martes, 17 de marzo de 2009

Un extraño ahogo


Desde que A.H. me contó su extraño tropiezo con P. en el CAL no me he sentido nada bien. Sin querer, me ha hundido en los marasmos de un oscuro mar aún agitado de medianoche, y yo, naufragando persistente, ahora me sostengo a duras penas de una tabla, de algunos restos de lo que en vida fui yo, esperando a que alguna barca de rescate me tienda una mano.

Es un pozo, lo veo bien ahora, porque a él me he estado dirigiendo como un autómata. Cada vez que el tema de esa mujer salía a luz, yo cogía bote y remos y me metía en la más tortuosa tempestad emocional para terminar moribundo contra los arrecifes de los recuerdos. Pero eso no sirve de nada. Eso creo, sin embargo esta agitación en mi pecho me sienta frente a la computadora, y, de alguna u otra manera, siento que la sangre va por las venas debajo de mi piel.

Entonces, ¿debo aceptar que soy un incorregible masoquista que necesita de una droga de cinco años de antigüedad para sentir el morboso estado de bienestar sobre el doloroso recuerdo de P.? Da miedo, me doy miedo. Creo que no debe ser así. Pero igual lo tengo que escribir, porque es la terapia más barata que conozco, además que es una excelente excusa para practicar y no dejar que el teclado (y mi cerebro) se vayan anquilosando dentro de una terrible rutina que me va matando poco a poco de sedentarismo crónico. Por supuesto no dejaré que se vaya gangrenando mi mente. Tampoco dejaré que ese recuerdo quede como una solución de continuidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La chica P siempre será P aun así se cambie de nombre. Desesperarte no debes querido P, tu nunca serás P aunque parescas una gran P.