jueves, 4 de mayo de 2006

Y así fue...

Los meses de marzo y abril significaron para mí unos meses de profundo cambio. Sin embargo, mi horario de trabajo me ha alejado demasiado de mi labor creativa. Por suerte, estoy retomando la práctica y hace poco terminé un cuento. Estoy especialmente feliz por este cuento debido a que concebirlo fue un golpe duro, certero y rápido. La inspiración -sabrá Dios en dónde se había metido- llegó como si hubiese desembarcado en Normandia. Bueno, ¿qué me quedaba? Me dejé invadir. He escrito apasionadamente destrozando el teclado y dejando medio muerta a la máquina. Ahora confirmo una vez más que todo esto es una cuestión de disciplina, que no es tan fácil como algunos dicen. Si el talento existe, hay que mejorarlo. Un tal L6 puede que tenga razón cuando me dice que tengo talento (dicho sea de paso, Virginia me ha dicho lo mismo), pero el talento es solamente una parte de la vocación. Ay, qué hermosa enfermedad es esta de la Literatura. Al terminar el borrador del cuento (la historia está terminada, pero aún faltan las revisiones y correcciones de rigor) sentí una felicidad tan grande que no cabía en mi cuerpo. Salí corriendo hacia la casa de mi hermana, pues ya había decidido ir para allá, con la enorme satisfacción de que justifico mi existencia, como si redescubriera el propósito de mi vida sobre el planeta. Dios dijo que estaba bien escribir. Aunque sean cochinadas.
Bueno, el proyecto que tengo sobre hombros con otros dos grandes amigos cada día se ve más cerca y ruego que el Altísimo no permita que ese plan se trunque. Hay que tener fe, me digo. Es solamente cuestión de tener fe. Justo hoy regresaba a casa con una duda zumbándome en la cabeza: ¿y si se me secaron las ideas? ¡Pamplinas! Se puede aún y mucho más y mejor. En fin, sólo quería decirlo. Expresar la enorme felicidad que produce el encontrarse una vez más con la justificación de cada día de oxígeno que gasto en este planeta.

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