domingo, 21 de enero de 2007

La Luna Caliente sobre Lima

Pocas veces una persona como yo tiene la oportunidad de leer una novela que le impacte de tal modo que no pueda dejar de leerla hasta llegar a la última página de esta y sentirse en shock cuando mira el punto final.


Lima, 21 de enero de 2007



Tenía ganas de irme a sentir el frescor del amanecer en el rostro, así que cogí la carcacha del tata para irme por el camino hacia Fontana, a manejar un poco mientras me preparaba para volver a la universidad. Llevaba tres años estudiando una licenciatura en Letras Clásicas en la Universidad Nacional de Córdoba. La temporada de vacaciones estaba llegando a su fin y tenía que volver pronto a la ciudad para prepararme para las primeras materias que tenía que rendir y escribir mi columna literaria en LA VOZ, pues esperaba encontrar aún el diario abierto a mi regreso a Córdoba.

Además, todos en la casa del tata habían celebrado hasta tarde. En silencio claro, porque con el clima agitado en el que vivimos, no solamente el viento, el agua y la luna estaban calientes, sino también las armas, y los cadáveres, que nadie encuentra, que se pudren en parajes anónimos. Aproveché que mamá aún dormía para salir a manejar un poco.

Puse un poco de radio y en todas las radios estaban anunciando el cambio trascendental que en el país se produciría con este nuevo gobierno, los nuevos cambios que se avecinaban, la gran recuperación de nuestro país. Radio de mierda. Uno solamente quisiera en el frescor de las siete de la mañana escuchar algo de buena música y solamente se topa con proclamas del gobierno de facto. Sin más remedio que silbar alguna melodía chilena extraviada en mi cabeza ("Son tus perfúmenes, mujeres, los que me sulibellan"), seguí la ruta hacia el oeste, hacia Fontana.

No iba distraído, en lo absoluto, tan sólo disfrutando del fresco que me daba el viento que chocaba contra mi rostro. Pero por alguna razón no vi cuando la niña apareció de entre los árboles , hacia un lado de la pista. Parecía que hacía auto-stop. ¡Carajo! -dije del susto, pues creía que iba a cruzar la pista y frené un poco asustado por no haber advertido antes la presencia de esta niña. Cuando ya me había hecho hacia la banquilla, ella corrió hacia el auto.

-Buen día, ¿me puede llevar hacia Fontana?

Me pareció muy extraño que tuviera tanta confianza de pedirle algo así a un completo extraño. Yo no sabía qué hacer. No sabía ni siquiera por qué había frenado, por qué me había llamado tanto la atención una casi niña, que no pasaría de los trece años, pero que su cuerpo tenía una sensualidad inusitada para esa edad. Y ella parecía saber su potencial, al menos, cuando me preguntó por si podía llevarla hasta Fontana, lo hizo con una sensualidad oculta, soterrada, como si sus palabras hubieran sido un río de aguas profundas, muy quietas en la superficie, torrencialmente revueltas debajo.

Le pregunté qué hacía ahí. Dijo que se había escapado de su casa, porque estaba muy triste por la muerte de su padre, un médico, que fue encontrado muerte de un viejo Ford. No lo podía creer: había leído sobre aquella noticia unos días antes. en mi carro estaba la mismísima Araceli Tennembaum.

-Bueno, habrá que llevarte a la Gendarmería, para que ellos te lleven a casa.

Me rogó que no llamara a nadie más. Que yo mismo la llevara hacia Fontana. Que estaba harta de policía e investgaciones, cuarteles y esas cosas. Debe ser cierto, me dije, pero aquí debe haber algo más. No recordaba exactamente qué más había. Empezó a hablarme de algunas cosas que no ignoraba yo. En casa, papá y el tata estaban bien enterados del caso. Habían estado conversando de eso en aquellos intervalos que no dedicabana putear a los militares. Sobre cómo fue encontrado el doctor, sobre las pistas que llevaban al principal sospechoso, un tal Ramiro Bernárdez, abogado (tenía que ser), que había incluso enredádose con la mocosa y que... tenía... aproximadamente... ¿mi edad?

"Puta madre. Aquí me ve algún patrullero y va a pensar que soy el tal Ramiro. Me tengo que deshacer de la mocosa cuanto antes", pensé ya un poco más preocupado que antes. Si a los patrulleros se les daba por joder, pensarán que yo estoy enredándome con esta niña (que en verdad, es un bombón, válgame Dios). No. Llego a Fontana y la dejo ahí lo más rápido posible, no me queda otra opción.

-¿Podés llevarme hacia el Paraguay?
-¿Qué? ¿Vos estás loca, pendeja? ¿Qué tenés en el bocho?
-Por favor, hacelo por mi papi, ¿sí?
-Ni en pedo, mocosa. Yo a tu viejo ni lo conocí. Te dije que había escuchado algo en mi casa sobre su muerte, pero más nada.
-Dale...
-No, te dejo en tu casa, y ahí queda todo.

De pronto, mientras yo pronunciaba esas últimas palabras, su mano se fue deslizándo lentamente por mi mano, apoyada en la palanca de cambios. Faltaba poco para llegar a Fontana, ya se podían ver las primeras casas a lo lejos. "La puta madre. Esta pendeja me quiere involucrar a mí también. Que se vaya a la mierda. Yo me rajo de acá".

-Bajate.
-¿Qué?
-Lo que oís. Bajate de una buena vez.
-Qué malo que sos, nene.
-Tomátela. Vos a mí no me metés en este quilombo.

Sentí algo de pena por haberle hecho a la pobre niña. En verdad era linda, pero realmente una lanza, como si fuera una pequeña veterana. Di media vuelta a la máquina y regresé para Resistencia. El calor del mediodía me hizo ir directamente hacia la ducha, para bajarme un poco la calentura que me había metido al cuerpo esa mina.

No sé qué habrá sido de ella. Ahora, he vuelto a Córdoba. La situación aquí está realmente jodida. Las cosas, desde que entraron los militares, se han vuelto muy rojas. Muchos de los compañeros ya no están y se está temiendo lo peor. Yo no sé qué pensar. Sigo en el diario, pero cada vez es más difícil publicar alguna nota, pues cada vez menos escritores se quedan en el país. Ayer, por ejemplo, un amigo mío, Mempo Giardinelli, me llamó para avisarme que se iba. Con gran pena le deseé la mejor de las suertes. Es un buen tipo, un gran escritor que seguro llegará lejos. Nuestros padres fueron juntos a la Normal, se hicieron grandes amigos ahí.

-A propósito, Mempo, algo curioso me pasó en mi último día en Resistencia...



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