domingo, 16 de julio de 2006

Richard quiere un viaje a Londres.

Richard Bringas es un amigo mío que es muy distraído. Además, siempre tiene una excusa inverosímil para cuando llega tarde a las reuniones que hemos tenido con el grupo. Casi siempre (siempre) llegaba tarde.

No conocí a Richard en la mejor de las circunstancias. Venía de decirle cosas un poco “desmotivantes” a otro amigo común, cosas que a mí, como amigo, no me gustaría que me digan jamás. Y luego, invitó a mi grupo de amigos (que eran los amigos de él) a una pollada pro-fondos. El pollo nunca llegó, dicen que llegó tarde. Como Richard que llegó luego de hora y media de retraso con la hora que nos había dicho. Ahí, con hambre y furioso de que me hayan hecho caminar por las indómitas calles de Carmen de la Legua, conocí en persona a Richard Bringas: el señor del camaroneo, de las evasivas y del clásico performance de “me tengo que ir dentro de un ratito”.

Lo conocí desempleado y cuestionándose todas las cosas que había hecho en su vida, estudiando inglés en un prestigioso instituto limeño. Era siempre el que en las reuniones reflejaba sobre los otros sus propios temores, como si quisiera decirnos las cosas que él mismo no era capaz de decirse, porque algo le impulsaba a hacerlo de esa forma. Algunas veces (muchas veces) he llegado a desesperarme con él, a querer agarrarme a trompadas con él. Y mientras todo se hacía más difícil en su situación, con el dinero que siempre decía que le escaseaba, insistía en seguir estudiando inglés. Le insistíamos en decirle que lo dejara, porque siempre se quejaba de que no tenía para cuando nos reuníamos.

Sin embargo, gracias a seguir con sus estudios en ese prestigioso instituto, Richard está a pocas horas de aterrizar en Londres (a las 3 de la tarde hora de allá). Pese a todo lo negativo que él aparentaba ser, nunca se perdió la fe y nos mantuvo engañados a todos, al menos a mí sí. Quizá, simular ser tan negativo era su cábala para conseguir su meta de irse a Inglaterra. Qué bueno que ya lo haya conseguido. Cuando nos dijo en noviembre del año pasado que había pasado a las semifinales del concurso de la beca que lo iba llevar luego a Londres, me alegré por él, pero él parecía desanimado, como derrotado antes de tiempo. Curiosamente, el día de su cumpleaños se enteró que había sido seleccionado como finalista en el concurso. La celebración ese día fue doble. Pero otra oleada de negativismo de él enfriaron las cosas los días siguientes. Es por eso que cuando un día llamé a su casa (un día después de que se anunciara al ganador de la beca), no pude evitar pegar un salto de la felicidad desbordante cuando un hermano de Richard me dijo que se había el viaje a Londres.

Ahora, Richard está a menos ocho horas de llegar. Me ha dejado su pelota de básquet para jugar con los muchachos en su ausencia (así como lo solíamos hacer con él cuando todavía estaba aquí). Intentaré aprender su lección, de no perder jamás la fe. De no perderla jamás.

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