lunes, 24 de diciembre de 2007

25 de diciembre

Se fue la luz; papá dice que es porque se recargan los generadores de la empresa y tienen que apagarlos por un momento... no hay alarma; afuera todos siguen jugando y yo veo desde la ventana cómo revolotean las mariposas de luz, y cómo reptan saltarinas las sartas de cohetecillos. Hace dos semanas que armamos el nacimiento. Este año lo quise hacer yo. Mamá dice que me salió bien. Ella siempre dice que está bonito. Mis hermanos han venido hoy de Lima; la pasaremos todos juntos. Aquí en casa no hay árbolde Navidad, nunca hemos tenido costumbre de poner uno, así que no lo extrañamos, creemos que con el nacimiento basta y sobra porque, y esto creo que mucha gente olvida, ahora se celebra la llegada al mundo de Cristo, que vino a dar luz al mundo, que se hundía en las tinieblas. Claro que no niego que me gusta mucho que me traigan regalos. Sé que no los trae Papa Noel, porque en verdad no existe. Me los trajeron mis hermanos: mi barco pirata de Playgo, un monopolio, una pelota de básquet y una harmónica.


Cuando llega la medianoche, hacemos una oración para recibir orando al Niño Dios. Yo, que soy el menor de la casa, soy el encargado de colocar al Niño en el pesebre, pero antes lo sostengo mientras mis papás y mis hermanos lo adoran. Al final yo le doy un beso en su piecito y lo pongo en su cuna, mientras mi mamá desentona unos villancicos, los mismo de todos los años, pero no importa, somos felices, de verdad somos felices, pues recordamos que aún somos una familia, y que aún pese a todo seguimos juntos, que hay algo más que un apellido que nos une; un vínculo que sobrepasa a cualquier lazo de sangre. La luz vuelve, pero se va de nuevo cuando pasan las dos de la mañana. A la medianoche el ruido de los fuegos artificales era un estruendo que ahogaba los buenos deseos y los cánticos; ahora casi todo es silencio y ya nadie corre por las calles afirmadas de Paramonga. Se vuelve a ir la luz. Papá enciende una lámpara petromax, que yo creía que era la que hacía que volviera la luz al día siguiente, luego de que me iba a dormir.

Kasabian - Club Foot

Esta canción es de pelos

domingo, 16 de diciembre de 2007

Aborto I

La primera noche que Luis y Catalina pasaron juntos, tuvieron la mala suerte que cayó marzo, el mes en el que Natalia cumplía los veinticinco. Y es que ya no lo podían evitar: se habían pasado semanas enteras jugando a esquivarse y a buscarse (y encontrarse) en los lugares más inverosímiles dentro de esas oficinas que parecían que lo veían y oían todo. Cada vez se hacía más notorio que cuando él llegaba tarde, ella empezaba a inquietarse, pensando que quizá se había reconciliado con su mujer y que, con un sexo de reconciliación, él terminaría por dejarla en el más completo abandono.

Sin embargo, ella ahora usaba su pecho como almohada; se acurrucaba entre las matas de pelos. Enterraba sus delicados dedos en ese bosque negro, como si los vellos se los probara como anillos. Él ya dormía. Llevaban ahí ya más de siete horas; Luis estaba extenuado. Ahí, en ese hotel retirado, ellos reposaban de la pasión que secretamente los estuvo consumiendo durante todo ese tiempo. Sobre todo a Catalina, quien tantas veces lo había negado. Pero no puedo traicionar a su corazón por más tiempo. Y, pese a que el recuerdo de la mirada de Ernesto la escrutaba y la sentenciaba, nada pudo impedir que esa noche desatara su pasión muy lejos de los ojos de Ernesto. Él debía estar en esos momentos cruzando los Andes, directamente a Santiago de Chile. Haría una parada rápida ahí. Pensaba en las cosas que él le podría traer de Buenos Aires. Los saludos de los amigos y las demás cosas que ella le había puesto en su detallada lista.

Su cabeza aún estaba muy confundida. La imagen de Ernesto se mezclaba con la de Luis. Sus gestos con el rostro de aquél que le servía de almohada. Se le congeló la sangre y el sueño se le disolvió. Aún pretendía sentirse segura de que a Ernesto lo amaba, que lo amaba como a nadie en esta vida. Aún así, abrazaba a Luis y escuchaba el lento ritmo de su corazón. Esa noche no tuvo el valor de escapar de esa habitación. Tampoco lo tendría luego para escapar de la mirada de Ernesto, que parecía saberlo todo, que parecía leer la infidelidad en la frente.

Miró una vez más a Luis. Veía que tras el velo de sus párpados, sus ojos danzaban nerviosamente. Quizá estaba soñando con ella; quizá con Natalia, quien dormía en un lecho vacío suponiendo a su querido Luis lejos, en Arequipa, en un viaje de capacitación. Aquella sería la primera de demasiadas noches juntos, la primera de las muchas mentiras que tejerían. Casi al amanecer ella recuperó el sueño.

Cuando despertó, Luis ya estaba en la ducha. La ciudad de Trujillo ya había despertado hacía horas.

* * *

Luis ya tenía seis meses buscando trabajo y la suerte le había sido esquiva. Los primeros días de libertad los había disfrutado maravillosamente, despreocupado y muy confiado de que la suerte no le sería siempre escurridiza. Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba y el teléfono se mantenía en silencio, la angustia le dejaba pocos momentos de paz. Ya ni con los amigos podía estar tranquilo, pues a veces lo asaltaba la terrible preocupación sobre su futuro; el dinero ahorrado se le iba agotando. Los últimos días había optado por el encierro en su casa. La casa de su familia, en verdad. Que ni era de ellos, sino que era rentada. Fue una decisión dura. Las carencias del hogar hicieron de una aparentemente sana decisión una tortura constante. Ni siquiera podía leer tranquilo en la sala de su casa pues la diatriba de su madre lo sofocaba. No le quedó más remedio que encerrarse en su cuarto para leer, escribir algunas cosas, o simplemente dormir. Quizás así pudiese soñar algo que le hiciese escapar de su sombría realidad, la cual le resultaba muy pesada e insufrible.

Un día, casi de milagro, Ignacio, un viejo amigo de la universidad –habían estudiado Derecho juntos–, le avisó sobre un trabajo en Registros Públicos. Si bien él había estudiado esa carrera, su larga temporada de inactividad le habían hecho reflexionar sobre la validez de aquella vocación. ¿Había él realmente nacido para ser un abogado? Ahora más que nunca, había puesto su vocación en tela de juicio. Sin embargo, ante la apremiante necesidad, no le quedó otra cosa sino aceptar la oferta laboral, para así tratar de olvidar tanto mal rato que pasó entre el desempleo y la forzada soledad a la que su ex-novia lo había lanzado.

No había necesidad de haber tenido experiencia previa en notarías o ser un genio en Derecho Registral. Solamente, tener los conceptos básicos muy bien aprendidos y en la capacitación recibiría la instrucción que hiciese falta para poder realizar bien el trabajo.

Al día siguiente, diez minutos antes de las ocho de la mañana, Luis estaba esperando a Ignacio a la entrada del edificio verde de Registros Públicos. Se entrevistó con una señora de trato amable, bastante mayor, que no cesaba de mirar su currículo y preguntarle cosas sobre la universidad. A cada respuesta que Luis daba, la señora fruncía el ceño, como si desaprobara lo que escuchaba. Sin embargo, le dijeron que volviese al día siguiente, que ya empezaría a trabajar.

El albatros - Charles Baudelaire

A menudo, por divertirse, los hombres de la tripulación
cogen albatros, grandes pájaros de los mares,
que siguen, como indolentes compañeros de viaje,
al navío que se desliza por los abismos amargos.

Apenas les han colocado en las planchas de cubierta,
estos reyes del cielo torpes y vergonzosos,
dejan lastimosamente sus grandes alas blancas
colgando como remos en sus costados.

¡Qué torpe y débil es este alado viajero!
Hace poco tan bello, ¡qué cómico y qué feo!
Uno le provoca dándole con una pipa en el pico,
otro imita, cojeando, al abatido que volaba.

El Poeta es semejante al príncipe de las nubes
que frecuenta la tempestad y se ríe del arquero;
desterrado en el suelo en medio de los abucheos,
sus alas de gigante le impiden caminar.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Wir lieben Maja (Ein klein Abschied)



En algún punto de mi historia infantil me enamoré de la Abeja Maya. Sin saber que era alemana, y antes que empezara a detestar a los que profanaban su nombre con el popular sonsonete «Maya, Maya, se tira un pedo y se desmaya», supe que ella era buena, supe que la quería, que si la abejita lloraba, yo lloraría con ella.

En otro punto, también lejano, alguien puso en mis manos uno de esos antiguos peluches, que estaban rellenos de bolitas de tecnopor, claro está, era un peluche de Maya. Lo cargaba a todos lados, hasta convertirla en mi juguete preferido. Así empezó todo con Maya: la tele, en los lejanos 80 y ella, el peluche, saltando entre los sueños de mi cabeza.

Pero como todo en la niñez pasa, también pasó ella. Las mañanas del canal cuatro pronto se vieron vacías de abejas, que fueron reemplazadas por mosqueperros, gatos samurai, focas bebé y sirenas enamoradas. Fábulas del verde bosque al carajo, yo quería mi abeja. El peluche, como todo lo que caía en manos de mamá, fue a parar a la cápsula del tiempo de los recuerdos familiares.

La primaria, Liveman, Saint Seiya y Fujimori me hicieron olvidarte, Maya, y no fue hasta hace poco que investigando en este aparatejo supe que ella seguía viva, que en Alemania no había perdido la vigencia que aquí tantas oleadas de mugre hicieron que la perdiera. Maya descansón tranquila hasta que en 1999 la encontré de nuevo, sin un ojo, pero aún con su sonrisa primaveral intacta. Maya, querida Maya. Ay de aquellos que profanaron tu nombre.




La universidad, el sexo, el alcohol, el puto Derecho, la mierda de San Marcos (o sea, su mezquina Facultad jurídica) y el roche de tener más de 18 años te volvieron a hundir en el olvido, Maya. Una vez más, una mano diligente te resguardó del polvo, del vejamen, de la infamia. Pero no de las polillas, querida.

Como alguien alguna vez mintió, recordar es vivir, le pregunté a mamá, si allá en la lejana y nostálgica Paramonga había aún una abeja que esperara por mi llegada, y me dijo que las polillas habían dado un trágico fin a mi abejita, como si fueran moiras ácidas, la devoraron, intentando quizás también arrancarla de mis recuerdos. Pero no podrán... ¡No podrán matarla!

Liebe Maja, ahora descansas en paz. No me quedas tú, ni Chubaquita, que debe andar con gonorrea deambulando por el mundo. Solo me queda un frío muñeco He-Man. Maldito sea el que se llevó mi Skeletor. He intentado olvidarte y no lo consigo. Menos aún si Seinfeld produce una película de abejas que tuve la dichosa idea de ir a ver.

Nada que ver contigo, tierna Maya. Estas abejas eran muy posmodernistas. Muy s. XXI, muy Fukuyama, muy Disney, muy download of this page. Muy tierna a veces, tan leguleya en otras, terriblemente neoyorquina en muchas oportunidades. Tan Seinfeld, tan gringo, graciosa sí, pero tan de ahora que no hacen más que agigantar el vacío que has dejado, Maya, al menos en esta parte del Hemisferio Sur.


Un grito que no se escucha


Cuando siento que lo único interesante que tengo que contar es algún detalle íntimo de mi vida personal me veo tentado a hacerlo. Digo, total, ni mi hermana me lee, así que nadie se va a enterar. Pero no, es mejor no hacerlo. Esto no es un diario, y sería muy triste que esto se conviertiera en uno, teniéndolo ya, descuidado como lo tengo. Siento que el mar de marasmos que creé me empieza a ahogar y que el fantasma de un pasado demasiado próximo empieza otra vez a presionarme en la garganta y no me deja disfrutar de las cosas más sencillas de la vida.

Dije que esto no sería una confesión.

Con nuevos ojos quizás vea las cosas de distinta forma. Los carros pasan rápidamente, como insectos gigantes de un mundo alucinado. Las luces bailan, en el puente Antártida (recuerdo aún esa foto) todo anduvo de un color tan púrpura, tan celeste y tan impersonal que los rayos del sol pasaron indiferentes hasta zambullirse en el río. Debe ser el río Suquía.

Que qué se pudo acumular como limo en el fondo del pecho durante todo este tiempo: angustia. Angustia de que el día se vuelva noche, que la noche sea tan cobarde que se vuelva día. Lágrimas pútridas que no se pudieron llorar por no saber cuándo será el próximo momento en que podré escribir tranquilo, cuándo podré coger otra vez el cuaderno y poner "querido diario". Las aguas del Suquía crecen. En Carlos Paz hay fiesta. Las hojas en blanco son la pesadilla peor cuando los rayos asoman la cabeza entre las nubes. Ni siquiera los perros ladran. Chubaquita no salió a su partida de bridge. El río va en un in crescendo constante. Yo no sé por qué nadie escucha mi grito.

martes, 11 de diciembre de 2007

Cuando pase el temblor


Yo no caminé entre las piedras. Yo te he esperado entre dos esquinas negras en una hora gris a la mitad de una parda noche. A esas horas ya no sentía las piernas. He buscado en el cigarrillo calor, una lumbre que incinere, cauterice, calumnie y envenene. Tabaco va y tabaco viene.


Quedaron charcos luego de la lluvia, pero en Lima no llueve. Mas sí en Santa Fé, Córdoba, Santiago, Huancayo y Valparaíso. Han quedado aún más charcos. El techo ha tenido goteras, se han colado algunos recuerdos macerados en alcoholes antiguos. Todo repta a esta hora, aléjame de esa sombra húmeda.


¿Luego? El silencio, pero qué mierda esperas. Pasaron las horas que quisiste que pasaran. Escribí las páginas que quisiste que borrara. Luego de Miller, Onetti, Céline, Hesse y Bolaño, ¿crees que algo más que una bala o un puñetazo de Bukowski podría venir? Golpea aquí, Chinaski, hijo de tres mil putas. Golpea, el teclado está muerto, muerto el Word, como muerta mi conciencia.


Este es mi cráter desierto, esta la sangre rupestre representada en un rito fugaz. Esta la alucinación perfecta para amarte a la distancia mientras más imágenes se diluyen entre los filosos cortes de la amnesia. Algún día dejaremos que la mente sangre hasta la anemia.


Despiértame cuando termines conmigo, timbra el celular cuando me odies. Recuerda el centro del cráter.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Y los vi volver


A las tres de la tarde aún estábamos en peregrinación hacia el sagrado recinto. El tráfico en el cruce de Paseo de la República con 28 de Julio era imposible. Los fieles seguían llegando. Nuestá égira había finalizado. Miles de almas esperábamos a que se abrieran las puertas de nuestra meca. Los fieles oraban, otros tomaban ron, cerveza, fumaban hierba o tabaco. La cola era insufrible. Pérfidos infieles vendían cola por cinco soles. A veces diez. Ya tienen su sitio en el Infierno.

El sol no fue cruel (No seas tan cruel, sol), pero se colaba por una luna rota. Me preguntaron si me hacía falta vitaminas, y respondí que en la facultad de derecho me verán volver, pues ella usó mi cabeza como un revólver. Interpretaron los signos y tomamos un té para tres. No sin antes pedirle a una linda pericota que me tratara suavemente. Le mentí, le dije que era parte del jet set. Luego se fue con unos prófugos que escaparon a través de una persiana americana que en la cúpula habían dejado abierta mientras entre caníbales hacían el rito de tirar un hombre al agua luego de haberle quitado su corazón delator.

Otros esperaron al séptimo día para escuchar su canción animal. Otros vivieron esta primavera cero como si fuera un picnic en el 4B... no doy más.

Maldito sea el Dúo Ayacucho, malditos sean los que intentaron que luego tocara Max Castro. Por suerte, no tocó, pero nos soplamos de pie cinco horas para luego escuchar a Soda (Sooooooooooooda, Soooooooooooooooooooda). Aparecieron al final, a las nueve de la noche mientras comía mis ocho morochas por el módico precio de un sol cincuenta. Casi sin telón Soda salió, el Juego de Seducción empezó.

Salté, grité, aullé, me quedé sin voz. La gente saltaba como una rana, Cerati reventó el escenario, por un momento, me hubiese imaginado pensar que él bailaba entre nosotros, admirando desde lejos del escenario a la leyenda de Soda apoderarse de la noche limeña. Ver gente desde 15 a 40 años saltando, haciendo telequinesis. Valió la pena la espera. Valió la pena llegar a la mitad de Signos (el sector) y ver cómo el Estadio Nacional iba llenándose de a pocos, cómo los celulares se prendieron a la orden de Cerati y cuando él dijo "hermosuras totales" (me ruboricé). Valió incluso la pena salir sin sangre en las piernas.

Hoy, séptimo día, tocarán de nuevo. Espero que el concierto de hoy sea tan bueno como el de ayer. Gracias totales, Soda.

Fotos de la web de El Comercio.

sábado, 8 de diciembre de 2007

Entremés

Con toda la tranquilidad del mundo este día empezó para mí a las diez de la mañana. Estoy mal de la garganta (me pica terriblemente) pero más tarde tengo que ir a ver a Soda (los veré volver).
Mi vida está colapsada. Eso no es novedad, el mejor reflejo de eso es que estoy escribiendo, y no quiero dejar de hacerlo. Alguna vez escribir significará algo más que matar demonios internos. Espero que no. Hoy no importa nada: es feriado.
¡Pero basta de quejas! He llegado hasta este punto y no pienso retroceder. Aunque me falta dar un respiro lejos de esta contaminada burbuja limeña, por lo pronto me queda el consuelo de que cuento con este día para hacer lo que quiera: leer, intentar escribir. Ordenar un poco el cuarto. Ordenarme un poco a mí. En fin, vamos a ver qué me sale el día de hoy. Ya noes estaremos viendo. Disfruten su vida.

viernes, 7 de diciembre de 2007

Un día que me asomé a ver... Ricordate di me


Y una de las pocas cosas que vale la pena ir a ver al cine es Ricordati di me. Ni pregunten cómo la vi, porque no lo voy a contar (tengo aún un pequeño pudor). El caso es que es recomendable y nada despreciable esta película del mismo director de L'ultimo bacio, Gabriele Muccino. De este mismo director hubo una película el año pasado en nuestras carteleras, protagonizada por Will Smith, "The Pursuit of Happyness", la que no vi, pero pronto quisiera ver.

Pero me quisiera detener en los puntos en común que existen entre L'ultimo bacio y Ricordati di me.

La primera historia versaba sobre el miedo a la madurez de unos jóvenes burgueses que van entrando a la treintena con muchas dudas en la cabeza, y deciden irse por el mundo en búsqueda de eso que no quieren que se les arrebate de las manos: la vitalidad. Y cada uno va viviendo una crisis: el matrimonio, la infidelidad, la muerte. Cosas que no estaban preparados para asumir en sus vidas que encontraban tan vacías.

Uno de ellos, Carlo (Stefano Accorsi), estando a punto de casarse con Giulia (Giovanna Mezzogiorno), su prometida, se enreda en una aventura con una jovencita de 18 años que lo hace otra vez sentir la vida que, por otro lado, parece que se le escapa. Él al final renuncia a echar su vida por la borda con esta jovencita, que no representa nada en ella, salvo un hermoso y apasionado desenfreno.

Cosa distinta pasa con el Carlo (Fabrizio Bentivoglio) y la Giulia (Laura Morante) de Ricordati di me, quienes conforman un matrimonio que ha vivido sin amor y en la rutina, siguiendo una historia de frustraciones adornadas de aparente felicidad familiar, felicidad que sucumbe cuando a la vida de Carlo vuelve un viejo amor de juventud, que lo hace (a diferencia del otro Carlo) recordar verdaderos momentos de felicidad y plenitud, cuando él, escritor frustrado, puede despercudir un poco esa novela inconclusa que, gracias a este impulso que Alessia, su ahora amante (Monica Belucci), le ha vuelto a dar a su vida, buscará terminar por fin.

Cómo se van tejiendo esta historia con la propia historia de las frustraciones y éxitos de la esposa Giulia y la hija Valeria (Nicoletta Romanoff), sin contar a Paolo (Silvio Muccino, a quien también puede verse en la película Manuale de amore), nos tiene muy presente que Gabriele Muccino es además el guionista de ambas (por cierto, qué mal que ambas parejas protagonistas sean homónimas). Las historias cambiaron de escenarios y de roles dentro de la película, pero en el fondo es la misma historia de búsqueda de felicidad en las vidas que las falsas comodidades nos han hecho creer que tenemos.

La película no es mala, llega a entretener muchísimo, y sobre todo podemos ver a la Belucci, aunque no haga un gran papel.
Una peleíta en L'ultimo bacio, tras descubrirse al tramposo...




Y en Ricordati di me, cuando al jugador de turno lo ampayan...


jueves, 6 de diciembre de 2007

Por si preguntan...


... estoy aún en Argentina, comiendo como los grandes y con tres mujeres muertas por mí, alumnas de mi cátedra del curso de Literatura Peruana I (y... en la bacha, loco, ¿viste?, lavando platos a doble turno, y comiendo a medianoche).

... estoy pensando que si uno produce tanta basura al año, debería tomarse también las molestias de reciclar todo lo posible de los deshechos que se producen en el quehacer diario, así tendríamos todos un ambiente más sano y un mundo mejor (he corregido tanto que mi cerebro se empieza a corroer).

... estoy leyendo el Ulises de Joyce (estoy viendo a la malcriada del Trome, haciendo cola para entrar al baño. Chino, lávate las manos).

... estoy en un coloquio con el maestro Chubaquita (duermo la mona jiménez, porque anoche la pasé como animal).

... estoy leyendo a Coelho (leo a Bukowski, y lo envidio).

... me fui a ver si está lloviendo en la esquina (o sea, los he mandado a la mierda a todos).

... estoy trabajando arduamente (maquino un plan para escribir en la chamba sin que se den cuenta).

... estoy rascándome una idea en la punta de la nariz (me estoy sacando los mocos).

... estoy hablando con Vladimiro (hablo con Vladimiro).

... estoy muerto (deja de preguntar por mí).

martes, 4 de diciembre de 2007

De fruta madre


Una gota más cayó y todo empezó a licuarse. No vi cuántas manos dieron vuelta a esa perilla, han de haber sido muchas... basta solo un repaso por los últimos cinco años. Las cuchillas, filudas, empezaron a girar. Dentro todo empezó a volverse rojo, y una gota más cayó.
–Christian, tu jugo.

No recordaba la última vez que tomé un jugo de fresa con leche. Este último que tomé tenía el sabor de algo antiguo que no terminaba de cuajarse en mi boca. Es un sinsabor que hasta ahora arrastro, como si me llevara a un destino que tendría que mostrarme quién soy realmente, y quién no quiero admitir que siempre he sido. No, mamá, no quiero más jugo.

Volver a la computadora y ver tantos proyectos truncos es como una cuchilla que empieza a girar, hay restos de mis manos elevándose entre las páginas incompletas. Es un punto muerto que se va extendiendo como un cáncer por todo lo que hago, una maldición antigua que alguien quizás se tomó la molestia de echar sobre mi espalda. O será simplemente que soy un vago de mierda. No sé. Mamá, no quiero tomar leche.

Cuando estuve lejos de todo esto no fue muy distinto. He ahí, dicho sea de paso, otro proyecto a la mitad. Una vida cortada de raíz y vuelta plantar en una maceta que no podía cubrir todas sus raíces. La lluvia mojaba, pero no alimentaba. Y recuerdo muy buenas lluvias, de esas que empezaban con el alba y terminan con el alba siguiente, una de esas lluvias que te hace retroceder hasta lo más profundo de tu madriguera y que te hace respirar aliviado al ver que sí compraste víveres para pasar la tormenta. Mira, ahí va un rayo... cayó peligrosamente cerca.

Al menos hay peligro, ¡había y hay mucho más que un peligro! Hay vida detrás de todo esto y uno no puede quedarse en casa durmiendo como si nada pasara. Aunque, en verdad, nada pase en realidad. Las mismas hojas vacías me servirán de colchón de clavos que me molestarán cada vez que hago clic en mi sesión del XP. Está bien, mamá, ponme dos manzanas.

Me colgaré del sol con alguien, me pondré el mismo antifaz, me comeré las mismas frutas, las mismas fresas, las mismas manzanas, todas ellas provocativamente rojas, ferozmente rojas. Tan vacías luego de darles la primera mordida. Ahí es donde todo pierde el sabor y la madeja parece un enorme anillo enrollado sobre sí mismo, sin principio y sin fin.

Parece, pero no estoy llorando. Es el sudor por el calor de la carretera

lunes, 3 de diciembre de 2007

Rey del Mundo, hasta las 9 de la mañana (oro sólido, oro sólido, oro...)


Su Graciosísima Majestad, Felipe I, Rey de lo pútrido y lo decadente, se levantó de su cama real luego de que su súbdito favorito, o sea, el narrador de cuentos (con perro que habla incluido, cuatro pilas Ray-O-Vac, 2 x 1 en oferta en Galerías Mercado Central), le estuvo leyendo un texto intitulado 2666. Aquel texto había marcado el ritmo de su vida en la última semana. Recordó el rey que semanas antes había disfrutado con un texto del mismo autor que llevaba por título Los detectives salvajes, que no solo había llenado sus expectativas como lector, sino que además había exacerbado su fuergo interno como aprendiz de escritor que decía ser, y de amigo y de hombre, como dijo alguien por ahí.

Como sea, el rey sintiose más que satisfecho, así que mandó llamar a los súbditos que le pusieron al tanto de la hora, le trajeran el desayuno a la cama; le recordaron amablemente que lo esperaban unos embajadores teutones para impartirle clases del idioma de las valquirias. Vaya, tan temprano pensó, pero como el rey todo lo podía y todo lo conseguía solicitó para esa mañana una jauría de enanos que remolcaran su carroza en forma de zapatilla Nike hacia el bosque conocido como "Campo de Martes a Viernes". De la jauría de enanos, dos eran gays y trataban de seducirse mutuamente, así que eso retrasaba el paso de la carroza.

El rey decretó que murieran por la tortuosa forma de leer una revista de jurisprudencia del Tribunal Fiscal. Los enanos imploraron por clemencia. El rey llegó a su destino; los enanos yacían muertos y ya eran trozados para ser vendidos como pan con chanfainita en el cruce de 28 de Julio y Arequipa. Desde la Emabajada argentina un orgulloso embajador, en pelotas, salió a saludar a los transeúntes, muchos de ellos lo ignoraron. Felipe I ordenó a los enanos detenerse ante Mariátegui, este, al ver al rey lanzó tres vivas en su nombre y lloró amargamente: los revolucionarios, sí, ellos, los de la facultad de derecho, usan ahora dos celulares, uno claro y otro movistar, con cámara de 5 megapíxeles, desayunan en La Tiendecita Blanca, compran su ropa en Saga y en Ripley, con una golden card; manejan Suzukis, y tienen laptops con internet satelital. Felipe I, conmovido por las amargas verdades que Mariátegui le confesaba, no tuvo mejor remedio que regalarle un libro: ¿Quién se ha llevado mis feligreses? Mariátegui le dijo padrino, besole la mano y Felipe se marchó.

Aún no daban las 7 de la mañana. Felipe descubrió que los embajadores teutones lo estaban esperando. Guten Tag lieber König. Guten Tag liebe Freunden. Y hablaron de muchos temas alemanes de suma importancia: Rammstein, la abeja Maya, Klinsmann, Claudia Schiffer y la película Rossini de Helmut Dietl.

–Auf Wiedersehen denn.

Son casi las nueve de la mañana. El día va avanzando y se va tornando algo tímido y frío. Los enanos se fueron a tirarle piedras a la estatua de Haya de la Torre. El rey ha mirado su reino parado sobre la cabeza de una pulga y vio que todo era bueno, que todo era posible en su soberanía, que muchas páginas podría seguir tejiendo todo el tiempo que hiciese falta. Sin embargo, el peso de la corona se licuó con el frío frescor de la mañana. Un cobrador de olorosas axilas grita "Bertello bajan". El rey pierde la corona, coge su mochila con su libro naranja del Goethe, toca la puerta de metal le abre un rostro adusto, casi hostil, un rostro escamoso lo espera dentro: es una iguana con guayabera sucia. Un oriental sale del baño sin subirse el cierre de su pantalón; no se ha lavado las manos. Firma tu ingreso, son las 9 y 10. Diez minutos de retraso.

El rey vuelve a ser un plebeyo y la tinta se queda agrietándose en un tintero muy triste.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Maldita necesidad de soñar


Sí, te hablo a ti, que te has colado en mi vida por la ventana, que has entrado por el patio de atrás sin que me diera cuenta. Te tengo muy bien vigilada así que no hagas ningún movimiento en falso. No sé cómo pudiste sortear el alambrado de púas envenenadas que puse ahí. No sé ni siquiera cómo antes cruzaste la fosa de caimanes con que he rodeado el lado más hirsuto de mí mismo. Pero a veces pienso, que es demasiado fácil pasar todas esas fronteras... tal vez.
Tal vez, porque mi imaginación no es tan poderosa como yo quisiera, o quizás porque tu imaginación es mucho más fuerte, lo que en verdad no es problema; el problema sería que yo me quedase colgando por el lado más flaco de todo esto, lo que es usual que pase, maldita sea.

Estás en medio del patio y los perros esperan mis órdenes, dispararán a matar. Pero ¿de dónde sacaste esa legión de duendes que vienen a cubrirte? Han rodeado la casa. Los perros disparan, pero es demasiado tarde. Los duendes los reducen. Vas a seguir avanzando hacia la puerta de la cocina; amenazas con preparar esos alfajores tan ricos que haces, y ya no tengo más defensas, no tengo más nada que me defienda, salvo uno que otro prejuicio que salte, pues no me queda de otra. Soltaré los prejuicios uno por uno a ver cómo hacen retroceder a tus fuerzas y salen de una vez por todas del patio trasero de mi casa.

No voy a mostrar debilidad en estos momentos. No ahora, ¿acaso no he aprendido nada en estos degenerativos 25 años? No, nada. Soy una nulidad sobre el papel y sobre el campo de batalla. Prueba de ello es que ya estás en la cocina haciendo un cake. El maestro Chubaquita te ve y huye; los perros, antes fieras rabiosas y asesinas con collares de púas, son ahora tiernecitos cachorros de papel higiénico Scott. Chubaquita huye, mono maldito, cada vez que hay problemas el primero que escapa (o como se dice en San Narcos, cuando se hunde el barco, las primeras que saltan son las ratas, o sea, toda la facultad de Derecho, t-o-d-a).

El cake huele muy bien, algo me sobrecoge, los perros me lamen las manos esperando una muestra de cariño. Hay duendes por todos lados. Algunos hablan en irlandés, hay uno inglés más allá, los mira con recelo. Hay uno que plastifica libros en editoriales jurídicas, hay dos más que, desde Argentina, vinieron esgrimiendo guitarra y bajo, tienen cara de estar pasados. Una pequeña palomita de papel vuela en medio de la cocina, se posa sobre mis manos y se despliega. Es un papel donde dice que me sonríes.

Pero tengo que despertar, tengo que entender que no puedo seguir soñando. Advertencia: esto ya ha pasado, maldito soñador. Cuatro duendes vestidos de gatos cantan:





If you rescue me
I'll be your friend for ever
Let me in your bed
and keep you warm in winter
Los perros sorprendentemente se han puesto a bailar alrededor de ellos. Aterriza otro papel que dice, muy románticamente, "Derecho Administrativo 4".

Christian, tú lo vas a hacer. Vuelvo a la realidad. pero esa cancioncilla sigue dando vueltas en mi cabeza. Me siento como el niño Ralph de los Looney Toons (Toons, como los dibujos, no Tunes, como los subnormales reguetoneros). Sobre mi mesa un pedazo de cake, y asocio ideas: un par de fonemas más a la derecha. Listo, otra vez (gracias, metonimia): ahí va mi imbecilidad galopante. Cuidado con eso, Christian. Ya pasó una vez, puede pasar todas las veces que quieras. No te lo permitas.

Los gatos siguen cantando. Un perrito Scott tocaba ahora el contrabajo.


Nada de dones por este año

A diferencia del pasado mes de octubre (de 2006), este año no hubo don Giovanni, ni Don Omar, ni mucho mi queridísimo don Vito Corleone (claro, mucho menos, Don Gato y su pandilla, pero me estoy alejando mucho del relato). Este año Mozart otra vez, este año Die Zauberflöte.

El Segura lucía lleno, hasta la cazuela, donde estuve, estaba repleta. Sí, cazuela, ahí donde las arañas tienen sus palcos y donde las ratas cultas del antiguo teatro se congregan a recordar tiempos mejores de la lírica peruana. Una de ellas, indignada, mientras sostenía su monóculo (que no tiene nada que ver con monos potones), reclamaba por el mal estado de algunas de las butacas y por la doble numeración que originó malestar en algunas de las butacas.

Coincidiré con mucha gente en afirmar que lo mejor de la noche (faltaba más), fue la Reina de la Noche, cuyas preciosas arias fueron muy aplaudidas. Difícil interpretación, Mozart escogió para este papel una de las notas más agudas del registro de las sopranos. Lamentablemente, quienes no estuvieron a la altura fueron los protagonistas, Pamina y Tamino, los que, teóricamente, debieron representar el triunfo del más puro amor sobre las cosas terrenales (y todo mezclado con una fuerte tendencia masónica), no "elevaron" mi alma más allá del nivel de la cazuela, ahí donde había una familia de roedores muy culta que me hablaba en alemán.

En fin, lo mejor: Papageno, y Papagena, su encuentro, emotivo y tierno, lo mejor de toda la noche, donde la orquesta en verdad estuvo bastante tibia. Espero que para el próximo año se monten el Fidelio de Beethoven, o alguna otra del maestro Mozart... ¡Muerte de Donizetti! jejeje.

domingo, 21 de octubre de 2007

Chubaquita returns


El maestro Chubaquita ha vuelto a las andadas. Nos ofrece ahora su segunda parte de la historia en el sismo y el chistocuento El Regreso.

Larga vida a Chubaquita.

El Censo


Espero que no quede registrado en la ficha que Christian Alberto Felipe Ávalos Sánchez, de 25 años, y corrector de estilo de profesión, que fue censado por una hermosa chica de aproximadamente 19 años, recibió en sus pantuflas de Homero Simpson.

Sí, admito ese pecado, y admito este otro: tengo los pies helados. Sí, así es. Desde que amanece hasta que me vuelvo a meter a la cama, e incluso dentro de ella. Padezco de ese común mal, y no sé cómo luchar contra él. La mayoría de los amigos me dice que me consiga una chica, que es muy probable que así siempre estará caliente la cama, pero creo que eso no será posible, al menos mientras viva con mis padres (¡Independencia cultural!). Y claro, cuando tenga un mejor trabajo.

Resumiendo: Tengo 25 años, vivo con mis padres y no tengo una chica que duerma conmigo todas las noches para que me caliente los pies. Alguien présteme un arma. Por suerte eso no saldrá en el censo.

C'est comme ça

Parte de los créditos de mi crimen del día de ayer: una de las canciones que han entrado con fuerza al soundtrack de mi vida es esta canción del dúo francés Les Rita Mitsouko, canción del mismo año que otras tantas excelentes canciones: 1986. Esta canción la escuché en la graciosa huida.

Este video es de puta madre. Nótese la presencia del Maestro Chubaquita, y pensar que él nunca nos mencionó este episodio de su vida.

Con ustedes... "C'est comme ça" de Les Rita Mitsouko.



Letras criminales


Tarde del sábado. Leo el listín cinematográfico sentado en la misma silla donde estuve las últimas seis horas corrigiendo, bostezando, pensando en un mundo mejor. La secretaria se me acerca y me pregunta si ya me voy. Me está botando, pensé, y le dije que sí, que en unos minutos ya me iba. Como todo lo que quise ver de la cartelera ya lo había visto, cerré el periódico con decepción. Apagué las luces, firmé mi salida y me hundí en las calles de Breña.

Este es un buen momento para compartirlo con alguien, pensé –otra vez pensando– mientras recordaba que no tenía con quién compartir momento alguno. Encendí el mp4 y caminé hacia la Plaza de la Bandera, computándome Dolores O'Ryan, pues estaba escuchando "My imagination" de Cranberries.
Cuando ya iba doblando hacia la avenida Sucre, Kula Shaker me dio una idea: atrapar el sol en Plaza San Miguel, y de paso oler la dulce rosa (the sweet sweet rose). El sol brillaba, y daba algo de calor; muchos ya alucían prendas cortas mientras yo caminaba por la avenida Sucre y veía árboles grises desperezándose, flores sonriendo tristemente y más gente como hormigas desordenadas yendo en cualquier dirección. "El fantasma" de Árbol. Qué hermoso tema.

Seguí caminando por la avenida La Mar (ya con Calamaro, Páez y Les Rita Mitsouko) hasta que la Universitaria me hizo el pare. Plaza San Miguel a dos cuadras. Ese día me había salido de casa sin desayunar, aún no había almorzado y eran más de las tres de la tarde. ¿Era natural que sintiera algo de hambre, no? Entré a una cafetería "gelateria" de la Plaza. Llevaba conmigo Los detectives salvajes, aún no terminaba de leerla. Me senté y puse la música a todo volumen. El local estaba medio lleno, menos mal me tocó una buena mesa en donde esperé a que me atendieran. Una señorita se me acercó a entregarme la carta y agradecí al Cielo de no estar acompañado. Tranquilidad, joven padawan, me dije a mí mismo, esto no es más que el precio de la tranquilidad en Plaza San Miguel, lejos del bullicio de la gente en las calles, los cláxones, los cobradores de combi y las canciones taradas del Coney Park.

Pedí un jugo que costaba lo que en cualquier mercado costarían tres de esos jugos. No importa. Podía leer a Bolaño tranquilo.

Pasaron las horas y le daba un sorbito al jugo cada vez que doblaba una página. Como vi que el jugo avanzaba muy rápido empecé a darle un sorbito más pequeño cada seis páginas. El sol se fue, mucha gente también. Una familia de gorditos que casi termina con el arsenal de la cafetería también se fue. Para que pasaran nos levantamos como cuatro mesas. No se preocupe, señora, mi pie se va a recuperar. Más allá, una pareja que sehabía reconciliado también se fue, muy probablemente a un mejor lugar, unos amigos que no se encontraban desde hace años también, ellas aún muy bien conservadas y ellos, bueno... ellos no. Se acabó el jugo y se llevaron el vaso. Pedí la cuenta.

Llegué a ese incómodo instante en el que mi presencia dentro de la "gelateria" nada la justificaba. Esperé la cuenta pero todos los mozos andaban de una lado para otro atendiendo a las mesas, que a lo largo de las tres horas que estuve "bebiendo" ese jugo habían cambiado muchas veces de comensales. en la mesa de los gorditos ahora había un enternado incómodo con una mujer que iba con su hija. Hasta mi mesa llegó la palabra "reconocer", y preferí volver a encender el mp4, no quería enterarme de esos problemas ahora.

Dos años atrás había ido ahí con una amiga el día de mi cumpleaños. Tomamos unos helados y esperamos casi quince minutos a que nos trajeran la cuenta, por lo que nos levantamos y ella dijo que mejor nos fuéramos sin pagar. Me pareció una buena idea, pero ella solo bromeaba. Como ella invitaba, a mí me daba igual.

Pero esta vez estaba solo, era mi jugo surtido el que tenía que pagar pero la cuenta no llegaba a mi mesa. Dejé a un lado a Bolaño, pensé que podría hacer eso que hacía más de dos años no había hecho, pero me entraron los escrúpulos y me fui al baño. Estaba ocupado. La señorita que me atendió y que luego se llevó el vaso y que supuestamente me tenía que dar la cuenta me vio en otra mesa y me preguntó:

–¿Ya lo atendieron, señor? ¿Quiere que le traiga la carta?

Le sonreí y le dije que no importaba, que muchas gracias, que solo esperaba el baño para irme.

–Como diga, señor

Amiga, detesto que me digan señor, mi nombre es Christian, pero es un nombre muy idiota, de alguien que siempre es buena gente. Ahora me llamaré Beto, como es mi segundo nombre, que suena más malo, más villano.

El tipo que trataba de enamorar a su amiga de la mesa detrás de la mía salía del baño, el cual dejó oliendo a facultad de Derecho de San Marcos, o sea, a pura mierda. Ha de estar nervioso, pensé, quizás la flaca no le está atracando. Por suerte, había Glade y eché mucho, hasta casi marearme. Me lavé la cara y frente a la espejo vi un pendejo que me miraba. Que está mal lo que quieres hacer. No está mal, pensé. Esperé más de diez minutos a que me trajeran la cuenta. ¿Sería posible que estuviera mal? Bolaño, a lo largo de sus páginas me enseñó que nada estaría mal, que todo al menos serviría para escribir unas cuantas páginas que valgan la pena. Quizás no sean estas. Esto es solo un blog.

Sí soy capaz, como quizás sea capaz de peores cosas, o de cosas más osadas como robar libros de algunas librerías, porque robar un libro será un delito (una falta me dirá algún maldito penalista, "en puridad"), pero no un pecado. ¿Y robar un jugo? Me amparo en las obras de misericordia corporales: "Dar de beber al sediento". Yo tenía sed, ellos me dieron de beber. Además el casi nulo consumo de mi mesa no los llevará ni a la riqueza ni a la pobreza. Me amparo también de toda la plata que he derrochado en esa Plaza inútilmente. Justicia poética, pensé.

Salí del baño, me dirigí a la puerta. El guachimán me dijo: Gracias, regrese pronto. Cómo no, le dije, y salí a la avenida Universitaria.

domingo, 14 de octubre de 2007

El mar, los placeres del mar


No tengo ganas de irme a casa. Tengo la cabeza vacía, rebotando entre tantas cosas que han pasado a lo largo de la semana laboral. Es uno de esos momentos que uno está en un limbo existencial, cuando tampoco las manos producen, cuando a veces a uno se le anotja hacer algo más que leer, algo que no sea de todos los días, algo que marque la diferencia de este sábado con muchos otros. Así que creí que sería buena idea si me iba para el Callao.


¿Cuál sería la ruta de escape más recomendable? La única pues: desde Tingo María tomé una combi que bajó por toda la avenida Colonial. En el camino iba pensando que no era tan cercac omo yo creía, pues la combi se tomó sus buenos 35 minutos en llegar hasta Chucuito, tiempo que me sirvió para leer un poco, conversar con M., que fue conmigo al puerto y a reírnos de muchas cosas que solemos compartir dos personas bastante rayadas y hastiadas de la sabatina rutina laboral.

Esto no parece el Callao, pensé, está demasiado tranquilo. Unos minutos de caminata me hicieron recordar la última vez que estuve por ahí con los muchachos, tratando (también) de despercudirnos un poco del día a día. De eso ya habían pasado dos años, pero la plaza Grau estaba idéntica (Grau ahora sí tenía los arreglos florales que hace cinco años no tuvo por su día).

Acercamos hacia el muelle y ¡claro! había lanchas a motor que te ofrecían dar una vuelta por cinco lucrecias. Así que aprovechamos y trepamos en una. Las imágenes que muestro son de ese viaje. Un viaje que si ustedes pueden hacer, les aseguro que podrán disfrutar. Sobre todo si luego, ya alejado por unas millas de la orilla, apagan el motor de la lancha para disfrutar de la inmensidad del mar, sus sonidos, su silencio y el graznido lejano de las aves.
Luego, claro, nos fuimos a la Cebichería Mateo, cherry aparte.

lunes, 8 de octubre de 2007

Bueno... octubre otra vez


Me desperezo. Abro los ojos y sé que ya es lunes, pero como es feriado, tendría que quedarme un rato más en cama, pero no. Hay que desayunar. Así que me rasco, y descubro un bulto extraño que sale de mi cuello. Luego respiro aliviado: era mi cabeza. En el baño saco la lengua y me doy cuenta de que es roja y húmeda, muy peligrosa también, así que prefiero no verla más. Me evito así un disgusto inútil. Me baño, sí, me baño, y lo disfruto. Sigo el día con la parquedad que me ha caracterizado todo este invierno. Por un lado, no madrugar para ir al Goethe es algo bueno, pero es un día más sin salir de casa.

Llegó octubre, maldición, eso ya se sabe desde hace ocho días. Es el segundo mes más detestado luego de febrero. Y eso ya lo he explicado antes: la procesión. Si en verdad la procesión debería ir por dentro, entonces, que eso hagan todos los miembros de la Hermandad del Señor de los Milagros y demás feligreses. Sí, sí, ya sé: la tradición. Pero ¿sería mucho pedir que las procesiones sean solamente los domingos? Creo que no sería mucho pedir. Pero claro, como solo eso afecta a los distritos marginales como San Juan de Lurigancho y el Rímac, y de ellos, solo a los que tenemos que salir muy temprano a trabajar (o a estudiar) a nadie le importa de verdad... Las fechas deben respetarse.

No tengo nada en contra de este rito. Nada verdaderamente en contra, pero, ya pues, hay personas que trabajamos o tenemos que salir temprano y tener que toparse con la avenida Tacna cerrada y con todo el centro convulsionado desde muy temprano es algo fatal para el humor del resto del día. Pero es el clamor del pueblo, y la voz del pueblo es la voz de Dios. Pienso entonces en lo muy mal que me cae la voz humana, y en que la voz de Dios, al menos eso creo, me parece que es algo mucho más dulce, algo que solo los músicos pueden leer de los propios labios del Altísimo.

Ahora saldré a comer con mi mamá. Solo me dedicaré a disfrutar el feriado. Quizás me vuelva a preguntar por qué no fui a misa. Por cierto, ella no va a procesiones.

domingo, 7 de octubre de 2007

Lector en coma (Radio Ciudad Perdida)


Hace unas semanas que terminé de leer la novela Radio Ciudad Perdida, de Daniel Alarcón. Lo hice con la expectativa de las buenas críticas que había recibido y auspiciado por mis amigos que habían empezado a conocer a este autor con su libro de cuentos Guerra a la luz de las velas. Empecé el libro con algo más que curiosidad. Y gracias a esa curiosidad pude sostener la lectura por todo el tiempo que esta me tomó.

La historia se centra en el periodo de violencia de un país sudamericano anónimo que, luego de acabado este conflicto, choca con la cruda realidad de un terrible saldo de familias divididas, gentes desaparecidas, y una terrible desolación, un escenario que podría muy bien recordar al Perú natal de Alarcón, o, sin salir mucho del contexto, Argentina Colombia o Chile. Esta "guerra civil", que desoló este país sin nombre (al que las autoridades han decidido quitarle sus topónimos –recurso que utiliza Alarcón para sortear el obstáculo de darle nombres e identidad a este país supuestamente anónimo–), fue iniciada por el grupo sedicioso IL, que, a lo largo de sus casi 400 páginas de la novela, siembra de desolación a todos los personajes de la novela.

Es la historia de las víctimas de un conflicto de esta naturaleza. Es la historia de un pueblo azotado por la guerra y que ya ha olvidado cómo se vivía antes de que la violencia se alojara en el patio trasero de sus casas. Tales son los casos de Norma, Rey, Víctor y los demás personajes.

Norma, dueña de la única voz que es reconocida en cada rincón de este país sin nombre, recibe en la estación de su radio (en donde tenía el sintonizado programa Radio Ciudad Perdida) a un niño proveniente del pueblo 1797, pueblo al que su esposo, Rey, viajó diez años atrás y del que desde entonces no tiene noticias. Paradójicamente, el programa de Norma se hizo conocido justamente por ser el puente de enlace, la tabla de salvación de muchas familias que habían quedado divididas por el terror.

Alarcón nos narra con un estilo muy prolijo el via crucis personal de cada uno de ellos. De cómo cada uno vive esta pesadilla, y sin dejar de llevar el buen ritmo que tiene la novela, va mostrando las heridas que cada uno de estos personajes va exhibiendo a lo largo de ella. Princialmente Norma, que es la que intercede entre los que aún viven y los desaparecidos, cumpliendo ella un papel clave en esta historia a pesar de que ella carga en su pecho el dolor del esposo desaparecido, y que regresa en la forma de un niño de 11 años. Las historias de Norma y Rey resumen el hilo conductor que atraviesa esta novela. Por el lado de ella, en el suplicio de no saber de él, y en el caso de Rey, por haber sufrido en carne propia el kafkiano destino de los que se embarcan en proyectos utópicos destinados al fracaso, como una revolución violenta. Rey nunca termina de entender cuál es su papel en esa organización, lo que recuerda a Kafka y, por qué no, Ribeyro. en medio de esos laberinto Rey sucumbe, sin haber logrado las respuestas que buscaba.

Sin embargo, pese a los méritos de esta obra, la ausencia de algún asidero conocido y verosímil me sugirieron un ambiente artificial, como si todo se desarrollara en un estudio de televisión o como si fuera una foto aérea trucada, donde todo parece estar en un lugar donde precisamente no está. Este "problema" hizo que en muchas partes, la novela fuera para mí de muy difícil lectura. Aunque hubo partes muy bien logradas como la de Norma visitando la Media Luna, la cárcel a donde iban a parar los miembros de IL, estampa entre kafkiana y orwelliana que en verdad dolía.

sábado, 6 de octubre de 2007

Loco por ti


Cada vez me hago menos fanático de la televisión, que ahora ha pasado a ser, según esté mi humor, o el enemigo diario con el que tengo que luchar para no apagar mi cerebro del todo, o en el simple proyector de películas que suelo comprar en mis escapadas cinéfilo-consumistas a Polvos Azules, ay, el cine súperpirata.

Sin embargo, una de las pocas cosas que veo hasta ahora, y por las que podría detener mi día si fuera necesario, es la serie Mad About You (Loco por ti), creada en 1992 por Danny Jacobson y Paul Reiser. Otra de las cosas es Los Simpson, pero por ahora eso no interesa.

Cuando la vi por primera vez, en Estados Unidos estaba transmitiendo la penúltima temporada y el canal 5 transmitía las tres primeras temporadas. Pero, sin ningún tipo de explicación, un día que me quedé hasta las once de la noche a esperar que empezara la segunda parte de un interesante episodio cuyo nombre no sé, esta jamás fue proyectada. Desapareció de la pantalla.

Tiempo después, cuando ya estaba en Lima y el cable de 85 canales apareció en mi vida, trayendo a ella Sony Entertainment Television, pude ver esta segunda parte, con una expectativa que me sorprendió que no haya disminuido pese a los tres años que habían pasado.

La historia pareciera que no es cosa del otro mundo: una pareja que ha decidido meterse en la locura del matrimonio y llevar su barca hasta las últimas consecuencias, pasando todas las hilarantes viscitudes que me mantenían despierto hasta pasada la medianoche, cuando en Sony a veces pasaban dos capítulos. Durante ocho años esa serie nos regaló en todas sus temporadas situaciones de locura, tiernas, románticas y hasta ridículas, es decir, con todos los ingredientes que acompañan a ese inexplicable estado del enamoramiento, pasando, claro está, por crisis y problemas que hicieron muy verosimil su historia.

Claro que esta serie no hubiese trascendido tanto de no haber contado con la genial actuación de Helen Hunt, y el perfecto modelo de mujer hermosa y neurótica que encarnó: Jamie Stemple Buchman, ganadora en más de una oportunidad del Globo de Oro por su actuación y muchas veces nominada, así como Paul Reiser (Paul Buchman), la víctima de los cambios de humor de Jamie.

Y cuál es la razón de este post sobre ellos... pues que hace poco encontré un DVD (sí, pirata) con una recopilación de 21 de los mejores episodios de las diferentes temporadas. Creo que esta selección no es completa, pues aún falta muchos capítulos que son tan buenos como los que ahí se compilan, sin embargo, en los materiales extras uno puede averiguar más sobre esta serie que no es, por ningún motivo, un típico sitcom fácilmente desterrable de la memoria.

No había muchos vídeos, puse solo dos, cortitos nomás.



y...

Mantilla y su cabeza de perro


Yo no conocí a Mantilla, pero si me hubiese topado con él, es muy probable que me hubiese quedando observándolo con la boca abierta. como un mocoso asustadizo y curioso que no puede apartar la mirada de aquello que lo aterra y por lo que no puede evitar sentir alguna fascinación... y también repudio, pero eso vino después.
Cuando escuché su historia (es decir, aquello que ahora me tiene aquí a medianoche contándotela), yo llevaba unos veinte años sin volver al pueblo. Mi hermano se estableció allá, cerca al mar, con una vista que antes hubiese parecido muy alentadora (una fábrica produciendo y produciendo productos cáusticos que le dieron de comer a toda su familia), y que ahora, solo es un cielo rojo, una fábrica oxidada que se hunde a orillas de un mar verde, oscuro y espeso. Sé que mi hermano debe estar viendo ahora por su ventana, con sus pulmones llenos de mercurio, con las uñas escamosas y recordando cuando corría por la playa entrenando básquetbol en el mismo equipo que Mantilla. Oh, sí, lo debe estar recordando porque luchaba con él el mismo puesto de pivote de la selección del colegio.
A todo esto, hasta ahora no me dices por qué preguntas tanto por Mantilla. La verdad que si no hubiese sido por eso su vida no tendría relevancia alguna para el mundo. Sí, ya sé que es duto escucharlo, pero alguien te tendría que decir la verdad. Hay muchos poetas más interesantes que él en un bar, en un puterío, o en un salón de clases. Y no es para que me mires de ese modo, te digo las cosas no como las pienso yo sólo. Desde ese entonces su poesía, me decía mi hermano, era mal vista, sobre todo porque se puso terco en escribir sobre muerte y necrofilia en un colegio de monjas. Puta... no jodas, pues. No es que sea un mojigato. Que la poesía se expanda y encuentre nuevo rumbos me tiene sin cuidado. Me llega, me da igual si se escribe sobre la bella silueta de una mujer o sobre la cabeza aplastada de un animal muerto sobre el asfalto. No me jodas. Pero jamás aprobaré eso que hizo.
Casi me olvido, ¿ves cómo me distraes? Mi hermano, en esos tiempos que se levantaban a las cinco de la mañana para recorrer los seis kilómetros de litoral que habiá en el pueblo. Por ese entonces la fábrica no paraba nunca y el mar no estaba tan contaminado. Al menos tenían la decencia de no botar sus desperdicios ahí, sino en algún tipo de pozo, no recuerdo bien. Sin embargo había una zona de la playa que literalmente olía a muerte. El entrenador evitaba siempre pasar por ahí, así que cuando estuvieron muy cerca ordenó a la muchachos detenerse, descansar, y luego seguir el recorrido en la dirección contraria.
Sin embargo estaban lo suficientemente cerca como para que se sintieran los pútridos vapores de los cuerpos descomponiéndose entre sales, gallinazos y algunos restos de soda cáustica. Dicen que Mantilla no pudo soportar la tentación de acercarse. Pese a las llamadas de atención del entrenador, él sorteó las resbalosas rocas de la orilla hasta llegar al lugar. Por el como quedó contemplándolo todos pensaron que se arrodillaría fascinado. Muchos ahí sintieron asco de él y siguieron con el trote, el mismo entrenador prefirió dejarlo ahí. Pero mi hermano no podría creer que alguien así pudiese existir y fue a buscarlo. Desde esta parte no recuerdo muchos detalles de lo que me contaron. Sé que mi hermano estuvo cerca y que puedo coger un par de piedras para espantar al perro que se abalanzó sobre Mantilla cuando este se le acercó creyéndolo muerto. Su grito de dolor hizo regresar al grupo que ya estaba muy lejos, lo que debe darte una idea de qué tan fuerte se escuchó su grito por todo el litoral. Mi hermanó lo ayudó a desprenderse del perro y se lo llevó casi a rastras. Cuando el entrenador llegó, se lo llevaron con urgencia al hospital.
Claro, hasta aquí parece que esa historia no tiene mucho de interesante, y no te culpo por pensarlo. Pero debiste haber estado ahí para ver lo que siguió. Ya no iba a la escuela y mucho menos a entrenar. A sus padres las habría importado poco, porque jamás asomaron por el colegio llevándolo o excusando sus inasistencias. Nunca más lo vieron por la escuela... las monjas debieron haberlo expulsado si es que acaso se enteraron lo que pasó.
¡Pues que no hay nada interesante, te lo dije, salvo eso! Su vida transcurrió en un ambiente muy oscuro y casi no asomaban la cabeza fuera de los entrenamientos. ¿Que cómo lo sé? ¡Ya te dije cómo lo sé, por mi hermano! Vienes aquí a preguntar por un ser repugnante y te enojas cuando te digo que en verdad es nada interesante y que más corrió la leyenda urbana de el poeta necrófilo que sacrificaba perros a la medianoche. Eso es una estúpida farsa. Nadie lo creyó capaz de esas cosas, quizás porque era muy cobarde.
Años después mi hermano se encontró con él mientras iba a visitar a su novia; lo encontró fumando un porrito debajo de la débil luz de un poste. Que qué se había hecho, que hace tiempo que te habías olvidado de los amigos, Perales, que date una vuelta por la casa, vamos, que te invito unos tragos, y por más que mi hermano quiso zafarse de su compañía, le resultó menos incómodo decirle que sí y aceptar su oferta que rechazarla.
El desorden de esa casa solo podía ser opacado por el hedor que impregnaba todo. Mi hermano intentó no poner una cara de asco y dejar que las náuseas le ganaran. Se sentaron donde pudieron, pero su incomodidad fue cada vez más grande. De la conversación, me contó muy poco, pero era inevitable que le preguntara por lo que le había pasado luego del incidente del perro. Así que él empezó a contarle que desapareció los días siguientes del planeta porque necesitaba escribir algo acerca de aquel perro y de su ataque, y le tuvo que soportar todas sus tonterías de poemas de perros que volvían de la muerte, del otro lado de la vida de los perros y del destino de los que eran mordidos por perros así. ¿Alguna vez te ha mordido un perro, Perales? Mi hermano le dijo que no. Entonces no sabes lo que es, a qué estamos destinados los que pasamos por esa experiencia fuera de lo común. Según le siguió diciendo, escribió desesperadamente todos esos días, en asquerosos "poemas" que le leía en voz alta. Cuando mi hermano ya se disculpaba para despedirse y largarse de ahí rápidamente, él lo atajo y le dijo si quería saber qué fue del perro que lo había mordido. Pero qué te pasa, Perales, que te veo pálido, le decía, deja que te cuente lo que pasó que no fue nada del otro mundo. Algo muy sencillo. Tenía que estar seguro de que ese maldito animal no tenía ningún bicho que me pudiera contagiar, así que fui a buscarlo aquella misma tarde y no paré haste dar con él. Caminé mucho, me costó, pero di con él. Esperó a que el perro de distrajera con algún resto de basura y se fue contra él con una botella rota entre las manos. Lo desangró... Sí, lo desangré, vi cómo se iba muriendo como iba moviendo sus patas hasta que ya no se movió más y su hermoso cuerpo inerte quedó ante mí, como una pieza de algún museo de rarezas. Sí, era hermoso, Perales, la cosa más hermosa que te puedas imaginar. Pero su destino ya estaba escrito, tenía que cortarle la cabeza y llevarla a algún doctor para que la examinara para saber si no tenía rabia o alguna otroa enfermedad que me pudiera pegar. Pero, qué te pasa, Perales, acaso no crees que hice lo correcto...
Luego ofreció enseñarle la cabeza del animal, que desde entonces guardó disecada en la cocina de su casa, pero el asco de mi hermano pudo más y se fue corriendo y tropezando con las mugres de esa casa en la clarioscuridad de la noche, se alejó hacia la casa de su novia.
Eso fue lo último que se supo de él. Mi hermano me contó esa hisotira hace unos años. Desde entonces tengo unos sueños enfermizos con la cabeza de ese perro y sobre esos poemas de Mantilla que no leí, pero que sé que fueron atroces y horrendos, algo que no era dignos de llamarse poesía. ¿A ese tipo de gente quieres buscar?, ¿crees que cuanto tu padre y yo te decíamos que no lo intentaras iba eso en broma? Pues tienes muchas cosas que aprender aún.

domingo, 30 de septiembre de 2007

Declaración etílica a favor de mi vida

Cuán extraña es esta sensación, sobre todo si el frío de una madrugada se te cuela entre las ropas y te enfría los cartílagos. Claro, que tú no sientes, y sigues caminando en medio de una ciudad ajena y vulgar, infestada de perreo chacalonero, perreo satánico, perreo existencial, perreo kantiano y perreo nietzscheniano.
"Dios ha muerto", gritan. "Nietzsche ha muerto", responde Dios. Y todo sigue igual. Cochinear... cochinear... cochinear... ese sagrado mantra.
Cuán feliz a veces puede resultar si es que sales del encierro a la libertad, a los amigos, a la literatura atrevida y desprovista de ropajes pesados que la aletargan. Así es. ¡Vamos! ¡Corramos desnudos tras la Literatura, esa esquiva dama de los lunes a la mañana! ¡Hagamos el amor con ella en la Chama, rumbo a la avenida Tingo María!... Semáforo bajan. Y todo se vuelve a ir a la mierda.
Mentira: yo trabajo con el lenguaje, y a veces con la lengua. Yo esgrimo una espada que prudentes jedis me enseñan a sostener, a maniobrar. Escribo sobre ráfagas de aire y luego, con una temblorosa gota de tinta hiriente sobre la punta del rotulador, continúo mi obra sicaria de matar errores. Cosa de todos los días.
Claro, no me pudro en plata. Que el primer burgués tire la primera piedra. Piedras a tres soles... de venta aquí. Pero, qué más da. La Literatura sabrá perdonar el ensayo-error y mi horror vacui. Me tolerará los años que sean suficientes... qué delicioso estado es este de la lúcida embriaguez. Qué deliciosa es la embriaguez con amigos que se cagan la vida tanto como tú, pero que tienen una llama que más es una llaga que muestran orgullosos. Pustulamos y postulamos lo mismo, aunque yo siga visto como un foráneo, un advenezido.
Sí, cuña'o. Tú e-s-t-u-d-i-a-s-t-e D-e-r-e-c-h-o. Lo sé, ahí anduve pudriéndame el alma por el lado incorrecto. No me importa, siempre se le da vuelta a la carne en el asador. Ahí está pues. La literatura es omnívora, merdívora. Me devoró, me regurgitó. Me lava del Derecho... GRACIAS.
Saben... qué feliz es la embriaguez peligrosamente lúcida.
Todos a leer.