sábado, 6 de octubre de 2007

Mantilla y su cabeza de perro


Yo no conocí a Mantilla, pero si me hubiese topado con él, es muy probable que me hubiese quedando observándolo con la boca abierta. como un mocoso asustadizo y curioso que no puede apartar la mirada de aquello que lo aterra y por lo que no puede evitar sentir alguna fascinación... y también repudio, pero eso vino después.
Cuando escuché su historia (es decir, aquello que ahora me tiene aquí a medianoche contándotela), yo llevaba unos veinte años sin volver al pueblo. Mi hermano se estableció allá, cerca al mar, con una vista que antes hubiese parecido muy alentadora (una fábrica produciendo y produciendo productos cáusticos que le dieron de comer a toda su familia), y que ahora, solo es un cielo rojo, una fábrica oxidada que se hunde a orillas de un mar verde, oscuro y espeso. Sé que mi hermano debe estar viendo ahora por su ventana, con sus pulmones llenos de mercurio, con las uñas escamosas y recordando cuando corría por la playa entrenando básquetbol en el mismo equipo que Mantilla. Oh, sí, lo debe estar recordando porque luchaba con él el mismo puesto de pivote de la selección del colegio.
A todo esto, hasta ahora no me dices por qué preguntas tanto por Mantilla. La verdad que si no hubiese sido por eso su vida no tendría relevancia alguna para el mundo. Sí, ya sé que es duto escucharlo, pero alguien te tendría que decir la verdad. Hay muchos poetas más interesantes que él en un bar, en un puterío, o en un salón de clases. Y no es para que me mires de ese modo, te digo las cosas no como las pienso yo sólo. Desde ese entonces su poesía, me decía mi hermano, era mal vista, sobre todo porque se puso terco en escribir sobre muerte y necrofilia en un colegio de monjas. Puta... no jodas, pues. No es que sea un mojigato. Que la poesía se expanda y encuentre nuevo rumbos me tiene sin cuidado. Me llega, me da igual si se escribe sobre la bella silueta de una mujer o sobre la cabeza aplastada de un animal muerto sobre el asfalto. No me jodas. Pero jamás aprobaré eso que hizo.
Casi me olvido, ¿ves cómo me distraes? Mi hermano, en esos tiempos que se levantaban a las cinco de la mañana para recorrer los seis kilómetros de litoral que habiá en el pueblo. Por ese entonces la fábrica no paraba nunca y el mar no estaba tan contaminado. Al menos tenían la decencia de no botar sus desperdicios ahí, sino en algún tipo de pozo, no recuerdo bien. Sin embargo había una zona de la playa que literalmente olía a muerte. El entrenador evitaba siempre pasar por ahí, así que cuando estuvieron muy cerca ordenó a la muchachos detenerse, descansar, y luego seguir el recorrido en la dirección contraria.
Sin embargo estaban lo suficientemente cerca como para que se sintieran los pútridos vapores de los cuerpos descomponiéndose entre sales, gallinazos y algunos restos de soda cáustica. Dicen que Mantilla no pudo soportar la tentación de acercarse. Pese a las llamadas de atención del entrenador, él sorteó las resbalosas rocas de la orilla hasta llegar al lugar. Por el como quedó contemplándolo todos pensaron que se arrodillaría fascinado. Muchos ahí sintieron asco de él y siguieron con el trote, el mismo entrenador prefirió dejarlo ahí. Pero mi hermano no podría creer que alguien así pudiese existir y fue a buscarlo. Desde esta parte no recuerdo muchos detalles de lo que me contaron. Sé que mi hermano estuvo cerca y que puedo coger un par de piedras para espantar al perro que se abalanzó sobre Mantilla cuando este se le acercó creyéndolo muerto. Su grito de dolor hizo regresar al grupo que ya estaba muy lejos, lo que debe darte una idea de qué tan fuerte se escuchó su grito por todo el litoral. Mi hermanó lo ayudó a desprenderse del perro y se lo llevó casi a rastras. Cuando el entrenador llegó, se lo llevaron con urgencia al hospital.
Claro, hasta aquí parece que esa historia no tiene mucho de interesante, y no te culpo por pensarlo. Pero debiste haber estado ahí para ver lo que siguió. Ya no iba a la escuela y mucho menos a entrenar. A sus padres las habría importado poco, porque jamás asomaron por el colegio llevándolo o excusando sus inasistencias. Nunca más lo vieron por la escuela... las monjas debieron haberlo expulsado si es que acaso se enteraron lo que pasó.
¡Pues que no hay nada interesante, te lo dije, salvo eso! Su vida transcurrió en un ambiente muy oscuro y casi no asomaban la cabeza fuera de los entrenamientos. ¿Que cómo lo sé? ¡Ya te dije cómo lo sé, por mi hermano! Vienes aquí a preguntar por un ser repugnante y te enojas cuando te digo que en verdad es nada interesante y que más corrió la leyenda urbana de el poeta necrófilo que sacrificaba perros a la medianoche. Eso es una estúpida farsa. Nadie lo creyó capaz de esas cosas, quizás porque era muy cobarde.
Años después mi hermano se encontró con él mientras iba a visitar a su novia; lo encontró fumando un porrito debajo de la débil luz de un poste. Que qué se había hecho, que hace tiempo que te habías olvidado de los amigos, Perales, que date una vuelta por la casa, vamos, que te invito unos tragos, y por más que mi hermano quiso zafarse de su compañía, le resultó menos incómodo decirle que sí y aceptar su oferta que rechazarla.
El desorden de esa casa solo podía ser opacado por el hedor que impregnaba todo. Mi hermano intentó no poner una cara de asco y dejar que las náuseas le ganaran. Se sentaron donde pudieron, pero su incomodidad fue cada vez más grande. De la conversación, me contó muy poco, pero era inevitable que le preguntara por lo que le había pasado luego del incidente del perro. Así que él empezó a contarle que desapareció los días siguientes del planeta porque necesitaba escribir algo acerca de aquel perro y de su ataque, y le tuvo que soportar todas sus tonterías de poemas de perros que volvían de la muerte, del otro lado de la vida de los perros y del destino de los que eran mordidos por perros así. ¿Alguna vez te ha mordido un perro, Perales? Mi hermano le dijo que no. Entonces no sabes lo que es, a qué estamos destinados los que pasamos por esa experiencia fuera de lo común. Según le siguió diciendo, escribió desesperadamente todos esos días, en asquerosos "poemas" que le leía en voz alta. Cuando mi hermano ya se disculpaba para despedirse y largarse de ahí rápidamente, él lo atajo y le dijo si quería saber qué fue del perro que lo había mordido. Pero qué te pasa, Perales, que te veo pálido, le decía, deja que te cuente lo que pasó que no fue nada del otro mundo. Algo muy sencillo. Tenía que estar seguro de que ese maldito animal no tenía ningún bicho que me pudiera contagiar, así que fui a buscarlo aquella misma tarde y no paré haste dar con él. Caminé mucho, me costó, pero di con él. Esperó a que el perro de distrajera con algún resto de basura y se fue contra él con una botella rota entre las manos. Lo desangró... Sí, lo desangré, vi cómo se iba muriendo como iba moviendo sus patas hasta que ya no se movió más y su hermoso cuerpo inerte quedó ante mí, como una pieza de algún museo de rarezas. Sí, era hermoso, Perales, la cosa más hermosa que te puedas imaginar. Pero su destino ya estaba escrito, tenía que cortarle la cabeza y llevarla a algún doctor para que la examinara para saber si no tenía rabia o alguna otroa enfermedad que me pudiera pegar. Pero, qué te pasa, Perales, acaso no crees que hice lo correcto...
Luego ofreció enseñarle la cabeza del animal, que desde entonces guardó disecada en la cocina de su casa, pero el asco de mi hermano pudo más y se fue corriendo y tropezando con las mugres de esa casa en la clarioscuridad de la noche, se alejó hacia la casa de su novia.
Eso fue lo último que se supo de él. Mi hermano me contó esa hisotira hace unos años. Desde entonces tengo unos sueños enfermizos con la cabeza de ese perro y sobre esos poemas de Mantilla que no leí, pero que sé que fueron atroces y horrendos, algo que no era dignos de llamarse poesía. ¿A ese tipo de gente quieres buscar?, ¿crees que cuanto tu padre y yo te decíamos que no lo intentaras iba eso en broma? Pues tienes muchas cosas que aprender aún.

No hay comentarios.: