martes, 12 de febrero de 2008

Eyaculación mental


No hay mejor cosa para el buen morir que empezar el día con el hígado hirviendo. Es interesante sentir cómo esa sanguínea víscera va alterándote pacientemente la humor (él pacientemente, claro, porque tú estás que revientas). No hay más estimulante que eso para un gordito y bien cuidado cáncer al hígado o una saludable cirrosis “almighty”. Solo espero que estos sean rápidos y sin dolor. Y como ya todos saben, estoy pidiendo demasiado.

Para empezar salir tarde de casa por cosas que no tienen que ver contigo. Esta vez el echarle la culpa a alguien de ahí adentro es lo más ajustado a la verdad que se puede pedir. Y eso acarreó muchas otras cosas que no pude controlar, como que por ejemplo no sea solo uno el embotellamiento al cual me tuve que enfrentar (el ya clásico de la avenida Pizarro y Prolongación Tacna, ahí donde en vez de haber asfalto hay un cráter parecido a la del Anak Krakatau) sino tres más, todos hijos de la cola de ese cráter que parece ser la hondonada feliz de Martín Romaña, donde se copulan graciosas las antes mencionadas avenidas. Así que, si salí tarde de casa, lo más lógico es que no saliera nunca de ese cruce. O que saliera tarde, que fue lo que pasó. A las nueve de la mañana estaba cruzando el puente Santa Rosa.

No me quedó más que tomarme un taxi que me desplumó los últimos siete soles de reserva que tenía en el bolsillo. Ya no podré ir a ver Michael Clayton al cine, caballero nomás: Polvos corazón (bis, again, andere Seite, altra volta, otra vez). A la mierda. La vida en Lima es así, pero esto recién lo comprendo ocho horas después de lo ocurrido, ocho horas después de titánica irritación hepática, de insufrible compañía oligofrénica de algunos de la chamba, que simplemente no deberían existir. Así es la vida, pienso, mientras me juego el pellejo escribiendo esta columna, justo delante del administrador, que me tiene como Reyna a Maradona. No importa. Todos los días siempre hay algo que hacer y eso no me permite escribir con fluidez, ni siquiera cuando apunto mi nombre en la lista de asistencia. Esto es una catarsis, señores, déjenme o me dará un tsunami cerebral.

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