domingo, 14 de octubre de 2007

El mar, los placeres del mar


No tengo ganas de irme a casa. Tengo la cabeza vacía, rebotando entre tantas cosas que han pasado a lo largo de la semana laboral. Es uno de esos momentos que uno está en un limbo existencial, cuando tampoco las manos producen, cuando a veces a uno se le anotja hacer algo más que leer, algo que no sea de todos los días, algo que marque la diferencia de este sábado con muchos otros. Así que creí que sería buena idea si me iba para el Callao.


¿Cuál sería la ruta de escape más recomendable? La única pues: desde Tingo María tomé una combi que bajó por toda la avenida Colonial. En el camino iba pensando que no era tan cercac omo yo creía, pues la combi se tomó sus buenos 35 minutos en llegar hasta Chucuito, tiempo que me sirvió para leer un poco, conversar con M., que fue conmigo al puerto y a reírnos de muchas cosas que solemos compartir dos personas bastante rayadas y hastiadas de la sabatina rutina laboral.

Esto no parece el Callao, pensé, está demasiado tranquilo. Unos minutos de caminata me hicieron recordar la última vez que estuve por ahí con los muchachos, tratando (también) de despercudirnos un poco del día a día. De eso ya habían pasado dos años, pero la plaza Grau estaba idéntica (Grau ahora sí tenía los arreglos florales que hace cinco años no tuvo por su día).

Acercamos hacia el muelle y ¡claro! había lanchas a motor que te ofrecían dar una vuelta por cinco lucrecias. Así que aprovechamos y trepamos en una. Las imágenes que muestro son de ese viaje. Un viaje que si ustedes pueden hacer, les aseguro que podrán disfrutar. Sobre todo si luego, ya alejado por unas millas de la orilla, apagan el motor de la lancha para disfrutar de la inmensidad del mar, sus sonidos, su silencio y el graznido lejano de las aves.
Luego, claro, nos fuimos a la Cebichería Mateo, cherry aparte.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ver el mar, luego de un extenso letargo laboral es algo que a fuerza de romper la rutina, empecé a acostumbrarme a hacer, allá por el 2002. Leer mientras te embarga la brisa del mar, tirarle piedras y con ellas arrojar tu hastiedad, es algo que a muchos puede amainar, pero lo que sí, meterse con toda y ropa al mar, jaja, como Goffredo en la memorable escena de la película 'Manuale D'Amore' (en la parte del ABANDONO), el susodicho se mete al mar, y nada con toda su alma, zambulléndose febrilmente, como para dejar en el mar, todo su asfixiante malestar... Habría que probar, si te animas a hacerlo, pasas la voz.