domingo, 21 de octubre de 2007

Letras criminales


Tarde del sábado. Leo el listín cinematográfico sentado en la misma silla donde estuve las últimas seis horas corrigiendo, bostezando, pensando en un mundo mejor. La secretaria se me acerca y me pregunta si ya me voy. Me está botando, pensé, y le dije que sí, que en unos minutos ya me iba. Como todo lo que quise ver de la cartelera ya lo había visto, cerré el periódico con decepción. Apagué las luces, firmé mi salida y me hundí en las calles de Breña.

Este es un buen momento para compartirlo con alguien, pensé –otra vez pensando– mientras recordaba que no tenía con quién compartir momento alguno. Encendí el mp4 y caminé hacia la Plaza de la Bandera, computándome Dolores O'Ryan, pues estaba escuchando "My imagination" de Cranberries.
Cuando ya iba doblando hacia la avenida Sucre, Kula Shaker me dio una idea: atrapar el sol en Plaza San Miguel, y de paso oler la dulce rosa (the sweet sweet rose). El sol brillaba, y daba algo de calor; muchos ya alucían prendas cortas mientras yo caminaba por la avenida Sucre y veía árboles grises desperezándose, flores sonriendo tristemente y más gente como hormigas desordenadas yendo en cualquier dirección. "El fantasma" de Árbol. Qué hermoso tema.

Seguí caminando por la avenida La Mar (ya con Calamaro, Páez y Les Rita Mitsouko) hasta que la Universitaria me hizo el pare. Plaza San Miguel a dos cuadras. Ese día me había salido de casa sin desayunar, aún no había almorzado y eran más de las tres de la tarde. ¿Era natural que sintiera algo de hambre, no? Entré a una cafetería "gelateria" de la Plaza. Llevaba conmigo Los detectives salvajes, aún no terminaba de leerla. Me senté y puse la música a todo volumen. El local estaba medio lleno, menos mal me tocó una buena mesa en donde esperé a que me atendieran. Una señorita se me acercó a entregarme la carta y agradecí al Cielo de no estar acompañado. Tranquilidad, joven padawan, me dije a mí mismo, esto no es más que el precio de la tranquilidad en Plaza San Miguel, lejos del bullicio de la gente en las calles, los cláxones, los cobradores de combi y las canciones taradas del Coney Park.

Pedí un jugo que costaba lo que en cualquier mercado costarían tres de esos jugos. No importa. Podía leer a Bolaño tranquilo.

Pasaron las horas y le daba un sorbito al jugo cada vez que doblaba una página. Como vi que el jugo avanzaba muy rápido empecé a darle un sorbito más pequeño cada seis páginas. El sol se fue, mucha gente también. Una familia de gorditos que casi termina con el arsenal de la cafetería también se fue. Para que pasaran nos levantamos como cuatro mesas. No se preocupe, señora, mi pie se va a recuperar. Más allá, una pareja que sehabía reconciliado también se fue, muy probablemente a un mejor lugar, unos amigos que no se encontraban desde hace años también, ellas aún muy bien conservadas y ellos, bueno... ellos no. Se acabó el jugo y se llevaron el vaso. Pedí la cuenta.

Llegué a ese incómodo instante en el que mi presencia dentro de la "gelateria" nada la justificaba. Esperé la cuenta pero todos los mozos andaban de una lado para otro atendiendo a las mesas, que a lo largo de las tres horas que estuve "bebiendo" ese jugo habían cambiado muchas veces de comensales. en la mesa de los gorditos ahora había un enternado incómodo con una mujer que iba con su hija. Hasta mi mesa llegó la palabra "reconocer", y preferí volver a encender el mp4, no quería enterarme de esos problemas ahora.

Dos años atrás había ido ahí con una amiga el día de mi cumpleaños. Tomamos unos helados y esperamos casi quince minutos a que nos trajeran la cuenta, por lo que nos levantamos y ella dijo que mejor nos fuéramos sin pagar. Me pareció una buena idea, pero ella solo bromeaba. Como ella invitaba, a mí me daba igual.

Pero esta vez estaba solo, era mi jugo surtido el que tenía que pagar pero la cuenta no llegaba a mi mesa. Dejé a un lado a Bolaño, pensé que podría hacer eso que hacía más de dos años no había hecho, pero me entraron los escrúpulos y me fui al baño. Estaba ocupado. La señorita que me atendió y que luego se llevó el vaso y que supuestamente me tenía que dar la cuenta me vio en otra mesa y me preguntó:

–¿Ya lo atendieron, señor? ¿Quiere que le traiga la carta?

Le sonreí y le dije que no importaba, que muchas gracias, que solo esperaba el baño para irme.

–Como diga, señor

Amiga, detesto que me digan señor, mi nombre es Christian, pero es un nombre muy idiota, de alguien que siempre es buena gente. Ahora me llamaré Beto, como es mi segundo nombre, que suena más malo, más villano.

El tipo que trataba de enamorar a su amiga de la mesa detrás de la mía salía del baño, el cual dejó oliendo a facultad de Derecho de San Marcos, o sea, a pura mierda. Ha de estar nervioso, pensé, quizás la flaca no le está atracando. Por suerte, había Glade y eché mucho, hasta casi marearme. Me lavé la cara y frente a la espejo vi un pendejo que me miraba. Que está mal lo que quieres hacer. No está mal, pensé. Esperé más de diez minutos a que me trajeran la cuenta. ¿Sería posible que estuviera mal? Bolaño, a lo largo de sus páginas me enseñó que nada estaría mal, que todo al menos serviría para escribir unas cuantas páginas que valgan la pena. Quizás no sean estas. Esto es solo un blog.

Sí soy capaz, como quizás sea capaz de peores cosas, o de cosas más osadas como robar libros de algunas librerías, porque robar un libro será un delito (una falta me dirá algún maldito penalista, "en puridad"), pero no un pecado. ¿Y robar un jugo? Me amparo en las obras de misericordia corporales: "Dar de beber al sediento". Yo tenía sed, ellos me dieron de beber. Además el casi nulo consumo de mi mesa no los llevará ni a la riqueza ni a la pobreza. Me amparo también de toda la plata que he derrochado en esa Plaza inútilmente. Justicia poética, pensé.

Salí del baño, me dirigí a la puerta. El guachimán me dijo: Gracias, regrese pronto. Cómo no, le dije, y salí a la avenida Universitaria.

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