viernes, 17 de abril de 2009

Los parisinos

Alejandro despierta un poco desorientado por el teléfono que retumba aún desde sus sueños y lo arrastra hacia la realidad. Aún no quieres despertar, y casi dormido camina hacia donde suena el teléfono de la sala. No hay nadie más en su casa. Su voz aún es cavernosa, la risa del otro lado, honesta, coqueta, intenta ser misteriosa, pero él aun en sueños la reconoce: Cristina.

Qué hora es allá, le pregunta, un poco molesto, aquí aún es muy temprano. Sí, ella lo sabía, porque el avión que la llevaría finalmente a Lima aún no llegaba y estaba varada en Río desde hacía tres horas, esperando el transbordo que le devolvería a la Horrible. No me jodas, Cristina, mira que es temprano. Por eso mismo, querido, tienes aún unas horas de ventaja para prepararme algo.

"Quiero verte en el aeropuerto". Colgó. Era agosto y el frío le envolvía los pies como una serpiente de húmeda y escamosa piel. Las medias estaban sucias, y sentía como las pequeñas imperfecciones del suelo se le iban clavando en las plantas de los pies.

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