domingo, 15 de octubre de 2006

Henry Miller, la semana laboral, mis medias rotas.

Estuve paseando por las calles imaginarias de una ciudad que no existe. Una ciudad limpia, de piedras de sillar increíbles que tapiaban las calles hasta perderse en el horizonte. Montaba yo un unicornio dorado, de ojos profundamente negros y pelambre brilloso. Escapaba presuroso hacia un mundo surreal pero no pude terminar el viaje. Una frenada del miserable conductor de la 87 (con franjita celeste en medio, esa que va por el Rebagliati) me despertó porque mi cabeza chocó bruscamente contra la ventanilla. En mis manos, aún estaba “Trópico de Cáncer” de Henry Miller. Me tuve que bajar en la escalera (paradero que lleva este nombre que es la entrada a no sé qué parte del hospital).

Frente a mí, el elefante verde. Marqué cuando el reloj cambiaba de las ocho a las ocho y un minuto de la mañana. «No, la p… Bueh, en fin, qué se hace». Mi madre, a quien le debo más que la vida, me enseñó a saludar a todos mis mayores. Esa lección la olvidé cuando entré a la universidad. Sin embargo, saludé a los guardias de la puerta que son amigos, buena onda, no te friegan (y nada te dicen cuando te ven que sales con un libro impreso, pero que en el trabajo no se enteren que ya imprimí Bolaño, Kierkegaard, Stepehn King, Sabato, Kant, Derridá, Foucault y Christian Ávalos. Si eres practicante de la SUNARP y lees esto no le vayas a decir a nadie total a mí igual no me renuevan en diciembre y eso está bien porque ya tengo que emigrar). Decía yo que no friegan los guachis (Guachi no es lo mismo que gachí).

Hoy es viernes 13, me dije, pero yo no soy un supersticioso. Ese día no tenía la culpa de que: a) Haya habido feriado largo; b) que producto del feriado largo el día martes los usuarios se hayan agolpado en las ventanillas para dejarme un regalito de más de 180 atenciones; c) que doña Lourdes se haya enfermado; d) que nos hayan acusado de subversivos, reaccionarios y piqueteros por no hacer el trabajo a tiempo. No, el viernes 13 no tenía la culpa de eso.

Siempre intento salir a las tres de la tarde del trabajo. Subo al carro y me voy a casa y abro el libro que tengo en las manos. En los últimos días fue el Miller del que ya hablé. He navegado por esas páginas de una forma sesgada, tal y como las escribió el autor. He conocido su mundo nihilista. Me he rodeado de todo eso. Llegaba a mi cuarto en busca de una gachí a quien le pudiera unos francos para comer, o empezaba a timbrarle a los celulares de Joe, o sea de Carl, Van Norden, Fillmore, Nanatetee, aunque este último era realmente despreciable. Me ha influenciado, ese libro sórdido, escrito en una realidad de collage, sexual que salpica el sudor en todas sus páginas, pero a su vez impregnado de las más profundas reflexiones espirituales acerca de la vida, de cómo una persona que quiere dedicar su vida al arte tiene que ver el mundo, sin ceñirse la anteojera que los comunes cuerdos usan. Ese libro sí me tiró una bofetada desde las primeras páginas y me arrastró al escritorio donde reposa esta pequeña computadora mía. Henry Miller voló desde California, así disperso como estaban sus cenizas por Big Sur, y como si estuviera en la película Terminator II se reintegró delante de mí y me habló en un perfecto castellano casi chalaco: «escribe, mierda, escribe».

Producto de toda esta parafernalia, este humilde sunarpino ha estado llegando moderadamente tarde a su centro de labores (levantándose sin salir a correr, su sano hábito de las últimas semanas). Sin embargo, avanzando el cuento más sucio, sórdido y brutalmente sincero que ha escrito a la fecha. Sincero porque la prosa que ahí reposa no me la saqué de la cabeza, sino del corazón. De mi inflamado corazón que azotaba terriblemente las teclas de mi computadora, inflamado por la presencia del viejo Miller, que se encontró con Bukowski y Onetti en la puerta de mi cuarto y se dijeron: «Habla, pelón, unas chelas». A lo que el viejo Onetti respondió: «Uh, loco, mató, loco, que ando sin un morlaco, loco, estoy re-manija, loco» (que me disculpen los hermanos uruguayos, sólo es una broma privada). Brutal porque ese que está ahí, la voz en primera persona, el narrador, no es el autor textual, mucho menos el autor real. Mas, es verdad, es una voz que estaba dentro de mí, que luchaba por salir e infiltrarse como un virus para inocular de su veneno todas las líneas de ese cuento. Esa capacidad de los narradores de usar el yo sin comprometerlo, usar la primera persona y crear un personaje ficticio desde la primera persona sin involucrar en un solo instante la esencia del yo autor textual/real. En otras palabras: crear otro desde el yo, hacerle un alter ego al alter ego.

Supongo que lo he logrado: el personaje del cuento es un tipo sucio, timorato a veces (aquí algunos dirán que sí es yo (o sea yo pues, Christian), pero solamente por eso, por más nada), dependiente completamente de lo que una mujer pueda pensar de él (ya, ya, no frieguen). Lo he “parido” lentamente, y no sé en qué irá acabar todo ese asunto. Sólo el lector podrá decirlo.

Como sea, llegó el viernes 13 y tenía trabajo atrasado. Además del feriado largo, habíamos sufrido una baja. Doña L se enfermó y estuvo dos días de descanso médico, porque lo que nos tuvimos que repartir su carga de dos días. Encima, la pesadísima carga de los viernes. Pensaba en Miller, en qué hubiera hecho el viejo en estas circunstancias. Quizá lo hubiera dejado todo y se hubiera largado a París. Maravillosa idea, con la pequeña diferencia de que yo no soy estadounidense, es decir, no tengo pase para todo el mundo, no tengo un cobre para irme a Francia; y no escribo tan maravillosamente como él. No soy Miller. No podía salir de ese infierno burocrático. Mucho menos podría haberme salvado de las acusaciones de incendiario que vinieron después. Dicen que he retrasado mi trabajo, que lo dejo sin certificar adrede o peor aún que lo retengo ya hecho y no lo entrego para firmar. ¡Lisura! Cierto es que uno siempre tiene que ser un reaccionario para el sistema, pero yo ocuparía mis fuerzas en cosas con mayor importancia que unas simples y mugrosas atenciones. Dieron las cinco y largué de ahí. Tenía ya demasiado para ese día. Además, como iba ir al cine luego, no iba a estresarme pensando en la “vacuna” que las jefas nos quisieron aplicar (he aquí que detecté un tufillo de partido republicano y empecé a ver a todos los certificadores muy, muy similares a George Bush y a su discursito de la guerra preventiva). No fue el viernes 13, para mí, ese día, tuvo un buen fin, de cine, compañía y un oso con un alce de un solo cuerno que luchaban contra los cazadores en “Open Season”.

El sábado tuve que ir a trabajar, realmente desmotivado, incluso en las llamadas que hice a mis amigos se notaba que no tenía ganas de abrir la boca para nada. Ahora viene el domingo. ¿Qué me tocará vivir esta nueva semana? ¿Jugar básquet con las medias rotas? ¿Tomar café rancio? Sólo el tiempo lo dirá.

Buenas noches.

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