domingo, 22 de julio de 2007

Huaraz, 1999

A Pepu, Manuel y Jonathan. Ellos saben por qué.

Era la primera vez que sentía tanto frío. Dentro de su habitación, dormían sus compañeros, roncando plácidamente, arrebosados en su carca porque en ese hotelucho de Huaraz no había agua caliente y había que arreglárselas como sea para dormir. Todos optaron por la fórmula más simple: no bañarse.

Dos años antes, Gerardo, Alfredo y él, niños muy de su casa, quisieron fumarse un cigarro. ¿Cómo podrían hacer eso tres jóvenes sin experiencia de mundo en un pueblo tan escandalizable? Quizás, el escándalo solo estaba en sus cabezas. Casi cavaron un túnel para fumarse un Marlboro (que el primero sea de calidad). En un callejón maloliente fumaron el primer cigarrillo (al menos para él lo fue).

Ahora él, lo iba a hacer, a menos de diez grados centígrados en Huaraz, horas antes de partir hacia Chavín, en la terraza del tercer piso del hotelucho que alquilaron para toda la promoción que fue a su viaje de graduación. No era su segundo cigarrillo, de hecho, ya no llevaba la cuenta desde que aprendió a fumar dos años antes. No podía dejar de pensar en la habitación de ella, en el piso de arriba, ellas tomaban, reían y quizás en compañía de otros que, obviamente, no eran él. Salió un Marlboro más.

El aire le entumecía las piernas, sin embargo intentaba no sentirlo, apoyado en una baranda desde donde se veía la Cordillera Blanca, imponente y silenciosa. Ese día estuvieron allí. Subieron todos. Bueno, subieron hasta donde pudieron sus fuerzas. Algunos a caballo, otros desde las faldas a pie, él, persiguiéndola a ella; ella sin darse por enterada. De no ser por los cuchillos en la cabeza, él hubiese estado maravillosamente bien. Es sorprendente como a él, que no era un buen atleta, la altura no lo afectaba tanto como al mejor deportista de su promoción, que se sentó en una piedra del camino y no volvió a emitir señal alguna de vida hasta bajar.

–Es para calentarte. Dale una pitada.
–Ah...
–¿No me crees?
–Creo que más bien eso es psicológico.
–Ya empezaste con tus huevadas...
–Perdón.
–No me pidas perdón.
–Perdón.
–¿Quién te entiende?
–Tú.
–Ja...
–¿No me quieres entender?
–No empieces, Felipe... Ya hemos hablado de esto.
–¿Acaso él te entiende más?
–¿Qué? De veras que a veces te comportas...
–Solo te hice una pregunta.

En el balcón, parece que las cosas están congeladas en el tiempo. Sigue él viendo hacia la avenida Luzuriaga, hacia la plaza. El ruido de los carros es solo un murmullo arrullador. Más nítido y crudo es el ruido en la habitación de ella. La música, las risas, los gritos al compás de la letra de Big Boy.

–¿Te gusta esa canción?
–Sí, tiene su gracia, ¿a ti?
–Me parece un poco tonta. Prefiero Shakira.
–Sí, pero Shakira es otra cosa. Es más para escucharla que bailarla.
–Ah... ¿te gusta bailar?
–¡Obvio, microbio!
–Espero que ahora podamos bailar.
–No lo creo...
–¿Por qué?
–Porque no
–¿Por qué no?
–Porque no me da la gana.
–¿Va a venir, no?
–Qué te importa, Felipe.
–Y si viene, bailarás con él.
–Ja... Sí, y tú no harás nada porque se te hace así cuando él aparece.

Felipe, recuerda que eres el brigadier y que todos ellos, de alguna forma, también están a su cargo. Claro, eso que no signifique que se te malogre el viaje. Puedes igual disfrutar con los chicos en el cuarto. Ustedes son chicos bastante sanos, por eso tengo plena confianza en ustedes. Pero tú sabes que algunos aquí, porque ya no estamos en el colegio y porque les tenemos estima, pueden hacerse los bacancitos. Cómo me hubiese gustado que la madre superiora viniera cono nosotros para controlar a estos diablos. Por suerte, aún puedo contar en el buen criterio de chicos como tú, Felipe.

–No se preocupe, señorita.

Ahí muere la avenida, ahí se cierra la plaza y dentro de ella todo está en ruinas. El próximo año todavía traerán un Cristo para colocarlo en el centro de la plaza. Todo estará remodelado para acoger mejor a los turistas. Eso le dará una nueva y mejorada cara a la ciudad. Últimamente no vienen muchos; sí, más vienes forasteros para irse a la mina, canadienses, gringos, no sé de dónde son exactamente, pero, solo bajan aquí una vez al mes, que yo sepa. A veces prefieren quedarse en su campamento. ¿De dónde me dijeron que son ustedes? Ah, sí. Tempranito nomás hubo unos chicos de ahí mismo de donde son ustedes. Sí, ¿los conocen?

–Llegó hoy.
–No me digas.
–Cómo puedes creer que un tipo así te puede querer.
–Lo que menos me importa es saber si me quiere o no. Lo único que me importa ahora es que me divierto mucho con él.
–Pero...
–Y ya no jodas más, que hoy me voy con él y las chicas a Pastoruri.

¿Qué haces aquí, Felipe? Pero hijo, ¿qué haces aquí con este frío?, ¿te volviste loco? ¿Cómo que no puedes dormir? ¿Bulla?, ¿marihuana?, ¿en el cuarto piso? ¿Pero... que vino quién? ¡Ese vago! Seguro que vino por Angélica. Y estuvieron en Pastoruri. Ya decía yo que lo conocía de algún lugar a ese tipo. Todo el día con ellas, ¿no? Están allá arriba... Gracias, Felipe. Yo siempre supe que eras un chico muy responsable, con el que siempre se puede contar. Y sería bueno que dejaras de fumar. A tu edad, eso no es nada bueno. Dame esa cajetilla. Yo te la guardo. Gracias.

–A sus órdenes, señorita.

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