domingo, 8 de marzo de 2009

Historia de un naufragio (II)



Estoy viviendo solo. Para nadie que me conozca esta es una novedad (además, creo que a nadie más le importa sino al subnormal al que le pago por esta maltrecha “buhardilla”). Dentro de dos meses será un año. Y en este tiempo, de soledad reflexiva, onanista, existencial, avejentada por mis prematuras canas de sabiduría de fast food, he llegado a muchas “serias conclusiones” de mi vida. La primera de todas: este paso de vivir solo ha sido de mucha ayuda para no volverme loco en mi casa, en la que (si bien tenía cerca a mi familia, tenía comodidades y mi amada internet) no tenía el necesario espacio, y la afortunada sensación de querer sentirme solo cuando quisiera, para dedicarme con más ahínco a las actividades que a mí más me gustan: leer, escribir, rascarme, escuchar música a todo volumen y jugar en la PC).

He salido con quien he querido y he llegado con quien decidía llegar a mi buhardilla (ahora, un poco empequeñecida por la gran cantidad de cosas, muchas de ellas, inútiles, que me rodean y hacen el escenario diario de mis días en este gran ensayo que es la vida). He aprendido lo que es mantener un cuarto en un relativo orden (o en un fractálico caos en donde todo está calculadamente desordenado). He aprendido que en este mundo uno viaja solo, por mucho que pese a veces. Aunque extrañe los engreimientos de mi casa. Sobre todo, las comidas de mamá, sus mimos al llegar y todas esas cosas que me hacían arrastrar un cordón umbilical que pesaba como una cadena ben-huriana.

Vivo relativamente tranquilo. Pasé algunos apuros, pero ahora la cosa pinta bien. Bien por mí. Estoy llevando la fiesta con algo de paz y tranquilidad. Las olas siguen pasando y este islote no se hunde. Se mantiene precario y feliz. Sobre todo precario, o precariamente feliz. Bueno, entonces, no me queda más que naufragar. Como en el cine, en estos diez meses de curas y monjas, de vaqueros que se persiguen o que siguen por un fin inútil aunque cueste la vida, de skaters que ocultan terribles secretos, de gringas enamoradas en Barcelona, de locas españolas ganando inmerecidos premios, de dos “antiguos pasajeros” del Titanic cuarenta y tantos años después, de petroleros bigotudos sin corazón, de Willies Wonkas asesinos, de Malcovich, por aquí y por allá, del hundimiento y el levante de alguien que quizás merezca el Oscar que alguna vez ganó, y que tiene los labios más sensuales que mortal alguna haya mostrado en el ecran (salvo prueba en contrario), de perros destructores y perros superhéroes, de hoteles para canes (por favor, mátenme), de putos hermanos y de una hermosa Marisa Tomei (que junto a Julia Roberts y Scarlett Johanson son parte de mi trimurti personal). En fin, de tantas otras películas (guerras absurdamente tropicales, vergonzosas versiones de Verne, de guerras frías, de judíos en Holanda, de finlandeses solitarios, de rumanas abortando, de adaptaciones ceremoniosas de Fitzgerald, de chinos mañosos que se pasan la mitad de la película matando en dos acepciones distintas) que he tenido la oportunidad de ver y que no pude a tiempo comentar, y de las que quizás alguna vez diga algo, si es que logro ver ahora alguna pueda yo humildemente comentar (exceptuando Simplemente no te quiere, que simplemente es tonta).

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