viernes, 28 de septiembre de 2007

Nazca bajan



Hay días que solo parecen la continuación de otro exactamente igual al anterior. Días en los que la realidad te da la peor cara y te dice: pasaje con sencillo, hoy no hay medio. Y no te queda otra sino avanzar hacia cualquier parte, pero sentir que no tienes los músculos ahí fofeándose impunemente. Usualmente camino, con M., solo, con amigos... Generalmente solo.


Cuando siento que las piernas ya me dicen que pare el carro que bajan en la esquina, suelo sentarme y pensar que el día, pese a ser gris, es hermoso. Decir gris en Lima, es decir nada. Es decir normal nomás, pasaje entero aquí al Concejo, me subí en Wilson. Si despierta el día, tarde o temprano, igual enrumbo luego por la Salaverry. Me gusta esa avenida, es la más bonita de todas las que se disparan desde el Centro (más exactamente, desde la avenida 28 de Julio) hacia Lima. Calles que parecen que huyen de su propia imagen y semejanza, que quieren escapar de algo que nadie sabe con exactitud qué es.


El camino al insituto es el que más me gusta. Cruzar 28 y saludar a Mariátegui, casi siempre mojado, casi siempre cagado. Cojo la ciclovía (por mi complejo de creerme una bicicleta, o de creer que tengo biciclera, ya no sé) y camino, porque la mayoría de las veces, o tomo un carro que me deja en Wilson, o tomo un taxi (defecto que me "cuesta" cada día más dejar), pero es ahí cuando no camino. Decía que cojo la ciclovía y camino mirando el gris impenetrable de Lima, las tímidas nubes que osan reflejar algo de sol y compartirlo con los que corren en Campo de Marte, los que atraviesan Salaverry de cabo a rabo o los que, como yo, huevean en medio de la avenida, como un desesperado, leyendo el libro de otro desesperado.


Los árboles secos, la llovizna finísima de la mañana limeña y el recuerdo latente de un escrito que dejé echando humos ausentes en algún lugar de mi cuarto. Así llego yo a jirón Nazca. Lo que viene luego, es historia de todos los días. Nada rescatable, salvo cuando vuelvo a caminar o cuando el cine me saca de mi congoja exageradamente universal. Antes tenía al jirón Azángaro, pero ya no. Ahora una anónima sociedad me rodea. La garúa y los espejuelos de lodo han perdido su encanto. Salvo, claro, cuando estoy en Salaverry.


Ya antes anduve por esta avenida. Ya ante escribí en ella y en ella la esperé, a la que menos huellas sangrantes dejó, la que colgó el teléfono y se rió luego de mi torpeza. Pero sobre todo, a la que me dejó un cálido beso frío en Nazca con Salaverry. Ahí donde dijo que eso no debía pasar más. Como ya antes había pasado en el extremo opuesto de esa misma avenida. De veras que esa vez, como hoy, me sentía considerablemente triste.


foto: yo saliendo de Argentina.

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