domingo, 12 de noviembre de 2006

Segunda nostalgia: la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (parte I)

Episodio I: Nace una esperanza

Cuando en mi ceremonia de graduación del colegio, la persona que anunciaba que iba a recibir mi diploma de graduado dijo que mi vocación era ser abogado, me tuve que contener para no romperle la cara. Lo repetí unas mil veces: Yo jamás voy a ser un abogadillo de mierda. ¡Nunca!

La vida, parcialmente, se encargó de hacerme tragar esas palabras cuando en la fila de inscripción extemporánea para el examen de admisión 2000 a la universidad San Marcos, marqué, aún muy confundido “Derecho y Ciencia Política”. Intento recordar todas las circunstancias que me llevaron a cometer ese trascendental error en mi vida y vuelvo a aquellos tiempos en los que las ingenierías aún daban vueltas por mi cabeza, aquellos tiempos cuando era un chico “vallejiano” (o sea de la Academia César Vallejo) obsesionado con cuanto problema de geometría, trigonometría o física le ponían delante. Justo en esa efervescencia científica, la “psicóloga” del colegio de monjas de por ahí en donde estudié me hizo un examen vocacional, el que arrojó el siguiente resultado: 1. Abogado, 2. Diseñador Gráfico. Estallé en ira santa, indignadísimo con el nefasto resultado de aquella encuesta. Cuando se lo comenté a mi profesor de Teatro, me preguntó qué es lo que quería que saliera en aquella encuesta. Casi sin dudar dije ingeniero. «Pero, en estos momentos, qué tienes en la mano?», me preguntó. “El amor en los tiempos del cólera” de GGM.

Así ingresé el año dos mil a la Facultad de Derecho y Ciencia Política de la UNMSM, con 148.062 puntos, en el décimo cuarto puesto de mérito dentro de la facu. Puntaje que habría sido suficiente y más para poder ingresar en primer puesto a muchas otras facultades (entre ellas, la facultad de Letras) ese año.

Y como todo cachimbo afanoso, hasta fui a la inauguración del año académico presidida por el Presidente de la Comisión Reorganizadora, Manuel Paredes Manrique. En esa ceremonia, conocí a otro cachimbo afanoso: Alex, amigo en las buenas, no tan buenas y ángel salvador en las realmente malas. Fue en algún día de abril cuando lo conocí. Con sus inmensos lentes de fondo de botella, que no volví a ver sino hasta el primer día de clases en la Facultad de Derecho, el día 17 de abril de 2000. Claro que antes, ya había ido unas veces a la selección de los cursos, la matrícula y toda esa parafernalia nefasta. En la cola de la matrícula conocía Angie Chumbes, a quien hace poco encontré en Plaza San Miguel y, me pareció, sigue siendo la misma chica desenfadada y alegre que conocí hace más de seis años.

Y bien: el primer día de clases. El aula 009 en el sótano de la facultad. Un hueco calamitoso, lleno de telarañas y bancas viejas arrimadas en todas las paredes, y por donde se veía que la mano diligente de la gente de limpieza no había pasado en mucho tiempo. Introducción al Derecho era el curso, lo dictaba Aníbal Torres Vásquez. La “chata caderona”, o sea, el profesor, se dirigió a nosotros y nos dijo: “¿Éste es el salón?”. Sí, pero no lo fue por muchos minutos porque casi quince minutos después nos enviaron al aula 329, en el tercer piso de la facultad. Ahí, en el momento de elegir al delegado del curso de Introducción al Derecho, conocí a la persona que marcó mi paso por el resto de los años en esa facultad. A aquella persona se le eligió como delegada y a esa persona me dirigí preguntándole cualquier banalidad que ya sabía y me respondió “Sí, bebé”. Desde aquella respuesta, mi vida estuvo marcada por el influjo de esa mujer, que ni bella, ni inteligente, pero algo, algo de ella, me hizo fijarme en ella y en querer enredarme en su vida, en su destino.

Y los días empezaron a acumularse, también los meses, las actividades, las marchas, todo o casi todo, de la mano de ella. Como aquella marcha hacia el centro de Lima, en donde los compañeros, piedra en mano, combatieron a la policía y a bombas lacrimógenas y a sus vomitivas. Yo me quedé en la D’Onofrio, so pretexto de estudiar volví con ella a la Universidad. En donde, comprobamos algo muy lamentable: las clases seguían, más del 80 % de la población sanmarquina ni siquiera se había movido de sus aulas: la plaga de la indiferencia, hija legítima del régimen de Fujimori, había envenenado a San Marcos a tal punto que solamente los revoltosos, a mi entender, los absurdamente revoltosos eran los más conscientes, o al menos los más incendiarios en temas de marchas. Ellos se decían y se dicen “la izquierda” mariateguista, marxista.

Cayó Fujimori y a mí se me prohibió terminantemente en mi casa asomarme por el Centro aquellos días de Fiestas Patrias. Los cursos durante ese año universitario fueron generales, de títulos como: Introducción al Derecho, Biología General (con el Loco Huicho), Sociología Jurídica (con el maestro Aníbal Ísmodes Cairo, QEPD), Historia General del Derecho (con el “áureo” Silva Vallejo), Historia de la Literatura (curso que jalé tres veces), Lingüística y Redacción, Idioma I (que podía ser elegido entre latín, inglés, alemán, francés o italiano), Psicología y Psicopatología, Historia de las Doctrinas Económicas, Historia de la Filosofía, Informática Jurídica, Metodología de la Investigación (un cague de risa, si lo quieren saber) y Matemática y Estadística. Sí buen salí con mis buenos jalados, el año la pasé relativamente bien. De no ser porque dentro de mí se cocinaba el germen de la desazón, aquella semilla del no saber qué se estaba haciendo en una facultad que a ratos era tan absurda como irrespirable, hubiese pensado que yo tenía la aptitud para ser un abogado de éxito. Eso que ella quería de mí, que siempre quiso, y se esforzó por tener, al punto que empezamos a matarnos.

reo-libre@hotmail.com

No hay comentarios.: