viernes, 14 de diciembre de 2007

Un grito que no se escucha


Cuando siento que lo único interesante que tengo que contar es algún detalle íntimo de mi vida personal me veo tentado a hacerlo. Digo, total, ni mi hermana me lee, así que nadie se va a enterar. Pero no, es mejor no hacerlo. Esto no es un diario, y sería muy triste que esto se conviertiera en uno, teniéndolo ya, descuidado como lo tengo. Siento que el mar de marasmos que creé me empieza a ahogar y que el fantasma de un pasado demasiado próximo empieza otra vez a presionarme en la garganta y no me deja disfrutar de las cosas más sencillas de la vida.

Dije que esto no sería una confesión.

Con nuevos ojos quizás vea las cosas de distinta forma. Los carros pasan rápidamente, como insectos gigantes de un mundo alucinado. Las luces bailan, en el puente Antártida (recuerdo aún esa foto) todo anduvo de un color tan púrpura, tan celeste y tan impersonal que los rayos del sol pasaron indiferentes hasta zambullirse en el río. Debe ser el río Suquía.

Que qué se pudo acumular como limo en el fondo del pecho durante todo este tiempo: angustia. Angustia de que el día se vuelva noche, que la noche sea tan cobarde que se vuelva día. Lágrimas pútridas que no se pudieron llorar por no saber cuándo será el próximo momento en que podré escribir tranquilo, cuándo podré coger otra vez el cuaderno y poner "querido diario". Las aguas del Suquía crecen. En Carlos Paz hay fiesta. Las hojas en blanco son la pesadilla peor cuando los rayos asoman la cabeza entre las nubes. Ni siquiera los perros ladran. Chubaquita no salió a su partida de bridge. El río va en un in crescendo constante. Yo no sé por qué nadie escucha mi grito.

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