sábado, 3 de marzo de 2007

Camino a Córdoba (segunda parte)

A Mariclaudia, por todo, porque quiero y porque sí.

EPISODIO II: PERÚ – BOLIVIA (SIN LLORAR).

Escenas del capítulo anterior…
Habíamos dejado la acción cuando nuestros héroes fueron retenidos por el cruel Iván Zamorano en el control fronterizo de Chacalluta. Ellos, aún consternados por la rotunda negativa, esperaban –en vano– que un milagro ocurriese, que pudiesen hablar con el jefe de Iván Zamorano (no, no el exDT de la selección chilena, Nelson Acosta, sino el jefe del control fronterizo), mientras un risueño Chubaquita se dedicaba a uno de sus más antiguos oficios: el tráfico ilícito de pepsicards de los X-Men.

–Hola, ¿el teléfono funciona? –preguntó Christian, al llegar al Terminal Internacional de Tacna.
–Así como ustedes intentan pasar va a ser imposible.
–No, está malogrado –le contestó la señora.
–Pero, señor… nosotros sólo entramos para pasar a la Argentina. No queremos quedarnos en su país.
–Ya, compare’, dame una de Gambito y te doy dos de Guepardo calato.
–De ninguna manera. Si tú dicei que te esperai alguien en Santiago, estai empeorando más las cosas.
–Por favor, ya tenemos los pasajes comprados. No podemos regresar así. Sólo nos demoraremos lo que demora el tránsito…
–¡Uhhh! Esa, nola, ‘on. Pero esta te va a costar un paquete de skank más rizzlas –el mono lo miraba avariciosamente, con los ojos inyectados de sangre.
–Señora, una pregunta… ¿vende usted pasajes para la Argentina? –Christian esperaba la confirmación de sus temores.
–Tienen que entrar en un bus internacional. Es la única forma de pasar. De otra manera no. Ya te lo vengo diciendo cinco veces: tú pasai en ese bus (Ormeño, Veloz del Norte, El Rápido), yo te garantizo, al cien po' ciento, que tú no vai a tener ni ún problema. En Tacna podei conseguí pasajes –terminó Iván, casi convincentemente.
–Sí, te vendo el pasaje en Tacna, pero el bus se toma en Arica. Ya tú por tu cuenta llegas a Chile. Si no te dejan pasar no es problema de la empresa –la señora ni le miró a los ojos.
–Te garantizo que tú pasai.

Esperando a Álex.
–Christian, primo –desde que recuerdo, Alex y yo nos hemos tratado de primos.
–No, Alex, no puede ser, tengo que hacer una llamada a Santiago –alteradísimo yo.

Como quien intenta calmarme con una fría dosis de sentido común, Alex me hizo entender que estábamos de más en Chacalluta: “si te han traído hasta aquí es prácticamente para que te regresen”. Me recomendó volver a su casa para descansar; él llegaría luego. De todas maneras iría a Arica para negociar la devolución del pasaje.

Chacalluta: doce y veinte de la mañana. Un inspector muy parecido al Oso Yogui esperaba la llegada de un bus que nos llevara a la Ciudad Heroica.

Marlon y yo, aún consternados y sentados en una banca, con las maletas frente a nosotros, mirábamos al vacío, a la incertidumbre, masticando de a pocos esta aparente derrota.

El Oso Yogui se mostró amable, distante (ni me miró), pero amable. Hablamos con él para que intercediera por nosotros con los carabineros que trataban de esposar a Chubaquita. Eran como siete… ¡y no podrán matarlo!

Cuando soltaron al Maestro, a nuestra banca se acercó un señor desaliñado, con la camisa que apenas cubría su papal barrigota, con los pelos del pecho expuestos como condecoraciones militares y los sobacos sucios y “detectables” a metros de distancia.

–¡Aquino! –bramó.
–¡Yo! –dijo L6.
–¡Ya, suba! ¡Ávalos!
–¡Yo! –dije dudoso… ¿ése era mi apellido, profanado por tan ruin personaje?
–¡Suba ya! ¡Nos vamos!
–Maestro, métete en el canguro y te callas. No quiero más palabrotas y guardas tus playboy-cards de Las Chicas Superpoderosas.
–¡Vamos, carajo!

El bus iba de Arica a Tacna lleno de gente que quería pasar muchos productos de contrabando. Como un había un control sobre el número de cosas que se podían llevar, entre los pasajeros se repartían (algunos, no todos) sus productos para no tener problemas en ADUANAS: leche, aceite, dulce de leche, arroz, casacas. El contrabando encendió los ojos avariciosos del Maestro, que ya se disponía a cambiar dos tarros de leche por un Picasso del Periodo Rosa en microfilm.

Luego de que me confirmaran en el terrapuerto internacional de Tacna que comprar ahí los pasajes a la Argentina era lo mismo que regalar el dinero, nos fuimos a la casa de los Choquemamani, donde todos –claro– dormían: era ya cerca de la medianoche en Perú.

En el cuarto esperábamos a Alex. Aún no regresaba de Arica y estaba con gripe. Como tratando de no pensar mucho en ese gran contratiempo, me eché en la cama a leer “La mujer de mi hermano” de Jaime Bayly; Marlon, en el sofá, leía a Migoya.

Cuando Alex llegó nos sentamos a analizar la situación. Ni a Marlon ni a mí nos atraía la idea de volver a Lima a escondidas para tomar un bus internacional, ni mucho menos volverle a ver la cara a Iván, ni al Oso Yogui ni a nadie en Chacalluta.

Alex nos escuchó pacientemente, y solo al final dijo: “¿por qué no se van por Bolivia?”.

Parecía simple: salir en un bus desde Tacna a Desaguadero (Perú), luego esperar el paso al lado boliviano del río en triciclo. De ahí un colectivo a La Paz, bus a Villazón (un viaje de veinte horas), que era la frontera boliviano-argentina.

–¡Vamos, carajo! –gritó el Maestro.
–Eso o Lima –pensé en voz alta.
–Listo, mañana a Arica para recuperar el pasaje –dijo Marlon, algo cansado.

Para celebrar este cambio de decisión, Chubaquita, o como modestamente le gusta que lo llamen: Maestro, nos invitó a pasar una noche de farra en el corazón noctámbulo de Tacna (la capital nacional de los nightclubs). Ahí donde viven especies exóticas como Candy, la mujer araña que desafía la gravedad; o Diana, la rompecorazones, todas ellas amigas personales del Maestro. Le agradecimos la invitación y nos negamos porque en verdad el trance de cambiar de país dos veces en menos de tres horas nos había agotado. El Maestro, indignado, salió solo, una limosina lo estaba esperando.

Rumbo a Desaguadero.
Nuestro regreso a Arica al día siguiente (domingo cuatro de febrero) fue de trámite. Ya no paseamos por la ciudad y nos fuimos de ahí sin haber tomado una sola foto del Morro de Arica (primera promesa sin cumplir).

Como ya habíamos comprado los pasajes a Desaguadero para antes de las 19:00 horas, teníamos poco tiempo para estar en Chile. Volvimos a Tacna, pero ya no pudimos ver a Alex, de quien sólo nos despedimos por intermedio de su tía, que nos despidió a nosotros desde la puerta de su casa.
En el Terminal Collasuyo, minutos antes de que saliera el bus la llamé, le dije que ahora iba para Bolivia, que la quería mucho y que la llamaría cuando parara el bus; me dijo que me cuidara y que me quería y saludara a Marlon.

–Saludos de Mariclaudia, chalaco.

Alex nos había recomendado la Empresa San Martín. Era la mejor. No me quiero imaginar qué era lo que venía después en calidad. Pese a todo, el bus entraba en lo “aceptable”, más aún si el viaje era aproximadamente de unas diez horas. O sea, un viaje “corto”.

Moquegua: en algún punto de la noche. Llamé a Lima, otra vez, a la niña de mis ojos. Contestó su mamá, luego hablé con ella y me dijo que seguía mal. Colgué luego de unos minutos de escueta charla. El bus no volvería a parar hasta Desaguadero. Otra vez no dormí bien. Apenas cabeceaba y dormía unos cuantos minutos y nada más.

¡¡Me c*** de frío!!
¡Los que bajan en Desaguadero! –gritó el terramostro.
Marlon y yo apenas llevábamos una casaca encima. Sin embargo, era tal el frío a esa hora de la madrugada en Desaguadero que se me empezó a entumecer todo el cuerpo, y tiritaba hasta hacerme castañear muy fuertemente los dientes. Un triciclero nos llevó hasta la frontera que estaba a tres minutos de ahí, para esperar que se abriera el control fronterizo en Perú y la búsqueda de requisitorias.

Faltaba mucho para las ocho de la mañana. En la cola, que ya era bastante larga cuando nosotros llegamos, había bolivianos, peruanos y alguno que otro colombiano (a una señora le cobraron cinco soles por llenarle una cartilla, se lo cobró un mocoso de ahí que a los demás les cobraba cincuenta céntimos). Muchos de los que estaban ahí intentaban pasar a Bolivia con la intención de cruzar hacia Chile, pues el control ahí decían que era menos estricto que el de la frontera peruana.

La espera fue larga e incómoda. Sentía que en cualquier momento me iba a dar una hipotermia. No pude más y cuando llegaron los primeros vendedores compré dos chalinas y dos pares de guantes, además de un chullo para mí. Ya más abrigados pasamos por todos los controles en Perú y el amigo del triciclo, que nos llevó hasta la frontera (adornada por un monumento a Francisco Bolognesi) se ofreció para llevarnos al control boliviano.

Algo inquietos por al fracaso en Chile, empezábamos a buscar algún argumento convincente para evitar problemas en Bolivia (sin llorar). Pero nadie preguntó –salvo nuestros nombres– más nada. Ya estábamos dentro de Bolivia.

La Paz, el sorojchi, los mineros, la dinamita… ¿Chubaquita?
El amigo triciclero nos llevó hasta el paradero de colectivos a la ciudad de La Paz. Durante el viaje hacia esa ciudad, pudimos ver a nuestra derecha la quietud del Lago Titicaca.

Nos hospedamos en un hotel de la avenida Perú de La Paz, a la espalda del Terminal de buses. El sorojchi fue el que nos dio la bienvenida y con acompañó durante todo el viaje: subir los cinco pisos hasta nuestra habitación, las empinadas y empedradas calles de La Paz, las punzadas en la cabeza y el agotamiento tan sólo por bajar una calle. Como nos esperaban alturas mayores, como Oruro o Potosí, nos quedamos dos noches en esa ciudad, viendo los frívolos programas de E! Enterteinment Televisión y MTV.

La parte que vimos de la ciudad de La Paz, me recordó a una típica ciudad serrana del Perú, el auto que nos llevó a la ciudad nos hizo rodearla y la vista del desde la entrada norte es espectacular. Casi todas las construcciones tenían el color arcilla de los ladrillos sin pintar, y eso le daba una pintoresca uniformidad al color de La Paz. Era el día cinco de febrero, las clases escolares empezaban ese día en todo el territorio boliviano.

El día seis empezó para nosotros con los estruendos de los dinamitazos de los mineros que llegaban a La Paz a reclamar por un impuesto del gobierno que afectaba tanto a los mineros privados como a mineros cooperativistas. En su marcha por las calles de La Paz, los mineros hacían explosionar cartuchos de dinamita en pleno centro paceño. Más adelante, la policía informaría que incautó un camión lleno de cartuchos.

Ese mismo día nos cruzamos con los mineros que iban rumbo a la Iglesia de San Francisco. Los cruzamos ahí donde muere la avenida Uruguay. Nuestros ojos no podían dar crédito a lo que veían: encabezando a los protestantes, con un cartucho de dinamita en la mano, vimos a Chubaquita que se disponía a reventar la ciudad de “Nuestra Señora de La Paz, parte del Imperio del Perú” (placa conmemorativa de la Plaza Murillo – La Paz) a punta de dinamitazos.

Con el debido respeto…
De lo que conocimos de La Paz, poco o nada fue de mi agrado. Pero eso no quiere decir que sea una ciudad fea o mala. Pese a la homogeneidad de su gente, es muy marcada la diferencia entre el norte de la ciudad y el sur, más pudiente y con grandes centros comerciales, según nos dijo el señor que nos vendía el mate de coca.

Otra cosa muy notoria: su gente era muy amable con nosotros. ¿Xenofobia contra los peruanos? No lo sentí, a lo mucho eran indiferentes, que no es lo mismo. Sin embargo, mi experiencia boliviana (sin llorar, Blanco) empeoraría geométricamente.

Enumeraré algunas cosillas:
1) La terrible informalidad del transporte terrestre. En el terminal del bus “Panamericana”, un “carguero” que ponía bultos en el techo del bus-camión, quería que le pasara mi maleta que pesaba como 60 kilos por encima de mi cabeza y que luego el colocaría en el techo del bus donde iría amarrada por una soga y cubierta de la lluvia por un cuarteado plástico. ¡Qué maravilla!
2) El pésimo estado de las unidades que van rumbo a Villazón (asientos sin acolchar, cucarachas, etc.).
3) El mal estado de las vías, de esa ruta en particular, que a mi entender es una de las principales de Bolivia (por ser un paso internacional).

“Mi nombre es Caputo y tengo mi charanguito”
Mala suerte o víctima de la común informalidad boliviana, empezamos la ruta La Paz – Villazón (unas veinte horas de viaje) en ese destartalado bus. Era ya la tarde del día siete de febrero.

Obviamente, no pude dormir; detrás de nuestros asientos había un matrimonio peruano, residente en Buenos Aires. Iban son su hijita, que se divertía pateándome los riñones. Marlon dormía pero no tan bien.

Llegada la noche, el bus (que se pasó todo el viaje haciendo ruidos extraños que luego supe eran pequeñas explosiones provocadas por el diesel adulterado que le echaron), además de cambiar de combustible, paró en una fonda en la que comimos más por hambre “supervivencial” más que por un hambre con ganas de comer.

Mi espalda recuerda todas las veces que esa niñita me pateó los riñones, y yo recuerdo todas las veces que le menté a la madre entre dientes, que por cierto, estaba al lado de ella desparramada como una morsa entre los dos asientos, abanicándose con un cuento escolar de la Caperucita Roja, mientras que su esposo dormía como los gallos, o sea, de pie, porque (cita textual): “prefiero dormir parado antes que contigo, gorda” Oh, l’amour!

Al amanecer el día ocho, los frenos se rompieron y pararon para repararlos. Yo no podía orinar, no sentía mis piernas; Marlon bufaba algo que entendí a medias, luego conversamos un poco mientras una señora nos ofrecía “chichashrón” y otra señora “shrifrishcush: Cuca-Cula, Janta, Shprait” (perdón, pero de algo me tenía que reír).

Ya estábamos a pocas horas de Villazón y a poco de La Quiaca (Jujuy - Argentina). En la espera, abajo mientras el chofer buscaba el repuesto que faltaba (mejor dicho, mientras lo sacaba de otra parte del bus), un gringo muy parecido a Truman Capote, pero con colita y charanguito, charlaba con unos arequipeños del bus. Miré atentamente a este personaje, a quien luego apodamos “Caputo”, ya se enterarán por qué.

¿Lograrán nuestros héroes llegar sanos y salvos hasta Villazón? ¿Cruzarían la frontera argentina? ¿Chubaquita habría perecido en los disturbios de La Paz del día siete de febrero? ¿Caputo en verdad tocaba el charanguito? ¿Evo Morales la mandaría al Pepino a Alan García? ¿En qué terminaría esta tragicomedia limeño-chalaco-tacneño-puneño-paceño-jujeño-cordobesa? ¡No se pierda el próximo deplorable (y políticamente incorrecto) episodio!

Agradeciemientos:

A Buses Panamericana, por los malditos asientos.
Al matrimonio peruano residente en Buenos Aires, por dejar que su hija me haga fiambre los riñones.
A la tía Chichashrón y a la tía Rifrishcush.
Al chofer, por revivir mi pesadilla del desastre de Atacama del año 2002.
¡Gracias totales!


reo-libre@hotmail.com

1 comentario:

Jaime Cabrera Junco dijo...

Buena, compañero Madagascar. Me gustó tu narración, más aun cuando estuvieron en Bolivia.¡Sobrado llegas!