martes, 4 de diciembre de 2007

De fruta madre


Una gota más cayó y todo empezó a licuarse. No vi cuántas manos dieron vuelta a esa perilla, han de haber sido muchas... basta solo un repaso por los últimos cinco años. Las cuchillas, filudas, empezaron a girar. Dentro todo empezó a volverse rojo, y una gota más cayó.
–Christian, tu jugo.

No recordaba la última vez que tomé un jugo de fresa con leche. Este último que tomé tenía el sabor de algo antiguo que no terminaba de cuajarse en mi boca. Es un sinsabor que hasta ahora arrastro, como si me llevara a un destino que tendría que mostrarme quién soy realmente, y quién no quiero admitir que siempre he sido. No, mamá, no quiero más jugo.

Volver a la computadora y ver tantos proyectos truncos es como una cuchilla que empieza a girar, hay restos de mis manos elevándose entre las páginas incompletas. Es un punto muerto que se va extendiendo como un cáncer por todo lo que hago, una maldición antigua que alguien quizás se tomó la molestia de echar sobre mi espalda. O será simplemente que soy un vago de mierda. No sé. Mamá, no quiero tomar leche.

Cuando estuve lejos de todo esto no fue muy distinto. He ahí, dicho sea de paso, otro proyecto a la mitad. Una vida cortada de raíz y vuelta plantar en una maceta que no podía cubrir todas sus raíces. La lluvia mojaba, pero no alimentaba. Y recuerdo muy buenas lluvias, de esas que empezaban con el alba y terminan con el alba siguiente, una de esas lluvias que te hace retroceder hasta lo más profundo de tu madriguera y que te hace respirar aliviado al ver que sí compraste víveres para pasar la tormenta. Mira, ahí va un rayo... cayó peligrosamente cerca.

Al menos hay peligro, ¡había y hay mucho más que un peligro! Hay vida detrás de todo esto y uno no puede quedarse en casa durmiendo como si nada pasara. Aunque, en verdad, nada pase en realidad. Las mismas hojas vacías me servirán de colchón de clavos que me molestarán cada vez que hago clic en mi sesión del XP. Está bien, mamá, ponme dos manzanas.

Me colgaré del sol con alguien, me pondré el mismo antifaz, me comeré las mismas frutas, las mismas fresas, las mismas manzanas, todas ellas provocativamente rojas, ferozmente rojas. Tan vacías luego de darles la primera mordida. Ahí es donde todo pierde el sabor y la madeja parece un enorme anillo enrollado sobre sí mismo, sin principio y sin fin.

Parece, pero no estoy llorando. Es el sudor por el calor de la carretera

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