domingo, 5 de noviembre de 2006

Rock dominical

    Una de las mayores satisfacciones que yo pueda tener es la de ver un cuento o un escrito ya finalizado y corregido. La alegría que me invade cuando ya veo sobre la pantalla o sobre el papel la culminación de un trabajo creo que se puede comparar a la alegría que experimenta un padre al que le acaba de nacer un hijo. Y dentro de esas satisfacciones creadoras que tengo, la satisfacción de haber compuesto una canción es una de las sensaciones más extrañas. Extraña por lo rara, por lo poco frecuente.

Claro que un tiempo no era una sensación extraña. Y estoy hablando de hace años, cuando Álex, Cito, Alexcito, Freddy y yo teníamos nuestro grupo Ciénaga. Las sesiones de ensayo empezaban los sábados, alrededor de las siete de la noche, y a veces terminaban muy cerca de la una de la mañana.

Cuando llegue al grupo, en el verano del año 2001, nuestra sala de ensayo era un cuchitril que ni siquiera tenía un foco con el que nos pudiéramos alumbrar al llegar la noche. De a pocos, la familia Quiñones (los dueños de la casa donde ensayábamos, hogar de Alexcito y Freddy, el bajista y el baterista del grupo), fue dándole luz, color y calor de estudio a aquél pequeño cuarto. Ahí, sobre todo en el verano del año 2003, yo pasé una etapa creadora muy productiva. Cito, Alexcito y yo muchas veces nos quedábamos trabajando en nuestros temas hasta que la madre del segundo nos botaba. Realmente era muy divertido, y me sentía lleno de vida cuando escuchaba las grabaciones (precarias, claro está) de esas canciones que ya nadie recuerda ni una nota, ni una tonada, salvo dos que yo recuerdo, que eran realmente canciones con letras muy intensas.

Ahora de todo eso quedan solo los buenos recuerdos. La vida, a todos nosotros, nos ha llevado por caminos muy distintos. No sé qué será de la vida de los Quiñones (ni de su hermana Rocío, que también es amiga mía). Poco a poco, todo lo que pude decir que sabía de música, lo fui dejando en el olvido y que solamente repasaba vagamente cuando cogía la guitarra para tocar canciones ajenas con acordes que encontraba en alguna página web.

Por eso me sorprendió gratamente cuando mi hermana me dice un día que le enseñe a tocar el teclado a su hijo Eduardo. No supe qué más decirle además de “Sí”. En verdad no. ¿Qué le podría enseñar al muchacho si y mismo no practico con el teclado hace muchísimo tiempo? Pese a ese detalle (nada nimio) me decidí por enseñarle y hasta ahora no nos está yendo mal.

Y también me sorprendió gratamente que (como ya hace tres domingos), en esas escapadas que me doy a la casa de Cito, hayamos compuesto una canción con las guitarras y que ahora solamente nos falte dar arreglos a nuestra creación. Es increíble. Hasta ahora no puedo creerlo: Cito y yo, como en los viejos tiempos, creando otra vez. Aunque no es la primera vez en este año, pues ya hace unos meses habíamos compuesto una canción que la grabé en mi celular, pero que por lo visto no logró atrapar nuestra atención lo suficiente para seguir trabajándola.

Otra vez puedo decir que los domingos se han vuelto musicales, como en los viejos tiempos. Y esto, evidentemente, ayuda también a las clases con Eduardo, pues qué más quiero: mientras yo practico música, se la voy explicando a Eduardo, a quien estoy seguro lograré enseñarle a leer las partituras de su teclado, que son realmente simples. Y quizás, luego, toquemos algunos covers, él en el teclado y yo en la guitarra. Y espero que le guste tanto como a mí.

reo-libre@hotmail.com

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