miércoles, 9 de febrero de 2011

La sonrisa de María Cecilia (I)

El hecho de que empiece con la boda de mi hermano no es casualidad, aunque no sea la primera historia, cronológicamente hablando. Pero me es difícil establecer dentro de este episodio un buen punto de partida, algún punto de apoyo que justifique el resto de la historia. Algo que no me haga quedar mal, y que oculte mi verdadera naturaleza de un “hijo de la gran puta” (palabras textuales de mi confesor).
Puede que la lástima cause algún efecto positivo: La mañana del día anterior había sido rechazado para una beca para estudiar Literatür en la Universidad de Bonn. ¿Que por qué Alemania y no Francia? Weil ich Deutsch sprechen. Natürlich! Y porque viajaría tres meses antes de que iniciaran las clases para encontrar algún trabajo, ver el Fußball-Weltmeisterschaft, quizás visitar a Atenea (la musa negada e incondicional), que vivía felizmente casada en Suiza. Bueno, todo es se fue a la mierda cuando me dijeron que no.
Como siempre, mamá mantuvo su distancia, y, desde un inaccesible pedestal, dijo que lo sentía mucho, y que no debería dejarme abatir por un pequeño tropezón. ¡Ah madre! Este tropezoncito simplemente fue un pequeño desliz luego de tres años y medio de trabajo para enviar mi trabajo de investigación. (Si ya era un trabajo extenuante escribir una tesis sobre Roberto Bolaño, créanme que lo era mucho traducir mi propio trabajo de investigación del español limeño al más aséptico alemán de laboratorio.) Con él ánimo hecho trizas soporté la media hora en la que mi mamá gritaba delante de mí al sastre urgente —mi padre— que obligó a ajustar el maldito esmoquin que me quedaba bailando por los cinco kilos que bajé en el proceso abortado de beca. Lo aprovechará algún otro huevofrito de la universidad.
En fin, creo que me distraje demasiado de lo que quería contar: mi hermano se iba a casar. Pero la verdad, eso ya no me importa. Lo que me importa más es que veré por fin a María Cecilia. Ya la podré ver por fin.

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