martes, 31 de julio de 2007

Adriana, hoy dormiré entre libros

Querida hermana, hoy es tu cumpleaños.

Sin embargo, la pasaré en el trabajo, corrigiendo para ganar el pan mío de cada día (no te invito), la internet, la música que tú y mamá no soportan, las películas que "me envenenan el alma" y cancelarte esa fucking arruga que te tengo y que ya por fin te pagaré (si ya la pagué, no seas viva, avísame).

Quizás sea muy cobarde, pues debería decirte todo lo que te quiero de frente, pero, ya sabes cómo son las cosas entre hermanos; ahí te cito algunos ejemplos: Bart y Lisa Simpson, Parker Lewis y su hermana Sheryl, Kevin y Karen Arnold, y bueno, Tony y Mary Corleone. Perdón, ya estoy disvariando; es el exceso de azúcar en la sangre.

Me permito un recuerdo, espero que no te moleste. Suelo, a veces, recordar los mejores tiempos entre nosotros y los más recientes, aunque ya demasiado lejanos, se remontan a principios de siglo. Hasta ahora, me quedaré pensando, ¿por qué me llevaste al cine un día antes de mi examen de admisión? ¿Cómo sabías que eso era lo único que me relajaría? Gracias a ti no le cambio a la tele si veo a Stuart Little merodear por ahí.

Sonará tonto pero cada vez que lo veo pienso en lo desagradecido que soy y en lo mucho que me alejé de ti y de todos.

Feliz cumpleaños. Te debo un disco de Journey.

Desde que te perdí - Kevin Johansen.

viernes, 27 de julio de 2007

Desde la Rue Azángaro: la muerte del notario.

Jueves en redacción: Tengo los audífonos puestos. Me sirven para aislarme de las voces chirriantes de algunos aquí en la oficina. Si me los quitara, solamente sentiría el monótono tac-tac-tac de los teclados a mi alrededor, pero aún así no me los quito. De fondo, el ruido de una impresora con papel atascado y el chasquido de unos dientes que farfullan una maldición. No mucho después, se abre la puerta de la oficina y entra el editor.

–Ha muerto un notario.

El monótono tac-tac sigue, todos siguen como si nada; como soy nuevo en esta paradisiaca calle, no puedo evitar preguntar. Me asomo a la ventana y veo algunos rostros adustos que acompañan al muerto; algunos optan por un respetuoso silencio. Los detalles aún son un misterio para mí. Le pregunto al editor si sabe algo más sobre el incidente. Él solo opta por sonreír, como si quisiera decirme que esa es cosa de todos los meses. Vuelvo a asomar por la ventana y veo a una mujer vestida de negro; tiene una mirada de dolor inconmensurable y en sus gestos esa impotencia que la muerte nos impone de un certero latigazo en el pecho.
***
Cuando sintió que el pisco empezaba a cocinarle las entrañas decidió levantarse de su silla, o al menos intentarlo. La música de la rocola era estridente; algunos solos de guitarra trataban de imitar algún arpegio de rock progresivo, pero solo parecían lamentos de un mamífero agonizante. En su cabeza, esos sonidos se licuaban con el alcohol, algunas luces enceguecedoras lo hicieron retorceder mientras se hundía en una tromba de aire frío que venía de la calle; no pudo evitar las primeras arcadas mientras caía sobre la mesa de atrás.

Que se lo lleven, no puede andar. Madrecita, un ratito más madrecita. Eso sí que no, carajo. ¡Borrachos! ¡Que se lo lleven! Gervasio, sácalos a estos mierdas. El estiró un brazo, pedía silencio, pero más parecía que hacía el saludo nazi. Avanzó vacilante hacia la señora, con el debido respeto, señora, disculpe usted... yo quiedo esplicale...

Gervasio los sacó a rastras. El notario hizo notar su indignación, y lo maldecía constantemente entre escupitajos de lívida espuma. Vámonos, compadre. No hay nada más que hacer. Déjeme, compadre; yo puedo caminar, déjeme.

***
El cortejo se detiene frente a lo que era su casa; en la quinta no se ven rostros afligidos. Las miradas evaden el cajón y nadie quiere sentir más comprometido que el otro. Los familiares visten de negro y encabezan el grupo que dobla de Roosevelt hacia la décima cuadra de jirón Azángaro. Algunos esperaban desde hace tiempo que él desapareciera, que no molestara más con su presencia.

–Yo alguna vez entré a esa quinta.
–No me digas que por un carnet de medio pasaje.
–No, entré con un compañero de la universidad; su abuela vivía allí. Fuimos para gorrearle comida, pero la señora no había cocinado. Así que entramos en una de esas casitas de la quinta donde preparaban segundo con refresco por dos soles cincuenta. Entre los dos nos compramos uno. Cuando entramos todo parecía normal, y en una de esas mesas estaba él.
–¿Ah, sí?
–Sí. Estaba llenando un certificado de notas de secundaria. Mi pata me dijo que no mirara, pero era la primera vez que veía hacer una cosa de esas.
–Era la primera vez que venías a Azángaro, ¿no?.
–Sí –dije algo ruborizado.

No siguió mirando, pero la señora de la pensión a él sí lo siguió mirando con desconfianza; era la primera vez que lo veía. El notario se levantó de su silla y avanzó hacia la puerta; hizo un gesto con la cabeza a la señora a modo de despedida. Vidal, su amigo, le dijo que no se podía andar por esa quinta de fisgón sin que te hicieran un corte en la cara. Y como a ti, ahora, no te han hecho nada, puedes considerarte un afortunado.

***

Insistió en acompañarlo hasta Palacio de Justicia; no era necesario, compadre. Yo aquí tomo mi taxi solo, todos me conocen, no me van a estar jodiendo. Pero no; esos borrachos de la esquina ya no eran los de antes y él no era visto tampoco como antes. Son cuestiones de negocios, nada más. Todos saben cómo es esto, nada es personal. Si hay que tirar dedo a alguien se le tira dedo a alguien, pero el negocio no se puede ver perjudicado; déjeme compadre, el aire me hace bien. Esos de allá ya se van, ¿ve? Son una sarta de...
***
El cortejo reanuda la marcha y hay palmas desde la quinta. Algunos despiden al notario que se va. Como perros, otros notarios siguen a lo lejos, conversan por lo bajo, husmeando cabeza abajo por la vereda que es un lodazal, hurgando entre los que se van quedando rezagados y no irán al cementerio. Algunos autos que venían de la cuadra nueve quedarían atrapados por el cortejo; los chacales estaban ya ahí, preguntando, ofreciendo, sin compromiso; otros, por algún respeto solo fuman apoyados en la pared de la esquina de Azángaro con Roosevelt.
–Lo atropelló un carro que venía a toda velocidad desde Azángaro, ha lloviznado desde anoche, así que cuando vio a los borrachos ya era muy tarde; por más que frenó, patinó hasta aplastarlo contra el asfalto.
El compadre no pudo reaccionar a tiempo; él salió despedido contra un quiosco. El auto se dio a la fuga y en la comisaría de Cotabambas nadie se dignó buscarlo porque no tenían para la gasolina.
Sigo con la mirada al cortejo un rato más desde la ventana; admito con con algo de indiferencia. El notario está muerto y más de uno cree que por soplón, por delatar al que la policía estuvo por atrapar aquella tarde de los tres balazos de la quinta y que lo consiguió tres días después gracias a él. Supongo que murió en su ley. Los familiares suben al bus que los llevará al cemeterio El Ángel. Al cortejo ahora solo lo acompaña el gris cielo de Lima.

jueves, 26 de julio de 2007

Mensaje a la Nación de Reo Libre

Queridos compatriotas:
Ha pasado exactamente un año desde que, en esta misma página, yo escribí lo siguiente:

"He nacido desarraigado, de un país, de una familia, de un grupo social.
Para una persona como yo, no hay patria que me defina, patria es mi
espacio
,
es Sudamérica quizá, quizá solo el cuarto donde está
esta
computadora donde
escribo
".
Desde aquella oportunidad, he podido conocer el sur del país, he salido de mi patria y he recorrido Bolivia de cabo a rabo, he vuelto a la Argentina, he padecido Chile y la verdad, en algunas cosas, he notado que me equivoqué rotundamente.

Quizás el error más significante lo haya cometido con mi familia. Llevaba tiempo intentando desarraigarme de ella, de escapar y darme un respiro. Claro que me lo di y, luego de dármelo, digo sin temor a dudas: no hay lugar como el hogar. Y eso porque después de una escapada de todo el inferno que me rodeaba (al que yo mismo me había metido) y de estar lejos de todos por muchos días pude darme cuenta de la enorme importancia de mi familia y de todo lo que le debo (cóbrenme luego, por favor, todavía no me pagan la quincena).

Mientras andaba lejos no pude dejar de pensar en ellos un solo instante, pensando en mis padres y mis hermanos, que de lejos y muy bajito seguían repitiendo que terminara la carrera y bueno, no les hice caso. Mandé todo a la mierda, y al hacerlo me mandé a la mierda a mí también. Espalda dada; cuaderno abierto, a escribir algunas cosas bastante viscerales. Y cuando ya nada me salía bien, volví a ellos, con más dudas que esperanzas, con más de inercia que de ganas de correr a ellos; ahí estuvieron, aquí están; nadie se me ha ido y soy yo el que vuelvo. Por lo tanto, no estoy desarraigado de ellos. Esta es la primera patria que adopto. La misma que me dio la vida, la educación, los libros que devoré antes de los diez años, la paciencia a una vocación autófaga, los primeros golpes y las primeras sonrisas. Cómo no abrazar esa bandera después de todo.

A diferencia del año anterior, a este mes de julio he llegado más convencido de mis capacidades, y no precisamente hablo de la estomacal. ¿Alguien me lee desde hace tiempo? Bueno, tampoco haría falta. Bastaría con haberme cruzado por la calle en el mes de julio del año pasado: cómo me sentí por esos días y de cómo les fallé a las otras personas más importanes de mi vida: mis amigos. Si bien es cierto que a ellos les juré y rejuré que jamás volvería a pisar la facultad de Derecho, hace poco les tuve que confesar que ya había faltado a esa promesa. Creo que la alegría que mostraron era completamente auténtica. A ellos, más que a nadie, les debo la crítica a un cuento horrendo o la sincera felicitación cuando algo lo hacía bien, les debo los talleres de cuentos, las borracheras eternas y las conversaciones hasta la última gota. Uno de ellos, acaso al que más le debo, me acompañó a la utopía más grande de mi vida: el viaje hacia el Cono Sur.

De aquel viaje, creo que sacamos una importante lección: aquí, en Lima (es justo aclarar, no he vivido en otras ciudades grandes del Perú), la gente sobrevive entre las mezquindades más inverosímiles que se hayan visto. Y por eso, Lima tiene la configuracion que tiene. ¿Qué puedes pedir de una ciudad que está divorciada de sí misma? Lo mismo pasa con La Paz, entre el sector norte de la ciudad con el sector sur. A pesar de que entre Lima y La Paz, mejor es Lima, uno nota mayor disposición de ayuda en los bolivianos, quizás algo desconfiados con los peruanos, pero no por eso menos atentos. En nuestra ciudad, hay muchas cosas que arreglar, y no hablo de los huecos de la avenida Universitaria, ni de la facha del Centro Histórico, ni de las piletas de Castañeda ni de la nueva Estación Central en el Paseo de los Héroes Navales. No, a Lima hay que salvarla de la ruindad, de la mezquindad, de la incultura y del perreo. De los chicos que no leen, de las familia que no hablan, de los jóvenes que no piensan, de las madres que sobreprotegen, del miedo de terminar de caer en lo que ya la ciudad se ha convertido: un infierno parcelado, un private country de blancos contra no blancos, de cafés del mar, de la peor educación de América Latina (y su nivel bajo de lectura). Hay que salvar al niño que en medio de los arenales reconoce a La Polonesa de Chopin, diferencia a Neruda de Bécquer, una palabra quechua de una aymara, la trigonometría de la geometría.

He vivido en la Argentina, y hay que entender una cosa: está tan pobre como nosotros; e incluso, tiene más crisis, pero, si en algo interesante nos diferenciamos, es que ellos llevan un modo de vida que, pese a sus relativas carencias, los hace vivir bien y no se privan de las cosas más (verdaderamente) importantes de este planeta. Si tienes parientes allá, debes saber algo: ganan tanto como acá, pero allá no andan a la defensiva en la calle, esperan al colectivo en su paradero, saludan cuando tienen que hacerlo y se deshacen en atenciones con los forasteros, no te cobran el baño y no te espantan con horrendo jaladores en las zonas comerciales. Si alguien que ha vivido mucho tiempo fuera de aquí y luego vuelve, sabrá muy bien a lo que me refiero.

De ellos mis amigos, uno no está aquí, está en Londres y quizás lea estas líneas. Ya sabes cómo te espera tu patria, así que, échale huevos nomás.
De Lima no voy a rajar más.
Así, mis queridos compatriotas, este su Reo Libre ha recalibrado su concepto de patria íntima. Esa Patria que ninguna guerra me puede quitar porque no tiene territorio. Claro que si tuviera que luchar por esta, mato y muero por ella. De eso, por favor, que no quepe duda. Y podría morir por ella, como uno más, mientras alguien más arriba arregla nuestras muertes por algunos miles de millones de dólares o euros. No importa. Mientras amigos y familia (al igual que mi trabajo) queden todos juntos aquí, aquí es mi patria, aquí mi tierra, aquí mi porvenir, sobreviviendo, pero tratándole de ganar la partida a la mezquindad, y si no se puede más, siempre hay una salida: el aeropuerto, para despejarme un rato.

Y claro, hijoeputa Alan cumple un año en la casa de Claudio Pizarro bailando el baile del teteo. El muy xu-xu-xu-xa-xa-xa ya la empezó a garcar. Ya les llamó comechados a los mamones del Sutep y en su asqueroso costal metió a muchos maestros injustamente. Nos viene haciendo el avión y moviéndole la colita a los intereses económicos chilenos que ya nos tienen de colonia. ¿Qué nos dirá en su Florinda Meza a la Nación? Incertidumbre. Quizás Calderón de la Barca le vuelva a servir para sorprender a un pueblo que hasta ahora no sabe con exactitud lo que es "La vida es sueño". El pueblo aún seguirá creyendo en él, y creerá que Mantilla es malo y traidor del partido del "gran" Haya. Creerá también que Machu Picchu es eterno y que podrán seguir subiendo tanta gente hasta allá como quieran (eso ya tiene un nombre en Lima: la cultura combi -o la teoría de "al fondo hay sitio"-).
La economía crece pero a nadie le cae la suya. A mí, por otro lado, no me va mal, pero podría irme mejor; para eso, me vuelvo a poner el gancho de ropa en la nariz y a leer libros de Derecho (puta madre). Encuentran petróleo en Iquitos, pero los combustibles suben, los carros contaminan, la gente bota su basura donde carajo se le da la gana y el mar no apesta más por propio pudor. Así hemos llegado al primer año de teteo; ojo que nos faltan 4 más; no desempaquen aún las maletas que prepararon cuando entró Alan. Y esto no es una contradicción con lo dicho líneas arriba, simplemente es una precaución. Elevemos nuestras oraciones al dios del litio.
Compatriotas y asociados: este su Reo Libre ha dicho todo lo que tenía que decir por estas fiestas huérfanas. Feliz Navidad y Próspero Barnitzbah Nuevo.

Bitte gib mir nur ein Wort

Está bien. Puedo aceptar una derrota más; deja que la acumule en mi mochila. Aunque, a veces, me dan ganas de invitarte a que le eches un vistazo. Sí, mira, ahí dentro vas corriendo vos y no sé en qué dirección. Vamos, cárgala un rato. ¿Notas alguna diferencia con la tuya? Claro que no, tenemos igual de piedras en el pecho (y en la espalda) como campos minados por cruzar.

También me he muerto de frío muchas veces. Las manos cálidas que conociste poco a poco se han ido poniendo viejas y friolentas. ¿Acaso no ves eso también en la mochila? Puedo aceptar que no quieras que impregne tu nombre en todo papel que toco. De hecho, puede incluso acostumbrarme a que no quieras saber de mí en siglos. Pero, ¿sabes qué? Si quieres que lo haga, dilo. De ser necesario, grita. Espanta a las palomas con tu alarido, que se desempolven esas cuerdas vocales que tienes, que alguna vez me susurraron un te quiero y que ahora solo saben pronunciar desvíos, algo así como "tome vías alternas, obras más adelante". O en todo caso, una plaza de obrero ahí no me caería nada mal. Nada. Pero por favor, grita. Grita que el silencio es más fuerte que el frío.

Lo sé, pero sorry, no es nada descabellado pedir que el azul siga siendo azul y que las cosas estén en lugares en donde no tenga que tropezar a cada rato con ellas. Es duro... ¿lo es en verdad? ¿Cuesta mucho un grito que no deje dudas?, ¿puedes creer que a veces el frío es tan terrible como el beso antes de un no?

A falta del vídeo original...




Por suerte, sí hallé el de "Nur ein Wort" de Wir sind Helden.

lunes, 23 de julio de 2007

Feliz cumpleaños, papá

68 años y con todos los simios
En honor a nuestra historia, papá, será bueno que solo diga algunas cosas, breves y puntuales, para que nos elonguemos, como a veces pasa, las conversaciones hacia un "monologante" sinfín.

Por suerte, esta vez sí estuviste con nosotros y no la pasaste en Paramonga solo y lejos de todos.

Y recuerda... el deseo no se dice.

domingo, 22 de julio de 2007

Huaraz, 1999

A Pepu, Manuel y Jonathan. Ellos saben por qué.

Era la primera vez que sentía tanto frío. Dentro de su habitación, dormían sus compañeros, roncando plácidamente, arrebosados en su carca porque en ese hotelucho de Huaraz no había agua caliente y había que arreglárselas como sea para dormir. Todos optaron por la fórmula más simple: no bañarse.

Dos años antes, Gerardo, Alfredo y él, niños muy de su casa, quisieron fumarse un cigarro. ¿Cómo podrían hacer eso tres jóvenes sin experiencia de mundo en un pueblo tan escandalizable? Quizás, el escándalo solo estaba en sus cabezas. Casi cavaron un túnel para fumarse un Marlboro (que el primero sea de calidad). En un callejón maloliente fumaron el primer cigarrillo (al menos para él lo fue).

Ahora él, lo iba a hacer, a menos de diez grados centígrados en Huaraz, horas antes de partir hacia Chavín, en la terraza del tercer piso del hotelucho que alquilaron para toda la promoción que fue a su viaje de graduación. No era su segundo cigarrillo, de hecho, ya no llevaba la cuenta desde que aprendió a fumar dos años antes. No podía dejar de pensar en la habitación de ella, en el piso de arriba, ellas tomaban, reían y quizás en compañía de otros que, obviamente, no eran él. Salió un Marlboro más.

El aire le entumecía las piernas, sin embargo intentaba no sentirlo, apoyado en una baranda desde donde se veía la Cordillera Blanca, imponente y silenciosa. Ese día estuvieron allí. Subieron todos. Bueno, subieron hasta donde pudieron sus fuerzas. Algunos a caballo, otros desde las faldas a pie, él, persiguiéndola a ella; ella sin darse por enterada. De no ser por los cuchillos en la cabeza, él hubiese estado maravillosamente bien. Es sorprendente como a él, que no era un buen atleta, la altura no lo afectaba tanto como al mejor deportista de su promoción, que se sentó en una piedra del camino y no volvió a emitir señal alguna de vida hasta bajar.

–Es para calentarte. Dale una pitada.
–Ah...
–¿No me crees?
–Creo que más bien eso es psicológico.
–Ya empezaste con tus huevadas...
–Perdón.
–No me pidas perdón.
–Perdón.
–¿Quién te entiende?
–Tú.
–Ja...
–¿No me quieres entender?
–No empieces, Felipe... Ya hemos hablado de esto.
–¿Acaso él te entiende más?
–¿Qué? De veras que a veces te comportas...
–Solo te hice una pregunta.

En el balcón, parece que las cosas están congeladas en el tiempo. Sigue él viendo hacia la avenida Luzuriaga, hacia la plaza. El ruido de los carros es solo un murmullo arrullador. Más nítido y crudo es el ruido en la habitación de ella. La música, las risas, los gritos al compás de la letra de Big Boy.

–¿Te gusta esa canción?
–Sí, tiene su gracia, ¿a ti?
–Me parece un poco tonta. Prefiero Shakira.
–Sí, pero Shakira es otra cosa. Es más para escucharla que bailarla.
–Ah... ¿te gusta bailar?
–¡Obvio, microbio!
–Espero que ahora podamos bailar.
–No lo creo...
–¿Por qué?
–Porque no
–¿Por qué no?
–Porque no me da la gana.
–¿Va a venir, no?
–Qué te importa, Felipe.
–Y si viene, bailarás con él.
–Ja... Sí, y tú no harás nada porque se te hace así cuando él aparece.

Felipe, recuerda que eres el brigadier y que todos ellos, de alguna forma, también están a su cargo. Claro, eso que no signifique que se te malogre el viaje. Puedes igual disfrutar con los chicos en el cuarto. Ustedes son chicos bastante sanos, por eso tengo plena confianza en ustedes. Pero tú sabes que algunos aquí, porque ya no estamos en el colegio y porque les tenemos estima, pueden hacerse los bacancitos. Cómo me hubiese gustado que la madre superiora viniera cono nosotros para controlar a estos diablos. Por suerte, aún puedo contar en el buen criterio de chicos como tú, Felipe.

–No se preocupe, señorita.

Ahí muere la avenida, ahí se cierra la plaza y dentro de ella todo está en ruinas. El próximo año todavía traerán un Cristo para colocarlo en el centro de la plaza. Todo estará remodelado para acoger mejor a los turistas. Eso le dará una nueva y mejorada cara a la ciudad. Últimamente no vienen muchos; sí, más vienes forasteros para irse a la mina, canadienses, gringos, no sé de dónde son exactamente, pero, solo bajan aquí una vez al mes, que yo sepa. A veces prefieren quedarse en su campamento. ¿De dónde me dijeron que son ustedes? Ah, sí. Tempranito nomás hubo unos chicos de ahí mismo de donde son ustedes. Sí, ¿los conocen?

–Llegó hoy.
–No me digas.
–Cómo puedes creer que un tipo así te puede querer.
–Lo que menos me importa es saber si me quiere o no. Lo único que me importa ahora es que me divierto mucho con él.
–Pero...
–Y ya no jodas más, que hoy me voy con él y las chicas a Pastoruri.

¿Qué haces aquí, Felipe? Pero hijo, ¿qué haces aquí con este frío?, ¿te volviste loco? ¿Cómo que no puedes dormir? ¿Bulla?, ¿marihuana?, ¿en el cuarto piso? ¿Pero... que vino quién? ¡Ese vago! Seguro que vino por Angélica. Y estuvieron en Pastoruri. Ya decía yo que lo conocía de algún lugar a ese tipo. Todo el día con ellas, ¿no? Están allá arriba... Gracias, Felipe. Yo siempre supe que eras un chico muy responsable, con el que siempre se puede contar. Y sería bueno que dejaras de fumar. A tu edad, eso no es nada bueno. Dame esa cajetilla. Yo te la guardo. Gracias.

–A sus órdenes, señorita.

sábado, 21 de julio de 2007

Memorias turbias

Tengo un amigo, llamémoslo Felipe. Él tiene casi la misma edad que yo y, como todos los de nuestra generación, salvo muy extrañas (y tristes) excepciones, también veía la Serie Rosa.
Perdón, ¿no saben cuál es la Serie Rosa? Bueno, no seré yo quién se los diga y tampoco les diré sobre toda la influencia que ha tenido en los ahora jóvenes peruanos de entre 25 y 30 años. No. Solo me permitiré contarles la historia de Felipe, que, sin duda, es la historia de miles de jóvenes que, durante la dura década de los noventa, creció, maduró y comentó los lunes a la mañana, en plena formación del colegio, el último capítulo de la Serie Rosa de la noche anterior.

Felipe, cursaba, así como yo, el primer año de secundaria. Su cuarto quedaba frente al cuarto de sus padres. Su padre, por las noches, tenía que ir a trabajar, hacía la guardia de noche en una empresa y su mamá quedaba siempre durmiendo en su habitación, que quedaba al lado de la habitación en donde, en su casa, habían puesto la única televisión HITACHI de perilla, una vieja tele de la misma edad que él.

Como su papá se iba a trabajar hasta el amanecer, trataba de distraerse un poco viendo televisión mientras se aceraba la hora de largar al trabajo. Mientras Christian, perdón... Felipe, sigilosamente lo espiaba hasta que su padre se despedía, echaba llave a la puerta de la calle y se zambullía en el fresco de la noche para irse a trabajar.

Ese era el momento que Felipe aprovechaba para colarse de puntillas hacia la biblioteca de su casa, donde estaba la televisión, y con mucho sigilo la prendía, ponía canal 13 y se soplaba con el corazón en la mano el resumen de goles de «Goles en acción» (¡Grande, Julio Menéndez!) esperando a que, celosamente, el secreto de la Serie Rosa fuera compartido con él también.
Sin embargo, ese mundo de fantasía e ilusión una vez, y para siempre, le fue negado. Ya atento a la salida puntual de su papá, esperaba ansioso a que su mamá quedara profundamente dormida para colarse (otra vez) de puntillas hacia la biblioteca y prender la tele para ver a Penélope Cruz en ese célebre episodio de "Ella y yo", más conocido como "La esposa del panadero".

Esa vez no sería como las otras veces. Esa vez su mamá no estaba dormida. Se puso a ver tele hasta cerca de la medianoche. Felipe entró en un coma nervioso. Esa noche no vería a Hércules a los pies de Omphale, no sabría de los efectos de la mandrágora sobre la infertilidad, no se enteraría de lo floridas que estaban las ventanas del París de mediados del s. XIX. Su mamá estaba viendo, para su mala suerte, alguna película aburrida de la Última función del canal 2.

Cuando por fin ella se fue a dormir, la medianoche ya había sido marcada por los relojes. Sudando su propia desdicha, él, descalzo, aguardaba que Morfeo fulminara a su mamá para dirigirse raudo hacia la tele. Sin embargo, ella se despertaba al más mínimo ruido que detectaba. Y por más que él fuera rampenado, algún imprudente crujir de la madera, provocaba la pregunta: «¿Felipe?»; y él: «Estoy dormido, mamá», desandando lo ya avanzado. Y como todo espíritu joven, inquieto y crédulo, creyó que por más que fueran ya las dos de la mañana, ya dormida la mamá, terminada la batalla y ya muerto el combatiente, luego de dos horas de angustiante espera, la Serie Rosa aguardaría por él, que el secreto no se había esfumado de la pantalla. A seguir rampeando se ha dicho.

Y llegó, con los codos y las rodillas sucias a su televisor de perilla que marcaba el canal dos, perilla que cambió muy lentamente, un canal cada cinco minutos, hasta llegar al trece... "Guardad, guardad...".

No pudo guardar nada: Benny Hill bailaba como un imbécil en su televisor. Detrás de él, su madre le gritaba que qué hacía levantado casi a las tres de la mañana. Tenía que dormir para ir al colegio. ¿Qué pretendía ver en la tele tan tarde?
-Benny Hill, mamá. Es una pena que lo den tan tarde.

Posdata: Guardad celosamente el secreto de la Serie Rosa. Contadlo solo a los que améis, y acudid con ellos a esta cita. Que la noche os osea propicia
[Frase burdamente plagiada por Agatha Liz]

miércoles, 18 de julio de 2007

Porque a veces es necesario expulsarlo...

Hola. Esta es la primera carta que te escribo que llega al papel, la primera de las muchas que te he escrito en mi cabeza y que fueron palabras que nunca se hicieron tinta. Supongo que ahora recién he recolectado los pedazos de valentía que me quedan para hacerlo.

Es curioso, tú trabajas en la primera cuadra de la misma calle donde yo trabajo. No es ni un kilómetro de distancia. ¿O sí? No lo sé, pero nunca te he visto dar vueltas por aquí. Solo por estos lares llega M. Supongo que seguirás con él y que te irá muy bien. Lo supongo porque él es justamente como el estar contigo me enseñó a no ser: un pisado.

Hoy me preguntaron los padawans por ti y admito que eso me puso muy nervioso, tanto que no supe qué responderles. En la base de uno de ellos te dicen «frígida». ¿Por qué pensarán eso? No lo sé. Bueno, sí lo sé, pero no quiero decírtelo, es mejor no hablar de ese tema.

Han pasado tantas cosas desde que no te veo, desde aquella vez de esa última frase tuya, ¿Recuerdas? Claro, esa misma, esa donde me acusas de ser un «pobre triste huevón». Quizá sea demasiado exagerado de mi parte, pero esa última flor tuya la vengo masticando pétalo por pétalo hasta el día de hoy. Ese año, el pobre y triste huevón, que alguna vez fue tu «pobre y triste huevón», anduvo muy desesperado por olvidarte, y no lo consiguió, sobre todo porque buscó estúpidamente encontrar a la mujer que sea todo lo contrario a ti, alguien que me hiciera olvidar todo lo que entre nosotros había pasado en esos largísimos cinco años, un mes y tres días. Bueno, no lo conseguí, lo admito. Así que ese año 2005, además de empezar a creerme un escritor en proceso de formación, fue un año muy duro. Por suerte, la literatura me salvó. ¿Qué bueno, no?

Como sea, desde ese día de noviembre no he vuelto a verte. Aunque gracias a gente estúpida (y también gracias a mi propia estupidez) estuve más o menos al tanto de ti y de lo que hacías. Claro, entraba a tu hi5 y esas cosas, que menos mal ya no hago porque no quiero darte el menor rastro mío. Si estoy muerto para ti sería lo mejor. Simplemente lo mejor.

Tengo tantas cosas que contarte, tantas cosas como las que te contaba en mi mente allá en la Argentina este año, tantas cosas como cuando me llamaste hace un año, cuando trabajaba aún en los Registros Públicos, todo lo que me fastidiaste ese año. Cómo te odié. Cómo me odié por eso, debo confesarlo.

Esta semana ha sido, por demás, anormal. Tanto que ahora te estoy escribiendo, por primera vez, en papel, al menos en uno electrónico. Quizás sea que te estoy extrañando. Debe estar esta soledad de invierno que me han impuesto las circunstancias. No me quejo.

Prometo no volver a hacerlo.

domingo, 8 de julio de 2007

Lector saliendo del coma

El que no haya llevado trabajo a la casa que tire la primera piedra, pero estaba yo sentado en mi silla de madera, terminando de revisar algo de la chamba hasta que -no sé por qué- repetí su nombre, tan natural, tan suelto de huesos como un "Octavia de Cádiz".

"Está pasando otra vez". Miré la novela que un gran amigo me prestó y, desde el fondo de sus páginas, un último vía crucis rectal me esperaba, desde España, con mucho dolor y Anafrinil, sin monjita salvadora y con un aeropuerto parisino en el jardín de un frenopático barcelonés, con menos años y centímetros, sentado, en un sillón Voltaire. No, no un sillón Voltarie, sino en mi cama, en mi cuarto, en Lima, y ahí repetí una vez más un nombre octaviadecadicesco.

Otra vez. Otra vez estaba dejando injustamente de lado a la lectura con la mezquina excusa del trabajo. No pues, no podía ser. Era hora de agarrar el libro y terminar con las últimas 60 páginas que quedaban pendientes y lo hice. Nome importó cerrar el libro e irme de inmediato a duchar porque ya era hora de ir a trabajar. Tenía que terminarla. Ya la tenía pendiente desde abril. ¡Desde abril! Y la terminé, sentado en mi silla Comodoy.

Confieso que llegué a los 24 años sin haber leído esa novela. Sin conocer al más emblemático personaje de Bryce y sin saber de su paso por el París de Mayo del 68. Y ahora, a los casi 25, tengo que decir que es una novela a la que le debo la vida. Sí, no es una exageración. Además de deberle una enorme lección de capacidad de reírse de uno mismo (gran talento que Bryce explota muy bien), a esta novela le debo la sonrisa en difíciles noches fuera del país. Cuando, a la mesa, L6 leía un fragmento, elegido al azar, y reíamos luego con Martín, o nos reíamos de él, de Inés, del Último Dandy, de Mocasines, de Lagrimón, del colombiano que parecía japonés, y de tantos otros personajes que, episodio tras episodio, ciudad tras ciudad, iban completando el collage de esta novela.

A pesar de que, a veces, la novela se me hacía difícil la lectura, creo que la principal razón por la que demoré tanto en terminarla ha sido mi propia dejadez. Jalón de orejas para mí pues. Lo bueno es que el lector que estaba en coma en mí todavía tiene una posibilidad de sobrevivir. Y seguirá vivo, con o sin silla Comodoy, con o sin efecto "Henry Miller", con o sin París de Hemingway, y aunque Sarkozy piense lo contrario.