lunes, 4 de febrero de 2019

Nuevos juguetes de la Guerra Fría



Portada del libro

Cuando dejas pasar toda la ola y la moda que despierta un libro y de pronto lo ves en un estante de tu casa mientras también este te ve a ti como los toros a los toreros, piensas, en primer lugar, «¿cómo diantres llegó este libro a mi biblioteca?». En segundo lugar, ya acostumbrado a su presencia, te dices a ti mismo que es tiempo ya de desempolvarlo y empezar a transitar sus páginas. Porque vamos, si bien apareció en mi biblioteca por obra del amor —larga historia que aquí no puede ser contada—, desde que vi su portada en una librería me llamó mucho la atención ese superman soviético (Superman: hijo rojo) sosteniendo la bandera de la desaparecida (?) Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

A Juan Manuel Robles lo leo con regularidad en «Hildebrant en sus Trece», y sé de la agilidad de su pluma, de su eficacia para comunicar la indignación y de su habilidad para el sarcasmo y el humor ácido. Así que, ya pasada la moda y bien instalado en el 2019, decidí leer «Nuevos juguetes de la Guerra Fría», y me acomodé tranquilamente en mi cama para leerlo.

Esta novela nos cuenta la historia de Iván Morante, un pequeño peruano cuya familia estaba radicada en La Paz gracias al trabajo de su padre en Prensa Nueva, agencia de noticias cubana, y que comparte una parte de su vida con los demás niños de la Embajada cubana, en donde todos ellos son pioneritos.

Pero la historia es contada desde el punto de vista del Iván de treintaitantos que vive ahora en Nueva York, ciudad en la que entra en contacto con la española Nuria Ramón y con Saldaña, quienes se empecinan en hacerle recordar aquellos años paceños porque, al parecer, él ha sido testigo en esos años de un acontecimiento histórico y secreto: el hallazgo y exhumación de los restos de guerrilleros cubanos que murieron ahí en la década de 1960. Entre ellos, claro está, los restos de Ernesto «Che» Guevara. El camino que lleva el descubrimiento de la veracidad de esto trae consigo una serie de revelaciones que lo llevan a cambiar lo que él tenía como un verdadero recuerdo de esa época.

Robles no tiene mayor dificultad para plantearnos la premisa de su historia. Pero naufraga en la aplicación de una receta a la que sobran una buena cantidad de páginas para mostrarnos lo que quiere: obsesión por el pasado, obsesión por descubrir los años en que su padre estuvo ligado a los movimientos revolucionarios latinoamericanos de la década de 1970. Se disfrutan mucho los episodios que nos cuentan la infancia de Morante en esa escuela de la embajada, se pueden seguir con interés los capítulos en los que con la ayuda de Nuria y Saldaña llega a tener cierta claridad en los recuerdos de esa específica parte de su vida. Sin embargo, en el balance general se llega a sentir que la excesiva cantidad de páginas, que repercuten primero en la tardía llegada de la presentación del problema, hace que el lector deba esforzarse mucho más para terminar de leer la novela. 

Nos queda claro que el tema de la memoria, para Morante, es un tema difícil de asimilar, al menos eso se sabe de propia confesión, pero también sabemos que su nostalgia puede más que él y que gusta de hablar mucho de sus años de pionero. Pero le teme a los encuentros con su hermana Rebeca, quien tiene una memoria inmisericorde y con la que no se puede transar: lo recuerda todo sin pizca de romanticismo. Pese a esta inconsecuencia, Iván Morante se va internando en su propia memoria y resuelve un puzzle prestado, algo que no era suyo hasta que lo hizo tal. Y como bien anunciaba cuando nos contaba su relación Rebeca, no puede soportar.

Hemos recorrido con él el mapa de palabras que Juan Manuel Robles propone y encontramos también símbolos bastante bien elegidos: los juguetes de la Guerra Fría, como los G. I. Joe o He-Man, figuras de acción que nos llevan a cuestionarnos si en verdad los Cobra eran realmente los malos. ¿No eran acaso los malos los G. I. Joe, miembros de un ejército que invadía y mataba a los revolucionarios la Latinoamérica unida?

Debo mencionar que tal vez sea uno de los mejores libros de ficción escritos en esta década en nuestro país, pero por ello mismo mereció una mejor revisión y edición, porque hay varias erratas, ociosas de enumerar aquí, que deslucen la prosa de Juan Manuel Robles.

No hay comentarios.: