martes, 31 de marzo de 2009

Cuando no estoy durmiendo

Veo Milk en el cine, bebo un café y pienso: debería estar en casa, encerrado como un loco tras la computadora, escribiendo, ¿para qué? Escribir nomás, desarrollar esa inútil habilidad y perfeccionarla hasta que mis palabras ya no tengan ganas de salir de la boca sino de las manos, que salgan reposadas porque han andado mucho sobre mi corteza cerebral, la que recorrieron como si fuera la cáscara de una papa a la que dibujaron tantos puntos como ojos tenía hasta encontrarle un recorrido euleriano.

Pero creo que debería hablar mejor de Milk. Por dónde empiezo: por Gus van Sant. De él ya había visto una muy buena: Paranoid Park, en la que v. Sant me condujo lentamente en la horrible historia de un crimen oculto. Ahora, el ritmo de la película fue parecido, y esto con un propósito: conducir al espectador hacia la caída final del telón, en el que Milk es víctima de la locura de alguien que no supo comprender el propósito que a él lo llevó hasta el final.

De la actuación de Sean Penn, solo resta por decir que fue mucho mejor a lo que yo me esperaba, pues no solo fue muy convincente sino que también se ve en él un trabajo muy serio, un estudio del personaje que tenía que encarnar sin caer en la trampa fácil de la sobreactuación, jamás.

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