miércoles, 18 de julio de 2007

Porque a veces es necesario expulsarlo...

Hola. Esta es la primera carta que te escribo que llega al papel, la primera de las muchas que te he escrito en mi cabeza y que fueron palabras que nunca se hicieron tinta. Supongo que ahora recién he recolectado los pedazos de valentía que me quedan para hacerlo.

Es curioso, tú trabajas en la primera cuadra de la misma calle donde yo trabajo. No es ni un kilómetro de distancia. ¿O sí? No lo sé, pero nunca te he visto dar vueltas por aquí. Solo por estos lares llega M. Supongo que seguirás con él y que te irá muy bien. Lo supongo porque él es justamente como el estar contigo me enseñó a no ser: un pisado.

Hoy me preguntaron los padawans por ti y admito que eso me puso muy nervioso, tanto que no supe qué responderles. En la base de uno de ellos te dicen «frígida». ¿Por qué pensarán eso? No lo sé. Bueno, sí lo sé, pero no quiero decírtelo, es mejor no hablar de ese tema.

Han pasado tantas cosas desde que no te veo, desde aquella vez de esa última frase tuya, ¿Recuerdas? Claro, esa misma, esa donde me acusas de ser un «pobre triste huevón». Quizá sea demasiado exagerado de mi parte, pero esa última flor tuya la vengo masticando pétalo por pétalo hasta el día de hoy. Ese año, el pobre y triste huevón, que alguna vez fue tu «pobre y triste huevón», anduvo muy desesperado por olvidarte, y no lo consiguió, sobre todo porque buscó estúpidamente encontrar a la mujer que sea todo lo contrario a ti, alguien que me hiciera olvidar todo lo que entre nosotros había pasado en esos largísimos cinco años, un mes y tres días. Bueno, no lo conseguí, lo admito. Así que ese año 2005, además de empezar a creerme un escritor en proceso de formación, fue un año muy duro. Por suerte, la literatura me salvó. ¿Qué bueno, no?

Como sea, desde ese día de noviembre no he vuelto a verte. Aunque gracias a gente estúpida (y también gracias a mi propia estupidez) estuve más o menos al tanto de ti y de lo que hacías. Claro, entraba a tu hi5 y esas cosas, que menos mal ya no hago porque no quiero darte el menor rastro mío. Si estoy muerto para ti sería lo mejor. Simplemente lo mejor.

Tengo tantas cosas que contarte, tantas cosas como las que te contaba en mi mente allá en la Argentina este año, tantas cosas como cuando me llamaste hace un año, cuando trabajaba aún en los Registros Públicos, todo lo que me fastidiaste ese año. Cómo te odié. Cómo me odié por eso, debo confesarlo.

Esta semana ha sido, por demás, anormal. Tanto que ahora te estoy escribiendo, por primera vez, en papel, al menos en uno electrónico. Quizás sea que te estoy extrañando. Debe estar esta soledad de invierno que me han impuesto las circunstancias. No me quejo.

Prometo no volver a hacerlo.

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