casamos al che de mierda. Ja, ja, ja.
-Ja, ja, ja.
-En un pueblito de La Libertad, con cinco años de casado.
-La cagada.
-Feliz el che. Dijo... ya luego, "en esta calle vos te casás, te morís y resucitás". Ja, ja, ja.
-Déjame en la esquina, por favor.

Te casan, te divorcian, te matan, te hacen ingeniero, literato, abogado, médico, policía, y si podrían, hasta te harían miembro de la CIA. Suelto un suspiro y me río resignado, mirando hacia la calle que ya tiene por lo menos diez tramitadores que dan vueltas por la cuadra. Recuerdo la conversación con el taxista del otro día con la segunda taza de café.

Soy uno más de la fauna de Azángaro, protegido del trajinar cotidiano de esa calle por dos pisos de concreto que me separan del grito del tramitador que le grita a su par "choro", de la señora abusiva que le pega a su niño que quiere una manzana acaramelada, de la chacota de los borrachos que le gritan "mamacita" a un pata que todos allí saben que es maricón, menos él. Separado de ellos por una delgada línea llamada "legalidad".

Horas más tarde, asomaré como un romántico del siglo XIX por el balcón (sin oscuras golondrinas y sin nidos que colgar), respiraré el smog nuestro de cada día y gritaré yo también: "¡Señora! ¡Coca Cola de medio litro, por favor...! ¡Sin helar!".

Aquí... un entremés

5 comentarios:

MARLON AQUINO RAMÍREZ dijo...

Aquí está la semilla de todo lo bueno que puedes hacer. el mundo representado es tan rico en matices y potencialidades... detecto aquí un auspicioso punto de quiebre. me gustó.

Anónimo dijo...

Eres un personaje más en Azángaro, pero no cumples el mismo rol que ellos, eso te hace diferente y no parte de la Fauna (creo yo)....
Muy "CURIOSO" el video.
¿Quien te comenta?....no lo se.....
¿El otro yo?

Anónimo dijo...

Primo una dato, aqui en Tacna hay un lugar similar a Azángaro, se llama "Tacna Centro", es un centro comercial donde se hace diseños de tarjetas y "otros trabajitos"

Anónimo dijo...

Hola Chris:

Andaba medio melancólica o quizás algo absorta entre mis pensamientos cuando vine a dar con tu mail...Vaya sorpresa, imaginaba que tenías talento, pero no uno tan fascinante. Vaya que me alegraste la tarde....Quedo, pues, a la espera de un nuevo acontecer literario.

Reo Libre dijo...

Les agradezco, amigos míos, que se hayan paseado por este blog. Marlon, tus palabras, demás está decir, me alientan; Anónimo, ahora lo eres doble (vos sabés por qué); Alex: Gracias por el dato, ya sé dónde puedo trabajar si me voy a Tacna, jejeje. Laura: qué gusto que hayas sonreído. Me haces sonreír desde el otro lado del río.

Buenas noches.