domingo, 14 de junio de 2020

TrainspottingTrainspotting by Irvine Welsh
My rating: 5 of 5 stars

El otro día estaba pensando en que para un sudamericano —peruano, mestizo y misio, hijo de los grises ochentas— no debe ser muy difícil ver la miseria cara a cara y enfrentar situaciones de necesidades básicas insatisfechas y entenderlo como un elemento más de tu entorno. Más o menos, creciste viéndolo y sabes además que tus padres crecieron viéndolo y así tus demás ascendentes, porque —admitámoslo— este es el Tercer Mundo y ya de entrada te dicen que es un jodido mundo de desigualdades tremendas y de toda la vida y que no hay ascensor social que valga si es que eres de los que van a galeras a remar.
Pero no imagino cómo debe sentirse la miseria en un país que se supone es del Primer Mundo. A la miseria la imagino acompañada de la decepción, de la sensación de estafa. El Reino Unido a finales de los ochentas estuvo gobernado por la (ultra)conservadora Margaret Thatcher, una señora que no es del agrado de casi nadie, salvo de los que cortaban el jamón inglés en ese entonces, y durante su régimen se resintieron aún más las condiciones bajo las que vivían muchas personas de las barriadas obreras. Ahora, imagínate a algún drogadicto durmiendo dentro de un contenedor de basura ubicado en uno de los más sórdidos barrios obreros de Leith (Escocia). Pues bien, Irvine Welsh le da voz precisamente a esos desclasados.
Trainspotting fue la carta de presentación de Welsh en sociedad, y desde su publicación sorprendió a la crítica y a los lectores en general. Su crudeza, su honestidad brutal para describir los arrabales de Edimburgo y la vida de los adictos a la heroína de esa ciudad te acercan hasta tal punto que es difícil sostener la mirada y verlos revolverse en sus propias mugres, pero tampoco puedes evitar sentir simpatía por algunos de ellos, y de frustrarte con las decisiones tan idiotas que toman. Porque precisamente uno de los méritos que tiene esta novela es haberles otorgado humanidad a los que no estaban invitados al festival de Edimburgo.
Esta novela tiene una estructura polifónica, en la que escuchamos las voces de varios miembros de la misma pandilla: Mark Rent-Boy Renton, Daniel Spud Murphy, Simon Sick BoyWilliamson, Francis Franco Begbie, entre otros. Pero el protagonismo es de Mark, a quien lo presentan como un adicto depresivo quien ve en la adicción una forma de rebelarse contra la vida que le tocó vivir: su forma de protestar es no elegir la vida de consumo y mediocridad que le ofrece el sistema, y prefiere aprovecharse de él o cometer delitos que lo provean de dinero para sostener su adicción.
Mientras lo seguimos nos vamos topando con frases y pasajes geniales de Welsh, quien no se guarda nada. Pero por honesta no es una prosa que no haya sido cuidada. Sabe muy bien lo que quiere decir y arremete contra el opresor sistema de la Corona británica, y las enormes diferencias y segregación que existe entre ingleses y escoceses y entre los escoceses mismos, sin descuidar tampoco el humor, ácido, mordaz, altamente sarcástico, crítico con la religión, el fútbol y la política, todos estos temas que determinan las tontas diferencias que alimentan el odio el otro en la isla de la Gran Bretaña.
Un gran libro, me encantó.

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