domingo, 16 de diciembre de 2007

Aborto I

La primera noche que Luis y Catalina pasaron juntos, tuvieron la mala suerte que cayó marzo, el mes en el que Natalia cumplía los veinticinco. Y es que ya no lo podían evitar: se habían pasado semanas enteras jugando a esquivarse y a buscarse (y encontrarse) en los lugares más inverosímiles dentro de esas oficinas que parecían que lo veían y oían todo. Cada vez se hacía más notorio que cuando él llegaba tarde, ella empezaba a inquietarse, pensando que quizá se había reconciliado con su mujer y que, con un sexo de reconciliación, él terminaría por dejarla en el más completo abandono.

Sin embargo, ella ahora usaba su pecho como almohada; se acurrucaba entre las matas de pelos. Enterraba sus delicados dedos en ese bosque negro, como si los vellos se los probara como anillos. Él ya dormía. Llevaban ahí ya más de siete horas; Luis estaba extenuado. Ahí, en ese hotel retirado, ellos reposaban de la pasión que secretamente los estuvo consumiendo durante todo ese tiempo. Sobre todo a Catalina, quien tantas veces lo había negado. Pero no puedo traicionar a su corazón por más tiempo. Y, pese a que el recuerdo de la mirada de Ernesto la escrutaba y la sentenciaba, nada pudo impedir que esa noche desatara su pasión muy lejos de los ojos de Ernesto. Él debía estar en esos momentos cruzando los Andes, directamente a Santiago de Chile. Haría una parada rápida ahí. Pensaba en las cosas que él le podría traer de Buenos Aires. Los saludos de los amigos y las demás cosas que ella le había puesto en su detallada lista.

Su cabeza aún estaba muy confundida. La imagen de Ernesto se mezclaba con la de Luis. Sus gestos con el rostro de aquél que le servía de almohada. Se le congeló la sangre y el sueño se le disolvió. Aún pretendía sentirse segura de que a Ernesto lo amaba, que lo amaba como a nadie en esta vida. Aún así, abrazaba a Luis y escuchaba el lento ritmo de su corazón. Esa noche no tuvo el valor de escapar de esa habitación. Tampoco lo tendría luego para escapar de la mirada de Ernesto, que parecía saberlo todo, que parecía leer la infidelidad en la frente.

Miró una vez más a Luis. Veía que tras el velo de sus párpados, sus ojos danzaban nerviosamente. Quizá estaba soñando con ella; quizá con Natalia, quien dormía en un lecho vacío suponiendo a su querido Luis lejos, en Arequipa, en un viaje de capacitación. Aquella sería la primera de demasiadas noches juntos, la primera de las muchas mentiras que tejerían. Casi al amanecer ella recuperó el sueño.

Cuando despertó, Luis ya estaba en la ducha. La ciudad de Trujillo ya había despertado hacía horas.

* * *

Luis ya tenía seis meses buscando trabajo y la suerte le había sido esquiva. Los primeros días de libertad los había disfrutado maravillosamente, despreocupado y muy confiado de que la suerte no le sería siempre escurridiza. Sin embargo, a medida que el tiempo pasaba y el teléfono se mantenía en silencio, la angustia le dejaba pocos momentos de paz. Ya ni con los amigos podía estar tranquilo, pues a veces lo asaltaba la terrible preocupación sobre su futuro; el dinero ahorrado se le iba agotando. Los últimos días había optado por el encierro en su casa. La casa de su familia, en verdad. Que ni era de ellos, sino que era rentada. Fue una decisión dura. Las carencias del hogar hicieron de una aparentemente sana decisión una tortura constante. Ni siquiera podía leer tranquilo en la sala de su casa pues la diatriba de su madre lo sofocaba. No le quedó más remedio que encerrarse en su cuarto para leer, escribir algunas cosas, o simplemente dormir. Quizás así pudiese soñar algo que le hiciese escapar de su sombría realidad, la cual le resultaba muy pesada e insufrible.

Un día, casi de milagro, Ignacio, un viejo amigo de la universidad –habían estudiado Derecho juntos–, le avisó sobre un trabajo en Registros Públicos. Si bien él había estudiado esa carrera, su larga temporada de inactividad le habían hecho reflexionar sobre la validez de aquella vocación. ¿Había él realmente nacido para ser un abogado? Ahora más que nunca, había puesto su vocación en tela de juicio. Sin embargo, ante la apremiante necesidad, no le quedó otra cosa sino aceptar la oferta laboral, para así tratar de olvidar tanto mal rato que pasó entre el desempleo y la forzada soledad a la que su ex-novia lo había lanzado.

No había necesidad de haber tenido experiencia previa en notarías o ser un genio en Derecho Registral. Solamente, tener los conceptos básicos muy bien aprendidos y en la capacitación recibiría la instrucción que hiciese falta para poder realizar bien el trabajo.

Al día siguiente, diez minutos antes de las ocho de la mañana, Luis estaba esperando a Ignacio a la entrada del edificio verde de Registros Públicos. Se entrevistó con una señora de trato amable, bastante mayor, que no cesaba de mirar su currículo y preguntarle cosas sobre la universidad. A cada respuesta que Luis daba, la señora fruncía el ceño, como si desaprobara lo que escuchaba. Sin embargo, le dijeron que volviese al día siguiente, que ya empezaría a trabajar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un balazo!
Y se acordarán de mí en unos años más...
(y sin faltas de ortografía)
Chaulín... vladimirenchile@yahoo.com