lunes, 23 de marzo de 2009

Pasan los niños


El más suculento de los naufragios es aquel que te entierra vivo en una isla llena de trampas, de trampas de la memoria, claro, las que hacen que te detengas y observes casi desconsolado, como si hubieses perdido una pierna o un pulmón, producto tan solo de ir creciendo, a los niños de un colegio pasar frente a la puerta de tu oficina.

En mi caso, tengo que lidiar con esto a diario, pues trabajo en un colegio y los petizos pasan y pasan riendo, jugando, en filas, saludando con un ruidoso "buenos días" o con un confuso good morning, más peruano que gringo, más español que británico. No puedo evitar verlos y sentir que el tiempo ha pasado raudo y peligrosamente hasta mis casi 27 años. Y advierto una perlita más: este año cumplo 10 años desde que egresé de la secundaria.

Entre los primeros que pasan todos los lunes hacia la loza deportiva donde llevan el curso de Educación Física hay muchos que me recuerdan a mí mismo en esos años: gordito, con la raya del peinado en el lado derecho, con gruesas gafas y con la botellita con agua de manzana. Aquí es común, todos estos niños, o muchos de ellos, destacan en alguna materia y sus padres los hacen estudiar aquí precisamente para que se perfeccionen, para que estudien cada vez más.

En mi colegio, sin embargo, quienes vestíamos ese uniforme con orgullo éramos catalogados como seguros candidatos al bando de los nerds y al aislamiento. Y como si eso no fuera suficiente, nos exponía como blanco fácil de los mas avezados de la secundaria quienes, sin perder una sola oportunidad, nos quitaban la lonchera, se burlaban de nuestra apariencia o simplemente nos sometían a tortuosos interrogatorios cuya única finalidad era erosionar a paso firme y rápido nuestra autoestima para que, llegados a secundaria, el pijama de "chancón" quedara a medida.

Heme entonces así, recién salidito del sexto grado, orgulloso habitante del primer año de secundaria, de gruesos lentes, camisa bien metida dentro del pantalón muy bien planchado por mi mamá, con el sello de "nerd" bien alto sobre la frente.

Los veo ahora a todos ellos. Salen de sus aulas, hablan de sus cursos, se ríen de sus propios chistes, pasan los demás y los miran, los juzgan en silencio, y siguen para adelante. A ellos no les importa, ellos siguen contando chistes sobre la tangente de 45º/2.

Lo importante en esta edad es encontrar un grupo en el que uno se siente completamente identificado y en donde sienta que puede ir evolucionando. Solo así se puede sobrellevar la tempestad de la adolescencia sin tantas heridas abiertas, y solo así uno se puede ir formando el carácter que lo definirá luego, frente a los demás, los que están listos para empezar a pintarte de muchísimos colores.

Y yo lo hice, tuve que amoldarme rápidamente a un grupo y buscar ahí la supervivencia. Gracias a eso, el gorrito de nerd no me quedó tan "justo", y gracias a eso también empecé a darme cuenta de que lo mío quizás no iba del todo por el camino de la ciencia, aunque la última de esas señales la recibí algunos años después.

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