martes, 3 de noviembre de 2009

La extraña vida de las criaturas de extramuros

Algunos creían que era cómo salirse de la ciudad y contemplarla desde algún búnker salvador, bien refugiado entre la sombra de los árboles. Pero no, vivir en la azotea de un edificio de treinta y siete pisos no es lo mismo que el forestal refugio antiurbano que todos quisiéramos tener. Ahora mismo vivo en el techo de todo este distrito, ¿se imaginan la enorme soledad que se siente en un lugar tan aislado? Yendo al punto, ayer, terminando el séptimo y último capítulo quise ver la ciudad para relajarme con la hermosa vista. Y de verdad es algo imponente, sin punto de comparación. Pero... qué triste hermosura la de la ciudad de noche. Más triste, mientras más alto.

Desde aquí se ven casi todas las calles que salen del monstruo y se internan en la belleza silenciosa de los desiertos que nos rodean. Solo quisiera imaginarme volando sobre ellos y saber lo que verdaderamente es la libertad. Compartir con las aves de las playas mi alegría de tener ya un manuscrito terminado. Pero solo el aleteo feroz y lejano de los murciélagos me acompaña, y le da un sanguinolento toque a esta sensación de vértigo.

1 comentario:

Alex Choquemamani dijo...

Lo máximo primo, ya me imagino la vista que debes de tener. Debe ser casi un experiencia flashante... Saludo de tu primo refugiado en el sur.