domingo, 2 de septiembre de 2007

Todo lo que hace uno por chamba


Si le preguntaras a alguien por lo que estudió te diría que pasó seguro por la universidad estudiando tal cosa y que terminó en un trabajando en una cosa no precisamente por la que estudió tanto tiempo. En mi caso, y el caso de todos mis allegados, esto es una regla. No precisamente trabajamos en lo que tantas horas de sueño y placer hemos sacrificado.


Eso en verdad no es malo. Eso en verdad no tiene nada de malo. Lo malo viene cuando uno pierde todo rumbo en la vida y sobrevive tan solo por trabajar, por dedicarse a eso que le da un magro o no tan magro ingreso y se pierde en los vaivenes que un trabajo incidental te trae.

Por lo pronto, nosotros, los que estudiamos Literatura, Comunicación Social o Derecho, trabajamos de correctores, profesores o aprendices de editor y en eso nos puede ir bien; podemos estudiar cosas que nos capaciten mejor en esos trabajos y nos permita mantenerlo y crecer en esos prestigiosos oficios. Al fin y al cabo, somos artesanos de lo mismo, amasamos la misma cultura que nos rodea, aunque no precisamente por el lado que quisiéramos amasar. Puedo ser periodista, ser profesor de algún instituto superior y capacitarme en algunas herramientas informáticas que me permitan mejorar en mis métodos de enseñanza. Eso está bien; luego, también me sirve para cosas personales. Puedo ser un estudiante de Derecho, estudiar un idioma que casi nadie conoce y poder trabajar como un traductor, trabajar en una editorial o en alguna revista conocida del medio, enseñar en alguna academia; puedo estudiar Literatura y trabajar corrigiendo textos en algún ministerio.

Pero algo no olvidamos, por más pesada que esté la lluvia: la vocación. Esa frágil flamita que abriga el corazón y que nos permite decir "Me voy a trabajar". Nos hace madrugar, tragarnos a veces amanecidas, cancelaciones a los amigos o simplemente ignorar (temporalmente) que tenemos vida para sacrificar siempre un poco del tiempo que podríamos invertir en sentarnos como en un trono a escribir frente a una computadora o frente a una máquina mecánica y vetusta, que puede que nos haga sentir más discípulos de Hemingway que ningún otro. Aunque al día siguiente nos enfrentemos al monstruo de la realidad.

4 comentarios:

César Santivañez dijo...

Muy cierto, eso que escribes. Quizás uno no escriba documentos que cambiarán la vida a cientos de personas, o una jurisprudencia superpoderosa y elispicuespialidosa que llene los titulares del día siguiente. Sin embargo, a veces uno se siente como un pequeño artesano, un fabricante de diamantes de fantasía. Somos como los trabajadores subterráneos de Metrópolis, y no tenemos ningún problema con eso.

Reo Libre dijo...

Gracias por tu comentario, César.

Jaime Cabrera Junco dijo...

Christian: A veces hay que hacer cosas solo porque se tienen que hacer. La idea es proteger nuestro pequeño espacio que nos queda para nosotros mismos. Recuerda que cuando no trabajamos igualmente nos sentimos culpables porque tenemos que depender de la ayuda de otros. No es que me compute J.J. Oré, pero si no vivimos de algún sueño, la vida sí que sabe a mier...
Saludos y felicitaciones por tomarme una buena foto.

Reo Libre dijo...

Lo que dices es muy cierto, Edgar, y es también lo que yo opino en la pequeña columna.