miércoles, 12 de enero de 2011

«Araceli llamó de Francia»

La familia es una farsa.

Es la última cosa que me dijo antes de meterse en el avión y partir hacia Bélgica, a la maldita pasantía que le salió en combo con marido heroinómano (holandés, claro, el sueño de su madre) y una hijita, la que ahora la sigue a todos lados y que le sirve de intérprete, pues resulta que la nena habla fluidamente siete idiomas, además del de su madre, que es una mezcla de cosas inconexas que solo ella sabe interpretar. Yo no, pues por eso nos separamos cuando aún estábamos en la universidad. Yo tenía la necesidad de siempre hablar con sentido.

Y se fue, no miró hacia atrás. Supongo que el dolor era más grande, que el perdón era impensable. Se lo conté a mamá poco después. No sé por qué vio ella la necesidad de destapar una botellas de champán. Ahora me parece raro, que no recuerde ni su nombre, ni lo que ella fue en mi vida, para que me diga, cuando regreso de pelearme con la mitad de la ciudad en las calles, conduciendo un auto que si no me mata de aplastamiento me provocará una angina, que me llama Araceli, que ha vuelto de Francia.

Ni siquiera necesité una aclaración, sabía que se refería a Patricia, que había llamado desde Brujas, y que volvía a Perú para el sepelio de su padre, el que como buen poeta y mejor persona nunca tocó el tema de su hija conmigo. Hablábamos de cualquier cosa, menos de ella, ni de su políglota hija Ingeborg, quien observaba con frialdad escandinava cómo se hundía el féretro de su desconocido abuelo, premio nacional de poesía de 1976.

Patricia recibió el saludo con desinterés, casi con un diplomático asco.

Yo no entiendo, si la familia es una farsa, por qué algunos se esfuerzan por seguir sosteniéndola.



2 comentarios:

Baby Lemonade↓ dijo...

Muy Bueno :) A veces uno siente qe la familia es una farsa -.-"

Reo Libre dijo...

Gracias por leerlo, Sayuri.
Y sobre el tema, quizá algunos se esmeren es sostener las farsas porque les son necesarias para vivir.