miércoles, 6 de mayo de 2009

Los parisinos. Los inicios

Cristina baja del bus, y se queda mirando, entornando los ojos, achicando el campo visual, casi un punto fijo. Detrás de ella, su instituto de inglés al que volverá el lunes, temprano, delante, un centro comercial, discotecas, tiendas, bares, juegos mecánicos y, en medio de esa maraña de humos y ruidos, su amiga, buscando a un músico que no encuentra.

La última vez que la amiga vio al músico fue antes de que tirara la puerta de su departamento en París, horas antes de volver a Lima. no le había importado tanto su ausencia hasta que, de un momento a otro, empezó a enfermar del estómago. Pese a los fuertes cólicos no le importó seguir yendo a trabajar. El restaurant de Jean-Jacques -"Rousseau", le había puesto, ¿curioso, no?- iría bien sin ella, en verdad Christine, no deberías preocuparte tanto. Jean-Jacques, necesito estar aquí, en verdad. Pero habría que curarte esos cólicos, cheri, eso no está nada bien. Las noches de fin de semana (Cristina no recoradaba desde cuándo no había estado ahí una noche) eran siempre muy agitadas, muchas parejas aún quedeban en las mesas, y la casa se hizo cómplices de ellos con una música un poco más sugerente. Jean-Jacques bailaba solo cerca a la puerta de la cocina; el jefe de los mozos lo miraba y exhalaba con desilusión. Aquel lo ignoró y tomó del brazo a Cristina, que dejó a medio hacer un postre, glaseado arruinado y a hacer de nuevo todo. Pero con JJ era imposible enojarse, mucho menos cuando bailaba de esa forma tan sensual. Lástima que fuera gay, porque sino la noche no sería tan monótona después de todo. Había olvidado dónde escuchó por primera vez esa leyenda. El restaurant se quedó vacío. Solo quedaban Cristina y Jean-Jacques. él tarareaba a Ella Fitzgerald. Cristina mientras se le acercaba con dos copas de espumante, empezó a bailar con él. Confirmaría sus sospechas. JJ no era gay.

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