martes, 28 de noviembre de 2006

Dos caras de la misma moneda

Muy pocas veces he tenido la oportunidad de ver dos películas seguidas en un mismo día. No es que no me gusten las jornadas cinematográficas largas, sino que, debido a mi poca organización, no las puedo programar. Pero para mi buena suerte, que la tengo, cómo no, la última sesión doble de cine que tuve fue producto del azar y de la oportuna compra de películas en formatos de DVD de mi hermana.

Así, luego de una aburridísima jornada laboral, llegué a mi casa a derrumbarme sobre la cama, me percaté de la esbelta caja de DVD que decía “Kinsey”. Sobre el tema de Alfred Kinsey no he investigado en lo absoluto, confieso; ignoro supinamente si las ideas que expuso con su obra aún permanecen vigentes y si alguien en el campo de la psicología o la psiquiatría haya superado ya sus aportes; pero lo que sé es que esa película me mantuvo muy pegado al argumento desde el principio hasta el fin. Y como no estarlo con unas actuaciones bien logradas, un buen guión, y el siempre polémico tema del sexo en nuestra vida diaria, tratado sin ningún tipo de tapujos. No pude evitar reflexionar sobre el tema, tratado directamente, de la hipocresía de la sociedad occidental que trata de reprimir el impulso sexual en los jóvenes y crear así la terrible desinformación, que, a pesar de la época en que vivimos, aún cunda por ahí creando madres adolescentes, plagas de enfermedades venéreas y tanto conflicto de culpabilidades y valores morales muy cuestionables ahora. Un ensalzamiento del sexo como necesidad biológica del ser humano.

Claro, que por otro lado, al terminar la película con el señor y la señora Kinsey paseando entre secoyas milenarios, cogiendo el control remoto del televisor paseé por los últimos canales del cable (que aquí en mi casa si no fuera por mí, casi nadie vería) y me di con la grata sorpresa de que estaba a punto de empezar una película que, si no la hubiese visto en esa oportunidad, no sé cuándo la hubiese podido ver: “Before sunset”. Prometí, hace tiempo, que no vería esta película hasta no ver la primera parte (“Before sunrise”). Sin embargo, y luego de haber buscado insistentemente esa película y no encontrarla, desistí a la idea, dejando esto como una cuenta pendiente. Así que al fin, vi esta película de una solo acto, un solo diálogo sin interrupciones que se desarrolla por las callecitas soleadas de una veraniega París de dos viejos amigos que se encuentras luego de nueve años pensado en todo el amor que han dejado atrás y todo de lo que el amor ya no tienen o no quieren. Caminando juntos, se dan cuenta de cómo han cambiado en nueve años de no verse ni haberse comunicado y como, pese a todo, un amor aún los une, un romántico aún hay en él, una romántica aún no ha muerto en ella.

Y bueno, luego de mucho tiempo de no tener una partida doble de buenas películas, por el día de hoy me puedo ir muy satisfecho a dormir con estas dos películas que sin ser dos monumentos del sétimo arte, se dejan ver y entretienen cada una a su estilo. Y en ellas dos veo, las dos caras del mismo engorroso tema de parejas: el sexo y el amor. Dos planos distintos de la vida, dos cosas opuestas que añoramos. ¿Opuestas? Claro, ¿alguien cree que el sexo está ligado al amor? Si lo acompaña bien, es muy placentero de esa forma (doy fe). Sin embargo, y es lamentable, ¿se han puesto a pensar cuántas veces alguien ha podido tener sexo por simple crueldad u odio, sin el más remoto rastro de amor?

Hasta mañana.

reo-libre@hotmail.com

domingo, 19 de noviembre de 2006

Jolgorio Erecto-Oral, otra vez

Una vez más, tuve que salir un domingo a votar, y como sucedió en la segunda vuelta, otra persona querida por mí cumplía años en esa dichosa jornada. Martín Herrera (Martincho) sopla velas hoy. Aún no hablo con él, pero de seguro más tarde estaré llamándolo para darle mis saludos, y saber cómo está.

La noche anterior, estuve en una obra de teatro donde actuaban amigos de Edgar y de Alipio, una pareja de colombianos que hicieron una performance de clowns muy interesante y divertida. Fui con Mariclaudia que, a excepción de Maharajá, terminó por conocer a todos los muchachos de la patota. Claro que sin contar a Bringas que está en Londres y Kilian que está en Freiburg im Breisgau. Luego de una larga dubitación (y de la frustrada conversación con los colombianos), terminamos en un hueco de la avenida Arequipa comiendo: la ley seca nos había matado cualquier intención alcohólica que albergáramos. Yo, siempre al margen de la ley, comí un Banana Split.

Llegué a casa y dormí como un lirón. Me desperté cerca de las nueve de la mañana y mientras me despegaba las últimas legañas de los ojos, me di cuenta de que no tenía salvación, tenía que ir a votar, o botar, daba igual. Salí rumbo a la Abancay y me bajé en Cusco (no me quisieron cobrar “china” hasta ahí). La cola era minúscula. Entré sin mayores complicaciones pero mi mesa aún no estaba instalada; demoró unos diez minutos que la instalaran y pasé a botar (sí, está bien escrito). Marqué el mapa de unidad nacional (déjenlo en minúscula, no merece las altas) y me fui con mi conciencia un poco más embarrada a caminar por la avenida Abancay, pensando en Mariclaudia, en lo que estaba haciendo, tomé el carro de regreso a casa, me bajé en el paradero y me fui a comprar una prestobarba y una tarjeta de cinco soles La Peruanita para hablar con Martín. O sea, nada fuera de lo común.

Así como las elecciones. Luis Castañeda Lossio está solamente cumpliendo con el trámite necesario de las elecciones para llegar a tener un periodo más. Este triunfo en las elecciones que va a tener va a ser rutinario. Y es una pena que así sea. El resto de postulantes al sillón edil son una tira de payasos que no tienen nada que ofrecer a esta comuna decrépita como es Lima. Bastaba ver los debates y el nivel retóricos de aquellos que pretenden el municipio más importante del Perú. Al menos en la segunda vuelta tuve el incentivo de no saber con qué matarme: si con una pistola o con racumín. Ahora, qué pena, no me quedó votar si no por Castañeda, que es mucho más aburrido que votar viciado, como lo hice la última vez.

Para colmo de males, tenía la restricción de la ley seca. El sábado tenía que ir a trabajar y no pude pegármela, choteando así a unos amigos que querían celebrar la ley seca embriagándose hasta morir. Una lástima en verdad. Lo único bueno fue que tuve mucho tiempo para hacer muchas cosas que había pospuesto. El sábado fue un día productivo. Sin embargo, la jornada electoral de ahora (así como la campaña previa) simplemente un fiasco. Ya a estas alturas, Castañeda ya debe ser proclamado alcalde reelecto de Lima. Y eso no es una cosa que me entusiasme mucho. Sobre todo porque las reelecciones no siempre son reflejo de una buena administración.

En fin, el día está aburrido y algo me dice que esta nota también será un poco tediosa de leer. Sin embargo, así está el día abrigado por un sol inclemente que nos mira con desdén desde su refugio celestial. Más tarde tengo que ir a ver a Alipio porque me olvidé mi mochila en el teatro en donde se presentaron sus amigos los colombianos.

Y en Paramonga, no sé cómo estarán las cosas, peor que en Lima, es de suponerse, pero prefiero no enterarme para no sentirme peor de lo que me siento. Me voy a verlo a Alipio. Necesito respirar.

reo-libre@hotmail.com

domingo, 12 de noviembre de 2006

Segunda nostalgia: la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (parte I)

Episodio I: Nace una esperanza

Cuando en mi ceremonia de graduación del colegio, la persona que anunciaba que iba a recibir mi diploma de graduado dijo que mi vocación era ser abogado, me tuve que contener para no romperle la cara. Lo repetí unas mil veces: Yo jamás voy a ser un abogadillo de mierda. ¡Nunca!

La vida, parcialmente, se encargó de hacerme tragar esas palabras cuando en la fila de inscripción extemporánea para el examen de admisión 2000 a la universidad San Marcos, marqué, aún muy confundido “Derecho y Ciencia Política”. Intento recordar todas las circunstancias que me llevaron a cometer ese trascendental error en mi vida y vuelvo a aquellos tiempos en los que las ingenierías aún daban vueltas por mi cabeza, aquellos tiempos cuando era un chico “vallejiano” (o sea de la Academia César Vallejo) obsesionado con cuanto problema de geometría, trigonometría o física le ponían delante. Justo en esa efervescencia científica, la “psicóloga” del colegio de monjas de por ahí en donde estudié me hizo un examen vocacional, el que arrojó el siguiente resultado: 1. Abogado, 2. Diseñador Gráfico. Estallé en ira santa, indignadísimo con el nefasto resultado de aquella encuesta. Cuando se lo comenté a mi profesor de Teatro, me preguntó qué es lo que quería que saliera en aquella encuesta. Casi sin dudar dije ingeniero. «Pero, en estos momentos, qué tienes en la mano?», me preguntó. “El amor en los tiempos del cólera” de GGM.

Así ingresé el año dos mil a la Facultad de Derecho y Ciencia Política de la UNMSM, con 148.062 puntos, en el décimo cuarto puesto de mérito dentro de la facu. Puntaje que habría sido suficiente y más para poder ingresar en primer puesto a muchas otras facultades (entre ellas, la facultad de Letras) ese año.

Y como todo cachimbo afanoso, hasta fui a la inauguración del año académico presidida por el Presidente de la Comisión Reorganizadora, Manuel Paredes Manrique. En esa ceremonia, conocí a otro cachimbo afanoso: Alex, amigo en las buenas, no tan buenas y ángel salvador en las realmente malas. Fue en algún día de abril cuando lo conocí. Con sus inmensos lentes de fondo de botella, que no volví a ver sino hasta el primer día de clases en la Facultad de Derecho, el día 17 de abril de 2000. Claro que antes, ya había ido unas veces a la selección de los cursos, la matrícula y toda esa parafernalia nefasta. En la cola de la matrícula conocía Angie Chumbes, a quien hace poco encontré en Plaza San Miguel y, me pareció, sigue siendo la misma chica desenfadada y alegre que conocí hace más de seis años.

Y bien: el primer día de clases. El aula 009 en el sótano de la facultad. Un hueco calamitoso, lleno de telarañas y bancas viejas arrimadas en todas las paredes, y por donde se veía que la mano diligente de la gente de limpieza no había pasado en mucho tiempo. Introducción al Derecho era el curso, lo dictaba Aníbal Torres Vásquez. La “chata caderona”, o sea, el profesor, se dirigió a nosotros y nos dijo: “¿Éste es el salón?”. Sí, pero no lo fue por muchos minutos porque casi quince minutos después nos enviaron al aula 329, en el tercer piso de la facultad. Ahí, en el momento de elegir al delegado del curso de Introducción al Derecho, conocí a la persona que marcó mi paso por el resto de los años en esa facultad. A aquella persona se le eligió como delegada y a esa persona me dirigí preguntándole cualquier banalidad que ya sabía y me respondió “Sí, bebé”. Desde aquella respuesta, mi vida estuvo marcada por el influjo de esa mujer, que ni bella, ni inteligente, pero algo, algo de ella, me hizo fijarme en ella y en querer enredarme en su vida, en su destino.

Y los días empezaron a acumularse, también los meses, las actividades, las marchas, todo o casi todo, de la mano de ella. Como aquella marcha hacia el centro de Lima, en donde los compañeros, piedra en mano, combatieron a la policía y a bombas lacrimógenas y a sus vomitivas. Yo me quedé en la D’Onofrio, so pretexto de estudiar volví con ella a la Universidad. En donde, comprobamos algo muy lamentable: las clases seguían, más del 80 % de la población sanmarquina ni siquiera se había movido de sus aulas: la plaga de la indiferencia, hija legítima del régimen de Fujimori, había envenenado a San Marcos a tal punto que solamente los revoltosos, a mi entender, los absurdamente revoltosos eran los más conscientes, o al menos los más incendiarios en temas de marchas. Ellos se decían y se dicen “la izquierda” mariateguista, marxista.

Cayó Fujimori y a mí se me prohibió terminantemente en mi casa asomarme por el Centro aquellos días de Fiestas Patrias. Los cursos durante ese año universitario fueron generales, de títulos como: Introducción al Derecho, Biología General (con el Loco Huicho), Sociología Jurídica (con el maestro Aníbal Ísmodes Cairo, QEPD), Historia General del Derecho (con el “áureo” Silva Vallejo), Historia de la Literatura (curso que jalé tres veces), Lingüística y Redacción, Idioma I (que podía ser elegido entre latín, inglés, alemán, francés o italiano), Psicología y Psicopatología, Historia de las Doctrinas Económicas, Historia de la Filosofía, Informática Jurídica, Metodología de la Investigación (un cague de risa, si lo quieren saber) y Matemática y Estadística. Sí buen salí con mis buenos jalados, el año la pasé relativamente bien. De no ser porque dentro de mí se cocinaba el germen de la desazón, aquella semilla del no saber qué se estaba haciendo en una facultad que a ratos era tan absurda como irrespirable, hubiese pensado que yo tenía la aptitud para ser un abogado de éxito. Eso que ella quería de mí, que siempre quiso, y se esforzó por tener, al punto que empezamos a matarnos.

reo-libre@hotmail.com

domingo, 5 de noviembre de 2006

Rock dominical

    Una de las mayores satisfacciones que yo pueda tener es la de ver un cuento o un escrito ya finalizado y corregido. La alegría que me invade cuando ya veo sobre la pantalla o sobre el papel la culminación de un trabajo creo que se puede comparar a la alegría que experimenta un padre al que le acaba de nacer un hijo. Y dentro de esas satisfacciones creadoras que tengo, la satisfacción de haber compuesto una canción es una de las sensaciones más extrañas. Extraña por lo rara, por lo poco frecuente.

Claro que un tiempo no era una sensación extraña. Y estoy hablando de hace años, cuando Álex, Cito, Alexcito, Freddy y yo teníamos nuestro grupo Ciénaga. Las sesiones de ensayo empezaban los sábados, alrededor de las siete de la noche, y a veces terminaban muy cerca de la una de la mañana.

Cuando llegue al grupo, en el verano del año 2001, nuestra sala de ensayo era un cuchitril que ni siquiera tenía un foco con el que nos pudiéramos alumbrar al llegar la noche. De a pocos, la familia Quiñones (los dueños de la casa donde ensayábamos, hogar de Alexcito y Freddy, el bajista y el baterista del grupo), fue dándole luz, color y calor de estudio a aquél pequeño cuarto. Ahí, sobre todo en el verano del año 2003, yo pasé una etapa creadora muy productiva. Cito, Alexcito y yo muchas veces nos quedábamos trabajando en nuestros temas hasta que la madre del segundo nos botaba. Realmente era muy divertido, y me sentía lleno de vida cuando escuchaba las grabaciones (precarias, claro está) de esas canciones que ya nadie recuerda ni una nota, ni una tonada, salvo dos que yo recuerdo, que eran realmente canciones con letras muy intensas.

Ahora de todo eso quedan solo los buenos recuerdos. La vida, a todos nosotros, nos ha llevado por caminos muy distintos. No sé qué será de la vida de los Quiñones (ni de su hermana Rocío, que también es amiga mía). Poco a poco, todo lo que pude decir que sabía de música, lo fui dejando en el olvido y que solamente repasaba vagamente cuando cogía la guitarra para tocar canciones ajenas con acordes que encontraba en alguna página web.

Por eso me sorprendió gratamente cuando mi hermana me dice un día que le enseñe a tocar el teclado a su hijo Eduardo. No supe qué más decirle además de “Sí”. En verdad no. ¿Qué le podría enseñar al muchacho si y mismo no practico con el teclado hace muchísimo tiempo? Pese a ese detalle (nada nimio) me decidí por enseñarle y hasta ahora no nos está yendo mal.

Y también me sorprendió gratamente que (como ya hace tres domingos), en esas escapadas que me doy a la casa de Cito, hayamos compuesto una canción con las guitarras y que ahora solamente nos falte dar arreglos a nuestra creación. Es increíble. Hasta ahora no puedo creerlo: Cito y yo, como en los viejos tiempos, creando otra vez. Aunque no es la primera vez en este año, pues ya hace unos meses habíamos compuesto una canción que la grabé en mi celular, pero que por lo visto no logró atrapar nuestra atención lo suficiente para seguir trabajándola.

Otra vez puedo decir que los domingos se han vuelto musicales, como en los viejos tiempos. Y esto, evidentemente, ayuda también a las clases con Eduardo, pues qué más quiero: mientras yo practico música, se la voy explicando a Eduardo, a quien estoy seguro lograré enseñarle a leer las partituras de su teclado, que son realmente simples. Y quizás, luego, toquemos algunos covers, él en el teclado y yo en la guitarra. Y espero que le guste tanto como a mí.

reo-libre@hotmail.com