domingo, 13 de febrero de 2011

La sonrisa de María Cecilia (II)

Atenea siempre creyó que mi destino era largarme a Europa. Y así también todos los de la promoción de la facultad de Letras. Que era necesario que llegara y diera lo mejor de mí, que quedarían fascinados con mi talento, que de una u otra forma mi valía se demostraría sola y no les quedaría más remedio que quererme. Atenea siempre ha sido una gran mentirosa, los de la facultad también, pero en esto sí quise creer con todas mis fuerzas.
Una de las tantas veces que vino, pero sin Fritz, su esposo, pudimos darnos un lujo de los primeros ciclos en la facultad, ver el mar con una botella de bourbon. Y conversar hasta que el sol nos descubriera. Como sea, la última vez que pasó pude hablarle de María Cecilia, y ella tuvo la educación de escucharme sin interrumpirme, cosa rara en ella. Tanto silencio me preocupaba, así que la respuesta que recibí después no me agarró desprevenido.
— Olvídate de ella, Christian. Esa chica no es para ti.
Tendría sus motivos para decírmelo. Solo una persona que no la conozca y dada a los prejuicios diría que ella lo decía de celos. Pero estaba descartado. Ella no hablaba por celos. Lo decía por franca preocupación. Sabía, por lo que le conté, que eso no tendría mayor futuro que unas cuantas encamadas. Y de ahí, los mismos patrones de conducta: llamar, esperar, tomar, volver a llamar, tomar taxi, buscar, patear una puerta, recibir la respectiva golpiza de quien estuviera entonces acompañándola. Volver a tomar, llorar, vomitar. Y otra vez todo desde el inicio en un círculo vicioso del carajo.

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