sábado, 29 de enero de 2011

La lombirz solitaria


Creo que la mejor forma de soportar la soledad es la locura. Perder todo contacto con la realidad cotidiana y dedicarse a proyectos innobles e imposibles, para justificar el repudio que la gente derrama por lo que no entienden. Miren, dirán algunos, ahí va un pobre y triste loco. Qué saben ellos. Solo son buitres esperando carroña fresca. Qué saben ellos de mí. Si creen que soy un condenado por el destino a la soledad entonces ellos son los pobres y tristes. La soledad no es un castigo sino una recompensa, una epifanía sin fin en la que se me revelan las verdades que liberan mi espíritu de todos sus martirios.
Por eso me exilié tan lejos de todo. Para disfrutar de la soledad y olvidar lo que debo olvidar. No soy el único que tomó antes una decisión parecida. La historia de la literatura es una plétora de ejemplos. Muchos gigantes intentaron abrirnos los ojos y nos decían: «Solo pueden ser libres los solitarios». Pero yo no soy un gigante. Solo soy una hormiga que intenta subirse a los hombros de alguno de ellos, del que pueda sentir compasión de mí. Del que me tienda la mano a través de sus libros y no me mate como si yo fuera una polilla incauta que intenta comerse sus camisas.

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