domingo, 23 de julio de 2006

Disculpen el atrevimiento

¿Por qué este día, particularmente frío, con el cielo gris que deja traslucir algún extraviado rayo de sol, me siento inconsolablemente solo? Todo se ha cerrado, como en una pesadilla que se parece a una película expresionista alemana, con filosas puntas, carcajadas de dientes triangulares, fantasmas que me atraviesan. ¿Estaré perdiendo la razón? ¿Acaso es una soledad inventada, falsa, pretenciosa y superflua? Sé que me tengo que labrar las cosas yo mismo. Ahora soy más consciente de eso, sin embargo, cuando veo a mi alrededor, no veo a nadie que haga eco de algún grito mío.

Soy un narcisista, un nihilista, un paria, una anomia. Pero esta desesperanza no la puedo maquillar con nada. Se sale en el peor de los momentos, es como un demonio que me sopla cosas al oído, que me dice que estoy solo, que nada ni nadie tiene fe en mí, que estoy yendo al fracaso, que lo tuyo es el Derecho, que eso has estudiado, que lo debes acabar, que es para lo que naciste. ¡Patrañas! No soy un narcisista, es sólo que quedé sentido de tanto caerme y golpearme y me he vuelto así, una amalgama de tristeza y carcajada empozada: un exagerado ejemplar de quien no sabe a dónde pertenece. Un vergonzoso residuo de post-adolescente.

No estoy solo, no estoy libre: estoy condenado a ser Christian Ávalos (sea esto lo que fuere) y caminar en un camino de una sola vía.

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