jueves, 3 de febrero de 2011

Minutos antes de las ocho...




Reacciono. Cierro el libro que tengo y casi a ciegas manoteo a la gente para poder salir de la coaster, o del bus. Como un salmón, nado contra la corriente tibia de alientos mañaneros y digo: "Bajo en el parque, por favor". El 'cobra' me pide que pague con 'sencío'. Y bajo. Recibo mi primera gran dosis de esmog y avanzo por la Colmena. A veces, si he bajado una cuadra antes, en Apúrimac, le doy la vuelta al que fuera el edificio del Ministerio de Educación y ahora es la Corte Superior de Lima.

El olor a meado del teatro Felipe Pardo y Aliaga ha sido reemplazado por un fuerte olor a cloro. El parque que tiene la cara de un personaje aprista y literato parecido a Droopy está cerrado. En la esquina que da a la puerta de entrada del personal de la Corte, los emolienteros son pulpos sirviendo los panes con lomo, torreja y la linaza. Los taxis pasan lentos. Bajan personas apuradas, a medio peinar.

Mi caminata es de dos cuadras. A diferencia de las competiciones olímpicas, no hay mesitas con vasos de agua o rehidratantes para los competidores, que somos varios. Los que corremos a uno y otro lado de la avenida. Nos detiene el semáforo del Metropolitano. Un lustrabotas señala mis zapatos. Parece que los acusa de un crimen que no cometieron. Un loco revisa su reserva de proteínas en sus falsos drets. Parece que ya obtuvo su desayuno. Más emolienteros. Una señora vende huevo, papa y choclo. La policía de tránsito habla por el celular (con el handsfree) y mueve un brazo como los gatitos que descansan en los mostradores de los chifas.


Cambia la luz y la gente cruza Lampa. Muchos ya llegaron a su destino y marcan su entrada. La gente sale presurosa de la estación del metropolitano. Una marcha de fonavistas malogra la atmósfera de las ocho de la mañana. Algunos entran al parque del Banco de la Nación (lo que era el local que voló en julio del 2000) y se sientan a conversar sobre tantas cosas. Detrás, los edificios, acumulados arbitrariamente década tras década, paracen cosas viejas que alguien olvidó sobre una mesa. La quincha se mezcla con el concreto. Las ventanas de los edificios que rodean la plaza San Martín parecen darle la espalda a los aluminios de las ventanas menos viejas. La pátina del tiempo las cubre. Esa pátina se llama esmog.

Yo mientras me sirvo la primera taza de café.

3 comentarios:

Alex Choquemamani dijo...

lima, no he leído mejor descripción.

Mista Vilteka dijo...

Hombre, yo me tomo otro café. Acá en Bogotá pasa algo, digamos, similar.

Muchos saludos. Muy bueno.

F.

Reo Libre dijo...

Aquí siempre nos llegan muy buenos comentarios de Bogotá. Pero ¿qué ciudad no tiene su "lado oscuro"?. Saludos y gracias por leerlo.