domingo, 26 de agosto de 2007

Desde la Rue Azángaro: cuando la tierra tiembla

Historias paganas

Charlatanería o no, yo presentía que algo andaba mal, ese 15 de agosto. Desde el haber salido casi atropellando a todos en casa, hasta llevarme mi enorme diccionario alemán-español. Mi presentimiento no iba más allá de un mala sensación, una mala vibra. No fue como lo pensó un borracho que llegó a Azángaro minutos después de que el sol se hundiera en las nubes cáusticas de Lima: no fue que todo el mundo estaba mal, que Satán dictaba nuestro diario quehacer, que todos moriríamos en el Apocalipsis y que tendríamos que arrepentirnos de nuestros pecados. Creo que eso se lo dirigía a los incontables abogados que se arrastraban por la calle favorita de la justicia, ahí donde como prostitutas danzan innumerables notarios ofreciendo sus servicios lascivos.

"¡Pecadores, arrepiéntanse!", decía; "¡Hipócritas!", acusaba; "¡El fin del mundo se acerca y ustedes serán los primeros a la izquierda del Altísimo!", alguien que tropezó con él lo tumbó y cayó sobre un montículo de basura, ahí donde fueron a parar las botellas rotas que hacía unos minutos el señor que nos aprovisionaba de agua había roto. Se levantó, nos señaló por última vez (quiero decir, señaló a los enternados y a los de-cuarenta-soles-el-carnet-de-medio) y se fue, doblando por Roosevelt hacia el Centro Cívico.

7.9
La tensión para mí llegó a su clímax cuando, por un motivo bastante tonto, una compañera y llegamos a dirigirnos la palabra casi gritando. Ahora ni siquiera recuerdo el motivo de tanta alharaca. Solo sé que me tuve que calmar, porque sabía que yo había empezado la estúpida trifulca. Me puse a contar pescaditos jetones en mi cabeza.

Volví a la hoja de corrección: un diccionario jurisprudencial. De hecho, la estaba pasando de lo más bien con él, no era una corrección tan difícil de hacer, pero empezó el movimiento. Para variar, estaba pegado a la puerta de salida. Cuando todos advirtieron el temblor nadie atinó a moverse.
Caímos en el error que pudo costarnos más que un susto: pensar que ya iba a pasar.

Luego de 200 segundos o la vez que los paganos pidieron perdón del Señor al ver la luz.

Un amigo, lejos de ahí, se abanicaba los huérfanos cuando el terremoto lo descubrió en el baño. Salió disparado contra la puerta de su casa y se paró en medio de la pista. Con las rodillas aún temblando le pidió las fuerzas a Dios para poder creer en Él, para tener la certeza de que ante él había un Dios que una vecina aclamaba feliz, como si el fin del mundo fuera la realidad que su iglesia predicaba y mientras ella gritaba lo feliz que era de la llegada de su Dios y del castigo que recibirían los paganos infieles. Mi amigo le creyó, y de nada de lo que su vecina dijo le quepó duda cuando vio el resplandor en el cielo que para algunos fue la tercera trompeta (eta, eta, eta) del Apocalipsis.

Otro amigo estaba afanando a la hermana del primero. Era profesor de academia y enseñaba en la Academia Quéteimporta. La tenía "contra las cuerdas" cuando el movimiento los hizo volver en sí. Bajaron apresurados del octavo piso de su local para llegar a las zonas de seguridad, pero ella tropezó con la manada despavorida de gente que salía sin orden alguno contra la nada, ciegos ante el corte de luz que perjudicó a algunas zonas de la ciudad, ella perdió el conocimiento y del bolsillo de uno de sus pantalones cayó una nota de amor del amigo profesor. Él también creyó que Dios debería existir para evitar que alguien llegara a esa nota antes que él.

En el umbral de mi oficina, otros paganos clamaban a Dios por ayuda. Yo opté por decirle. "Dios, sé que la cagué, espero que algún día me aceptes pagar china hasta el cielo. Saluda a mis abuelitos".

1 comentario:

Golfazio dijo...

Una Mirada Diferente del Terremoto

espero que estes Bien, y que no hayan Muetos Muchos Vecinos

Aca Se sintio mucho la perdida

Saludos desde Chile ;)