domingo, 18 de marzo de 2007

Camino a Córdoba (tercera parte)

A ti, Caperucita Roja.


EPISODIO III: LA VENGANZA DE LOS NERDS (BOLIVIA - ARGENTINA)

Pesadilla en la trocha boliviana.
L6 y yo caminábamos por el centro de La Paz: ya llevábamos dos días en esa ciudad pero aún nos afectaba la altura. De vez en cuando parábamos a tomar aire porque hasta bajar las cuestas de las calles nos fatigaba.

Aún nos costaba acostumbrarnos a la accidentada geografía urbana de los alrededores de la Plaza Murillo. Algo desorientados por el hambre llegamos casi al mediodía hasta la misma plaza para desayunar. Sin embargo, una cuadra antes de llegar, los dinamitazos nos dieron la bienvenida. Las explosiones venían desde el templo de San Francisco. Sabíamos que no andaban muy lejos, pero decidimos terminar de desayunar tranquilos y no apurar el paso: una indigestión y el sorojchi el mismo día que salíamos para Villazón no era algo muy recomendable, menos aún con alturas mayores a la de La Paz por venir.


Plaza Murillo



Satisfechos, aún conversábamos sobre la ciudad, yo me mostré algo nostálgico, rescatando un parecido con las ciudades de la sierra peruana, y de pronto, un dinamitazo mucho más cercano. La gente en la calle empezó a apurar el paso y un policía iba desalojando la plaza. Nos vimos con los Walt Disney, o sea con los muñecos.





Iglesia San Francisco



Aún no están cerca, pensé. Así que mejor será no avanzar muy apurado, porque no había razón para el susto, y el bus sún saldría dentro de unas horas. Pero el susto llegó. La gente en la esquina opuesta a donde nosotros estábamos empezó a correr; el tráfico empezó a desviarse en las estrechas calles paceñas, quedando así tugurizados todos los alrededores de la plaza. La única forma eficiente de salir (a salvo) de la plaza era "escalando" las empinadas calles que salían de la plaza por su lado norte. Maldije mi costumbre tonta de fumar (una vez más, una vana vez más) y prometí (bis) no volver a hacerlo cuando, al cruzar por un cuartel de policía, vimos que llevaban a un policía inconsciente, cargado entre cuatro efectivos más, lo que exacerbó más los ánimos a los que estaban dentro del cuartel.

-Yo, peruano, de ésta, me quito.
-¿Y el Maestro Chubaquita?
-Que se joda, le hablas de Bolivia y ya le entran ganar de querer morir como el Che Guevara.
-Qué reaccionario que eres.
-No interesa, tenemos que salir de aquí y ni siquiera puedo respirar.

Subimos todo lo que pudimos, los cuchillo del dolor de cabeza típico del mal de altura volvían a atacarme. Y decidí parar para tomar un taxi. Ninguno paraba, los dinamitazos empezaron a mostrar sus grises columnas de humo a dos cuadras de donde estábamos nosotros. Una combi, manejada por una mamacha paró a nuestro lado por una calle angostísima y que se mostraba como la única salida segura del centro.
-Habla, tía... ¿vas?
-Sobi.
-¿Qué dijo?
-¡Que subas, ca...!

Pero la desbandada huida de los paceños nos cerró el paso, todo empezó a llenarse de humo y en medio de todo, terroríficamente cerca, los dinamitazos de los mineros que llegaban por todas partes hacia el centro de la ciudad...

La brusca frenada del bus que nos llevaba hacia la frontera me hizo perder el hilo del sueño, que se había mezclado con algunas de las cosas que vimos aquella última mañana en La Paz: policías, dinamita, humo y plazas cerradas eran ahora reemplazadas por el dolor de espalda, de riñones, la sed, el cansancio y... y la presencia de un ser muy extraño dentro del bus.

'Ta que eso no pasa, 'on


Ocho de febrero. Ya habíamos llegado a Villazón, luego de que repararon el bus. El matrimonio peruano residente en Buenos Aires tuvo a bien bajar antes que nosotros para que mis riñones respiraran un momento tranquilos. Caputo (¿lo recuerdan, no?), ese ser extraño y nefasto, desde que había subido al bus luego de la reparación del freno estuvo hablando como un hispanoparlante más con los arequipeños que tuvieron la decencia (y la mala suerte) de haberle dado bola.



A mí me dolía hasta pensar. Tenía detrás de mí a mi maletota, víctima de innumerables vejámenes, señalada por todos, blanco de las burlas de cuanta persona se fijara en ella para burlarse inclusive (o sería mejor decir sobre todo) de su dueño, en Chacalluta, Tacna, Desaguadero, La Paz, y ahora... en Villazón, a cuestas. Sólo quería dormir. Y para terminar de adornar la informalidad boliviana, un último recuerdo que traía de golpe la nostalgia de mi quereda Lema la capetal: los jaladores. Joven, ¿pasaje para Buenos Aires?, ¿hospedaje, cuántos son?, ¿Buenos Aires, Córdoba, Mendoza? salidas a las cuatro de la tarde, amiguito, venga con nosotros, si quiere descansar o las duchas, ahí tenemos el hospedaje, se queda allí y nos encargamos del bus, que sale luego, pero tiene que ir a hacer su cola en el puente, eso va a demorar, mejor primero descanse, aquí le ofrecemos un descanso, cuarenta bolivianos la noche, ¿también quiere los pasajes?, ¿sí?, cuando quiera ir a la frontera, ¿cómo?, queda a seis cuadras, cuando quiera ir la frontera, se llama a un changuero -triciclero, no tan solícito como el amigo peruano-boliviano en Desaguadero- para llevarle los bultos, entonces, qué ha decidido hacer, ¿viene con nosotros? le ofrecemos un buen hospedaje...

-NO, GRACIAS.

Entramos en un hotel que, para nuestra suerte, no tenía habitaciones libres. Mientras esperábamos en una salita, Marlon pensó que sería mejor hacer un esfuerzo más y tentar cruzar la frontera de una vez por todas con el floro que habíamos preparado. Temerosos de que otra vez pasemos el mal rato que habíamos pasado en Chacalluta, le pedimos encarecidamente a Martín que nos preparara una especie de carta (falsa, está de más decir) en la que la U.N.C. nos invitaba a un supuesto congreso de "Periodismo y Mercosur". Yo había elaborado el texto en La Paz, más las firmas escaneadas que nos pasaron del Centro de Estudiantes y el logo de la universidad, quedaba una carta bastante creíble, y ese iba a ser nuestro floro de entrada a la Argentina: un supuesto segundo congreso latinoamericano de periodismo y mercosur a desarrollarse los días 8, 9 y 10 de febrero del año en curso en la ciudad de Córdoba - Argentina al que, por supuesto, faltaba más, estábamos cordialmente invitados.

El bendito changuero, menos cordial y menos amable que el de la otra frontera, nos dejó abandonados antes de entrar a suelo argentino. Cruzábamos y un cartel nos agradecía la visita a Bolicia, nos invitaba a regresar pronto (invitación que le pensaré más de diez veces antes de aceptarla). Ante nosotros estaba el paso internacional de La Quiaca. Quedaba (temporalmente) atrás Villazón y Bolivia y ante nosotros el puente sobre el río La Quiaca y la incertidumbre de si cruzaríamos o no para Argentina.



Jalábamos los bultos, una vez más, mi maleta fue señalada: "esa vaina no pasa". Nos dimos cuenta de que en ese hospedaje boliviano no habíamos hecho otra cosa que perder el tiempo: casi todos los pasajeros del bus (a excepción de Caputo, que se quedó rezagado, supongo que por mal nacido) ya habían formado su cola para la larga espera al sellado del pasaporte que nos daba la entrada a la Argentina. Al lado del puente, un pequeño puente iba paralelo a él. Pero no iba venía de Bolivia, no: nacía en el lado argentino y moría en un pestilente extremo que era un baño público indescifrable. Ahí nos tocó estar. Para llegar hasta la ventanilla faltaban como 200 personas, quizás más, y casi más de seis horas de espera hasta que nos tocara a nosotros.

El tío peruano, que acompañaba a su "gorda" y a su engendro, estaba delante de nosotros, se secaba el sudor de la frente en la manga de su polo (o remera, como él decía). Como ellos tenían que pasar bultos (y no me refiero a su esposa), la gordita haría aparte la cola de la aduana (la AFIP). No faltaban los buitres que ofrecían apurarle la cola a uno a cambio de la compra de un pasaje de bus. Era una estafa. La cola demoraba tanto como cualquier otra, pero el pasaje ya te lo habías comprado. Ante el apuro de llegar (llegamos a golpe de mediodía) a la Argentina lo más rápido posible, mucha gente se animó a preguntar, otros, ya compraban el pasaje. Era un bus que iba directo hacia Buenos Aires.

Yo ya no soportaba la mochila ni la casaca, pero no me atrevía a sacar la casaca (campera se dice por aquí). Escuchaba mi discman y el maldito peruano-bonaerense me metió el primer miedo: "te van a quitar el aparato (?) en la aduana, mejor escóndelo, porque 'ta que eso no pasa, 'on". La espera sin música se hizo más larga.

El Castigador.

Uno de los personajes más pintorescos de la cola fue un peruano (puneño, radicado por un tiempo en Lima -La Victoria, San Juan de Miraflores-) que tocaba su quena. El tipo no podía ser de facciones más "autóctonas": cobrizo, cabellera negra recogida en una cola, boca ancha, labios gruesos, rasgos mongólicos, bigotito de mentira. Tocaba una quena mientras una sueca, rubia de cabellos rizados, ojos azules y un finísimo perfil, y silueta celestial, le acariciaba la cabeza, o se recostaba en su hombro, enamorada de la música de la quena, mientras él renegaba porque ella no lo dejaba concentrarse en el instrumento (guarda ahí). Sí, leyeron bien. Se los digo en el mejor dialecto limeño-racista (que es casi lo mismo) que se pueda: EL SERRANAZO ÉSE SE ESTABA LEVANTANDO UNA GRINGAZA. Y como para cachetear a la pobreza, la castigaba con su desprecio porque él quería tocar tranquilamente su quena. Se iban los dos solos (S-O-L-O-S) a "acampar" a orillas de las cataratas de Iguazú. "El que puede , puede". Y allá en Lima, pensaba, mucha gente que se paltea porque dice "no, compare, para estar con una flaca así hay que tener plata, tener pinta pe, tener el pelo claro". Me los paso por los David Bowies a todos esos porque este muchacho, este maestro del cruce de etnias, nos ha demostrado con los hechos, que sin plata y sin cumplir con los requisitos de belleza griega o clásica uno puede estar con la chica que quiera. Así que muchachos, a despertar.

"Charanguito" strikes again.

La cola ya tenía como dos horas, ya habíamos dejado el pestilente baño público. Estábamos en medio del puente y debajo de él se podía ver cómo se pasaban cosas del lado boliviano al lado argentino cruzando el río. Unos cerdos comían ahí debajo, se revolcaban en los charcos malolientes que había dejado una antigua crecida del río. Y en medio de esa podredumbre... una visión nefasta: Chubaquita, asaltado, desnudo, con una botella de pisco "Bin Laden" escapando de una de sus patas, mordido por los cerdos que luego de masticar su peluche lo despreciaban porque era una suciedad. No quise bajar a verlo, pero por obra y gracia de la casualidad, abrió los ojos y nos vio en el puente; se vino tambaleando hacia donde estábamos. Nos contó que había vendido al movimiento obrero cooperativista de La Paz y que ahora estaba buscado, la gente lo quería matar y que lo perdonáramos, que ahora se quería ir a Argentina con nosotros. Con una mezcla de asco y compasión lo metí a la mochila haciéndole jurar que no saldría de ahí para nada.

En ese mismo instante, apareció por el puente principal de La Quiaca el popular Caputo, el gringo que andaba con su charanguito. Se iba a hacer su cola. La vio de lejos, como buscando (luego me di cuenta que la técnica de este miserable había sido hacerle el habla a alguien del bus para que en el momento de hacer la cola él pudiera colarse sin asco con la excusa de seguir una conversación) a sus interlocutores del bus. Y, claro, encontró al matrimonio arequipeño que le hizo el favor de hablar con él horas antes de llegar a Villazón, que estaba a diez puestos delante de nosotros. Recién salía el hijo de... yanqui del puesto policial boliviano. Con toda la pana y elegancia, los ubicó, les saludó con la mano desde lejos y empezó a caminar. "Ésa ya me la sé; es más peruana que el charanguito de este puto".

Se quedó conversando con ellos ahorrándose así las treinta personas que estábamos detrás del matrimonio arequipeño. Nadie lo vio, nadie le dijo nada. Nosotros menos, por el temor de que la policía también se la agarrara con nosotros. Yo tenía serios motivos para pensar que los gendarmes podrían buscar pleito de la cosa más insignificante. En un momento de la cola, empezaron a acercarse para pedir documentos a los argentinos. Ya se iban y cometí el error de verlos con mi cara de "putamadreypensarquesiestuviéramosenChilelacolayahubieseavanzadohaceratoynoestaríaaquíconhambrecaloryuncansanciocriminaltotaltomboestomboaquíyenlaChina". Advirtió que lo estaba mirando con cara de pocas pulgas, me di cuenta y desvié la mirada; se paró delante de mí y me dijo: "¿usted de dónde es?"; me vi con los Walt Disney fronterizos y le dije casi farfullando: "di Pirú, siñursh". Las horas avanzaban y la cola a razón nada a cada eternidad.

El momento de la verdad

La justicia tarda, pero llega cuando le niegan a un puto el paso a Argentina. Caputo, gracias a su zampadaza, ya estaba delante del gendarme, que lo vio, lo examinó, a él, al pasaporte y al charanguito y no le dejaron pasar a Argentina. Regresó a Bolivia con una cara de no saber que había hecho. Nosotros aún tratábamos de no estar nerviosos y utilizar el floro que habíamos preparado. Teníamos que sobreponernos al cansancio, remontar fuerzas y mostrar la mejor de las caras para pasar. Los nervios me comían, Marlon estaba muy serio, Chubaquita vomitaba una sustancia oleoginosa y verde. Me puse delante del gendarme con la carta falsa en la mano a punto de mostrársela, arrodillarme ante él y llorarle para que me dejara pasar. Ya me imaginaba lo peor: me veía, discutiendo por la carta, que llamara a Córdoba a mi amigo Martín, que el congreso ya había empezado, que no podía demorar más, que no quería quedarme en su país más tiempo del debido para el congreso (más falso que moneda de tres soles cincuenta).

-¿Sos estudiante vos? -me preguntó un cachaco parecido a Tévez.

-Sí, estudié Derecho -la cagada, saqué pecho por el Derecho.

-¿Qué es el Derecho?

-¿Perdón?

-No, el Derecho no es Perdón. Es el conjunto de leyes de una sociedad -me adoctrinó el gendarme.

-Esa es una definición positivista-legalista -me defendí. Derecho es que me dejes pasar ahora, pensé.

-Bueno. Bienvenido a la Argentina. -Mercosur 90 DÍAS.

Marlon ya iba a sacar su pizarra y su tiza para explicar lo que era la Literatura pero a él no le preguntaron ni el color del cielo. Al Castigador le hicieron un problema porque le preguntaron si traía bolsa de viaje, qué iba a ser en la Argentina, a qué se dedicaba. Respondió: trescientos pesos en efectivo, voy a acampar en Iguazú, me he informado de que eso es posible, yo cultivo mi tierra, soy hombre de campo. Castigador como él mismo, ni mencionó a la sueca, que no tuvo problemas para entrar. ¿Fui testigo un caso de discrimanción racial? No lo sé; él, al final, entró.

Sin poder creerlo ,aún en medio de una pista, la AFIP ni me revisó la maletota. Pensé en todos esos miserables que me metían miedo de que no pasaría ni a cañones mi querida maleta. El discman, demás está decir, pasó. Cómo es la envidia. Tomamos un taxi directo al terminal de buses de La Quiaca y luego buscamos un hospedaje. A pocas casas encontramos uno y me di un baño. Comimos y luego fuimos a internet. Al salir del cyber (aquí no se les dice cabinas), La Quiaca estaba bajo una fortísima lluvia que nos empapó. Reíamos camino al hospedaje, empapados, casi sin poder respirar por la fuerza de la lluvia que parecía una ducha. Me sentía feliz, muy feliz luego de más 7 días de viaje. Llamé a casa luego de comprar el boleto que nos llevaría primero a San Salvador de Jujuy y luego a Córdoba (El Quiaqueño nos llevó hasta S. S. Jujuy; Flecha Bus hasta nuestro destino final), ya cambiado y con un improvisado paraguas. Dormí arrullado por la lluvia. Dormí por fin luego de dos días. Luego de haber estado seis horas sin comer y parado en la cola de La Quiaca.

Epílogo.

A la mañana de ese día, nueve de febrero, ya no llovía. Salimos del hotel y esperamos en un cyber hasta que saliera nuestro bus a S. S. de Jujuy. Escribía correos, revisaba algunas cosas. Salió el bus. Vinieron a mi mente algunas páginas de Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sabato, porque justamente el bus nos llevaba por aquella ruta que hizo Juan Lavalle en su escapada hacia Bolivia. Claro que no exactamente la misma ruta. Vi por fin la dichosa Quebrada de Humahuaca, de gentes de costumbres quechuas. Parecía todo eso el Perú. En Abra Pampa paró un rato y no volvió a parar hasta S. S. de Jujuy. Casi durante todo el camino nos caompaó la lluvia. Ahí tomamos el último bus una hora después. Flecha Bus es una empresa de lejos mucho mejor que Cruz del Sur o que cualquier otra que utlizamos en esa larga ruta, además de que fue puntualísima. Lo único malo: nos pasaron vídeos del Dúo Pimpinella y Arjona. Qué macana. Luego, La leyenda del Zorro. Era un bus de dos pisos aquél. En el primero, un pasajero quería que le suban el volumen a la tele porque quería ver la gran actuación de Antonio Banderas. Yo no andaba relajado, pero no tenía sueño. Marlon durmió... casi como siempre. Chubaquita terminó de vomitar... pedía hepabionta a gritos.

A las nueve de la mañana del día diez de febrero del año de Nuestro Señor de dos mil siete, dos humildes buscavidas habían llegado a Córdoba - Argentina. Y en la calle La Rioja 840 un camarote (aquí le dicen cucheta) y una habitación de pensión los esperaban para empezar a encontrar eso que habían ido a buscar...

reo-libre@hotmail.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

jajaja, k cage d la risa la historia de tu camino a cordoba.... me gusto en especial la historia paralela de chubaquita, de casualidad cuanto te salio el viaje?..... estaba pensando en hacer un viaje x tierra a Salta, pero despues de leer esto mejor tranki en avion a Baires y en Bus a Salta XD