lunes, 9 de octubre de 2006

Primera nostalgia: la ciudad de Lima

Tengo recuerdos de hace veinte años. Creo que son los recuerdos certeros (y no imaginados) más antiguos que tengo. Y claro está, entre estos recuerdos están los viajes a Lima, mientras todavía vivía en Paramonga.

Algunas veces era simplemente ir a despedir a mi papá que se iba solo a Lima a ver a mis hermanos que aún estaban en la universidad (dos de ellos); otras veces, cuando nos íbamos papá, mamá y yo, era despertarse temprano y salir por la Panamericana Norte rumbo al sur. Y llegar al paradero de Habich, bajar y caminar hacia José Granda con las maletas… o a veces sin ellas. Como aquella vez que no nos quisieron dar nuestro equipaje porque el nombre de nuestro boleto no coincidía con el de tiquete engrapado en el salchichón marrón, la maleta viajera de muchos años.

Así conocí Lima, viajando con mamá y papá en la mañana de los sábados, pasando el día con mis hermanos en la tienda alquilada que usábamos como hogar en el barrio de Ingeniería, en el distrito de San Martín de Porres. En aquellos tiempos, esa parte de la ciudad era todavía una puerta de entrada a la ciudad; hoy en día, es casi como el centro. Muchos de los barrios que hoy son enormes en el cono norte de Lima, en el año 1986 no eran sino casas que adornaban terrenos aún baldíos y lotizados, o chacras inmensas que escoltaban la entrada norte de la ciudad. De niño, pegado a la ventanilla del bus, nunca dejaba de admirarme del camino que ante mis ojos se revelaba: Pativilca, Barranca, Supe, el puerto, Huacho, el desierto de Chancay, el Serpentín de Pasamayo (en donde yo nunca tuve problemas de mareos o vómitos, por el contrario, siempre le pedía a mamá que me dejara ahí al lado de la ventanilla para ver las formas de las dunas en la bajada que apenas eran adornadas por aparentemente pequeños peñascos, cosas que me hacían pensar en helado de vainilla con chispas de chocolate), la garita de Ancón (con su problemático puesto PIP y sus baños camuflados de restoranes de paso) y Puente Piedra con las cargas de camiones hechas de madera a ambos lados de la carretera, antes y después de cruzar el río Chillón. No existían aún el Metro, el Tottus, la Megaplaza, la Royal Plaza, SENCICO, ni el “pujante” distrito de Los Olivos era lo que ahora es. Muchos de sus inmuebles eran aún terrenos, rodeados de muros de protección con las pintas de Sendero o de “Alan Presidente 1985”. ¡Qué calamidad: Lima por su entrada norte era algo realmente sombrío! Cuando papá no podía ir me decía: “Si tu mamá está dormida y ves que llegas a una chimenea (la chimenea de REX, que quedaba al lado de un PURINA, que ahora que lo pienso, ya no veo en la actualidad), la despiertas porque ya están cerca de la casa”.

Los más tensos, parece mentira, eran los viajes con mamá, porque… ya se imaginarán, qué orden podrían tener un grupo de jóvenes universitarios que a las justas podían juntarse para comer algo en el desayuno y dejarlo todo a su suerte por toda la casa, y mamá, que venía de su inmaculado hogar paramonguino, siempre mamá, ordenando todo a su paso, repasándoles a los manganzones uno a uno los preceptos del decálogo del hogar limpio.

Poco a poco, el viaje a Lima se empezó a hacer una rutina hasta querida, porque veía a mis hermanos, y trataba de entender sus cosas, y las cosas que, en esa parte de los ochenta, ocurrían en el país y en la capital. No podía, a los cinco años se me protegía de todo y de todos. No podía ver la calle ni siquiera en Paramonga, así que cuando salía a jugar en Ingeniería tenía que ser bien custodiado por algunos mayores o después de una buena pataleta en el camarote donde me tocaba dormir (pedía arriba, por supuesto). Nunca faltaba algún tipo de entretenimiento extraño ahí en la casa de Ingeniería, sobre todo porque no tenía juguetes ni había una televisión a colores, o sea que, pobre de mí, jugaba con lo que hubiera: chapitas, lápices, a veces me ponía a ver las maquetas de mi primo arquitecto, o dibujaba cosas en los papeles que me daban para que no joda, ahí todos, siempre conversando y conversando de la familia que quedaba en Paramonga y todos los “limeños” (Anita, José, Adriana, Tito, Edgar, Sergio, Mario) mandándoles saludos a los lejanos.

Durante este tiempo solamente conocí algunas partes de la ciudad, y de una forma fragmentada. A la huaca Palao la visité mientras vivíamos cerca de ella; desde su cima pude ver la casa. Y el inevitable centro, en ese tiempo, para mí, la única ciudad de Lima que existía, llena de ambulantes y de bulla, de anuncios en luces y de Palacio de Gobierno, Polvos Azules, los cines en La Colmena, como El Portofino, en donde vi con papá la película “Campo Espacial”; en la Plaza San Martín, ahí donde vi con mi mamá y mi hermana Adriana “Tres hombres y un bebé”: el cine Metro, en donde vi también una de la saga de Indiana Jones (y su barbita de cuatro días) y “Querida, ¡encogí a los niños!”; y qué sé yo, algunos otros cines que no recuerdo en lo más mínimo. Obviamente, la Feria del Hogar, el Parque de las Leyendas y las iglesias del centro. Eran tiempos difíciles y toda la imaginación de mi familia estaba ocupada en el sobrevivir en la gran capital.

Mientras más cercana estaba la fecha de partida de mis queridas primas “Las Irmitas” hacia el Inefable Norte, más tiempo pasaba con ellas en Ingeniería. Ellas, en compañía de nuestra abuela, Mamá Ofelia, preparaban gelatinas que las vendían en la puerta de la casa. Me ha costado traer este recuerdo a la memoria, ha sido difícil. Sin embargo, la recompensa es mucho más grande cuando me pongo a recordar que en esos tiempos, y pese a la crisis familiar, económica y social, podíamos aún pasar buenos momentos dentro de la gran familia que se reunía en torno a Mamá Ofelia, claro, que no eran las reuniones de las Navidades paramonguinas, pero sí nos reuníamos los “limeños” en aquella pequeña casa de Ingeniería. Antes de los paquetazos fujimoristas, y en pleno derrumbe del régimen aprista, que se trajo abajo la economía de nuestras casas, y el sueldo de mamá, los ingresos del tío Tito, conocí el Aeropuerto Jorge Chávez, San Roque, el hospital Rebagliati y el Almenara, ahí donde Mamá Ofelia empezó a despedirse de nosotros. Y el Rímac, donde vivió un tiempo mi primo Giancarlo, Ciudad y Campo, para ser más exactos.

A San Juan de Lurigancho lo conocí cuando nos tuvimos que ir del pequeño recinto de Ingeniería. Ya la crisis generalizada no nos permitía seguir pagando una casa y tuvimos que ir a la casa de una tía que vivía en Chacarilla de Otero. Ese fue el inicio de la década de los noventa en mi familia. De nuestra estadía en esta casa no guardo buenos recuerdos. Sólo podré decir que mi familia, mucho antes de vivir en Ingeniería, había estado viviendo en la casa de esta tía, así que supongo que volver a una casa de donde ya saliste tiene siempre un sabor de “derrota”, de involución.

Sin embargo, en esta misma década, ya mis hermanos y mis tíos no vivían en el mismo lugar: tío Mario se fue a Caja de Agua y luego al Callao, Adriana se mudó luego cerca de la Universidad Villarreal, Anita al jirón Ica (en el centro), José pasó a La Molina, a la casa de unos amigos; solamente tío Tito y Giancarlo quedaron en aquella casa de Chacarilla.

La casa donde pasé las temporadas más largas de mis visitas a Lima, que ahora sí eran más escasas, fue la casa de mi hermana en el Centro, luego, La Molina, con mi hermano José, ahí conocí al grupo Take That (y al fenómeno pop Robbie Williams), vi Apollo 13 (de hecho ahí fui a dormir luego de ver la película en el Cine El Conquistador, que quedaba en la avenida España), conocí a Tinelli y Video Match, detesté a Benny Hill, añoré la Serie Rosa, y conocí el Windows 95.

Además de los viajes familiares, que siempre tenían los destinos preestablecidos y el Opeluce (en la cuadra 18 de la avenida Arequipa, no es cherry, por si acaso), en donde me vi los ojos un par de veces, los otros viajes a Lima eran cosas del colegio, concursos de Matemática, presentaciones del teatro escolar, oportunidades que me sirvieron para conocer Surco, Miraflores, las otras calles del centro de Lima (como la puta calle Rufino Torrico donde queda la Trilce, mamotreto de academia en donde suelen estafar a mucha gente inocente o estúpida), Pueblo Libre (el Colegio de La Cruz, de las monjas canonesas que regentaban también mi colegio), San Borja, y el Jockey Plaza (lugar en donde uno llega a avergonzarse de tener compañeros de estudios tan, pero tan “provincianos” y poseros).

Qué difícil ciudad esta. Lima ha cambiado con el paso del tiempo, llegando a alejarse mucho de la imagen que tenía de ella en los años 80’s, sin embargo, y pese a la distancia del tiempo, y a todos los cambios que le han cambiado la cara una y otra vez al país, la miseria, la vileza y la podredumbre han caracterizado a esta ciudad que sigue hundiéndose en una fragmentación sin cuartel, en un divorcio de sus distintas zonas hasta hacerla una ciudad insufrible.

Cuando ingresé a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos creía que la nueva perspectiva de estar en una universidad tan importante como esa cambiaría mi concepción de la ciudad. Por el contrario, mi imagen de Lima ha ido deteriorándose mientras los años pasaban y pesaban. Antes tenía una visión ingenua de los contrastes que vivía Lima, algo así como unos pequeños errores que eran fáciles de solucionar. Sin embargo, las cosas se han agravado disfrazándose de muchas sedas que a algunos no les deja ver toda esta podredumbre que nos rodea y que supura por todas partes y hiede como una fosa común. No digo todo esto por las cosas horrendas que he vivido, como los asaltos y demás sustos que la calle da. No, no es este el manifiesto de un resentido social. Simplemente lo digo como la persona que llega a asentarse en una cloaca urbana, como lo es el barrio donde vivo, y ve la miseria y la vileza en la que su gente vive muy feliz, en un continuo presente que no tiene pasado ni proyección de futuro. Es cierto que hay cosas que han cambiado para bien, que las cifras son saludables en algunos casos, sin embargo, esta ciudad, desde hace rato que está hiperpoblada y no cuenta con los servicios básicos en más de la mitad de su nuevo territorio (del cual conozco apenas un 15%). Sin contar, claro, el enorme problema educacional que asola todo el país.

Esa es Lima para mí, para un provinciano que la vio de niño con la lejanía de una ciudad que prometía y luego padeció la decepción de una ciudad odiosa y mezquina. Esa es la Lima que me dio el amor y la desdicha, los mejores amigos y la gente más hija de puta del planeta, me dio un hogar y ahora me da un destino, como si me expulsara de su matriz, como si me pariera fuera de sí misma y dijera: “Ya estás podrido, ahora, anda escribe y jode por la vida”.

Había pensado solamente en enumerar todos aquellos lugares que durante este tiempo he conocido, sin embargo, hay tantos que conozco ahora que ya no valdría la pena. Esto no es una guía ni una anti-guía de Lima. He pensado muchas veces el final que habría de dar a esta nota. Hubiese sido muy bueno terminar maldiciendo la ciudad que me ha dado la vida y la cara de la muerte, que me enseñó mi propio cadáver, que me ha envejecido y casi me logra envilecer del todo. Lima, la horrible, Lima, ciudad de mierda (como una vez lo grité mientras caminaba hacia la avenida Tacna en un atolladero que empezaba en la entrada de Zárate e iba hasta el jirón Trujillo), Lima de las librerías más caras de América Latina, del peor servicio de transporte urbano, de las bajezas más asquerosas que en el ser humano haya visto, y que me perdonen Maribel, Marlon, Edgar, Virginia, Daniel, Richard, Eric, Susana, Kate y toda aquella gente que estimo y que sé que ha nacido y ha crecido aquí en Lima, pero… Lima… asquerosa ciudad miserable y mugrienta… ¡cómo te voy a extrañar!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

mira aprendiz de escritor como diablos se te ocurre escribir: calle Rufino Torrico donde queda la Trilce, mamotreto de academia en donde suelen estafar a mucha gente inocente o estúpida"....... tremenda estupidez la q dices tu, no se si hayas tenido que ir alguna vez a una academia, la verdad no me importa, pero realmente ofende la ignorancia q demuestras al decir esto... osea como se te ocurre insultar a la gente q va a una academia? estas insultando a todo joven q sale de colegio nacional y q intenta tener un futuro... o q por postular a nacional no sirve? ubicate... he estudiado en la trilce uni de torrico y si le dices inocente o estupida a la gente q ha estudiado alli es pq no has estado alli y hablar sin saber... no sabes como tratan a los alumnos ni el metodo de enseñanza q tienen... estudie alli un cilo anual q es aprox 9 meses sali luego un repaso e ingrese a la uni estoy en 5 ciclo y pertenesco al tercio... haber estudiado en la academia trilce de TORRICO ha sido una de mis mejores experiencias si con todo su entorno y todo fue gratificante para mi si, hasta ahora todo me va bien diras era una chica de seleccion o quizas una monse q no tiene vida y se dedica solo a resolver problemas no idiota soy alguien q sabe darle tiempo a cada cosa y no siento q me hayan estafado y mis amigos tampoco (todos ingresaron) realmente ofende no se q te habran dicho de la academia pero no sabes la relacion que existe entre profe alumno q no es pues lo q se da en vallejo (donde no conoces ni el nombre del profesor) la gente ingresa si quiere... si quieres terminas las guias de problemas basicos que entregan y si quieres pides otra y te quedas repasando por la tarde con amigos y con profes no me considero inocente ni estupida y menos estafada... habla si sabes... las generalizaciones son estupidas y el q las hace tb

Reo Libre dijo...

Querido Anónimo:
Tu ortografía y redacción solamente confirman lo que dije. ¿Acaso no te das cuenta de que esas instituciones no deberían existir?
Feliz 2008 y gracias por pasear tus ojos trilcelistas por mi página.