jueves, 14 de mayo de 2009

Ladytroneádome

Más redonda que Monique Pardo, avanzaba por la avenida Colonial con los audífonos amordazando sus orejitas de chancho, y unos patines que probablemente gritarían si hablaran. Y a decir verdad, yo también estaba con audífonos (no con patines) sentado en el nefasto paradero de la avenida, esperando la combi a ningún lugar, pero solo (solo como vine al mundo). No quería ver a nadie, solo quería fumar tranquilo sin enterarme del porcentaje de cadmio, radón, benceno, arsénico que un cigarrillo común contiene. Eso se consigue bajo la atmósfera alucinada de unos buenos headphones que te aíslen de la sonora Lima. Los choros, los ambulantes, los jaladores, las combis, los putos y demás quedan detrás. Adentro solo existe Ladytron.

Redondita sigue yendo en patines. Come un helado de tres bolas usando solo una mano y la lengua, esponjosa, porosa, húmeda y macroglósica. Tres lamida, una bola menos. Se siente libre de prejuicios, va al ritmo de la canción. A su paso, solo deja destrucción y caos. La gente corre. Le tiene más miedo que a las combis. Alguien del otro lado de la calle le lanza piedras. Redondita no se altera, empieza a cantar, y un resto de entre sus dientes va a clavarse directamente en la yugular del policía que controlaba el tránsito. Cae fulminado de inmediato. Los curiosos dicen que lo que salió despedido hacia el cuello del guardian del orden fue un resto de una de las vigas de una cebichería de Huanchaco (Trujillo). Los que estuvieron cerca a redondita y percibieron el fétido olor que sus fauces exhalaban cayeron muertos también de forma instantánea.

Redondita se acerca a Metro. Los chilenos se aprestan a defender a su clientela y a su inversión. Descargan en el cuerpo de Redonidta las balas de cinco Uzis. Pobre Redondita. Ya nadie la extrañará.

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