lunes, 4 de mayo de 2009

Si me sueltas entre tanto viento...

Segunda taza de café. Sospechas confirmadas. Necesito una intravenosa para dosificarme la cafeína, para que no se adueñe de mí, al menos no tan rápido. Punto de inflexión. Herido de muerte y aplaudiendo. Aislado. Adiós a las casas (de la familia). Pronto mi corazón dará un bote envuelto en su propia membrana, se sentirá prisionero y querrá salir por la boca. Lo comprendo, yo querría hacer los mismo.

El domingo fue su cumpleaños, pero ya no importa. Quien yo creía mi amigo me traiciona y no importa. Vuelo sin paracaídas, a la deriva, conversando con las nubes, suspensiones de agua condensada, dispuesta a reventar con furia. Y no importa. Ni la estrella polar importa. Ni la malta polar. Ni una casaca polar, aunque haga frío.

Un año exacto de vivir solo pero tampoco importa. Ni yo me acordé sino hasta cuando ya era el día dos. Tres años de blog, pero eso a quién le importa. A nadie. Ni a mí. Me estoy muriendo, y me estoy matando. Porque de eso se trata la vida: cómo te vas preparando para la muerte. ¿La vida perfecta? Mar, tinta y página. El pan cae de los árboles. O cae de las carteras muertas, pero cae, como el sol, el nuevo, como la canasta familiar, como las arcadas, pero estas en vez suben, no bajan, suben de lo más bajo, desesperadas quieren llevarse en su estampida al corazón que se ahoga, asqueado, también asqueado.

Ya no escribo. Y eso no está bien. La pregunta era correcta, pero el que preguntó no. En fin, qué pasó con toda esa historia del primer lustro del milenio. No lo sé. Dónde estoy, no lo sé. Por qué duele, no lo sé. Por qué ni la salvación importa, no lo sé. Ya no sé. Sólo me preparo para morir joven (nunca nadie entiende qué quiere decir esta expresión).

adiós, adiós... No hay imagen qué mostrar

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